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El 12 de diciembre de 2021 pasará a la historia de los despropósitos. El Ministerio de Consumo de Alberto Garzón convocó una huelga de juguetes para ese día. Con el precio de la luz en sus máximos históricos, el ministro comunista no hizo un llamamiento para que la gente saliera a las calles, sino que organizó un parón doméstico de muñecos y muñecas.

El anuncio ministerial no tiene desperdicio. El sermón lo inicia una muñeca postmoderna con el pelo verde y pose de cabreo contenido. La sacerdotisa woke cede la palabra a un superhéroe de marca blanca. “Nosotros, aunque seamos de plástico o de peluche, también tenemos nuestro corazoncito. Ha llegado el momento de decir basta, de reivindicar nuestro derecho a jugar con el 100% de los niños y de las niñas, no con el 50%”. Un auditorio lleno de muñeques estalla en aplausos. Los educadores, padres, madres, niños y niñas deben “luchar contra el sexismo y los roles de género.”

El espectador no sabe qué está ocurriendo y empieza a removerse en el sofá con cierto desasosiego. ¿“Qué somos”? –dice un muñeco en la pantalla-.  “¡Juguetes!” “¿Y qué queremos?” “¡Igualdad!” El anuncio puede parecer la pesadilla orwelliana de un guionista de Black Mirror. Pero es real. Peligrosamente real. Y acaba con un sello de un Ministerio de España que pontifica que “Jugar no tiene género”.

Este anuncio tan inclusivo está incitando a que los niños dejen voluntariamente de jugar con sus juguetes por un día (o, en su defecto, que los padres les castiguen a no poder tocarlos). Esto es una llamada a un sacrificio edificante que en el ámbito religioso se llamaría abstinencia. Por eso, no iba desencaminado Juan Soto Ivars cuando calificaba el anuncio de “sermón” y decía que “lo que se anuncia como una huelga de juguetes es, de acuerdo con el espíritu victoriano, una cuaresma”.

El imperio del Bien

El sermón gender del Ministerio es un ejemplo entre tantos de la nueva agenda de la izquierda. En las dos últimas décadas hemos asistido a una ofensiva antropológica sin precedentes. Del asalto a la familia natural se ha pasado a cuestionar la conveniencia y necesidad de la relación heterosexual e incluso a negar la realidad biológica de la existencia de dos sexos. Ya no hay moral, se lamentan muchos. Sin embargo, esto no es cierto, nos advierte Alain de Benoist. La moral lo invade todo en nuestros días. Pero no es la misma que conocíamos.

En Los demonios del bien Alain de Benoist analiza el paso del nuevo orden moral a la ideología de género. En este ensayo, el fundador de la Nueva Derecha francesa realiza una crítica minuciosa de un constructo ideológico que ha entrado con la fuerza de un bulldozer en la vida política, académica e incluso empresarial.

Para De Benoist, el nuevo orden moral es lo que Phillippe Muray llamaba el “imperio del bien”. Este bien deriva de la necesidad de priorizar y fomentar a todos los niveles las nuevas ideas sobre lo “justo”. Los políticos recurren al buenismo y la ñoñería para “humanizarse” y mejorar su imagen pública. Las noticias económicas se llenan de testimonios personales como si fueran consecuencia de dramas individuales y no de causas estructurales. Las leyes de memoria histórica son selectivas y esconden un revanchismo que solo busca reabrir problemas antiguos para distraer la atención sobre los actuales. Las películas exponen siempre el sufrimiento humano de las mismas minorías, pero ignoran sistemáticamente el de otros colectivos.

Cualquier nueva pretensión política se injerta en una creciente lista de derechos humanos, se le otorga credenciales de causa humanitaria y se envuelve en una narrativa compasional. Nadie puede oponerse a ello sin ser sospechoso (como mínimo) de fascismo.

Por supuesto, el hombre compasional no es necesariamente un hombre compasivo, como la moralina no es igual a la moral o la sensiblería a la sensibilidad. Y esta hipocresía acaba abriendo grietas en la fachada. Aquí es donde vemos banquetes pantagruélicos organizados por la élite político-empresarial para recaudar fondos contra el hambre. Equipos de fútbol propiedad de jeques teocráticos que lucen brazaletes de “respeto” en sus uniformes. O empresas de venta online radicadas en paraísos fiscales que incluyen familias alternativas en sus anuncios de publicidad.

Para De Benoist el objetivo de las élites al impulsar este nuevo orden moral es debilitar al pueblo. El pueblo ciudadano (el que participa en la acción conjunta) se convierte en el pueblo que sufre, el de los desafortunados y las víctimas. Este “pueblo” ya no busca ser visto como un poder políticamente soberano, sino sobrevivir a la competencia victimista. En el clima compasional que mantiene el imperio del Bien, todo el mundo quiere ser una víctima. El individuo sufridor ha tomado el lugar del individuo actor. Esforzarse y trabajar duro para abrirse camino es solo una de las posibilidades. Luchar para defender tu familia o tu trabajo es solo la opción difícil. La condición de víctima trae consigo estatus social, subvenciones y cuotas reservadas.

La justicia social es así sustituida por una movilización compasional que, por muy útil que pueda ser puntualmente, es incapaz de permitir formular soluciones políticas a problemas sociales. Tal giro compasional nos devuelve al siglo XIX, afirma De Benoist, a la época de las “damas benefactoras”, cuando la justicia social era una cuestión de filantropía patronal. Obviamente, estas iniciativas no menoscababan el desorden establecido, sino que lo consolidaban.

El sexo y el género

En el imperio del Bien el ciudadano será un átomo sin arraigo y sin más vínculos familiares o sociales que los que él elija. Así será más vulnerable, dócil y moldeable. Por eso, para De Benoist, la ideología de género es el complemento perfecto para la Superclase (es decir, para los verdaderos beneficiarios del actual modelo socioeconómico).

La ideología de género sostiene que la identidad sexual no depende en absoluto del sexo biológico, sino de los roles sociales atribuidos a los individuos por la educación y la cultura. Las orientaciones sexuales serían independientes del sexo. La “masculinidad” y la “feminidad” serían construcciones sociales artificiales que solo buscan perpetuar una situación de ventaja y dominio.

Resulta simplista considerar la teoría gender como un medio para legitimar la homosexualidad o derribar el capitalismo patriarcal. La amenaza va mucho más allá. Decir que no se nace hombre o mujer, sino que se convierte en uno u otra, o que se convierte incluso en otra cosa distinta, significa que cada individuo es lo que decide ser. Es la última fase de la emancipación del Yo. Una vez rotos los lazos familiares, sociales, tradicionales y nacionales, la ideología de género proporciona la herramienta para desvincularse de toda herencia o pertenencia biológica. Ya no se trataría de liberar el sexo como en los años sesenta, sino de liberarnos del sexo. Y aquí vendría el verdadero problema. La desvalorización del sexo implica la desvalorización del cuerpo, de la complementariedad, de la diferencia y de la capacidad del entendimiento del Otro.

Fuente: El País

Como es habitual, De Benoist realiza un estudio titánico y argumenta sus tesis con un sinfín de referencias bibliográficas de todo tipo (biología, neurología, psicología, sociología y un largo etcétera). El pensador francés también se sumerge en los textos sagrados gender y nos trae algunos descubrimientos verdaderamente perturbadores. Judith Butler quiere desestabilizar “el falocentrismo y la heterosexualidad obligatoria”. Eric Fassin se esfuerza por “pensar en un mundo en el que la heterosexualidad ya no sea normal”Monique Witting escribe que “no hay sexo, es la opresión la que crea el sexo y no al revés (…). Para nosotras ya no puede haber ni hombres ni mujeres (…) como categorías de pensamiento y lenguaje, deben desaparecer política, económica e ideológicamente”Ruwen Ogien llega a plantear un futuro inquietante: “la pregunta que surge es la de saber por qué una mujer debe preferir a sus hijos a los de su vecina por el solo hecho de que son biológicamente suyos y todos tienen el mismo valor moral como personas humanas”.

Esta última pregunta contiene una coherencia escalofriante. Una vez rechazado el valor de lo biológico y de todo lazo no elegido, la reflexión de Ogien simplemente lleva la ideología de género hasta sus últimas consecuencias. De nuevo, el resultado vuelve a parecer la pesadilla orwelliana de un guionista de Black Mirror.

En debates sobre materia sexual es habitual ningunear la opinión del disidente bajo el pretexto de que está fundada en un credo religioso. Sin embargo, si alguien pensara que las ideas de De Benoist tienen una inspiración cristiana, se equivocaría gravemente. De Benoist se define como pagano y siempre ha sido muy crítico con el cristianismo. Por eso, este ensayo es un buen complemento para los centinelas interesados en contestar la ideología de género. El pensador francés llega a conclusiones de sentido común partiendo de premisas y siguiendo métodos de razonamiento diferentes a los de pensadores cristianos.

Un nuevo puritanismo

En el anuncio del Ministerio de Consumo no debemos olvidar que, “aunque sean de plástico o de peluche”, los juguetes de Garzón también tienen “su corazoncito”. Y es desde esa emotividad buenista desde donde nos dicen “basta, luchemos contra el sexismo”.

Lo que late detrás de eslóganes como “hay niñas con pene” y “niños con vagina” no es una ausencia de moral. Es otra moral que pugna por implantarse. Como señala De Benoist, hoy más que nunca hay un “moralismo omnipresente propagado por sus devotos, sus misioneros y sus ligas de la virtud”. Ahora son ellos los puritanos enardecidos por un espíritu censor. Es necesario comprender este nuevo enfoque para organizar bien la resistencia. Y es que una nueva moral debería traer consigo unos nuevos libertinos.