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Hace unos días se cumplió el décimo aniversario del nacimiento de Podemos. Después de tan solo diez años el partido está al borde de la desaparición. Quienes entraron en política para asaltar los cielos ruedan ahora por los suelos. Juan Carlos Monedero hizo balance de este tiempo en una entrevista matinal en TVE.  En su análisis, no exento de autocrítica, el fundador concluía que uno de sus errores ha sido “no bajar a los territorios, que es donde sobreviven los partidos”. Pronto se olvidó la promesa de construir un movimiento horizontal apoyado en “círculos” locales.

Otros partidos de la nueva política han durado igual o menos que la formación morada. Es el caso de UPyD o Ciudadanos. Frente a estas estrellas fugaces, hay otras culturas políticas que perduran incluso en las circunstancias más adversas.

Los batzokis

En el nacionalismo vasco se pueden encontrar casos dignos de estudio. El PNV es un buen ejemplo de enraizamiento. En El nacionalismo vasco (1890-1923): una ideología modernizadora, Luis Castells destaca la labor de los batzokis para la difusión de ese nuevo pensamiento. Los batzokis eran locales frecuentados por militantes y simpatizantes del partido. En ellos se solía aunar una parte social (una taberna) con una parte educativa y doctrinal (sala de reuniones y conferencias). El profesor Castells destaca que “eran como la casa del padre, el núcleo protector de la comunidad”.

En 1894 Sabino Arana inauguró el primer batzoki en la calle Correo, 22 de Bilbao. El PNV ha llegado a tener una red de más de 200 batzokis. Los inicios no fueron fáciles para esta opción política, que se inventó de la nada una nación y vino a generar división en las familias vascas. Por eso, en un artículo de 1907 publicado en El Guipuzkoarra se llama a la necesidad de crear batzokis frente al acoso y la desprotección que decían vivir en Guipúzcoa. Estos locales tenían cuatro funciones: ser un lugar de “reunión de nacionalistas”, un “centro educador”, un “foro de propaganda” y un “modelo de buenas costumbres”.

El profesor Tápiz Fernández destaca que en las sociedades recreativas se adoctrinaba a la militancia y se creaba una comunidad que sirvió en muchas ocasiones de reclamo para nuevas afiliaciones (Locales del partido y transmisión ideológica. El caso de los Batzokis). Y añade que en esas sociedades se mantenía un reducto con ambiente nacionalista y se fomentaba la sociabilidad de los miembros, aunando y fortaleciendo los lazos ideológicos con otros de tipo amistoso, profesional e incluso afectivo.

 

Batzoki de Deusto

Al cumplirse el centenario del batzoki de Durango, el PNV realizó unas declaraciones que no pueden pasarse por alto: “cien años trabajando y sembrando la semilla cuyos frutos, un siglo después, se traducen en el fuerte arraigo del nacionalismo en Euskadi”. Es, en efecto, el secreto de su éxito. A los rivales se les debería criticar menos y estudiar más.

I + D tradicional

El PNV dice en su web que la idea de crear batzokis fue innovadora y que fue fundamental para adaptarse a unos nuevos tiempos de partidos de masas. Sin embargo, esa afirmación es muy pretenciosa. La idea no fue suya. La innovación vino de otros.

El profesor Castells señala que la importancia dada a los batzokis viene del estilo propio creado por los carlistas, que fueron los primeros en desarrollar “círculos tradicionalistas” por todo el Norte y el Mediterráneo español.

Otro profesor, Jordi Canal, de la EHESS de París, se mete de lleno en este tema y afirma que a finales del siglo XIX la modernización de la política se produjo en la periferia del sistema. La innovación no vino de los partidos liberales que se repartían el poder, sino de la mano de carlistas (en el margen derecho) y republicanos y socialistas (en el margen izquierdo). Se ha escrito mucho sobre los ateneos populares y las Casas del Pueblo del PSOE, pero la academia ha silenciado los círculos tradicionalistas. Probablemente, apunta Canals, por una cierta resistencia a admitir que los procesos de renovación política pudieran venir de fuerzas supuestamente “arcaicas” o “reaccionarias”. Quien quiera profundizar puede leer Espacio propio, espacio público. La sociabilidad carlista.

La proliferación de los círculos tiene un nombre propio: el Marqués de Cerralbo. Él fue el encargado de convertir lo que era un movimiento de resistencia a la Revolución en una organización política con formas modernas. Gracias a su impulso florecieron más de 300 círculos en toda España, en las principales urbes y en las aldeas más remotas. En su gira por el norte, quien fuera jefe delegado del carlismo afirmaba: “organicemos nuestras fuerzas, tan grandes como poderosas, constituyendo Círculos en todos los pueblos de Navarra; y así, ni los sucesos nos sorprenderán desprevenidos, ni los contrarios nos hallarán disgregados”.

El marqués de Cerralbo junto a Don Carlos. Fotografía tomada en Londres en 1881.

Pero, más allá de la organización partidista, el Marqués de Cerralbo quería una agrupación carlista en cada localidad para que la gente los pudiera conocer sin intermediarios. En esa época, la prensa liberal era muy potente y utilizaba la caricatura, la parodia y la desfiguración como armas de propagada. Por eso, el marqués quería que toda España “nos conozca tal y como somos y no como nos presentan nuestros enemigos”. Puede que la situación en la España del siglo XXI no sea tan distinta.

Bares, qué lugares

En los círculos tradicionalistas se desarrollaban funciones políticas, de formación y ayuda mutua, pero sobre todo actuaban como espacios sociables. En ellos se reunía la “gran familia carlista” sin distinción de clases. Se juntaban alrededor de las mismas mesas el aristócrata, el militar, el abogado, el cura y los menestrales. Según cuenta Casariego en La verdad del tradicionalismo, los círculos carlistas solían adornarse “con aire pueblerino, fuera de las exigencias de la moda francesa o inglesa que imperaba”. La decoración solía incluir motivos heráldicos y militares, flores de lis, boinas rojas y cosas así. “Su iconografía era siempre religiosa y militar -sigue Casariego-. Cuadros de Santos y Caudillos, románticas y descoloridas litografías de guerrilleros y de escenas de batallas y vivacs”.

Pero no todos los círculos eran tascas o centros populares. Algunas agrupaciones tenían instalaciones a la altura de los casinos liberales de la época, como las de Madrid, Barcelona o Villareal. Según la crónica de Vázquez de Mella, el Círculo tradicionalista de Pamplona estaba ubicado en la mismísima plaza del Castillo y estaba “engalanado con escudos, macetas, vítores, coronas y banderas desde el primer peldaño de la escalera”.

El círculo de Olot, ciudad al norte de Cataluña, tenía un café con mostrador, bodega y cocina, salón principal que podía convertirse en salón de estar, sala de conferencias o platea de teatro. Además, contaba con una sala de billar y un jardín. El círculo tradicionalista de Valencia tampoco era un mal sitio para confabularse contra el mundo moderno. Contaba con una sala para jugar a cartas, un gabinete de lectura y un área de cafetería. Había círculos de todos los tipos y tamaños, adaptados a la medida de la comunidad carlista de la población. Pero la finalidad era siempre la misma: el fortalecimiento del “nosotros”.

Tudela (Navarra). Sede del Círculo Tradicionalista. Fot. Garikoitz Estornés Zubizarreta, 1991

Los círculos buscaban ofrecer a los socios el mayor número de servicios posibles: recibían la prensa afín, organizaban conferencias sobre temas religiosos o políticos, cursos de idiomas, de esgrima, de fotografía, de canto, solfeo o dibujo. Por poner solo un ejemplo, el círculo de Barcelona ofrecía clases de francés por la noche. El de Alicante ofrecía personas formadas para escribir cartas y realizar gestiones a favor de otros correligionarios que carecían de medios o conocimientos. El de Olot creó la mutualidad “La Protectora del Obrero”, para poder ejercer la labor social cristiana.

En esos refugios se organizaban veladas políticas y literarias. Representaciones de todo tipo, siempre con trasfondo religioso o político. Como consecuencia del roce y del cariño, surgían de forma espontánea coros, orfeones y bandas de música. Pero también juegos de cartas y equipos deportivos. Y una mención especial merecen los recuerdos de las hazañas bélicas del pasado. Los antiguos combatientes tenían reservado un tratamiento “de honor” en esos espacios políticos. Ellos eran la verdadera jerarquía, por encima de títulos, cargos o patrimonios. De esta manera se transmitía la memoria de la causa, y el recuerdo de las guerras carlistas se hacía omnipresente.

El dirigente valenciano Polo y Peyrolón dejó escrito que “cuando no había Círculos carlistas perdíanse las energías individuales de nuestros correligionarios en el retiro y aislamiento del hogar doméstico”.

Muchas iniciativas sociales y políticas salieron de los círculos. La definición del espacio propio carlista se veía complementada por la salida a la plaza, al espacio público. La calle se convertía también en un espacio político cuando los socios de los círculos salían en romería, en procesión o montaban banquetes populares o aplecs durante las celebraciones locales. El teatro modernista de Manresa se llamaba “Els carlins”…

La vida en común en los Círculos estimulaba la conversación, la hermandad y la cohesión de un grupo social que compartía una misma visión del mundo. Durante unas horas un profesor o un agricultor podían vivir en una sociedad paralela, en la vieja España, al margen de las modas y las doctrinas peligrosas que se habían desatado por toda Europa. Eran oasis. Islotes. “Los círculos constituían la proyección de la sociedad ideal carlista en un espacio concreto -y, sobre todo, en un espacio propio de la sociedad real”, apunta Canal.

Solo desde la óptica del refugio y la vida en común se puede comprender la longevidad (casi dos siglos) de un movimiento político que hasta los años setenta gozó de una gran vitalidad. Hoy vivimos una época de gigantes con pies de barro en la que dos reveses electorales seguidos pueden minar la base social de un movimiento político. Sin embargo, el carlismo sobrevivió a pesar de haber perdido tres guerras civiles y fue, paradójicamente, el decreto de unificación de Franco y la clausura de los círculos la que dejó al carlismo agonizante.

Los círculos de hoy

Todo lo anterior no busca recrearse en el pasado, sino reflexionar sobre el futuro. El PNV ha empezado a perder vigor cuando sus batzokis se han aburguesado. En el País Vasco ganan fuerza sus hijos ilegítimos, los abertzales. Es la que ha desarrollado en las últimas décadas una amplia red de herriko tabernas, un sólido tejido asociativo y una escena cultural propia. Las casualidades no existen. Abrir locales con ambiente patriota no sería imitar a la izquierda radical, sino recuperar la vieja idea de los círculos. Hoy en empiezan a surgir iniciativas muy prometedoras en el terreno de la sociabilidad. Tenemos el caso del club Empel en Barcelona o la taberna-librería Casamata en Madrid. Ojalá hubieran existido refugios similares en mi época universitaria. Mis amigos y yo no hubiéramos crecido ni nos hubiéramos formado políticamente a la intemperie. Ahora vemos que éramos millones. Pero no nos veíamos ni oíamos porque nos envolvía la niebla. Los jóvenes que han salido de Cañas por España saben de lo que hablo. Ellos han sentido lo que es una identidad política colectiva. Después de esa experiencia, es muy difícil que la industria del voto útil les pastoree por la senda tristona del mal menor. Me parece que el reto para quien tenga hoy inquietudes políticas no es fantasear con asaltar los cielos, sino con abrir un bar. Con crear redes propias. A fin de cuentas, como ha descubierto Monedero, es en los territorios donde puede sobrevivir una cultura política.