Famoso por sus sátiras implacables, enfant terrible de la derecha estadounidense, P.J. O’Rourke ha muerto a los 74 años en New Hampshire. Tras su muerte, todos coinciden en una cosa: era un tipo divertido. Durante su larga trayectoria en cabeceras como National Lampoon o Rolling Stone, hizo reír a muchos y cabreó a otros tantos con un humor muy difícil de imitar, tan salvaje en las formas como noble en el fondo.
Toledano -pero de Toledo, Ohio-, O’Rourke era hijo de un vendedor de coches y una ama de casa. Estudió en la Universidad de Miami y se graduó en lengua inglesa en la Johns Hopkins de Maryland. Acababan los 60 y el joven estudiante no era ajeno a las modas, tampoco a las intelectuales. “Tuve una temprana y confusa fase hippie”, dijo, “con la cabeza llena de ideas borrosas y semi-marxistas, todas de segunda mano”. Durante unas vacaciones, quiso darle un disgusto a su madre, eterna republicana, al anunciarle que se había hecho comunista. “Bueno”, respondió ella, algo aliviada, “al menos no te has hecho demócrata”.
Por suerte, la fase duró poco. A comienzos de la década siguiente, ya transformado en un conservador-libertario, empezó a publicar artículos en varias revistas de alcance modesto, hasta que se instaló en Manhattan decidido a convertirse en poeta, en novelista, o, como último recurso, en articulista de prensa. Sería lo último. En 1972 se incorporó a National Lampoon, una revista fundada pocos años antes por unos universitarios. Eran tiempos poco risueños -de la Guerra de Vietnam a los asesinatos de Bobby Kennedy y Luther King-, pero la publicación había hecho bandera de un humor tan absurdo como afilado, independiente de cualquier línea ideológica, centrado en la crítica de las tendencias sociales. Su estilo rompedor hizo que alcanzara pronto el éxito, llegando a vender más de un millón de ejemplares. Fue especialmente famosa la portada en la que una mano apuntaba con una pistola a un cachorro. El titular: “Si no compras esta revista, mataremos a este perro”.
O’Rourke llegó a dirigir National Lampoon entre 1978 y 1980, cuando el impacto de la cabecera había saltado de los quioscos a otros formatos, incluyendo una exitosa serie de películas. Nuestro hombre, con todo, siempre se sintió algo raro en la redacción. “Tenía un traje”, explicó, “y era el único que confesaba haber votado a Gerald Ford”.
¿Desde cuándo son graciosos los conservadores?
Tras abandonar National Lampoon, O’Rourke pasó a escribir como freelance en varias revistas -Playboy, Vanity Fair, Car&Driver…-, hasta que se asentó en otra cabecera icónica de aquellos años: Rolling Stone. Allí asumió la sección de Internacional, formando dupla con otra firma legendaria, Hunter S. Thompson, creador del polémico periodismo gonzo, que se encargaba de Nacional. “¿Por qué demonios contrataría Rolling Stone a un republicano como jefe de Internacional?”, se pregunta una necrológica publicada estos días en la propia revista. “¿Y desde cuándo son graciosos los conservadores?”
La respuesta la da el mismo artículo: “Eran los 80”. Eran, en concreto, los años dorados de Reagan. Un tiempo de optimismo, recuperación económica, cine ligero, estética discutible y recuperación de un cierto orgullo occidental. En sus reportajes, O’Rourke se dedicó a informar, entretener y producir carcajadas al lector. También a provocar. “Italia no pertenece al tercer mundo”, escribió una vez, “pero nadie se lo ha dicho todavía a los italianos”. De los coreanos dijo que eran “los irlandeses de Asia”, ofendiendo en una sola línea a dos influyentes comunidades que inundaron la redacción de cartas de protesta. En sus viajes, tenía un método infalible para documentar sus artículos: visitar muchos bares.
Sin abandonar nunca la prensa, escribió también una veintena libros, de temas tan variados como la política, los coches o el protocolo. Seguramente el más famoso en nuestro país sea “Cómo tener la casa como un cerdo”, una guía de consejos para solteros que incluyen desatascar el wáter con petardos, usar al gato para limpiar el polvo o calentar latas de conserva metiéndolas en el radiador del coche. Su truco para mantener siempre limpio el comedor: comer siempre en la cocina.
Todo el mundo quiere salvar el planeta, pero nadie quiere ayudar a su madre a fregar los platos
Hablando de limpieza doméstica, si en alguna faceta destacó O’Rourke fue en la de acuñador de frases icónicas, que parecen hechas para ser tuiteadas. Mi favorita: “Todo el mundo quiere salvar el planeta, pero nadie quiere ayudar a su madre a fregar los platos”.
Sus dardos más afilados los dedicó a la izquierda. Un ejemplo. “Los socialistas creen que no todo el mundo tiene dinero, así que hay que quitarles el dinero a los pocos que lo tienen. Después, cuando se haya acabado ese dinero, se lo quitaremos a… Un momento, ¿dónde se ha ido todo el mundo?” De la URSS de Gorbachov, destacó un cambio: un paseo comercial para peatones. “Un paseo para peatones es la gran novedad en un país en el que la gente no tiene coche”. Otra: “Darle dinero y poder a los gobiernos es como darles una botella de whisky y las llaves de tu coche a unos adolescentes”.
Seguimos con las frases redondas: “Cuanto más extraño vaya a ser tu comportamiento, más normal debes vestirte. También funciona a la inversa. Cuando veo a un chaval con tres o cuatro piercings en la nariz, sé de inmediato que su persona no tendrá nada de extraordinario”. Él vestía muy bien, siempre apegado a las normas de estilo de la Ivy League: camisas de cuello abotonado, trajes sin hombreras, corbatas de rayas o de amebas, tallaje relajado. Quizás porque siempre fue un tipo extraordinario.
Mejor no intente hacerlo en casa
Su humor era fresco y desenfadado; provocador y a veces grosero, pero nunca cruel. Lleno de giros y retruécanos explosivos. Muy difícil de imitar: mejor no intente hacerlo en casa. Uno de los pocos que lo han hecho con éxito está en España y es colaborador de Centinela: Itxu Díaz. Su divertidísimo “Yo maté a un gurú de internet” tiene mucho del humor de O’Rourke. (Por cierto, si Itxu escribe algo sobre él, léanlo: seguro que será mejor que lo mío).
Casado en segundas nupcias con una católica, O’Rourke, que había nacido protestante pese al sonoro apellido irlandés, se declaró recientemente como “compañero de viaje del catolicismo”. No sabemos si en los últimos días dio el paso y se convirtió en viajero de pleno derecho. Otra incógnita: ¿qué estaría leyendo? Lo digo por otra de sus frases famosas: “Elige siempre un libro con el que vayas a quedar bien si la palmas a mitad de la lectura”.
Lo innegable es que, tras su muerte, políticos y periodistas de todos los ámbitos del espectro han hablado bien de él, destacando, sobre todo, que era un tipo gracioso. El consenso, nada común en tiempos tan polarizados, es una muestra de que hay cosas que nos unen incluso cuando la política nos separa. El humor, claro, es una de las más importantes.