Si hay en el planeta de las letras un premio literario fuera de toda sospecha, ese es el Adonáis de poesía, cuya 72 convocatoria ha ganado nuestra entrevistada. El poemario se titula Bello es el riesgo y puede y debe leerse como un canto al inmenso gozo de saberse y sentirse vivo. Por sus versos desfilan la abuela y los padres de la autora, la autora misma, sus profesores, Dios, el descubrimiento del amor, de la poesía, la melancolía esa alegría de estar tristes de la infancia recordada, que no perdida…
De la premiada ha destacado el jurado del Adonáis su instinto del lenguaje y su oído poético, a lo que nosotros añadimos, qué caray, su sentido del humor. Marcela Duque nació en Medellín (Colombia) en 1990. Llegará el día en que esto último sea materia de examen de Literatura. Tiempo al tiempo. Ya verán.
Licenciada en Filosofía por la Universidad de Navarra y Premio Adonáis 2018, no podemos sino empezar la entrevista con una pregunta facilona: la relación entre poesía y filosofía.
Esta pregunta me recuerda una ocurrencia de Gustave Thibbon que contaba uno de mis profesores. Cuando alguien le preguntó qué llegaba más lejos, si la filosofía o la poesía, Thibbon respondió que la poesía, pero que ésta no sabía donde llegaba.
¿Le convence la respuesta?
Sí, porque en ella se insinúa bien los horizontes y limitaciones de cada una. En la respuesta también se entrevé lo asimétrico de la relación, así que en qué consista ésta depende un poco del pináculo desde donde se mire. Como mi experiencia de la relación ha sido más profunda desde la poesía, respondo desde allí.
Adelante.
La poesía es lenguaje en un estado muy puro y la filosofía no tiene más modo de expresión que el lenguaje. En este sentido la poesía no es sólo anterior a la filosofía, sino algo así como su madre. La filosofía nació en forma de poesía: los fragmentos de los primeros filósofos son todos poemas y aún el nacimiento mismo de la metafísica se puede señalar en las palabras del famoso poema de Parménides.
Pero eso era en el principio.
Por supuesto, la filosofía luego desarrolla su propio lenguaje y aprende a hablar con voz propia de la mano de Sócrates, Platón y Aristóteles, hasta que encuentra la lógica que le es propia y en la que florecerá definitivamente como la reina de todas las ciencias. Con las distinciones vienen también las sospechas, como las de Platón con respecto a las imágenes de los poetas. Y sin embargo, ¿quién negaría que Platón era también un poeta?
Eso: ¿quién?
Shelley decía que la verdad y el esplendor de las imágenes de Platón, además de la melodía de su lenguaje, son de una intensidad poética difícil de igualar. También Shelley consideraba que Shakespeare, Dante y Milton eran filósofos de primera clase, pues no les faltaba ninguna capacidad para percibir y enseñar la verdad de las cosas.
Usted tiene dicho: «La poesía que disfruto es aquella en la que puedo ver luces de verdad y belleza».
Esto suena muy vago, pero en realidad es bastante sencillo y concreto, como sencilla y concreta es la poesía que más me gusta, aquella que puedo leer y comprender, pues entiendo de lo que me está hablando. No niego que haya buena poesía que juega más con imágenes y con el lenguaje, poesía netamente creativa, pero no es aquella en la que siento aquel golpe de verdad y belleza.
Más sobre poesía y filosofía.
Desde la poesía, también veo la unión entre filosofía y poesía como la unión entre pensamiento e imagen. El solo pensamiento es abstracto, la sola imagen es concreta, pero la poesía tiene ese poder —el mismo de toda la literatura, en realidad— de encarnar el pensamiento en algo concreto, y así universalizar lo particular y particulizar lo universal. Ahora pienso en T. S. Eliot.
¿Por qué en Eliot?
Porque decía que todo poeta comienza con sus emociones y que toda vida del poeta —incluso de Shakespeare, decía él— consiste en esa lucha por convertir sus agonías e impresiones personales en algo universal e impersonal, en universalizar lo particular.
¿Cuál es su experiencia al respecto?
Muchas veces he tenido la experiencia de que un poema fracasa porque no logra trascender el ámbito del yo. La poesía y la filosofía están muy cerca en esta cuestión de la universalidad. Esto ya lo decía Aristóteles. A diferencia de la historia, que se queda en lo particular, la poesía y la filosofía hablan de cuestiones universales y perennes.
Luego, está la otra dirección, la de particulizar lo universal.
Y pienso también en Eliot y una sencilla frase suya de la que se puede aprender mucha poesía: «Un poeta que piensa es simplemente un poeta capaz de expresar el equivalente emocional de un pensamiento«.
Interprete lo enunciado.
No es que el pensamiento sea concreto y la emoción vaga, dice Eliot, sino que hay emociones precisas y emociones vagas, y para expresar una emoción con precisión hace falta toda la capacidad intelectual necesaria para expresar un pensamiento preciso. Por eso creo que en cada poeta que nos emociona podemos entrever también un pensador profundo. Naturalmente…
¿Naturalmente?
No creo que la filosofía garantice ninguna habilidad poética, pero así como es buena servidora de la teología, no es menos servidora—aun sin ser sierva—de la poesía.
Hasta aquí la relación entre filosofía y poesía. Segunda pregunta de examen: amistad y poesía.
En la poesía se da una fascinante relación entre amistad y soledad, o quizá sea mejor hablar de una soledad acompañada, pero con el énfasis en la compañía y no en la soledad. (Por eso dudo de la palabra «soledad»; quizás sea mejor decir un silencio acompañado o silencios amistosos —per amica silentia…— como diría Virgilio.) Y pienso que esto es el caso tanto a la hora de leer como de escribir poemas.
¿Por ejemplo?
Por ejemplo, leer un poema crea un silencio particular, muy distinto a aquel en el que se lee una novela o un ensayo. Aunque se esté leyendo en silencio y a solas, me parecería una rudeza no levantar un poco la mirada entre poema y poema. Ahí hay un instante de silencio en el que estás como a solas con el autor y, aunque sea una ficción, pareciera que se crea un lazo—como si pudieras formar una amistad con quien escribe.
¿No es eso acaso posible con el ensayista, con el novelista?
Al leer un ensayo o una novela es más fácil olvidarse del autor, pero en la poesía te encuentras con el autor en cada poema, en cada uno de esos pequeños intervalos. Pero esto es un poco vago, en todo caso. Podría concretar un poco más.
Siéntase libre.
Aunque siempre me ha gustado la poesía —mi padre me leía poesía de pequeña y en la adolescencia pasé muchas horas escuchando poesía en el Festival Internacional de Poesía de Medellín— creo que mi encuentro más rotundo y más fascinante con la poesía fue ya en la universidad, a través, precisamente, de una amiga que me dejó un libro, que un amigo suyo le había regalado, de Enrique García-Máiquez.
¿Uno de sus poemarios?
Una compilación de entradas de su blog que me deslumbraron. Luego llegué a su poesía, a leer su blog con asiduidad, en el que ya había una comunidad de amigos a la que yo sólo me asomaba con envidia, y así poco a poco, siguiendo pistas, llegué a muchos otros libros y descubrí la riqueza de la poesía española contemporánea que tanto me ha acompañado y fascinado desde entonces.
Con el tiempo llegó Twitter…
… y allí también me he encontrado una comunidad con quien comparto, entre otras cosas, lecturas. Unos libros te llevan a otros y éstos a otros, y así vas creando tu propio universo de lecturas, que te unen más con quien comparten esos gustos. Yo, además, rara vez leo un libro simplemente porque ha caído en mis manos o me ha llamado la atención en la librería.
¿Entonces?
Si lo leo es porque me ha llegado a través de otras lecturas o conversaciones, y porque me fío—y esto ya es cierta amistad—de quien lo recomienda.
A veces los que recomiendan son los muertos.
De Borges, por ejemplo, en este sentido, siempre me he sentido gran amiga (aunque aún no le hecho mucho caso con Schopenhauer). Por otra parte…
Sí.
Los lectores de poesía son siempre una minoría, así que cuando te encuentras con ellos hay ya un buen terreno ganado para la amistad.
‘Bello es el riesgo’, por cierto, se lo dedica a una amiga: Verónica.
Y en la dedicatoria digo precisamente que mucho le debe nuestra amistad a la poesía. Y lo digo pensando en lo mucho que la poesía—y el amor por los libros en general—nos ha unido a través de los años.
¿Sólo la literatura?
Obviamente nos unen otras cosas, pero la literatura ha sido sin duda fundamental. No es una amistad literaria, ni una amistad intelectual; no tenemos grandes discusiones sobre libros, ni nos sentamos a hablar de teorías literarias. Y aún así, el amor a la lectura y a la escritura nos ha unido mucho. Luego, también digo en la dedicatoria que mi poesía en concreto le debe mucho a nuestra amistad.
¿En qué sentido?
Creo que escribir ha sido una tarea solitaria, no porque lo haga en soledad —no sé si hay otra forma de escribir— sino porque no he tenido amigos poetas (más que aquella amistad de lectora que a veces puede ser un poco más cercana gracias a los blogs o las redes), ni maestros que me hayan enseñado de poesía tête à tête. Por eso, mi amiga Verónica, a la que le dedico el libro, ha sido una interlocutora fundamental.
Sí que le debe, sí.
Verónica es una gran escritora y muchas veces nos proponemos compartir algún poema, para obligarnos a sacar el tiempo que nos pide la poesía y que a veces es muy fácil de sofocar. Sin la sana presión de mi amiga para que escribiera creo que muchos de los poemas de Bello es el riesgo no existirían.
Y el Adonáis 2018 habría recaído en otro. ¿Qué ha significado el premio para usted?
Primero, fue una gran sorpresa. Como decía antes, Bello es el riesgo surgió de una manera muy intuitiva, muy «a oído», podría decirse. Yo creo que todo joven poeta sueña con tener un Rilke de quien recibir consejos y ánimo, pero un maestro es de esas cosas que uno no puede empeñarse en tener. Así que como mi experiencia al escribir los poemas fue muy «a oído», mi sensación al enviarlos a un concurso fue muy «a ciegas».
¿Y la sensación de escuchar su nombre en la ceremonia?
Ceremonia que seguí en vivo desde Estados Unidos, donde ahora vivo. Fue muy emocionante.
Qué menos, es el Adonáis.
Es un honor muy grande, porque es un premio con una gran tradición, que es algo que todo buen amante de la tradición, como es mi caso, sabe valorar, porque es también una llamada a estar a la altura.
Que no la expedición de un título de poeta.
Quizá aquí haya otra afinidad entre filosofía y poesía. Nicolás Gómez Dávila decía que la pretensión de avalar las competencias de una actividad intelectual es más ridícula cuanto mayor sea la importancia de dicha actividad. «Un diploma de dentista es respetable —decía— pero uno de filósofo es grotesco». En esta línea, pienso también que el honor del premio hay que tomarlo cum grano salis.
Que en su caso…
… no es otra cosa que la conciencia de estar en los comienzos. Con la poesía y la filosofía pasa que no está en manos de uno llamarse poeta o filósofo.
Ante eso, ¿qué hacer?
Lo de Pitágoras, dar un paso atrás y considerarse «amante de…», «lector de…». Son los demás los que eventualmente terminan por llamar a alguien «poeta» o «filósofo», y supongo que se termina por aceptar el título como ya se ha aceptado la vocación, con toda la sencillez del caso. Pero como decía, me siento muy en los comienzos.
¿En los comienzos de un don, en los comienzos de un oficio…?
Como toda verdadera vocación, la poesía es don y oficio. Primero y ante todo don. Luego, oficio. Y porque es don es algo que te supera, para lo que no estás a la altura, que no puedes simplemente dominar. O quizás es que no soy una poeta particularmente inspirada y por eso siento la desproporción de la tarea y el sudor del oficio. Hasta los más dotados de los poetas han tenido que luchar con lo que la poesía tiene de oficio. Y a las Musas se acude casi como pidiendo misericordia.
O sea, que el Adonáis tampoco ha supuesto su ingreso en el Parnaso.
En ningún momento he tenido esa sensación, ni mucho menos, pero sí de entrar en una familia —quizá sea cursi decirlo así—, pero la imagen es clara: generaciones que te preceden, otras que vendrán, y un apellido, el Adonáis, que da un contexto.
Por otra parte…
…durante años he leído libros de la colección Adonáis. Junto a Renacimiento y PreTextos, ha sido la editorial de poesía que más me ha acompañado, así que la sensación de estar en familia ya venía desde antes, en todo caso.
¿Y en una nota aún más personal, si cabe?
El Adonáis también ha sido ocasión para experimentar el cariño de muchas personas. Unas muy cercanas, otras con las que hace muchos años no tenía contacto, otras que se han acercado a raíz de la poesía. Es algo que no se puede cuantificar, instrumentalizar, ni buscar activamente, pero que he recibido con la alegría de saber que estoy recibiendo un don, y no algo que me merezca o que haya conquistado.
No sé si el jurado estará de acuerdo con lo de no merecer el premio.
Si antes, mirando al pasado, decía que el honor del Adonáis era su tradición, esta pregunta me da la oportunidad de hablar del presente, tan importante en toda tradición. Y el presente del Adonáis son sobre todo los jurados, un auténtico lujo.
A saber: Eloy Sánchez Rosillo, Carmelo Guillén Acosta, Julio Martínez Mesanza, Aurora Luque, Joaquín Benito de Lucas y el ya citado Enrique García-Máiquez.
No seré yo quien los presente aquí. Cada uno tiene un nombre muy propio en la poesía española. Lo que sí puedo decir es que son poetas a los que sinceramente he admirado desde hace años. Son parte de esos poetas que descubrí durante la universidad, en España, que me impresionaron profundamente y a quienes les debo gran parte de ese impulso que me ha llevado a escribir, pues descubrí en ellos una poesía «muy mía», cuyas formas y temas resonaban conmigo. Es más…
Diga, diga.
Entre los pocos libros que me traje de Colombia a Estados Unidos estaban los poemarios de García-Máiquez, y las antologías de rayas de Renacimiento de Mesanza y Rosillo.
Todo eso, supongo, dota de mayor contenido al premio.
Un premio, por importante que sea, tiene algo de impersonal, pero conocer los nombres que estuvieron detrás de esta edición me ha dado mucha alegría y, sobre todo, muchísima paz; la paz de poder confiar plenamente en quienes han validado el poemario.
¿Poemario compuesto al tuntún o poemario con una unidad de fondo?
En un principio no me proponía escribir un poemario. Así que en realidad un poema se fue sumando a otro, y luego a otro, hasta que formaron lo que luego llegaría a ser Bello es el riesgo. La unidad de fondo, que es sobre todo biográfica, la vi con claridad tras una relectura del Fedón, ese diálogo en el que Platón nos cuenta la muerte de Sócrates, en compañía de sus amigos.
¿Qué vio exactamente?
Que la poesía, la filosofía y la escucha atenta—la obediencia—a lo divino convergen en la vida y la muerte de Sócrates, y constituyen la unidad de una vida lograda, una vida que mira a la muerte sin temores. Sócrates se dedica a la filosofía por un mandato divino y es también por obediencia al dios que empieza a escribir poesía. Su filosofía está impregnada de un lenguaje poético y los mitos que narra tienen un papel filosófico.
¿Dónde queda usted en todo esto?
Pensé entonces que en mi vida también están presentes esas tres grandes pasiones—por la poesía, la filosofía y lo divino—y que estos tres amores inevitablemente se entrelazan en mis poemas, en mis quehaceres filosóficos, en mi búsqueda de lo divino. Así, Bello es el riesgo terminó por consolidarse en un homenaje a Sócrates, un auténtico maestro de la vida.
Un homenaje en tres partes.
Partes que intentan reflejar esos tres aspectos u horizontes distintos. La primera parte —Tierra Adentro— es una mirada más exterior a la naturaleza o a las reacciones con los demás. La tercera parte —Mar Adentro— es una mirada más interior hacia los movimientos del alma. La segunda parte, como quicio que une las otras dos, es una mirada superior al Dios que habla «por fuera» y «por dentro».
Debí habérselo preguntado lo primero de todo: ¿por qué el título, por qué ‘Bello es el riesgo’?
El título está tomado de unas palabras de Sócrates en el Fedón. Una de las primeras noticias que tenemos de Sócrates es que al entrar en prisión empezó, por primera vez, a escribir poesía, poniendo música a las fábulas de Esopo y componiendo un himno al dios Apolo.
«¿Por qué?», le preguntarían.
Y Sócrates responde que ha sido para satisfacer su conciencia, pues muchas veces había recibido en sueños a una figura que le instaba a componer música y hacer de ella su oficio. En el pasado siempre había pensado que la figura lo animaba a hacer lo que ya estaba haciendo, practicar el arte de la filosofía, que es precisamente la música más alta.
Sin embargo…
Dado que la ejecución de la condena se ha postergado, Sócrates ha decidido componer esa otra música popular —la poesía— en caso de que ese fuera el significado del sueño y así morir con la paz de haber cumplido sus deberes sagrados.
¿Es un dato anecdótico?
Aparentemente, porque en realidad impregna el resto del diálogo.
¿De qué manera?
En la narración de las últimas horas de Sócrates hay tanto de poesía como de filosofía. Sócrates elabora argumentos a favor de la inmortalidad del alma, responde a objeciones, hace una defensa de la filosofía y nos advierte de los peligros de la misología, o el odio a los razonamientos.
Por otro lado…
El diálogo está teñido de emoción, risas y llanto, intimidad, palabras de ánimo. La voz de Sócrates adquiere tonos poéticos cuando habla de espantar de sus amigos el temor a la muerte, como quien canta conjuros para apaciguar los miedos de los niños.
¿Cómo concluye la conversación?
Con Sócrates acudiendo al lenguaje poético del mito para ilustrar de un modo más gráfico lo que les espera a aquellos que han participado de la virtud y la sabiduría. Sócrates termina por reconocer las limitaciones de la filosofía para presentar una prueba satisfactoria de la inmortalidad del alma, y las limitaciones de la poesía para ilustrar con fidelidad aquello en lo que la inmortalidad consiste.
O sea, filosofía y poesía entrelazadas para correr el riesgo de creer en la inmortalidad del alma.
Sócrates dice que a pesar de las incertidumbres, vale la pena creer en ello, pues bello —o noble (καλός)— es aquel riesgo, y como la incertidumbre permanece siempre, hay que repetirse aquellas cosas en las que vale la pena creer como si fueran un encantamiento, que es precisamente lo que ha estado haciendo Sócrates durante todo el diálogo con sus amigos. Filosofía y poesía nuevamente se entrelazan y abren paso a las últimas palabras de Sócrates, que son una referencia y reverencia a lo divino.
Y además del homenaje a Sócrates y de los ciertos paralelismos entre filosofía y poesía que están latentes en el poemario y que usted ve con tanta claridad en el ‘Fedón’, ¿por qué pensó que ‘Bello es el riesgo’ sería un buen título?
Porque denota las dudas e inseguridades de quien se adentra en un oficio más grande que uno mismo, al tiempo que descubre la belleza que aguarda a quienes siguen en él profundizando. En el Fedón, y en el contexto más amplio de la frase, hay referencias a viajes que se hacen con incertidumbre, pero que aún así valen la pena. Vale la pena correr el riesgo. Y a Sócrates casi nunca le falta razón.