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Lo confieso, ha tardado meses en entender la naturaleza del Mathias Corvinus Collegium, la institución en la que trabajo en Budapest. Casi medio año después de mi contratación seguía observando con cierta perplejidad este objeto educativo no identificado para ponerle cara o, al menos, una etiqueta, y familiarizarme con él.

Fuente: MCC

¿Cómo clasificar un centro con más de cuatro mil alumnos, repartidos en veintidós sedes por toda Hungría e incluso más allá, que abarca desde la educación primaria hasta los doctorados? ¿Cómo definir una institución que acompaña a sus alumnos desde la infancia hasta la edad adulta, y que llega de mil maneras donde colegios y universidades dejaron de llegar hace lustros? ¿Cómo describir un centro que promueve abiertamente el patriotismo y que al mismo tiempo da cobijo a intelectuales progresistas norteamericanos que huyen de la asfixiante caza de brujas woke que ha desprestigiado irremediablemente las otrora mejores universidades del planeta?

Pues, bienvenidos al Mathias Corvinus Collegium, MCC para los amigos, mi casa intelectual, el lugar en el que aprendo tanto como enseño y al que, por fin, le he tomado la medida. Y como está muy de moda huir de las categorías y de los estereotipos, permítanme darles mi versión y luego pónganle el nombre o el género que mejor les parezca.

Renacimiento húngaro

MCC es, en primer lugar, un complemento educativo desde los trece a los veinticinco años. Los fines de semana organizan academias para los más jóvenes en varias ciudades de Hungría, donde apuntalan de manera práctica y lúdica lo que aprenden en el colegio de lunes a viernes. Poco a poco, van adquiriendo aptitudes, como la redacción escrita o expresión oral, y actitudes, como el trabajo de equipo y el afán de superación, que marcarán diferencias a la hora de la verdad adulta. Una apuesta de largo plazo arraigada en cada rincón del país e incluso más allá, ya que MCC también ha abierto centros en las regiones limítrofes donde viven comunidades magyares. Este despliegue territorial es clave en un país muy centralizado que todavía padece el protagonismo y el peso excesivo de Budapest.

Fuente: MCC

Si el programa escolar es el vivero, el programa universitario es la joya de la corona. Los cuatrocientos estudiantes que durante el día estudian en sus facultades respectivas, reciben una beca, alojamiento y, por las tardes, un sinfín de cursos, conferencias y debates con ponentes de primer nivel. La idea es clara: cultivarles más allá de sus angostos títulos universitarios y así evitar la “barbarie de la especialización”, que diría Ortega. En la era de los micronichos académicos (une desvertebración más de nuestras sociedades), se respira en MCC un aire renacentista: ingenieros y economistas siguiendo seminarios de historia del arte, juristas escuchando ponencias sobre políticas monetarias o geopolítica y arquitectos o financieros atendiendo el seminario en el que explico cuándo se torció la Unión Europea y cómo podemos preservarla. Se trata de enseñarles que el mundo consiste en algo más que los escasos metros cuadrados de su especialidad académica. Y recordarles que las nociones clásicas de lo bueno, lo verdadero y lo bello no son antiguallas condenadas por la dictadura de la tabula rasa sino los pilares de la civilización europea.

De paso, los alumnos también aprenden a conocerse, a “hacer piña” y a darse cuenta de que forman parte de un conjunto llamado Hungría que trasciende sus existencias individuales. Porque a MCC también se le ha metido entre ceja y ceja enseñar que este país milenario es mucho más que una superposición de individuos ahogados en el narcisismo de su género, de su raza o de su comunidad de vecinos. No, Hungría es una “asociación entre los muertos, los vivos y los que están por nacer” según la sublime fórmula de Burke, de la que derivan derechos y deberes, y en la que las oportunidades de las que gozan hoy estos jóvenes serán su compromiso de mañana. Se llama patriotismo y es la esencia misma de este proyecto educativo que llega a todos los rincones del país y que sólo conoce los méritos de los alumnos, no su extracción social.

Un refugio de libertad

Asimismo, MCC es un santuario académico y un lugar en el que se puede añadir a la muy manida “diversidad” el epíteto “intelectual”. Hay sitio para todos, incluido para el pensamiento conservador que es, y a mucha honra, la marca de la casa. Pero eso sí, sin ser un corsé de pensamiento único, como sucede en tantas universidades. Es un auténtico lujo dar clase sin morderse la lengua, fomentar el pensamiento crítico entre estudiantes de diferentes sensibilidades políticas y orígenes diversos. Incluidos estudiantes conservadores, sí, conservadores, porque también existen. Lo que en la inmensa mayoría de las aulas europeas es un oxímoron, es en MCC la más banal de las realidades. Estudiantes que debaten, escuchan y discrepan con respeto, sin escraches ni anatemas, y en la que los únicos límites de las disquisiciones académicas son la decencia, el rigor y la búsqueda de la verdad (aunque duela), no el culto de la victimización y la religión de los sentimientos.

Fuente: MCC

Porque, sobre todo, MCC es un espacio en la que la funesta cultura de la cancelación brilla por su ausencia, y en el que los naufragados del wokismo institucional (ya hegemónico en el mundo anglosajón) pueden venir a expresarse, a pensar, a lamer sus heridas y alertar sobre el totalitarismo soft que asola las élites académicas. Por eso vino Niall Ferguson a inaugurar el curso académico, denunciando el sectarismo que se ha apoderado de los campus estadounidenses. Por eso vino Peter Boghossian, pensador liberal y ateo militante en las antípodas del conservadurismo, que dimitió por desesperanza de la Universidad de Portland acosado por sus estudiantes y por su jerarquía. Un profesor que sufrió en primera persona el escarnio de las hordas wokes por desenmascarar la estafa intelectual de la ideología de género colando, con sus compadres Helen Rose y James Lindsay, hilarantes artículos falsos (¡de lectura obligatoria!) en las revistas más “prestigiosas”. Que un chico cómo él acabe en un sitio como MCC para curarse en salud habla mucho, y bien, del estatus de capital-refugio para intelectuales silenciados que está adquiriendo Budapest. Como también retrata la ceguera y el atronador silencio de los fariseos tan proclives a mirar con lupa las pajas de Europa central mientras hacen la vista gorda con las vigas kilométricas que desvirtuan sus propios países.

Entonces, ¿en qué quedamos?

¿Es MCC una universidad, un think tank, un colegio mayor, un instituto de investigación? Quizás sea mucho más que esto, porque es un poco de cada uno. Quizás sea, sobre todo, una iniciativa para potenciar el talento de una generación en beneficio de todo un país, o quizás tengáis que pasaros por la sede Tas Vezer útca o seguir en las redes el frenesí de actividades que MCC organiza a diario para haceros vuestra propia idea.

Yo tengo la mía: en mi humilde parecer, MCC es libertad académica porque nadie tiene que pedir perdón por expresar sus ideas, ni siquiera los profesores, que ya es decir en los tiempos que corren. MCC es contracultura porque propone una alternativa a la hegemonía actual con rigor, meritocracia y decencia. MCC es una vacuna contra el fatalismo que asume la decadencia educativa que asola el viejo continente porque demuestra, día a día, alumno por alumno, que otro modelo educativo es posible. Y finalmente, después de tanto observar este ovni educativo, y sin pretender entenderlo del todo, he decidido que MCC es sobre todo mi casa, mi casa en una tierra de oportunidades llamada Hungría. “Hazám, hazám”, como cantarían los húngaros.

 

Rodrigo Ballester, antiguo funcionario europeo, Master en Derecho Europeo por el Colegio de Europa de Brujas, dirige desde 2021 el Centro de Estudios Europeos del Mathias Corvinus Collegium.