La Legión cumple 100 años y no se puede hacer un recorrido por su siglo de historia sin hablar de su fundador, José Millán-Astray. Eso hemos hecho con Niko Roa, profundo conocedor de su figura y su obra, pues es autor de una biografía sobre Millán-Astray y fue cabo caballero legionario en 2º Tercio Duque de Alba. ¡A él la Legión!
¿Millán-Astray hijo de la guerra?
Millán-Astray nace en 1879 y con dieciséis años -o sea, un crío- ya es segundo teniente, lo que ahora llamaríamos alférez. En 1895, España está inmersa en las luchas coloniales en el pequeño Imperio, es decir, Antillas y Filipinas. Pide ir voluntario a Filipinas y le toca mandar en suboficiales mayores que él y curtidos en el combate.
¿Le toman en serio?
No flaquea, impone su autoridad y se significa en primera línea de fuego. Ya se bosqueja su cuajo y su carácter. ¿Hijo de la guerra? Un militar en estado puro, eso es desde el principio.
La pérdida del Imperio no supone un menoscabo de su vocación.
Cuando las posesiones de ultramar se pierden y Millán-Astray regresa a la península, le destinan a trabajos de guarnición: maniobras, oficinas, despachos… Poco atractivo para un hombre de acción como él, amante de la aventura y el peligro. Cuando España se ve impelida a asumir el protectorado en amplias zonas de Marruecos, Millán-Astray acude voluntario.
Poca poltrona en Marruecos.
Él quiere estar donde esté el fuego. Y el fuego estaba en Marruecos, con una España en guerra con los caudillos locales. Queda enamorado de África, que ya será para siempre su pasión, y también del carácter de los moros, de los rifeños, hombres adustos, tenaces, guerreros. Con ellos luchará y contra ellos luchará.
No todos los españoles de la época sintieron la llamada de África, mucho menos la de la guerra.
La de Marruecos fue una guerra impopular. Los hijos de los ricos, si pagaban un estipendio, podían no ir o elegir un destino cómodo, como chófer de un oficial o escribiente en una oficina de Tetuán.
Y los que no tenían para pagar ese estipendio, ¿qué?
Esos iban al frente, y si no morían del certero tiro de un rifeño, morían de disentería, de gangrena, de cualquier otra enfermedad, o quedaban mutilados.
Y en esto llegó Millán-Astray.
Que funda la Legión para sustraer a los mozos de familias poco acomodadas de ir a una guerra difícil de explicar.
Su idea primera es reclutar a voluntarios extranjeros.
Hablamos de 1920. La I Guerra Mundial ha terminado hace dos años, y tras cuatro en las trincheras, muchos hombres andan errabundos por el mundo, sin saber hacer otra cosa más que ser soldados.
El proyecto no era del todo nuevo: ahí estaba la Legión Extranjera.
Que Millán-Astray había estudiado a fondo, sin aplicarlo tal cual en España, pues tiene en cuenta las idiosincrasias y peculiaridades de aquí, además del acervo militar español.
La operación es un éxito.
Establece banderines de enganche en los consulados españoles y llegan hombres de toda Europa, y también de allende los mares: Argentina, Cuba… incluso un negro del puerto de Nueva York.
Y españoles también.
Para sorpresa del fundador, más del 60 por ciento son españoles, 400 de ellos, catalanes.
¿Qué dijo Millán-Astray cuando tuvo noticia?
“Que vengan”.
Y fueron.
Los había románticos y aventureros, pero también desechos de tienta y gentes desarraigadas.
No por eso Millán-Astray les dio con la puerta en las narices.
Todo lo contrario. Su padre había sido alcaide de una prisión y desde niño él vio que era posible rehabilitar a los presos. No pocos aspirantes eran patibularios y hampones. ¿Qué les ofrece Millán-Astray? Una vida de disciplina, de combate, de sufrimiento, pero también la oportunidad de ser tratados como caballeros. Como caballeros legionarios. Cómo no iban a adorarle.
¿Le adoraban, sí?
Como si fuera un caudillo romano, estilo César. En él veían a su mejor jefe, exigente con ellos pero no tanto como consigo mismo, alguien que no dudaría en castigarles con dureza, de obrar mal, pero también en mostrar reconocimiento y premiarles, si lo merecían. Entre sus legionarios no hacía distingos. Igual que Franco.
Porque no se puede hablar de Millán-Astray sin hablar de Franco.
El otro día, en la Hermandad de la Legión, aquí en Madrid, un general nos contaba que había coincidido con la ministra de Defensa en la base Alfonso XIII de Almería, en un acto de homenaje a la Legión, en el que les proyectó un vídeo. “¿Podéis creeros?”, nos decía, “¿que no se citó una sola vez a Franco, mucho menos se mostró una foto, un plano?”.
Como si Franco no hubiera tenido nada que ver con la Legión.
Millán-Astray y él se conocen de comandantes, durante un curso de tiro en Valdemoro. A pesar de la diferencia de edad -Franco era doce años más joven- congeniaron enseguida. Millán-Astray le confiesa su propósito de fundar la Legión y quiere contar con él, por ser el mejor oficial del Ejército.
Y Franco, hombre poco dado a las ensoñaciones, le dice que sí.
Porque el proyecto le cautiva.
Uno y otro cumplieron su palabra: el 20 de septiembre de 1920 se funda, por decreto, la Legión. ¿Cómo fue el reparto de tareas?
Mientras Millán-Astray está en Madrid, haciendo tarea burocrática, recabando dinero, animando a la recluta, Franco recibe en Ceuta a los que llegan, que instruye y organiza. Será el tercer jefe del nuevo cuerpo, después de Millán- Astray y de Valenzuela. La Legión es Franco y Franco es la Legión.
¿Franco legionario hasta el final?
Contaba Vicente Gil, su médico, que cuando la flebitis del verano de 1974, para recuperarse, Franco recorría el pasillo del hospital, en pijama y bata, cantando el himno de la Legión. Legionario hasta el final, sí.
No vayamos tan adelante en el tiempo. Primero, la Guerra Civil. ¿Qué papel jugó Millán-Astray?
Con la llegada del Frente Popular, se exilió en Argentina. Decide regresar el 17 de julio de 1936, cuando se entera por la prensa de que el Ejército de África se ha sublevado. “Donde esté Franco”, se dice, “es el sitio correcto”.
Franco le recibe cordial y efusivo en Salamanca.
Pero para su sorpresa no le da el mando militar de nada.
¡Si era general!
Franco piensa que el esfuerzo de guerra requiere de una juventud y un empuje que Millán-Astray ya no tiene. Aprovecha, eso sí, sus dotes propagandísticas.
Que las tenía.
Era un profundo conocedor de la importancia de los medios de comunicación, el cuarto poder. Como jefe de la Legión, permitía que reporteros y fotógrafos acompañasen a sus hombres en acciones de guerra, lo que ahora llamaríamos periodistas empotrados.
Eso en Marruecos. ¿Y en la Guerra Civil?
Habla por la radio, eleva la moral de las tropas y de la retaguardia, visita el frente y los hospitales, crea el cuerpo de mutilados…
Se convierte en un icono, vaya.
No solo. Para mí, su contribución de guerra más importante es la exaltación de Franco a la jefatura de Estado. Cuando después de liberar el Alcázar de Toledo, Franco se asoma a un balcón a saludar a la muchedumbre que le vitorea en Cáceres, Millán Astray toma la palabra y se dirige a él como jefe del Estado, como caudillo.
Francisco Franco, caudillo de España… ¿por aclamación popular?
De alguna manera. Luego son los generales que conducen la guerra -Mola, Saliquet, etcétera…- los que refrendan el nombramiento mancomunadamente. Pero es Millán Astray el primero que sabe interpretar el entusiasmo del pueblo. Son sus cinco minutos de gloria durante la guerra.
Eclipsados por su encontronazo con Unamuno en Salamanca.
En Salamanca no pasó prácticamente nada. Como mucho, una discusión acalorada entre un soldado y un intelectual. Ni Unamuno ni Millán-Astray le dieron mayor importancia al asunto. Luis Portillo sí.
¿Luis Portillo?
Joven profesor de Salamanca que, años después, en 1941, durante su exilio de Londres, reconstruyó el incidente de oído, pues no había sido testigo. ¿Qué sucede? Que en 1961 Hugh Thomas lo incorpora a su obra sobre la Guerra Civil, sin preocuparse por contrastar el dato. Y así es como toda esa literatura inventada se convirtió en versión oficial.
Amenábar en su película no le pone un solo pero.
Lo que Amenábar pretende es reivindicar para la izquierda a Unamuno. Pero, claro, Unamuno era de derechas. ¿Qué hacer? Enfrentarlo a un militar vitriólico, que no atiende a razones, al que a punto está de estallarle la carótida y que solo acierta a vociferar: ¡viva la muerte!, ¡viva la muerte!, ¡viva la muerte!
O sea, la caricatura de Millán-Astray.
No era el espadón periclitado que nos presentan. Era un hombre con muchos matices, al que gustaba alternar con artistas e intelectuales. Alguien muy de su tiempo, a pesar de su aspecto como de otro siglo. Profundamente religioso (con algún devaneo amoroso, eso sí) y tremendamente popular. Allá donde iba, aquí o en América, le ovacionaban. ¡Ah! Y con una honda preocupación social. Barrios como el de Las Latas, por ejemplo, deberían llevar su nombre.
Pues le han quitado una calle en Madrid y una estatua en La Coruña.
A tenor de la funesta Ley de la Memoria Histórica.
Queda, sin embargo, su obra: la Legión española. ¿Se reconocería Millán Astray hoy en ella?
Y con orgullo. Porque la Legión no ha cambiado. En todo caso, se ha perfeccionado. Sigue siendo la unidad más bizarra y la más querida por el pueblo. Por su centenario, merecería una laureada colectiva.
Ficha:
Millán Astray. La leyenda de un soldado español
Niko Roa
Ediciones Esparta. 2018
161 páginas
El joven Franco
Niko Roa
Bibliotheca Homo Legens. 2019
261 páginas