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Poco se imaginaba el joven Paul de dieciocho años mientras trabajaba limpiando baños en un polideportivo y empezaba a escribir artículos de actualidad política en su propia página web que el presidente de los Estados Unidos tendría, tiempo después, noticias de él. Aunque es probable que ya entonces estuviera seguro de que su voz iba a llegar lejos. O, por lo menos, sabía que iba a trabajar duro para lograrlo.

Paul Josep Watson (1982) es un youtuber, presentador de radio y articulista británico. Es editor en Infowars y está detrás de Prisonplanet. Deja claro que no se considera reportero, sino comentador de actualidad y cultura, ya que siempre se posiciona.

Los inicios

Empezó Historia en 2000, pero dejó la universidad cuando colgaron una foto enorme de Stalin en la pared: se negó a quedarse en un lugar donde intuía que iban a lavarle el cerebro. Inquieto desde su adolescencia y dispuesto a labrarse un futuro, creó una web en la que escribía comentarios sobre la política del momento. Pronto, Alex Jones -un periodista texano conocido sobre todo en Estados Unidos por difundir en Infowars (una web fundada por él en busca de ofrecer noticias no manipuladas) teorías conspiratorias, como sostener que la masacre en el colegio de Sandy Hook fue una farsa- contactó con él porque le gustaba el trabajo que hacía. Además, al vivir en Inglaterra, contaba con la diferencia horaria como ventaja para tener noticias frescas. Paul no lo dudó. Lleva trabajando allí, donde no tiene que morderse la lengua, desde entonces. Por su trato con Alex Jones, siguen describiéndolo como conspiracionista, a pesar de que ha repetido que, aunque hace quince años se interesó y defendió esas teorías, ahora le parecen una tontería. Explica el éxito frente a los medios convencionales porque cree que la gente busca desesperadamente una alternativa. Hablando de Reino Unido, afirma que la BBC insulta la inteligencia de los espectadores a diario, que la gente sabe que cada noticia que dan está atada a mantener el consenso de la izquierda.

Paul Joseph Watson

Se define a sí mismo como liberal conservador. Se identifica con la nueva derecha. Hace dos años se unió a UKIP porque era el único partido del país que apostaba por la libertad de expresión, y esta, según cree, debería permanecer como el mayor de los derechos en democracia. En eso se apoya para crear contenido: en no dejarse achantar por lo políticamente correcto. Así, mientras muchos lo tachan de intolerante, racista, sexista, misógino, etc., otros tantos aprecian que diga en alto cosas que casi nadie más se atreve a mencionar. Tiene 1.1M seguidores en Twitter y 1.87M suscriptores en YouTube; canales que utiliza para exponer el fracaso de la izquierda, del progresismo liberal, del multiculturalismo naif, del arte moderno y, en fin, de cualquier tema que considere absurdo o denunciable.

Que sea atractivo, parezca mucho más joven de lo que es y tenga sin duda talento para comunicar no quita que el tono permanentemente irónico y que roza en ocasiones la grosería no sea del gusto de todos. “Imagine my shock”, por ejemplo, es una frase que repite con frecuencia y que se ha convertido en un meme en el Twitter sajón.

A más ataques, más motivación

En 2019, Trump -cuando todavía no le habían censurado- tuiteaba “¡Sorprendido al ver que pensadores conservadores como James Woods haya sido suspendido de Twitter o Paul Watson, de Facebook!”. Le suspendieron la cuenta de Facebook, donde era cauto en sus publicaciones, y de Instagram, donde colgaba únicamente selfies. ¿Por qué? Porque hacía tres años en su canal de YouTube, había subido una entrevista a Tommy Robinson. Watson tiene claro que, aunque le vayan cortando alas, nunca le callarán del todo y que la constatación de que existe un propósito de neutralizar algunas voces no le desanima. Al contrario, cuanto más atacado se siente, más motivado está para seguir.

Sostiene alto y claro que el extremismo islámico no es una minoría, mas al revés, un gran peligro. No únicamente por los ataques terroristas, también por el cambio cultural que conlleva y los efectos directos en nuestra vida diaria. Ha recibido cientos de amenazas de muerte de musulmanes que pretenden demostrar que el islam es una religión de paz. Explica que disfruta en cierto modo al recibirlas porque puede compartirlas en las redes sociales e ilustrar “cómo estamos modelando estúpidamente la sociedad para atender a los fanáticos más agresivos y llenos de odio imaginables. La izquierda denuncia a personas como yo como intolerantes por defender los verdaderos principios liberales que hicieron grande a la civilización occidental”.

Watson es un punkie

No se queda callado frente a los límites ridículos que cree alcanza la tercera ola del feminismo. También se mete a declarar que el arte posmoderno es, en su amplia mayoría, bazofia. Sí existen cánones de belleza objetivos y lo abstracto no es otra cosa que un crimen, sentencia. ¿La arquitectura moderna? Un ataque a la persona: la fealdad fomenta el mal comportamiento. Tampoco le gusta la música pop actual que se atreve a definir como equivalente a la comida basura. Rápida, fácil, está en todas partes y cortada siempre bajo el mismo patrón. Dice sin pestañear que las canciones de Coldplay son pedazos de escoria banales y sin sentido.

Chris Martin de Coldplay

Watson cuenta las cosas como las ve. No modera sus opiniones para no parecer demasiado extremo. Sus comentarios y su tono, argumenta, no son diferentes a los que se pueden dar en una conversación privada en la que no se está de forma natural pendiente de lo políticamente correcto. Lo transversal ya no es, de ningún modo, la rebeldía progresista. Los medios, las grandes empresas, las redes, la política… están bañados por el relativismo y el buenismo falaz. Por lo tanto, concluye, “el conservadurismo es el nuevo punk rock” o, en otras palabras, que “ser conservador es la nueva contracultura». Por el número de los que le paran y le contactan, Watson tiene la sensación certera de que los jóvenes y adolescentes de hoy crecen reaccionando a la cultura e ideología homogéneas y vacías que se empeñan en imponerles. Puede ser, pues, que pese al panorama un tanto desolador al que parece encaminarse Occidente, quede esperanza y se llame generación Z.