«Están pasando muchas cosas y más que van a pasar. De alguna de ellas iba a escribir, pero la emoción que transmite la tristeza me impide hacerlo», escribía Fernando Sánchez Dragó el 15 de noviembre de 2021 en La Gaceta de la Iberosfera. No voy a escribir yo de ellas como él tampoco lo hizo. «Se ha muerto, se me ha muerto, se nos ha muerto «como del rayo», igual que a Miguel Hernández se le murió su amigo Ramón Sijé. Sírvale de epitafio esta metáfora», dejó anotado Dragó aquel día. Sirvan el epitafio, la metáfora y sus palabras como recuerdo de quien fuera, hasta ayer, uno de los grandes escritores de la España del siglo XX. Las pasadas navidades escribía Akela, su hijo menor, que ojalá le durase «más de cien años». Él sabe, con total seguridad. que los vivirá en la memoria de todos.
Un pasado agitado, un presente maravilloso, un futuro prometedor
No voy yo ahora a desgranar su pasado, vetusto, excelente y memorable. Algunos lo conocieron muy bien porque compartieron con él manifiestos y pancartas. Otros lo tuvieron a su lado en una expedición por el Sáhara y otros sencillamente intimaron con Dragó en las letrinas de la cárcel de Carabanchel. El joven Fernando soñaba con ser agitador y en todos los aspectos de su vida lo logró. Contaba él mismo que de pequeño cayó en la marmita de la literatura, y aunque algunos le presupongan escueto y habilidoso como Astérix, Fernando Sánchez Dragó fue más bien un Obélix de los libros. En Castilfrío de la Sierra falleció ayer de un infarto, junto a su familia y su loca obsesión plasmada en los más de cien mil libros que inundan las paredes de la casa, acaso la biblioteca privada más grande del mundo.
En Carabanchel precisamente granjeó buenas amistades con Gallardón, Tamames y demás porque su celda no tardó en hacer las veces de biblioteca. «Las travesuras de Guillermo» marcó su infancia y a la cárcel se llevó la colección completa de aquella literatura juvenil que siempre le esbozó sonrisas. Fernando se imbuyó del espíritu de Guillermo, y pasó de la omnisciencia al protagonismo explícito. Se exilió y lo exiliaron durante toda su vida y cuando España fue patria en su corazón, la libertad lo fue en su cabeza. De su pasado agitado, Sánchez Dragó construyó un presente maravilloso y ayer a estas horas aún tuiteaba con frescura rodeado de gatos: «en la cabeza está el secreto de casi todo». De casi todo lo bueno, y ahí quedan sus últimas palabras.
Su presente maravilloso nos lleva al futuro prometedor que esbozaba cada día a sus ochenta y seis años. Fernando Sánchez Dragó llevó la literatura a la televisión y hace apenas unas semanas nos la trajo al Congreso de los Diputados. Fue patrono de la Fundación Disenso y precisamente en el seno de esta fundación desarrolló, y así quería seguir haciéndolo, las cenas de la batalla de las ideas. Dragó utilizaba cualquier pretexto para conversar sobre la belleza de la literatura y en estas cenas encontró de nuevo su marmita. Su trabajo en Disenso, como las decenas de ediciones de los Encuentros Eleusinos atestiguan su afán, como también lo evidencia aquel proyecto que quiso montar hace no tanto: La Retaguardia. Hablé con él entonces, para acoplar a su revista de pensamiento filosófico un apéndice político, y aquello se zanjó en «lo intentamos, y si no, tan amigos».
Un hombre de partido
Si algo caracterizó a Dragó es su radical partidismo. No precisamente político, porque ideológicamente viajó siempre en el limbo de lo libérrimo. Hace apenas unos días decía Diego Garrocho en Voz Populi que la filosofía y la literatura obligan a tomar partido y Dragó lo tomó siempre. Fue antifranquista durante el franquismo y hoy era antiprogresista durante el progresismo, siempre nadando a la contra, eligiendo siempre lo opuesto, mirando de reojo el decálogo del buen escritor que dejó anotado Hemingway, y que él enmarcó en una de las paredes de su Castilfrío: «mézclate estrechamente con la vida». Dragó se mezcló. En la cubierta de un ataúd de velorio, junto a la mesa de su despacho, conservaba todos sus premios y en el ataúd metió recientemente un ejemplar de todos sus libros, como memento mori, sabiendo que su mejor legado jamás podría estar entre aquellas maderas. Se definió hace no tanto como «lector, viajero y escritor, pues son tres sinónimos». Entonces dijo que «en mi epitafio sólo quiero que ponga escritor y viajero». Por eso hoy despedimos una vida de aventuras: las aventuras de Fernando Sánchez Dragó, escritor y viajero.