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Entre los muchos libros que sueño con escribir si la vida me dejase un respiro, junto a La Amada Invencible (de traducciones de poesía de la lengua inglesa, que no se ha dejado conquistar a pesar de mi constante amor platónico por ella), estaba, como sabe Natalia Sanmartín Fenollera, un ensayo sobre el conservadurismo que se titularía La soledad del conservador de fondo. Sanmartín lo sabe, no porque compartiese el trasfondo, sino porque ella tiende a fustigarme amablemente a cuenta de mi conservadurismo, que le parece muy lato, haciéndome sentir, muy amablemente, más solo.

Sin embargo, ese ensayo ya no lo escribiré. Por dos razones: la primera es que he comprobado que no estoy solo como conservador y, segunda, porque ya lo he escrito. Ser conservador es el nuevo punk (La espera de los libros, 2023) es mi ensayo sobre el conservadurismo. Ya lo tengo escrito, aunque yo sólo haya escrito el 4% del volumen.

Precisamente, no he corrido solo. Otra de las escritoras de mi ensayo (y yo del suyo), Esperanza Ruiz, nada menos, se marca este aforismo: «“Comunidad conservadora” es un oxímoron». Es la clave. Mi título estaba mal porque obviaba que un conservador sin comunidad es un pez fuera del agua. Y este libro es el mío porque he encontrado los mejores compañeros de aventura. Entiendo que mi próximo libro de poesía me tocará escribirlo solo y a solas, o si acaso «en conversación con los difuntos, oyendo con mis ojos a los muertos». Del conservadurismo, en cambio, hay que escribir así, con un puñado de amigos más jóvenes, más talentosos y más alegres que uno mismo. Sin darle demasiada importancia a la teoría. Para Carlos Hernández: «La verdadera revolución cultural es vivir de otra forma al individualismo atroz». Mi compañero se carga, de un plumazo y con más razón que un santo, mi estoica soledad de conservador de fondo, mi querencia a la soledad especulativa y especular de mi despacho. ¿El individualismo? El individualismo es atroz, incluso el conservador, si éste fuese posible.

Tampoco la resonancia implícita del libro a una carrera (la del corredor de fondo) es adecuada. Primero, porque nada hay más conservador que cierta pereza hedonista. Segundo, porque naturalmente se hace poca carrera siendo un conservador, si uno lo piensa y mira a su alrededor. Y tercero, porque correr es de cobardes y una actitud demasiado contemporánea. Jaime Cervera advierte perspicazmente: «El mundo de hoy no sólo va rápido, es rápido». Por eso, el conservadurismo conlleva una defensa de la lentitud.

Pero el título del libro nuevo tampoco es bueno, me repondrá usted. En realidad, yo estuve de acuerdo con usted mucho rato. Me parecía una concesión innecesaria a lo anglo y también a la estética rompedora, que es la que hemos venido a romper. Hasta que leí el estupendo ensayo de Jaime Revès, que le dio la vuelta como un calcetín a mi prejuicio. Ya había ayudado que Marisa del Toro recordase que fue Chesterton el que dijo eso de que la ortodoxia es la única forma de «heterodoxia» que nuestra época no admite. Revès se da cuenta y explica perfectamente en su ensayo «que una nueva moral pública debería generar unos nuevos punks»; y que los nuevos punks no tienen que imitar a los viejos, sino todo lo contrario.

Ha sido bonito como símbolo. Si mi título no servía porque el conservador es esencialmente comunitario y no corre ni para huir, qué mejor remate que, encima, el título final de mi ensayo (mío, pero de cinco más, ya nombrados uno a uno) fuese idea de otro y, luego, que otro me convenciese del acierto a toro pasado, pero del todo.

Todavía hay más, aunque esto ya lo digo en mi epílogo. Es sorprendente el tono del libro. Yo, como sabe también Natalia Sanmartín, tiendo a defender el conservadurismo como gato panza arriba, discutiendo admirativamente con reaccionarios y tradicionalistas y menos amablemente con revolucionarios y progresistas. En este libro, el tono es celebratorio. No se condesciende a la polémica, salvo que sea imprescindible.

«La belleza de la familia es tan rotunda como la belleza de una catedral», dice Revès, y ese es el espíritu que sostiene el libro como una viga maestra. Recuerda Esperanza Ruiz que, según Paul Valéry, «lo que ha arruinado a los conservadores es la mala elección de las cosas que deben conservarse». Así ha sido muy a menudo; pero no en este volumen. Ser conservador es el nuevo punk no sólo es «mi» ensayo sobre la cuestión, también es una prueba de que quedan espíritus valiosos, que la Revista Centinela ha creado una comunidad y que han escogido muy bien las cosas –comunidad, identidad, familia, belleza, espíritu– que merecen la pena conservarse.  Mi título no era una de ellas.

 

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