Se preguntaba Mario Crespo hace poco si aquellos que habíamos comenzado a escribir a la vez, en los mismos medios y con intereses relativamente comunes, no constituiríamos una generación literaria. Sólo el tiempo y los lectores dirán. El diplomático y escritor proponía “Generación Whiskas” como nombre de guerra. Va con el aire de los tiempos, es verdad, pero no resume la épica a la que estamos llamados.
Tenemos precedentes. Hablemos de “Los Húsares”.
Así es como se denominó a una corriente literaria francesa surgida entre 1950 y 1960 como oposición al existencialismo imperante en la época y, en particular, al pensamiento de Jean Paul Sartre y la ideología que lo sustentaba. El grupo de escritores que lo conformaban se reunía en el café Aux Assassins y lo hacía en torno a la publicación Cahiers de la Table Ronde, revista que luego pasó a retitularse La Table Ronde.
Una reacción al existencialismo
¿Algo así como los Inklings franceses? Bueno, los escritores ingleses, entre los que se encontraba Tolkien, vehiculados por C.S. Lewis en los años 30 tenían también sus citas semanales puntuales en el pub Eagle and Child (Oxford) y en la habitación del Magdalen College del autor de Los Cuatro Amores. Pero se trataba más bien de camaradería, de lecturas en voz alta, de debates respecto a la producción que cada miembro del círculo literario llevara entre manos. En los Húsares, sin embargo, parece haber otro tipo de denominador común: la reacción.
En efecto, hay quien habla de ellos como la expresión cultural de una derecha representada por el grupo político Action Française. Sin embargo, cualquier información en ese sentido debe tomarse con cautela ya que, incluso algunos autores que formaban el movimiento, como Michel Déon o Jacques Laurent, llegaron a negar la existencia del mismo. Otros, sin embargo, lucharon por formar parte de la etiqueta, como es el caso de Félicien Marceau, Kléber Haedens o Stephen Hecquet.
Frases como cuchillos
Sin embargo, sí parece claro que los Húsares tuvieron un líder, Roger Nimier. Y que, paradójicamente, fueron sus adversarios los que bendijeron y auparon el movimiento. Concretamente, un jovencísimo crítico literario, Bernard Frank, secretario y mano derecha de Sartre en la revista Les Temps Modernes, les dedicó el artículo “Gognards et Hussards” (Antiguos guardias y Húsares) en el que, pretendiendo una crítica literaria descarnada, les concede la categoría de maestros de la pluma. Para Frank, los opositores al bloque de izquierda sartriana “Se deleitan en la frase corta de la que se creen inventores. La manejan como si fuera un cuchillo. En cada frase ocurre la muerte de un hombre”.
Como ven, una crítica que, lejos de producir rechazo, resulta estimulante para los lectores hartos del Nouveau Roman, del experimentalismo contemporáneo, y amantes del estilo corto e incisivo.
En el mismo artículo, el crítico literario se sirve de la novela El húsar azul del escritor y periodista francés Nimier (1925-1962) para acuñar el nombre por el que el movimiento pasaría la posteridad. En la novela se describe la vida de un regimiento de húsares que ocupaban Alemania en 1945. Los escritores, un grupo de amigos que tras la Segunda Guerra Mundial expresan la desesperanza de una generación, lo hacen a lo húsar, según Bernard Frank. De una manera rápida y violenta. Contra el conformismo militante del humanismo existencialista, los húsares emplean el humor, la insolencia, y un cierto dandismo estético que puede colisionar con su amor por lo absoluto y la pureza.
No obstante, el amigo Frank no simpatizaba con la corriente literaria y, pese al ingenio mostrado al bautizarles, resultó poco original en ulteriores declaraciones, hablando así de “este grupo de jóvenes escritores que, por comodidad, llamaré fascistas…”
Quizá la animadversión pudo tener que ver con que la revista de los húsares contrarrestaba el dominio cultural de Les Temps Modernes. Quizá, con que firmaron el manifiesto de los intelectuales franceses en respuesta al Manifiesto de los 121 apoyado por Sartre para invitar a Francia a la deserción de Argelia. Políticamente, los húsares defendieron el control francés sobre Argelia y expresaron públicamente su oposición a la política de De Gaulle al respecto.
La belleza de la acción
Literariamente, acusaron a Sartre y a los existencialistas de escribir novelas de tesis. En oposición, publicaban novelas de acción, con un estilo clásico basado en la tradición.
Sus modelos iban desde Stendhal, Morand, Dumas, el cardenal de Retz a Bernanos para Nimier o Joseph Conrad para Déon.
Así como Henry de Montherlant, quien tuvo un origen aristocrático y una infancia difícil. Admirador casi obsesivo de los cánones griegos de belleza, fue expulsado del colegio. Puede que su efebofilia le jugara una mala pasada. Su ceguera le llevó al suicidio.
Los húsares además estuvieron dirigidos por Jacques Chardonne y Paul Morand y se suele incluir a la autora de Buenos días, Tristeza, Françoise Sagan, entre sus filas.
Rescatados del olvido
Como suele ocurrir, el movimiento fue marginado por sus posiciones no alineadas con la izquierda existencialista, hasta llegar a extinguirse con los sucesos del 68, la caída de De Gaulle y el giro ideológico de Pompidou.
Sin embargo, en los años 80 y 90, nace un grupo de escritores en torno a la revista Rive Gauche compuesto por Patrick Besson, Eric Neuhoff y Denis Tillinac, a los que se da en llamar en los círculos académicos franceses, los neohúsares.
Fabrice Luchini, años más tarde, se ha dedicado a homenajear a este movimiento literario. Se trata de un actor y promotor de bellas artes que es lo que ahora llamaríamos un rojipardo. Viejo conocido del Partido Socialista francés, no cabe duda de que es una voz particular. Poco a poco fue virando su posición ideológica y tiene algunas intervenciones en televisión en las que deplora el socialismo. No parece tener nada en contra de Le Pen, pero no seremos nosotros quienes le encasillemos. Sin duda, Luchini merece una semblanza aparte. Su interés por rescatar del olvido la corriente literaria de los Húsares sumado a sus declaraciones en medios de comunicación nos ponen sobre la pista de un personaje con criterio propio.