Hijos de nuestro tiempo, hasta no hace mucho formábamos parte de la legión de pesimistas que lloraban, entre nostálgicos y melancólicos, por años pretéritos, casi utópicos, que fueron felices, estuvieron llenos de mejores cabezas, de más ardientes corazones y elevados espíritus y comieron perdices. No como ahora, cuando los bien formados brillan por su ausencia y la gente está tan mal y tanto cuesta encontrarse con un alma libre y pensante. Cuánto daño ha hecho la LOGSE, no hemos hecho más que degenerar, etcétera. Nos veíamos casi como Abraham ante Sodoma y Gomorra, contando con los dedos de una mano. Ay, suspirábamos una vez más, ya no es lo mismo.
Pero, como decimos, alguien, bendito alguien, nos sacudió sin titubeos y nos puso delante de la realidad, haciéndonos ver que cada generación cuenta con hijos excelentes y que sólo es cuestión de tiempo que fructifiquen. Echen ustedes un vistazo, sin ir más lejos, al elenco de firmas y personajes que pueblan esta web y entre los que nos hemos colado: la inmensa mayoría nacieron entre finales de los 70 y principios de los 80 y helos aquí, en tan selecto lugar, así como tantos otros escritores que rondan los cuarenta y peinan algunas canas (o al contrario, poco tienen ya que peinar), pero jóvenes a fin de cuentas, que están tomando el relevo de los intelectuales consagrados, y lo están haciendo con acreditados méritos, sin que nadie les pueda echar en cara ser el hijo de o haber tenido tal padrino.
A los 80 les siguen los 90. Y entre los que pronto seremos treintañeros hay, cómo no, un nutrido grupo de inquietos que se han entretenido en amueblarse la cabeza y en hacer rendir esa formación. Hablamos en esta ocasión de los valientes de Democresía, una revista digital que se ha hecho con el respeto de prestigiosos pensadores.
El comienzo fue un simple blog
Todo empezó en noviembre de 2014. Ignacio Pou y Ricardo Morales estaban terminando la carrera de Periodismo. Eran estudiantes de la universidad madrileña Francisco de Vitoria y, ávidos de profundizar y de sumarse al debate público, crearon un blog. La cosa podía haber terminado bien pronto, como tantos proyectos digitales que nacieron bajo la ilusionada mirada de sus creadores pero que han terminado hundidos como barcos tras un naufragio en las profundidades de Internet y hoy día son sólo pecios de la Red.
Como decíamos, no es el caso de Democresía. El cuaderno de bitácora de Pou y Morales fue creciendo, contagiando a compañeros de facultad y jóvenes filósofos, historiadores y demás gentes de letras. A medida que pasaban las semanas, los meses, eran más los que escribían en el blog. Y con ellos, las visitas, con lo que aquello que en un principio iba a ser el lugar de desahogo de dos recién graduados se estaba convirtiendo en algo mucho más influyente. Comenzó a extenderse por las redes sociales con insospechado éxito: en pocos meses, los seguidores en Facebook superaban los 10.000, lo que a su vez atrajo a nuevos colaboradores, que empezaron a llegar de fuera de la Francisco de Vitoria, la cantera de Democresía y alma mater de buena parte de las firmas.
En 2016, apareció un mecenas que apostó seriamente por el proyecto y decidió apoyarlo económicamente. Gracias a este benefactor, el blog creció aún más y a mayor velocidad, se hizo con el visto bueno de Google y amplió las secciones: pensamiento, cultura, actualidad, periodismo, opinión, literatura y cine. Se había convertido en una revista. Ese año, Democresía alcanzó los 50 colaboradores (hoy acumula 86), recibió el galardón al mejor blog de opinión de los Premios Bitácoras y poco después, fue seleccionado por el diario 20 minutos como uno de los mejores sitios web de España.
Vocación dialógica
El nombre se lo dio el propio Pou, que bautizó a la criatura tras una ingeniosa ocurrencia: mezcló las palabras democracia e hipocresía y le salió este término, además de, pensamos, toda una descripción de los tiempos que corren. Y es que, como explican los propios directores de la web, a muchos se les llena la boca con la palabra democracia y luego no lo viven, creándose un abismo entre los dirigentes y los dirigidos.
La vocación de Democresía es bien distinta. Es más, pretende salvar esos socavones culturales siendo un lugar de encuentro para generar diálogo. Ésa es su perspectiva, su punto de partida: el generar relaciones, algo paradójico, dirían algunos, porque se trata de una revista digital, que «no sirve» para hablar con nadie.
Afortunadamente, estamos de acuerdo con los democresianos, como les gusta llamarse a sí mismos a los miembros de la revista, en que ese argumento es del todo falso, porque, qué mejor relación la que se teje de ideas y de buenos temas de conversación; al menos es mejor, convendrán ustedes, que la que nace y se mantiene sólo de temas más superficiales. Es más, no han sido pocas las ocasiones en las que un artículo ha generado réplicas e incluso contrarréplicas, cosa excepcional y muy de celebrar. Nos explicamos: no se trata de una conversación de barra de bar, sino de textos fundamentados y que requieren de cierto trabajo y dedicación. Un argumento más para desquitarnos de la peste aquélla del pesimismo generacional.
Para mantener esta perspectiva relacional, dialógica, los directivos de Democresía se cuidan mucho de que sus contenidos no se posiciones en lugares donde no quieren estar, es decir, en posturas ideológicas concretas. Los democresianos no quieren ser nada más que unos humanistas que generan encuentro en medio de un mundo de trincheras políticas. De hecho, entre sus colaboradores hay de todo: liberales, ateos y comunistas, aunque el grueso lo componen católicos y conservadores; muchos, profesores de la Francisco de Vitoria. De los 86 autores fijos con los que cuentan, alrededor de 35 publican cada semana, lo que supone unos 1.820 artículos al año, sin contar con los textos ocasionales. Todo un logro para unos intelectuales que no alcanzan los 30.
Melopeas
Esa vocación de encuentro de la que hablábamos no se queda sólo en el sólo pensamiento: las relaciones superan la barrera digital y se materializan en encuentros físicos, o al menos es la pretensión de Democresía, generar una comunidad.
Con este fin, han desarrollado un instrumento a la vez viejo y novedoso: las conversaciones cara a cara, con un tema concreto como excusa y en torno a unos rituales gastronómicos. Las tertulias con los amigos en los bares tomando unas cervezas, lo de toda la vida, pero tan inusual, a veces. Llaman a estos encuentros melopeas, o sea, borracheras, porque una parte importantísima de estas citas es la bebida. Lo explican, textualmente, así: «La sacralización del encuentro comunitario en torno a la bebida»; esto es, generar un entorno favorable para propiciar la charla, y para ello, qué mejor que una copa de vino.
Y es que, a falta de nevera y demás cuidados de refrigeración, es el vino la bebida de las melopeas democresianas, en las que la conversación gira en torno a un tema concreto, para lo que se suele invitar a un ponente experto, y que es conducida por un moderador, pero cuidando siempre que el clima sea lo más distendido posible para que el diálogo no decaiga.
En este sentido, han encontrado un punto de apoyo firme y en completa sintonía su propósito en el Espacio Encuentro: las últimas melopeas se han organizado en su sede con notable éxito. Han acudido a estos singulares encuentros el filósofo Gregorio Luri, el periodista Fernando de Haro y la fotógrafa Lupe de la Vallina.
Apúntense esta revista y esta incipiente comunidad, porque si los miembros de Democresía ya están dando que hablar, auguramos que en los próximos años serán los que lleven la batuta del pensamiento español, como ya lo están haciendo los de la generación inmediatamente anterior, para zasca de los adalides del fatalismo. Larga vida a los intrépidos democresianos.