Jorge Martín Frías (Alcalá de Henares, 1980) dirige la Fundación Disenso. Filósofo de formación –nos dice que aún le queda la inquietud del joven estudiante–, ha trabajado en numerosos think tanks del mundo liberal conservador. Empeñado en dar la batalla cultural, explica a Centinela que la defensa de nuestras ideas comienza en la familia, en el ámbito del hogar, donde se palpa «la belleza de lo cotidiano». Bajo la atenta mirada de Maura trabaja defendiendo la virtud de las cosas pequeñas. En ellas, dice, estará nuestra victoria.
Profesionalmente, siempre ha tenido un pie en el mundo político. Pero usted es filósofo de formación. ¿Qué le queda de aquel estudiante de la Complutense?
Licenciado en filosofía. Filósofo son palabras mayores. Hay algo que permanece entre aquel estudiante y la persona de hoy, la inquietud por el saber y lo desconocido. Especialmente, los vericuetos del alma humana y su condición. Eso en el ámbito más íntimo, en el ‘no laboral’, por decirlo de algún modo.
Pero en el trabajo está muy presente también. Si algo ofrece el estudio de la filosofía, entre muchas cosas, es la constancia del preguntar y, por tanto, de detectar con mayor rapidez los problemas y —no siempre— las soluciones.
En resumen, ¿qué queda de aquel estudiante? Todo y nada, otro.
Siempre ha trabajado en el ámbito de las ideas. Primero en FAES, después en Floridablanca, ahora en Disenso… ¿Nunca ha tenido la tentación de entrar en el campo de la política activa?
La verdad que no, aunque tampoco he recibido una oferta en ese sentido. Siempre me he encontrado más cómodo en el campo de las ideas, que también tiene sus dificultades, pero en el que estás a salvo, en cualquier caso, de las contradicciones y la esclavitud de la coyuntura que exige la política.
Gistau dijo que la política se parece a la profesionalización de la utopía…
Bueno, la política es un arte injustamente denostado, no valorada. Requiere de un conocimiento técnico y de la condición humana como ninguna otra disciplina, aunque no está eximida de cierto grado de psicopatía. Y así debe serlo, pues toda decisión deja beneficiados y malheridos. La cuestión es el grado en el que un político se convierte en un peligro para la comunidad, como es el caso del señor que reside en la Moncloa.
Disenso, si no me equivoco, nació tras un viaje a Washington. Usted no para de viajar por toda la Iberosfera. ¿Qué ha aprendido de sus numerosas salidas por el continente americano?
Que no hay nada como el hogar, lo familiar, la belleza de lo cotidiano.
Pero he aprendido mucho de los viajes. Lo primero, aquello de que uno no conoce España hasta que viaja al continente americano. Que Iberoamérica está llena de oportunidades y que el español, al otro lado, se habla mucho mejor que aquí. Es cierto que la región atraviesa momentos muy difíciles, pero el futuro va a pasar por ahí, porque es, a día de hoy, el refugio de Occidente, a pesar de la izquierda radical que quiere romper el anclaje con la Hispanidad para desmembrarse de Occidente con la retórica roussoniana del buen salvaje.
Los gobiernos auspiciados por organizaciones criminales como el Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla pasarán, y no por inercia, sino porque, por fin, hay una reacción coordinada y organizada dispuesta a desenmascararlos y a ofrecer una alternativa que ponga a la región en su sitio. Una región formada por naciones fuertes y soberanas que, unidas con España, pueden competir con Europa.
¿Se considera usted un guerrillero cultural?
Mi carácter me lo impide. Un guerrillero cultural apela a un individuo, que hace su guerra pero que corre el riesgo de hacer la guerra a todo y por todo, olvidándose de los matices, del largo plazo, de la fortaleza del silencio y de la importancia de la ejecución del momento.
Pero no tengo nada contra ellos. De hecho, son necesarios y hemos de agradecerles sus aciertos. Por eso no comparto la soberbia de algunos hacia los guerrilleros culturales.
Ser conservador consiste en preferir lo familiar a lo desconocido, sí. Pero también lo real a lo posible. Siguiendo a nuestro admirado Oakeshott, parece que debemos empezar librando la batalla en nuestra propia trinchera. ¿Debe empezar nuestro conservadurismo en el hogar?
En la familia, en la transmisión de lo que amamos y perdura y que, por ello mismo, está cargado de futuro. No hay nada más estúpido, en mi opinión, que considerar al conservador como un inmovilista, cuando es precisamente el que mantiene vivo el mundo. El mundo desaparecerá cuando los conservadores desfallezcan, porque entonces no habrá nadie que se atreva a decir no a la deriva progresista que conduce a la aniquilación de la trascendencia y, por tanto, de lo que somos. 1984 y Un mundo feliz están cada vez más cerca de hacerse realidad.
Otro amigo me decía que dar la batalla consiste en llevar a los niños a la concertada, conducir un coche que contamine, ser cofrade en tu pueblo y decir “Feliz Navidad” en lugar de felices fiestas. ¿Cómo libra usted su particular batalla?
Mi batalla particular es de corte hamletiano, en cierto modo. Todo el mundo recuerda el ser o no ser, pero hay una parte que siempre me ha marcado. Es el diálogo de Hamlet con un capitán noruego. Se dirigen a Polonia, a la guerra, a batallar por un insignificante territorio por el que ambos, polacos y noruegos (encabezados por Fortimbrás, el sobrino del Rey de Noruega) están dispuestos a morir. Después de la conversación de Hamlet con el capitán, este se retira y hace un soliloquio —estupenda la versión cinematográfica de Kenneth Branagh— en el que Hamlet dice: «El ser grande no consiste, por cierto, en obrar sólo cuando ocurre un gran motivo; sino en saber hallar una razón plausible de contienda, aunque sea pequeña la causa; cuando se trata de adquirir honor». Es decir, ‘mi’ batalla es la de las convicciones, la de las ideas en las que estamos, las creencias, sean pequeñas o grandes, porque en la perdida de lo que puede ser percibido como una ‘menudencia’ puede estar el principio del fin de la grandeza que nos mueve.
Usted es también experto en comunicación. ¿Qué queda del parlamentarismo elevado y culto de Maura, Castelar o Canalejas? ¿Tienen hoy algún digno sucesor?
El diario de sesiones. Pero no sería realista buscar un sucesor; quedan tan lejos, a pesar de que un siglo no es nada en términos históricos… Lo que debemos hacer es rescatarlos y tenerlos más presentes como referentes. En Disenso tenemos un cuadro de don Antonio Maura dirigiéndose a las masas en las Ventas. Una maravilla.
No hay sucesores, pero sí ha habido buenos parlamentarios. Rodrigo Rato y Mariano Rajoy han sido unos excelentes parlamentarios. Hoy, también lo es Santiago Abascal, sobre todo en las réplicas.
¿Qué consejo —como experto en comunicación y apasionado por Iberoamérica— le daría al Papa Francisco?
Que comunique a través del misterio y del silencio.
Recomiéndenos, por favor, un libro, una película y una canción.
La vida es sueño, de Calderón de la Barca.
Una película, Un hombre para la eternidad.
Una “canción”, el último movimiento de la segunda sinfonía de Jean Sibelius
Y una última: ¿Vio el discurso del Rey?
Sí, y me pareció un buen discurso, a la altura de la cabeza de la Nación.