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Las relaciones entre México y España no siempre han sido fáciles. La desconfianza mutua es relativamente común a pesar de la gran cantidad de vínculos humanos, históricos y culturales que unen a ambos países. Son problemas por lo general creados en torno a la política, diferencias entre los Gobiernos y no tanto entre españoles y mexicanos de a pie que, por lo demás, nos reconocemos fraternalmente entre nosotros.

La última «crisis» la desató hace unos días el recién elegido presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, durante la conmemoración del quinto centenario de la batalla de Centla, una escaramuza que Hernán Cortés libró nada más desembarcar en Tierra Firme en lo que hoy es el Estado de Tabasco. Le salieron al encuentro los indios chontales y allí mismo se produjo la primera de las batallas de una guerra que concluiría dos años más tarde con la rendición del imperio azteca.

La inferioridad numérica de los españoles no fue obstáculo para una victoria aplastante. Díaz del Castillo habla de 40.000 indios frente a 400 españoles. Ya serían unos cuantos menos, pero bueno, Cortés venció y pudo continuar su camino hacia el altiplano. Eso sí, tras la batalla de Centla conoció a La Malinche (se la entregaron los vencidos como esclava) y se casó con ella. De Cortés y la Malinche nacería años más tarde el primer mexicano. Se llamaba Martín Cortés.

Una vieja letanía

En estos detalles López Obrador no se detuvo a pesar de que, como buen mexicano, los conoce bien. Estaba allí, en su Tabasco natal, crecido y contento por regresar a la patria chica convertido en presidente, cuando empezó a arremeter contra la conquista. Lo hizo en las ruinas de Comalcalco, un asentamiento maya que los españoles se encontraron abandonado. Cuando los españoles pusieron el ojo sobre sus piedras llevaba unos cinco siglos sirviendo de cobijo a la fauna salvaje, por aquellas latitudes numerosa y letal.

Pero cómo iba a resistirse a la plasticidad de unas ruinas tan vistosas como las de Comalcalco, escenario ideal para una perorata indigenista. El presidente desgranó uno a uno todos los agravios habituales: que si fue una invasión, que si la conquista se hizo con la espada y la cruz, que si hubo masacres. Nada del otro mundo, una vieja letanía que cualquiera conoce al dedillo tanto en México, como en España, en Perú y en cualquier otro rincón de América.

Luego se puso gracioso y a la Noche Triste (la del 30 de junio al 1 de julio de 1520 tras la derrota en Tenochtitlan, cuando Cortés ordenó retirarse hacia Tacuba) la rebautizó como «noche alegre». No lo debió de ser para su abuelo porque López Obrador de azteca tiene poco y de español mucho. No hay más que mirarle a la cara. Si nos lo cruzásemos por el centro de Madrid vestido de chulapo pensaríamos que es de las Vistillas.

AMLO, de tierras de ilustres indianos

No sé si AMLO, acrónimo con el que le conocen en México, tiene antepasados madrileños, pero si cántabros. Su abuelo materno, José Obrador, nació en Ampuero, un pueblo cerca de Santoña de donde salió en 1917 para hacer las Américas. En Ampuero estuvo AMLO hace año y medio dejándose querer por Miguel Ángel Revilla y por los vecinos de la localidad. Ya se sabe que no hay cosa que más nos guste en España que ver como los hispanos del otro lado vienen a reencontrarse con la tierra de sus ancestros.

En Cantabria no dijo nada de la conquista ni de los conquistadores. Y eso que aquella fue tierra de ilustres indianos como José de Escandón, que en el mismo México colonizó la provincia de Nuevo Santander en la que fundó ciudades como Laredo, hoy en Texas. Bien mirado casi mejor que esté en Texas porque de no estarlo tal vez le hubiesen cambiado el nombre como le sucedió a la capital de la provincia, que se llamaba Santander hasta que la renombraron como Jiménez en memoria de un coronel de tiempos de la independencia.

AMLO no hizo referencia a esta provincia que ocupaba lo que hoy es Tamaulipas y parte de Texas probablemente porque desconoce que existió. Tampoco le podemos culpar. Para muchos mexicanos la historia comienza con el grito de Dolores. Antes de eso hubo un periodo de tinieblas de 300 años y antes el paraíso en la tierra encarnado en la civilización azteca.

Uno de los lugares más prósperos del mundo

No hay demasiados matices en el relato. Se despachan con lo del «México colonial», pasan de puntillas sobre el puñado de espectaculares catedrales que se construyeron entonces, las universidades, los acueductos, los caminos, los puertos, las ciudades de nueva planta, las haciendas, monasterios y puentes. Todas esas cosas que levantaron los propios mexicanos entre 1521 y 1821 hasta convertir a aquel virreinato en uno de los lugares más prósperos del mundo, tal y como pudo comprobar personalmente el geógrafo alemán Alexander von Humboldt cuando anduvo por allá unos años antes de la independencia.

Esos tres largos y constructivos siglos son la gran china en el zapato de las élites criollas. Por eso o los ignoran o los resumen con el formulismo de «la colonia» incidiendo en los aspectos más truculentos de la conquista. Exactamente lo que hizo AMLO en las ruinas de Centla recordando las matanzas de los españoles en América. Matanzas hubo, claro, en todas las conquistas las hay, pero también las perpetraron los mexicas contra los pueblos que sometieron durante los 200 años de existencia del imperio azteca.

Esto es lo más curioso de todo porque, aunque la República de México se sienta heredera del imperio azteca, éste sólo ocupaba una parte minúscula del México actual, aproximadamente un 15%. Se extendía en su momento de máximo auge por lo que actualmente son los Estados de México, Morelos, Tlaxcala y una parte de los de Guerrero, Oaxaca y Veracruz. Al norte del imperio habitaban los chichimecas, al sur los mixtecas y al este los zapotecas, pueblos que nunca fueron conquistados por los mexicas y a quienes, por cierto, resistieron con uñas y dientes.

El aztecocentrismo de la República de México

Este aztecocentrismo del México actual no sé que tal sentará a los sinaloenses, a los sonorenses, a los zacatecanos o a los naturales de Quintana Roo. Desconozco también como lo reciben los tlaxcaltecas de hoy porque sus antepasados fueron los principales aliados de Cortés. Sin ellos jamás hubiese rendido al tatloani Moctezuma. Los españoles eran muy pocos. Cortés desembarcó con sólo 518 hombres mientras que el imperio azteca tenía unos 10 millones de habitantes.

Encuentro entre Hernán Cortés y Moctezuma.

Según la delirante versión de AMLO y el indigenismo al uso los tlaxcaltecas deben ser algo así como unos traidores de lesa patria. En justa correspondencia el presidente debería pedirles que se disculpen y, ya de paso, que cambien el nombre al volcán más alto de su Estado, que a alguien en mala hora se le ocurrió bautizarlo con el nombre maldito de La Malinche.

No es poca cosa, La Malinche es tan alto como el Mont Blanc, por lo que su silueta es perfectamente visible desde lugares tan lejanos como Puebla. Arriba, cerca de la cima, hay un pequeño santuario dedicado a la virgen de Guadalupe, patrona de México, de toda América y también de las Filipinas. La virgen de Guadalupe llegó a México de la mano de Gonzalo de Sandoval, el más joven de los capitanes de Cortés, natural de Medellín, una pequeña localidad extremeña no muy lejana del Real Monasterio de Santa María de Guadalupe.

De Medellín (Extremadura) al MORENA de AMLO

En México a la de Guadalupe se la conoce como la virgen morena. MORENA es como se llama el partido de AMLO. A ningún mexicano se le escapa que buscaron a propósito que el acrónimo significase algo tan especial para los mexicanos como el sobrenombre de una advocación mariana por la que el pueblo en México mostró siempre una gran devoción.

Quizá antes de escribir al rey de España debería hablar seriamente con el gobernador de Tlaxcala, que es del PRI (su antiguo partido), para que presente sus disculpas en nombre de todos los tlaxcaltecas por los hechos acaecidos hace cinco siglos en un lugar ya desaparecido que en nada se parecía al México actual. Sé que parece una estupidez. De hecho lo es, pero eso mismo es lo que hizo López Obrador la semana pasada. Por ello debería pedir perdón, pero no a los españoles, sino a los mexicanos.