Miklós Lukács de Péreny (Lima, 1975) es un académico y escritor peruano especializado en gestión y políticas de ciencia, tecnología e innovación. Apasionado por la investigación científica pero empeñado, aún más, en la búsqueda de la verdad, Lukács lleva décadas denunciando desde su prestigio académico los peligros de la irrestricta fe en el progreso. Ávido denunciante de la amenaza que suponen las nuevas tecnologías «en malas manos», Lukács se muestra esperanzado en todo lo que ellas pueden ofrecer al ser humano.
¿Es la tecnología la mayor amenaza del hombre?
Es posible afirmar que sí. Mira por ejemplo el poder destructivo que puede generar la energía nuclear mal utilizada. O mira las armas biológicas. Son una expresión de cómo la tecnología puede ser utilizada para destruir al ser humano.
Pero así como planteamos una visión pesimista, la tecnología también se erige como la mayor oportunidad del hombre. Es la extensión del ser humano que quiere cambiar el mundo que le rodea. Así que creo que deberíamos tener una visión equilibrada sobre esta herramienta, moralmente neutra, que depende de la bondad o maldad de las manos que la utilicen.
Pongamos que está en malas manos… ¿Qué tres problemas concretos puede generar?
Creo que este problema lo ejemplifica bien el avance de las tecnologías convergentes, como la inteligencia artificial, la biotecnología, la nanotecnología robótica, etc.
Sin embargo, considero que hay tres tecnologías especialmente peligrosas en malas manos. En primer lugar, la inteligencia artificial, que plantea la amenaza de tercerizar la toma de decisiones a unas máquinas. Esto supondría el fin de la autonomía del ser humano. La segunda es la biotecnología y sus derivados como la edición genética. Se pretende tercerizar algo tan natural como el proceso reproductivo del ser humano y esto es una amenaza a nuestra propia humanidad. Pasaríamos de reproducirnos para preservar la especie a ser reproducidos por unas máquinas. Y por último hablaría de la técnica, que es todo aquello que la tecnología permea en la vida del hombre en nombre de la eficiencia. Y esto podría instrumentalizar al ser humano.
El avance de la tecnología se favorece en nombre del «progreso». ¿Puede haber un verdadero progreso desarraigado del ser humano?
El progresismo es la ideología política que recurre a la ciencia y la tecnología como principales instrumentos de reforma. Y todo lo que se plantea a través de estas herramientas es rápidamente tildado de «progresista». Hoy vivimos en un escenario donde la tecnología juega un rol fundamental en esa narrativa progresista.
Ahora bien. Si hay un progreso en nombre del cual se le pide al ser humano dejar de ser humano, la posibilidad de progresar desaparece. Un progreso sin tener en cuenta al hombre es un progreso deshumanizado. Por eso cuando el uso de las tecnologías y la ciencia se orienta en favor del ser humano, eso repercute para bien en nuestras vidas, materialmente, pero también espiritual y moralmente.
Si bien orientado favorece nuestro espíritu… ¿El progreso mal orientado puede acabar con nuestra alma?
Efectivamente. La transformación tecnológica busca también una transformación moral. El problema es que el ser humano sigue siendo el mismo que ha sido siempre y esto es un impedimento para el avance tecnológico es el mismo. Por eso el hombre, que se pone en medio de su camino, también quiere ser cambiado, quieren redefinir su significado.
Con la agenda trans, por ejemplo, vemos cómo el hombre se aleja de su dualismo sexual, ya no hay sólo hombre por mujer, sino una amplia variedad que trata de redefinir la propia dimensión natural del hombre, a nivel genético, anatómico, biológico, fisiológico e incluso psicológico.
En este sentido, podemos decir que la búsqueda del progreso irrestricto de la tecnología sobre el hombre constituye la vértebra filosofía del progresismo.
Usted viene del mundo de la Academia. ¿No es sorprendente que un mundo tan hermético y a veces estricto se haya lanzado a abrazar la innovación tecnológica sin límites y en muchas ocasiones sin rigor?
Después de quince años de experiencia académica, puedo decir con absoluta certeza y convencimiento que la Academia se ha politizado. Ya no busca la verdad sino que trata de consolidar una narrativa política que se reviste de ciencia y apela a la autoridad de ciertas universidades y académicos cuya palabra no puede ser desafiada.
Es fácil comprobar que detrás de estos círculos académicos hay una fuerte financiación de fundaciones filantrópicas, de Estados, de lobbies privados, etc. Su dinero está condicionando los resultados científicos, las nuevas teorías de la ciencia social y el revisionismo histórico. Todo ello, desde la máscara de la autoridad de un prestigioso académico cuya palabra debe ser sacrosanta.
El problema es que los paradigmas deben ser desafiados y contrastados bajo la lupa de la ciencia, de la comprobación empírica, de lo factual. Y hoy, sin embargo, priman los sentimientos. Por eso la ciencia de la mujer ha sido politizada por el feminismo y sus sentimientos; incluso las ciencias ambientales han sido politizadas por el ecologismo. Por eso no me sorprende el estado actual de las universidades. Si desprestigio se debe a haber abandonado la búsqueda de la verdad para someterse a la política. La política de los intereses de sus benefactores.
Hablemos de «Neo entes». Usted habla sobre la cuestión de la perfección. ¿Cuál es el principal conflicto entre la imperfección humana y la supuesta perfección tecnológica?
El principal conflicto es que el ser humano es inherentemente imperfecto, por un lado, y que la tecnología representa, por el otro, una dimensión de la perfección, pero no su totalidad. Un robot podría ser más fuerte que un ser humano, pero jamás tendrá la magia de la naturaleza del cuerpo humano, el milagro de generar tejidos, de reproducirnos, nunca tendrá esa sensibilidad, nuestra inteligencia compleja, nuestra capacidad de sentir emociones… Son elementos que la tecnología jamás podrá arrebatar al hombre.
Por eso, cuando hablamos de la perfección debemos entenderla desde la limitada perspectiva del ser humano. La perfección que se nos vende hoy en día está orientada a la eficiencia y la productividad, pero no orientada a cosas más humanas como la solidaridad, la compasión, el amor. Eso también forma parte de la limitada perfección del hombre.
Llama la atención que en un libro aparentemente de carácter científico, las primeras páginas estén dedicadas a consideraciones filosóficas e históricas. ¿Por qué es importante encuadrar este fenómeno en el tiempo y el espacio?
Bueno, he intentado abordar desde una perspectiva multidisciplinar la amenaza tecnológica sobre la naturaleza y sobre el ser humano. Y para entender bien qué efectos tienen las tecnologías sobre el hombre he querido comenzar con la pregunta del hombre. Es una pregunta fundamental a la luz de los cuestionamientos que existen sobre este concepto. Por ejemplo, en un documental muy reciente se ve cómo muchos jóvenes son incapaces de definir qué es una mujer. Por eso he recurrido a la filosofía: porque nadie entiende mejor quién es un ser humano que el propio ser humano, con su dimensión trascendental de la que carecen las máquinas.
Uno de los puntos, de gran interés, es el paso de la religión teocéntrica (las religiones monoteístas clásicas) a la religión antropocéntrica (con la ciencia y el progreso como nuevos dogmas). Háblenos de esta «religiosidad» de la ciencia…
Este fenómeno en realidad no es nuevo. Creo que su punto de partida se expresa con una mayor magnitud en el siglo de la Ilustración, en el cual el ser humano pasa a ser el centro del universo. El hombre pasa a ser el centro de estudio, el punto de orientación de los ilustrados. Pero este no es un humanismo como el de los siglos XIII y XIV en Europa. Es un humanismo secular, que no orienta al ser humano a través de categorías cualitativas como los sentimientos, la compasión, la solidaridad, las virtudes… sino que se orienta principalmente a criterios de conocimiento, inteligencia y eficiencia. Es una pseudoemancipación del potencial humano para tomar el control de su propio destino. Creo que hay un autor que es muy importante, posterior al siglo de la Ilustración: Auguste Comte. Es el padre del positivismo, que pretendía recoger evidencia empírica y validar esa evidencia empírica a través de la observación directa (los sentidos o los instrumentos tecnológicos). A partir del pensamiento de Comte surge la sociología, que pretende convertir al estudio o reducir a ciencia las relaciones humanas y sus organizaciones.
El problema es que Comte rechaza cualquier dimensión trascendental del ser humano, lo cual es ya una refutación de su propia tesis positivista. Empíricamente se puede demostrar que el ser humano es un ser que cree, que siempre ha creído y que siempre va a creer en Dios o en los o dioses o al menos en el espíritu. Negando esto, con Comte llegamos a la idea del cientificismo: se reemplaza la figura de Dios por la figura de la ciencia, que deja de ser un instrumento para la búsqueda de la verdad y se convierte en un objeto de adoración en sí mismo.
Es ahí donde empezamos con los problemas. La ciencia puede responder verdades científicas pero hay preguntas que son fundacionales para todo ser humano. Son interrogantes que todo ser humano se ha hecho a lo largo de su vida. Y esto también puede ser probado empíricamente. El propósito de nuestra vida es una pregunta que todo ser humano se ha planteado y eso la ciencia y la tecnología no lo puede responder. El británico Roger Scruton dijo que la ciencia no puede darte todas las respuestas porque la ciencia no plantea todas las preguntas.
Usted ahonda en la idea de «súper bienestar» como antesala, entre otras, del superhombre: ¿Estamos cerca del delirio de Nietzsche?
La idea de «súper bienestar» la desarrolla un filósofo transhumanista británico, David Pearce. Es uno de los principales proponentes del transhumanismo, es decir, del cambio antropológico a través de aplicaciones tecnológicas. Pearce encuentra y complementa la idea de súper longevidad y súper inteligencia, dos de los principales postulados del transhumanismo, con la idea de súper bienestar. Según explicaba, de nada sirve ser súper longevo y súper inteligente si la calidad de vida de este ser potencialmente inmortal e intelectualmente superior no es buena. Pearce presenta un enfoque utilitarista hedonista. Esto quiere decir que la vida que valga la pena ser vivida necesita estar orientada a la satisfacción material y a la satisfacción de placeres.
Esto explica por qué hoy vemos, sobre todo entre los más jóvenes, una constante búsqueda de la autogratificación, del consumo desmesurado, del sexo descontrolado. Es decir, la idea de que a través de lo material vamos a satisfacer todas nuestras necesidades existenciales. Pero aquí el positivismo, el utilitarismo y el hedonismo chocan con una realidad empírica que es irrefutable: el ser humano y sus necesidades van mucho más allá de meras satisfacciones materiales. Por lo tanto, creo que eso habría que tomarlo en consideración.
Con respecto de si estamos cerca del delirio de Nietzsche, creo que no, no estamos cerca. Pero eso no es lo más importante, porque la idea del übermensch, del superhombre, es potencialmente realizable. Hoy día es posible lograr un übermensch que ya no es mensch. Un ser humano que no siente, un ser humano que no cree, un ser humano que es mitad máquina y mitad cuerpo biológico ya no es un ser humano, es otro ente, es un neo ente. Y a esto apunta el libro.
De alguna u otra manera, esta deshumanización queda clara con la creación de los diferentes géneros. Es que yo puedo definir al ser humano de múltiples maneras. Las agendas trans, la agenda LGTB y todas sus categorías de género, son de alguna u otra manera pre o proto transhumanismo. Otra trampa es la inteligencia artificial. Cuando se utiliza este concepto, se está tratando de humanizar la tecnología. Pero no es así, porque la inteligencia del ser humano es un conjunto de inteligencias, no sólo su capacidad de procesar datos e información de manera muy rápida y en cantidades abundantes. También hay inteligencia musical o inteligencia emocional, por ejemplo.
Para terminar, algunos pueden criticar ciertos «sesgos» en el libro… ¡De hecho, la primera cita es de la Biblia! ¿Es compatible ser un científico riguroso y un cristiano coherente?
Quienes intentan descalificar un trabajo tan complejo, amplio y multidisciplinar porque cite a la Biblia carecen del interés y la voluntad genuinos para discutir los argumentos del libro. Cosa que no me sorprende, en cualquier caso.
La historia de la ciencia y de la fe son compatibles. De hecho, el desarrollo científico del ser humano se debe en gran medida a múltiples pensadores cristianos. Y también musulmanes y judíos. Religión y razón no se mezclan pero sí se retroalimentan, como decía Santo Tomás de Aquino. El interés de los que critican esto es desacreditar políticamente el trabajo y no buscar la verdad.