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Si Dios nos bendice con hijos y nietos, en algún momento les podremos contar la historia de cómo millones de personas en todo el mundo, sin más vínculo que la conciencia de lo sublime de su libertad y un hartazgo no pequeño, se enfrentaron a las potencias mundiales de la década de los 20; a saber, los gigantes tecnológicos Google, Twitter, Facebook, Amazon y Apple. Fueron unos años, les diremos, en los que el precio del heroísmo bajó tanto que hasta el más rastrero de los cínicos tuvo la oportunidad de verse, de pronto, del lado de los arrojados, al comprar su hazaña tan sólo a golpe de clic.

Aunque todo comenzó con la imprevista llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, quizás el más histriónico presidente de los Estados Unidos hasta la fecha, el amordazamiento de algunos usuarios de las redes sociales llevaba agravándose los últimos meses del 2020. No se trataba sólo de tuiteros exaltados, que propagaban mensajes peligrosos o difundían a conciencia, y puede que a sabiendas, bulos cargados de mala intención. No. También se silenciaron durante semanas voces que únicamente disentían de los valores, que no virtudes, de la oligarquía y su pensamiento posmoderno.

Por eso, cuando el sábado 9 de enero del 2021 Twitter imitó a Facebook e Instagram y suspendió de manera indefinida la cuenta de Trump, millones de usuarios teclearon protestas y alertaron de la especie de censura que podían acabar imponiendo los llamados gigantes tecnológicos en pro del respeto a sus normas de conducta. Algo, cuanto menos, curioso, porque al mismo tiempo se vendían como adalides de la conversación, la tolerancia y la libertad de expresión.

Bloqueo a Parler

John Matze, CEO de Parler

Y, en cuanto Trump, fiel a su estilo, anunció que no se achantaría y abriría una cuenta en Parler, fueron centenares de miles los que le siguieron, para gozo de su director ejecutivo, John Matze, y de su fundadora, la millonaria Rebekah Mercer. Parler, muy similar a Twitter, nació en 2018 y sus miembros se habían multiplicado desde que el senador republicano Ted Cruz anunció su apoyo en detrimento de las empresas con sede en Silicon Valley, entusiastas del Partido Demócrata. El destierro de Trump ordenado por el directivo de Twitter, Jack Dorsey, fue la puntilla que faltaba para que muchos tuiteros se mudaran de San Francisco a Las Vegas, cerca de donde Parler tenía su sede.

Sin embargo, poco duró el nuevo altavoz de Trump. Google y Apple se apresuraron a retirar la aplicación de su catálogo, mientras que Amazon anunció que la expulsaría de su servidor, el golpe definitivo para volverla inaccesible. Así lo hizo el domingo 10 de enero. Parler anunció acciones legales contra estas decisiones y aseguró estar buscando nuevos proveedores, pero en el momento de escribir esta historia había sido vetada por empresas y bufetes a partes iguales. ¿Fue echada la red del mercado como castigo por alojar a Trump? Según Google, Apple y Amazon, no tanto, sino por descuidar la moderación de sus contenidos, dando amparo a extremistas y alentando mensajes de odio. Cabe destacar que Mercer, su fundadora, había financiado las campañas trumpistas y poseía parte de Breitbart News y Cambridge Analytica.

Gab resiste

La que se mantuvo en pie fue Gab, la otra red social donde se refugió Trump para poder publicar, al igual que lo seguían haciendo Nicolás Maduro, Hasán Rohaní y Raúl Castro. Esta red fue fundada por Andrew Torba y Ekrem Büyükkaya en 2016. El segundo la abandonó en 2018, seriamente afectado por los ataques de la prensa yanqui. Y es que Gab fue blanco de acusaciones parecidas a las que lanzaron sobre Parler, con una diferencia: los servicios de hospedaje en Internet contratados por Gab eran mucho más fuertes. Gracias a estos cimientos pudo mantenerse viva y sumó 600.000 miembros nada más cerrar Parler, superando los 9 millones.

Logo de Gab

El lema de Torba, “la fe es garantía de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven” (Hb 11, 1), describía bien sus intenciones: trabajar duro para dar a conocer los mensajes conservadores con la misma intensidad que se hacía con los liberales y progresistas. El día que Trump fue expulsado de Twitter, Torba se dejó ver con una gorra que tenía unas palabras impresas: “Make free speech great again”, una versión del eslogan de la campaña republicana. Y una contestación a quienes le señalaban con el dedo: Gab no promovía el odio, sino la libertad de expresión, incluso de aquellos mensajes que molestaba en Silicon Valley por no ser progres. Con humor y hasta cierta desfachatez, el perfil de Gab en Twitter publicaba sin parar memes en los que sus mastodónticos competidores (Google, Facebook, Amazon, Apple, el propio Twitter) servían a regímenes comunistas revestidos de una pátina liberal. Mientras tanto, las acciones de todos ellos caían en los parqués.

El final de esta historia es desconocido. No sabemos cómo acaba el cuento que contaremos a los que están por venir por la sencilla razón de que todavía lo estamos viviendo. Quizá se acabe imponiendo una censura total y vivamos en una sociedad sólo aparentemente libre. Quién sabe. Sí está claro que estos acontecimientos nos están haciendo vivir días intensos y hasta apasionantes, de lucha entre individuos y enormes corporaciones. Eso sí, días que pasamos en el sofá y con una manta y no en una trinchera o en alta mar, en medio de un oleaje implacable. Bien mirado, podemos decir que es muy fácil calarse el yelmo en 2021. Basta con desbloquear la pantalla del teléfono móvil.