El rey de las paradojas llama a mi puerta en esta oscura y lluviosa mañana de diciembre. La última hoja del calendario languidece en la pared, retorcida y amarilleada. Tiesa de frío. Entre los garabatos y las anotaciones urgentes en el santoral, asoma ya el triduo de Navidad, el patíbulo para este calendario presidido por la imagen de María Auxiliadora y el Niño, extendidos y acogedores los brazos.
Tengo, así es, abierto el libro de G. K. Chesterton y un montón de discos amontonados en el escritorio. Leo al viejo y sabio londinense, entregado al tiempo de adviento: «Dejemos al menos una noche para que las cosas puedan brotar del interior; y un día para que los hombres puedan buscar todo cuanto se ha quedado enterrado en lo más profundo de su ser». Con ese afán de indagación y retrospección, propio de la bruma cálida del hogar en cualquier Nochebuena, recorro las canciones que he seleccionado para una banda sonora navideña de la belleza, más allá de los clásicos villancicos populares.
Muchos artistas han intentado retener el instante en que, con la nieve coloreando las ventanas y la familia riendo en el comedor, comienzan esas cosas a brotar del interior. No es ficticio ese espíritu navideño. No lo es y no es exclusividad de los cristianos. Todo el mundo se siente mejor y peor en estas celebraciones. Todo el mundo es invadido por una inexplicable alegría o por una profunda y calmada tristeza. Pequeñas inspiraciones al alma que el Niño reparte cada Nochebuena en todos los corazones propensos al temblor de sensibilidad alguna, recordando, supongo, que el mensaje de Belén es universal.
Tal vez nadie haya sabido retener con tanta belleza esa melancolía navideña, esa emoción que nos descoloca, como José Luis Perales, cuando hace ya muchos firmó su particular Canción para la Navidad. Una letra que el artista habría incluso podido limitar a tres versos, los primeros, tan magistrales: «Navidad, es navidad / toda la tierra se alegra / y se entristece la mar».
Quizá no puedan entenderlo quienes no hayan tenido ocasión de mirar los ojos del mar a la hora de la cena del 24 de diciembre. Su tristeza es infinita. Su oscuridad espumosa, su frialdad, su soledad se vuelve inédita y extrema, contrasta con todas esas ventanas encendidas y luminosas en los edificios, las siluetas que se abrazan entre luces parpadeantes.
José Luis Perales sabe bien que solo hay un día al año en que la tierra puede presumir de ser mejor escondite que el mar para buscar la calma en medio de esta jungla de vivir. Un día al año en el que ocurre algo tan excepcional que hasta los mares han de bajar la cabeza de su voluptuosa excelencia y hacerse prescindibles.
Si se trata de nostalgia navideña, resulta obligado detenerse en este viejo disco que hago girar ahora, del añorado Luis Aguilé. Su Ven a mi casa esta Navidad marcó a varias generaciones –busquen entre sus padres y abuelos- imprimiendo a las tristezas de las soledades y rencores el bendito fogonazo del perdón: «Tú que has vivido / siempre de espaldas / sin perdonar ningún error / ahora es momento / de reencontrarnos / ven a mi casa por favor / Ahora ya es tiempo / de que charlemos / pues nada se perdió / En estos días / todo se olvida / y nada sucedió». Luis Aguilé no solo anticipa lo importante de perdonar en estas fechas sino que ofrece algo casi tan importante: «Nada se perdió»; esto es, la esperanza.
El sentido de la Navidad
Salto adelante unas cuantas décadas en el tiempo para aterrizar en el arte de Rafa Almarcha, en sus Siempre Así, que han dedicado un álbum entero a la Navidad, con villancicos propios y otros populares. Brilla sobre todos ellos El sentido de la Navidad, que da título al disco y es, sin posibilidad de contener los calificativos, una obra de arte:»Dicen que fue / hace mucho tiempo / cuando un bebé / bajó de los cielos / Navidad, tiempo de esperanza y de paz / que inunda las casas. / Cuando el amor / vive en la familia / cuando el rencor / se olvida en seguida».
Teología para Belén en la voz de un grupo que se cree lo que canta. Y que, al igual que Luis Aguilé, reparte paliativos navideños al dolor de la desesperanza: «Vale la pena pararse a pensar / que la tierra es pequeña y nosotros más / cualquier problema se puede arreglar / porque se acaba el año y otro va a empezar / con ilusiones nuevas / con nuevas razones por las que luchar / encontrando el sentido… de la Navidad».
Algunos lectores recordarán a Tennessee, que triunfaron a finales de los 80 con su pegadiza Te vi correr y el festival de voces característico de su doo wop. En lo alto de su carrera quisieron poner al público a bailar con un villancico propio y así surgió ‘Ven conmigo, es Navidad’: «Cae la nieve / todo es blanco / tú te tienes que alegrar / es un día de amor y entendimiento / ven conmigo, es Navidad». Mientras lo escucho, oigo a los vecinos acompasando sus pasos al ritmo de la canción y, ciertamente, aunque la letra no va más allá de una invitación a la fraternidad universal como sentimiento nacido, supongo, por generación espontánea, lo de Tennessee resulta ideal para levantar a tres generaciones de la mesa de Navidad e invitarlos a mover las caderas.
Regresando a los tiempos en blanco y negro, surge entre estos vinilos un clásico para el que sin embargo no pasan los años. Caigo ahora en el Feliz Navidad de José Feliciano y comprendo que su magia no es de este instante, sino que la alegría que desprende puede desparramarse libremente a ambos lados del año en que sonó por primera vez en aquellos viejos transistores de radio.
Algo así podrá decirse, pasadas las décadas, con el gozoso En Navidad que grabó Rosana en directo a finales de los 90 y que es de las pocas concesiones que nuestras modernas discotecas hacen al espíritu navideño, en lo puramente musical. Y es lógico que lo hagan, porque si estas fechas son también motivo más que justificado para una cristiana juerga, Rosana supo llevarse a las masas de calle con su canción navideña en la que caben, además, un montón de villancicos de todos los tiempos.
Y si con tanto baile y con tantos señores embriagados de burbujas y ataviados con gorros de Papá Noel, extraviamos los motivos del quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos, siempre podemos echar a rodar en el tocadiscos el inusualmente limpio vinilo de Dyango y su Hemos olvidado: «Hemos olvidado la ternura de estos días / porque hemos olvidado lo que Tú nos diste un día / Navidad, vieja verdad de la amistad / la Nochebuena en el hogar».
Si por el contrario, todavía mantenemos el Belén en su lugar y sabemos conservar el pesebre intacto hasta el día 24 por la noche, cuando ubicamos al Niño en su lugar. Si por el contrario, aún recordamos lo que nos enseñaron los mayores sobre estas fechas. Si aún sintonizamos sin complejos –supongo que en este siglo empieza a ser cosa de héroes- la cinta de Capra, Que bello es vivir. Si por el contrario, en definitiva, aún sabemos lo que significa la Navidad que nos explicaba en su canción Rafa Almarcha, entonces podemos dejarnos llevar por la ternura musical de La Oreja de Van Gogh y su La luz que nace en ti. Es verdad que su letra no competirá por un doctorado de apologética cristiana pero también lo es que no debemos despreciar aquellas canciones de Navidad que nos enseñen el camino a la belleza, pues es el mismo que recorren desde hace siglos todos los pastores que se dirigen a Belén. Canta el grupo: «Vuela un cometa entre miles de estrellas / anuncia otra noche de paz / llega la nieve y se encienden las luces / que adornan la ciudad / Cantan los niños que ya están de fiesta / ¡que viva la amistad, que viva el amor, que así es la Navidad!». Bueno. Sigamos.
Démosle una oportunidad a la juerga
Como ya se ha señalado, la Nochebuena no está reñida con el vino. Más bien al contrario como nos recuerda la sabiduría popular al versar aquello tan romántico de «saca la bota María que me voy a emborrachar». Quien dice el vino, dice la fiesta, el baile y rock and roll. Sobre la mesa tengo algunas muestras de canciones que podrían hacer temblar el suelo o al menos despertar algunas carcajadas. Omito por razones personales ese subgénero creado por algunos grupos pretendidamente punk –tal vez con esfuerzo lleguen a pink- que consiste en hacer canciones contra la Navidad. Escribo esto y me lo repito por dentro: «No citaré a Dickens esta vez, no citaré a Dickens esta vez, no citaré a Dickens esta vez».
Eso no me impide, pese a todo, sonreír ante la fechoría de Love of Lesbian, que relata en un tema, circunstancialmente navideño, lo compleja que puede resultar la llegada de familiares lejanos alrededor del pavo relleno. Con bastante maldad, los dueños del indie pop de los últimos años, titularon el experimento ‘Villancico para mi cuñado Fernando’. Por otra parte, no nos rasgaremos las vestiduras por admitir que de la jocosa adaptación de algunos villancicos tradicionales han nacido algunas canciones realmente divertidas y ocurrentes.
A propósito, vuelvo a Los Limones para ponerlos como ejemplo de esta práctica. En su felicitación-gamberrada de hace unos años, al son de viejos y animados villancicos, nos cantaban éste dedicado a las gentes del mar: «Juan García pesca / las merluzas frescas / y Los Limones le deseamos felices fiestas / Navidad, navidad, la gente del mar / con percebes de Cedeira vamos al portal. / Navidad, Navidad, la gente del mar / le desea un año lleno de felicidad». Todo ello a ritmo country pop, a medio camino entre la tradición más limonera y el desmelene de aquellos lejanos Dinamita pa los pollos.
También La Casa Azul, pop electrónico e indie siempre infalible, se entregó a la experimentación con una canción extraordinaria que, casi accidentalmente, es un villancico futurista, ‘Los anillos de Alcyone’: «La luz es de otro color / la gente corre entre el tráfico hacia el bar / en las noticias de hoy / anuncian que algo increíble va a pasar / El contacto estelar / esta Navidad en plena catarsis galáctica / esta Navidad la nave nodriza fundacional / aterrizará en el centro de Montmartre / los visitantes te desean una feliz Navidad». Visto así parece muy extraño. Quizá sea mejor escucharla.
Sin movernos de la pista de baile pero tomando tierra en lugares más cálidos, el famoso burrito sabanero –El burrito de Belén– permite danzas intergeneracionales de extremada contorsión, gracias a la voz y la música de Juanes. Y si esta Navidad nos hemos propuesto driblar a cualquier precio ‘El tamborilero‘ de Raphael, siempre podemos dejarnos envenenar por las ‘Campanas de Navidad’ de Los Chunguitos, naturalmente después de haber trasegado media botella de orujo: «Ya las campanas de Navidad / preludian el retorno al hogar / dulces campanas de hermandad / que nos llaman con su repicar. / En la Navidad de paz y de alegría / suena una canción / un himno de armonía». Y olé.
Los duetos navideños son una larga tradición dentro y fuera de nuestras fronteras. En España nadie los ha frecuentado tan bien como nuestro querido Miliki. Junto Álex Ubago en Sé que es el amor, con Diana Navarro en Arbolito de Navidad, o con Sole Giménez en Din don din dan, resumen bien esa mezcla de preciosismo, tristeza y fiesta que nos aflige y eleva en los últimos estertores de cada año.
Duetos y colaboraciones que han inspirado obras navideñas para la posteridad. De un tiempo a esta parte, muchos colegios han extendido más allá de sus límites naturales esas tradicionales composiciones de Navidad, concursos de villancicos y demás folclore decembrino. No pocos han pedido a artistas de renombre que acompañen a los niños en sus composiciones o incluso que adapten canciones suyas a letras más aproximadas al espíritu adecuado del villancico genuino.
El villancico pop de Los Secretos
Pioneros en esta novedad, y tal vez insuperables en la aventura, Los Secretos y su ‘Es de María’ –adaptación de Ponte en la fila, que el grupo a su vez había adaptado de Get in line de Ron Sexsmith-, interpretado por el coro del colegio Tajamar. Se grabó en 2005 pero es ya un clásico pop increíblemente eficaz y de cuidada factura, también en su emocionante videoclip. “Se oye un canto en la oscuridad / una estrella lo ilumina / el bebé más bonito que hay / es de María. / Se oye un llanto en la oscuridad / una estrella lo ilumina / pastorcillos camino a un portal / sus caras brillan. / San José no deja de llorar / y la noche se ilumina / el bebé más bonito que hay / es de María”.
A una iniciativa similar se apuntaron Los Limones, adaptando la letra de su canción Ahora es cuándo, Galicia es dónde, que ya había servido para animar al mundo a peregrinar a los pies del Apóstol Santiago. Reconvertida en ‘Ahora es cuándo, Belén es dónde’, suena tan pop como coral gracias a las voces de las familias –niños y mayores- del coruñés Club Rueiro: «La estrella, la dirección / nuestro punto de reunión / entre un buey y una mula / ha nacido nuestro Dios. / No me quiero resistir / besarle y verle reír / me muero de ganas / de estar cerca de ti». Una vez más la armónica de Santi Santos aporta ese sabor tan neoyorquino como navideño a una canción que parece haber nacido para esto.
Por último, en este 2018 nos han sorprendido otros referentes del pop español entregados a esta noblísima causa. Es el caso de Modestia Aparte, adaptando su éxito Ojos de hielo a la temática de un villancico y grabándola junto al coro de la Escuela Municipal de Música. «Y hacer de la Navidad / el lema de cada día / y de los dulces, el pan / de la tradición / una nueva vida de paz». Precioso ver de nuevo a Fernando López y Portu juntos –aunque este último hace tiempo que no esté en el grupo- para grabar esta canción y este videoclip tan especial y tan emocionante.
También, ya muy cerquita de la Nochebuena, ha asomado con algo nuevo que contar en las redes sociales Alex Díez, de Cooper, máximo exponente mod desde su larga etapa en Los Flechazos. Nos presenta la adaptación navideña de su ‘Cierra los ojos’, realizada además por su hija y sus compañeras de la escuela, e interpretada junto a un montón de niños del Peñacorada International School bajo la batuta del propio líder de Cooper. Suena así: «Ya se hace de noche / no podéis tardar / que ha nacido un niño / dentro de un portal / no olvides que algo hay que llevar / Coge la zambomba / coge tú el tambor / formemos un coro / que ha nacido Dios». Ilusión y Navidad en los ojos de esos niños. Al ver el vídeo me doy cuenta que sus ojos brillantes siguen siendo, de alguna manera, los nuestros.
Ahora sigue lloviendo en la ventana, al otro lado de mi mesa, pero el repaso a esta discografía navideña me ha rescatado del frío, me ha trasladado a algún lugar inesperado. La torre de discos y vinilos ha cambiado de lugar e invade la estancia una extraña y placentera calma. Furtivamente, a mí se me ha dibujado una levísima sonrisa relatando estas historias musicales. Supongo, en fin, que la Navidad tiene estas benditas rarezas, y a veces un gesto así de simple, como el de mis amigos Fer y Portu de Modestia Aparte, o el del gran Alex Cooper, explica más sobre «las verdaderas cosas» que Chesterton decía que en Nochebuena pueden «brotar del interior» que ríos de tinta sobre el nacimiento del Niño Dios.