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Entre los ingleses católicos que conozco, hay un grupo considerable de conversos. Y la mayoría han recorrido un camino de conversión bastante similar que tiene el punto de partida en un acercamiento a la vida de fe dentro de su comunidad -la mayoría procedentes de familias anglicanas, pero también evangelistas o metodistas-. Más temprano que tarde, empiezan a toparse con la Iglesia Católica y el camino se bifurca entonces entre los que quieren conocerla mejor con tal de ganar argumentos que desarmen a sus conocidos católicos y aquellos que pretenden desechar la curiosidad asegurándose de que, efectivamente, su protestantismo es mejor. De esta forma, comienzan a leer y a preguntar y a debatir y a leer más. Se acercan a los padres de la Iglesia, a los santos, al catecismo. Y los dos caminos terminan en el mismo punto de llegada: la convicción de que el catolicismo es la única forma de salvación. Y es una convicción llamativamente firme, exenta de fisuras; no tienen ninguna duda de estar en la verdad.

Tal vez, parte de la fuerza de Peter Kreeft nazca en su conversión. Kreeft es uno de los grandes filósofos católicos contemporáneos y, desde luego, el más leído del mundo anglófono. Experto en C.S Lewis y en J.R.R Tolkien, a punto de cumplir los ochenta y cinco años, sigue siendo profesor de filosofía en el Boston College (donde trabaja desde 1965), sigue surfeando, dando conferencias y publicando libros. Ha publicado más de un centenar sobre teología, filosofía y apologética. A través del último, Wisdom from the Psalms (2020), supe de él por primera vez. El autor toma sus doce salmos favoritos y los desmenuza para comentarlos. Puede sonar denso y, no obstante, ese sería el último adjetivo que escogería para describirlo. Mientras lo leía, tenía la sensación de estar escuchando a un amigo. Ahí reside en cierto modo el valor de su estilo. Tanto cuando escribe como cuando habla, Kreeft es capaz de sonar profundo y ameno al tiempo. Su erudición cabe sin problema entre juegos de palabras, frases hechas, alusiones a la televisión, al deporte, a la cultura popular. Su seriedad está cargada de buen humor. Aunque se apoya muchísimo en Santo Tomás de Aquino para encontrar respuestas y dice que le encanta porque “transmite la Verdad”, Kreeft clama que su santo preferido es san Agustín ya que “como en Lewis, en él se fusionan un corazón apasionado, un hermoso estilo y un conocimiento profundo”. Y me parece que esa descripción puede aplicarse también a él mismo.

Revisitar la Edad Media

Peter Kreeft nació en Paterson (1937) en una familia calvinista. Desde niño palpó el amor que sus padres profesaban -de palabra y obra- uno al otro, a él y a Jesús. Creció, por tanto, en un ambiente cristiano. En su casa y en su comunidad veían muy negativamente el catolicismo, al que se referían como la ‘puta de Babilonia’. En la universidad, Kreeft profundizó sobre la cultura y la historia occidentales, también sobre la Edad Media. Y comenzó a enamorarse. A enamorarse de lo medieval, que es, claro, católico. Su primera reacción fue la de rechazar esa ‘tentación’. Decidió indagar más. Se apuntó a una asignatura de historia de la iglesia que daba un calvinista ortodoxo. Empezó a leer a los padres de la Iglesia. A preguntar. A debatir. A leer más. Cuenta que algo que le sacudió totalmente fue la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Su sorpresa fue enorme al descubrir que todos los cristianos, excepto los protestantes, creían en la presencia real. Que, de hecho, era algo que nadie puso en duda hasta Berengario de Tours sobre el siglo X y fue unánimemente tachado de hereje. Y ya nadie volvió a plantear seriamente la no presencia hasta la época de la Reforma.

La belleza y los santos

Peter Kreeft se convirtió al catolicismo en su último año de universidad y fue bautizado en Yale, donde estudió el doctorado. Su acercamiento al catolicismo se fundamenta en razonamientos intelectuales y, sin embargo, le gusta contar dos anécdotas que contribuyeron de alguna forma a su conversión.

De pequeño fue con sus padres a Nueva York, donde visitaron la Catedral de St Patricks. Explica que se quedó en shock ante tal belleza. Era como la puerta del cielo. El edificio más hermoso en el que había entrado. Le preguntó asombrado a su padre cómo era posible que, si esa iglesia era católica y los católicos estaban tan equivocados, fuera tan bonita. Y, por primera vez en su vida, su padre no supo darle una respuesta. En aquel momento, le pesó precisamente ese silencio más que las dudas sobre la maldad sobre el catolicismo, pero algo que rescataría con los años quedó en su memoria.

De adolescente, uno de los veranos que pasaron en la costa de Jersey no hubo olas suficientes para hacer surf. Ante el aburrimiento, entró en una librería y compró un libro de San Juan de la Cruz, llamado porque era algo desconocido y extraño. Lo leyó fascinado. No entendió absolutamente nada, pero había algo diferente en él. Algo grande, algo real.

Uno de los constantes en la obra de Peter Kreeft es precisamente la relevancia de la belleza. Es consciente de su poder evangelizador: “la belleza es lo primero que percibimos y amamos. Es quien hace de embajador de la verdad y el bien”.