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En los Estados Unidos, la reacción a la ofensiva woke en sus versiones climática, sexual, racial o vírica se vertebra alrededor de unas instituciones cada día más organizadas. Entre ellas está National Conservatism, el proyecto de la Fundación Edmund Burke con aire de movimiento que reúne a figuras públicas, políticos, periodistas, académicos y estudiantes convencidos de que el pasado y el futuro del conservadurismo están indisolublemente ligados a la idea de nación y al renacimiento de aquellas tradiciones con fuerza suficiente para congregar a los integrantes de una comunidad.

La actividad principal de National Conservatism es Natcom, una conferencia a la que acuden conservadores nacionales de todo el país. Este año se celebró en Miami la tercera edición (tras las de Washington y Orlando), apenas seis semanas antes de las recientes elecciones legislativas de medio mandato. La cercanía de los comicios sirvió para que asistieran J.D. Vance, Rick Scott, Marco Rubio, Josh Hawley o Ron DeSantis, entre otro centenar de oradores repartidos en sesiones sobre temas que van desde la amenaza trans hasta la relación entre el catolicismo y el nacionalismo.

Los que desdeñan cualquier signo de vida social, cultural o política surgido a su derecha —a su derecha cabe todo— se explican el conservadurismo nacional como el nombre comercial de una suerte de mejunje trumpista de nacionalismo, aislacionismo, conservadurismo social y hostilidad hacia la inmigración, ajenos al hecho de que son ellos mismos quienes encarnan la degeneración natural del progresismo, que ha pasado del reformismo al relativismo más absoluto del movimiento woke (todo es relativo excepto que todo es relativo).

Antes, cuando la izquierda occidental era reformista y no aspiraba a la reversión inmediata del orden natural, los conservadores desempeñaban un rol de amortiguadores, estabilizadores del cambio. Ahora, cuando la reforma ya es un estandarte despreciado por la izquierda y heredado por la derecha sociológica y sistémica de las naciones OCDE, el instinto conservador de moderación es inútil y, como se observa cada día en medio mundo, contraproducente.

La sensación de permanecer bajo asedio de fuerzas revolucionarias se ha implantado con especial profundidad en la esfera cultural y académica estadounidense, donde los conservadores nacionales creen que de imponerse —todavía más— el movimiento woke, la civilización occidental tendrá sus horas contadas, si no es ya demasiado tarde. Llegado el caso, desaparecerá todo sentido de los límites divinos, naturales y morales para ser reemplazado por una nueva forma de vida en sociedad que alterará los patrones tradicionales de relaciones humanas y, con ellas, la propia naturaleza, según pretenden sus promotores.

Estado fuerte y principios eternos

Ante esta controversia, los conservadores nacionales, catalizados por iniciativas como National Conservatism, alegan que durante las últimas décadas el conservadurismo ha subestimado la gravedad de la expansión woke, más atentos a la libertad que a la virtud, más demandantes de un estado pequeño que de uno fuerte, capaz de defenderse de sus propias criaturas y de mantener la vigencia de las tradiciones nacionales frente a la revolución cultural, los intereses económicos nacionales frente al globalismo y la soberanía nacional frente a las instituciones supranacionales y la burocracia.

En el ejercicio de la política y, en concreto, en la actividad gubernamental, el conservadurismo nacional se ha liberado del libre mercado como fin, y lo ha sustituido por la promoción del servicio de la política económica al interés nacional, sin pudor en recurrir al proteccionismo, la limitación de las multinacionales y los fondos de inversión o el apoyo abierto a la fabricación nacional. De igual interés patrio considera el refuerzo de las instituciones tradicionales como la familia nuclear.

National Conservatism canaliza e impulsa las reivindicaciones de un número cada vez mayor de los habitantes de Occidente a través del pensamiento y la acción políticos y económicos. Gente corriente que, inerme cuando recurrió a los argumentos del estado de bienestar para defenderse del relativismo woke, confía hoy en otros métodos para conservar unos principios eternos —nada de valores— que el paso de lo siglos ha demostrado benéficos para el hombre.