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Hoy en día la palabra «populismo» en Europa está en boca de los principales dirigentes políticos y de los líderes de opinión. Se quiere hacer creer que el principal problema de la construcción europea no es su déficit democrático, sino la amenaza fantasma del populismo. Lo paradójico de este término es que unos llaman populistas a otros, pero nadie se identifica a sí mismo como populista.

La razón es sencilla. El populismo es hoy un insulto. En concreto, un insulto a la inteligencia. A la filósofa Chantal Delsol este fenómeno le pareció sorprendente y decidió sumergirse en la historia de las ideas para comprender la razón de este desajuste. Constató que los insultados eran siempre los mismos. Quiso analizar la estructura mental y las motivaciones que tenían los que insultan. El resultado es el ensayo traducido en España como Populismo. Una defensa de lo indefendible.

El ensayo de Delsol parte de la premisa de que el término populismo se atribuye a aquellos «partidos o movimientos políticos que se considera que están compuestos por gente idiota, imbécil o incluso tarada». Así empieza el ensayo. Sin paños calientes. Las conclusiones a las que llega la pensadora francesa son políticamente incorrectas y no dejan en buen lugar a las actuales élites europeas.

Las élites contra el pueblo

Delsol durante su visita a España en 2022 | Créditos: Paula Argüelles/El Debate

Para Delsol, la historia política desde la Ilustración se entiende como el conflicto entre la ideología de la emancipación y la defensa del arraigo. La filosofía que dio lugar a la Revolución entiende que los hombres se moldean a sí mismos. Los hombres ya no son los hijos, sino los padres de su historia. Como reacción, a partir de Edmund Burke, aparece la defensa de la idea contraria: la importancia del enraizamiento. Dice que los hombres vienen definidos por una cultura y unos vínculos que heredan al nacer.

Hoy en día la tensión política es la lucha de lo universal contra lo particular, de las élites contra el pueblo, de la mundialización contra el arraigo, de la democracia global contra las democracias nacionales. Y de la razón contra los idiotas (en el sentido griego del término, es decir, los que aman sus particularidades). O, lo que es lo mismo, del progreso contra el populismo.

Delsol constata que hace un siglo el populismo no era un insulto, sino un término que designaba a un partido o a un grupo político específico, como los Grangers en Estados Unidos o el movimiento campesino en Rusia. Populista era todo movimiento que emergía del pueblo, que era construido de abajo arriba en contraposición a las ideologías que se diseñaban en el vértice de la pirámide social y se divulgaban aguas abajo.

Delsol descubre que la palabra tomó su acepción peyorativa a principios del siglo XXI. Para esta pensadora, entre los dos significados de la palabra se produjo un cambio importante: la ideología de la emancipación nacida de la Ilustración perdió en gran parte el apoyo popular. Y esa pérdida se vio por las élites como la ingratitud del perro que muerde la mano que le da de comer.

«El elemento popular ya no se adhiere propiamente a las convicciones de la izquierda -afirma Delsol-, de ahí el populismo, una palabra despectiva que responde a la traición del pueblo a sus defensores». Para esta autora, en Europa, todos los movimientos definidos contemporáneamente como populistas tienen en común la denuncia del distanciamiento entre el pueblo y sus representantes, el secuestro del debate público y cierta defensa de lo propio.

Igual que el pueblo ruso se oponía a Lenin porque no quería desvincularse de su tierra, su religión y sus tradiciones, las clases populares europeas se oponen hoy a la ideología moderna impulsada por las élites político-económicas. El pueblo llano considera que la globalización ha ido demasiado lejos, que el cosmopolitismo ha ido demasiado lejos y que la liberalización de las costumbres ha ido demasiado lejos.

Delsol constata que populismo no es una ideología como tal, no constituye un sistema estructurado de pensamiento. Los políticos populistas no suelen ser ideólogos. Las corrientes populistas aparecen, aquí y allá, como una «aglutinación de inconexos descontentos». Y su discurso cala porque mientras la élite ha inventado una neolengua artificial, los populistas usan un lenguaje de la calle, provocador, directo, incluso violento, como respuesta al lenguaje falso de la corrección política.

El pueblo contra las Luces

Para Delsol, lo opuesto a la emancipación de las Luces es el arraigo en lo particular (tradiciones, ritos, creencias, grupos restringidos). Las clases populares piensan que los dirigentes se han pasado de frenada y que aplica a los de abajo unas medidas que ni ellos mismos se creen. Y pone ejemplos. Si la gente sencilla anuncia que prefiere conservar sus tradiciones propias, en vez de importar las de una cultura extranjera (enviar a sus hijos donde sus compañeros hablen francés), se deduce que son egoístas y xenófobos. Si las familias se oponen a implantar en los colegios programas globales que no han sido contrastados por medio de la experiencia académica, es que son reaccionarios que se oponen al progreso. Si los rurales (que viven en el campo y rodeados de animales) se oponen al último plan ecológico ideado por un burócrata es que son negacionistas sin conciencia climática.

La gente sencilla ve las contradicciones entre lo que la élite predica y lo que realmente hace. Así, la élite francesa defiende con ardor la escuela pública y los papeles para todos, pero educa a sus hijos en los mejores colegios privados y se asegura de que el precio de la vivienda mantenga a los recién llegados alejados de sus barrios. La gente también ve las contradicciones de la ideología hegemónica. Se difunde un ecologismo que impide modificar el caudal de un arroyo, pero se da alas a una ideología de género que empuja a los jóvenes a cambiarse de sexo a la primera duda sobre su orientación. Es decir, los de abajo perciben que lo importante no es el respeto a la naturaleza, sino el cumplimiento de una agenda que cada vez se disimula menos.

Las clases populares aplican el principio de la precaución al campo de la seguridad en los barrios, la pedagogía, el medio ambiente y el cuerpo humano. Y ese ritmo lento irrita a unas élites abonadas a una ideología que exige cambios constantes a marchas forzadas.

El menosprecio de los de arriba sale rápidamente a la luz. Delsol recoge una verdadera antología del insulto, con un buen número de descalificaciones que han aparecido en la prensa política y cultural dirigidas a un grupo social que, en último término, es calificado como la «Francia enmohecida».

Para Delsol el menosprecio de clase es tan odioso como el de raza y, sin embargo, «en Europa, mientras esto último es un crimen declarado, lo primero es un deporte nacional».

Una nueva lucha de clases

Delsol denuncia en su obra que solo el populismo de derecha es demonizado eternamente, mientras que cualquier proyecto de izquierda es rápidamente normalizado e institucionalizado.

Delsol sostiene que «los populismos europeos no reivindican la supresión de la democracia, ni la amenazan cuando llegan al poder (…) Reclaman una alternativa, un debate». Y añade que «es posible que los populismos de hoy en día no hagan más que sacar a la superficie, aunque de manera simplista e inocente, las terribles lagunas de la posmodernidad». Por eso, para esta filósofa los populismos europeos no son el lobo feroz del cuento, sino los niños inoportunos que gritan que el emperador va desnudo.

Y aquí cobra sentido la tesis central del ensayo. Delsol entiende que en Europa existe un ambiente de «intransigencia política» y que las élites intentan silenciar las expresiones populares que cuestionan la opinión dominante.

«Esta constante estigmatización no es más que el claro ejemplo de la pervivencia de una lucha de clases, y de la enfermedad de una democracia que, lejos de aceptar su pluralismo inherente, utiliza el desprestigio para rechazar aquellas ideas que son contrarias a las de la élite dominante». Y añade que «una democracia que inventa el concepto de populismo, es decir, que lucha escupiendo e insultando contra opiniones contrarias, demuestra que está fracasando en su vocación de libertad. Populismo es el apodo con el que las democracias pervertidas ocultan virtuosamente su desprecio por el pluralismo».

Populismo en España

España no ha permanecido ajena a este fenómeno denigratorio. El programa electoral de 1977 de Alianza Popular reivindicaba el legado del populismo europeo como una vía moderada y razonable. Decían que aspiraban «a tomar lo mejor de lo que tenemos para basar sobre ello nuevos avances, compartiendo la filosofía de los partidos populistas, centristas y conservadores de Europa, de cuyo ideario nos sentimos afines, lejos de toda actitud extremosa o radical». Su vinculación con el pueblo español era lo que se daba nombre a Alianza Popular.

Por eso, tiene cierta gracia que los herederos de ese mismo partido igualen hoy en día populismo y extremismo. En su programa de 2023 el Partido Popular proclama que «frente a populismos y radicalismos, España proyectará los valores de la libertad, la democracia, los derechos humanos, el respeto al Estado de Derecho, la economía de mercado y las sociedades abiertas».

Defendiendo el populismo 

El populismo europeo ya tiene quien le defienda. Y no es un outsider hecho a sí mismo ni un agitador de masas. Chantal Delsol (París, 1947) es filósofa e historiadora de las ideas políticas. Su currículum da vértigo. Es miembro de la Academia de Ciencias Morales y Política y profesora en la Universidad de Marne-la-Vallée. Delsol es una enamorada de Francia y de Europa. La prensa francesa le ha calificado de «inconformista de derechas», pero ella se define a sí misma como «liberal-conservadora».

Delsol es hija de un biólogo católico de la rama tradicionalista y maurrassiana. Desde los veinte años empezó a sentirse atraída por Aristóteles, el filósofo de la moderación. Ella se considera de derechas, pero no una exaltada. «A los ojos de mi padre, yo era la izquierdista de la familia», dice con cariño en una entrevista.

Delsol no es una pensadora que vive alejada del mundanal ruido, sino que conoce la política activa de primera mano. Lleva casi cinco décadas casada con Charles Millet, exdiputado y ministro de Defensa de Jacques Chirac. Tienen seis hijos, uno de los cuales es adoptado, de origen laosiano.

Por si fuera poco, Chantal Delsol es la fundadora de Instituto de Investigación Hannah Arendt. Como es sabido, Arendt fue una filósofa judía que tuvo que huir de la Alemania nazi en 1933. Es muy conocida por sus ensayos Sobre la violencia y Los orígenes del totalitarismo. Las credenciales de Delsol rompen los esquemas de quienes están acostumbrados a denigrar a los conservadores con el reductio at hitlerum.

Publicación fuera de contexto

La propia publicación del ensayo en España pone al descubierto lo extraño del fenómeno del populismo. Ariel publicó Populismo en el 2015 al calor de los acontecimientos del momento. Podemos estaba en pleno ascenso después de la sorpresa que acababa de dar en las elecciones europeas. El PPSOE y la casta de la vieja política estaban bajo asedio en un país cuyo descontento había cristalizado en el 15-M. Los tertulianos oficiales se llenaban la boca con la palabra «populismo», pero apenas había obras de referencia sobre esta materia. Y aquí la editorial hizo trampa para colocar su producto…

El título original del ensayo era Populisme. Les demeurés de l’Histoire. Algo así como Populismo. Los idiotas de la Historia. Pero el grupo Planeta prefirió renombrarlo como Populismo. Una defensa de lo indefendible. Esto debe ser uno de esos trucos que usa la industria editorial para facilitar las ventas, porque el subtítulo no tiene nada que ver con el contenido del libro. Delsol insiste en que el populismo europeo es perfectamente defendible y que, de hecho, debe ser defendido aunque no siempre se compartan todas sus expresiones.

La contraportada del libro tampoco tiene desperdicio. Empieza así: «Populismo es un insulto que se utiliza de forma sistemática para menospreciar a partidos de izquierda y derecha por igual, ya sea Syriza, Podemos o el Frente Nacional, y cuyos votantes son considerados poco menos que tarados o idiotas». Sin embargo, Delsol denuncia en su obra que solo el populismo de derecha (o del arraigo) es demonizado eternamente, mientras que cualquier proyecto de izquierda es rápidamente normalizado e institucionalizado. Para Delsol, el pueblo ha dado la espalda a la izquierda y el populismo solo puede ser conservador. La pensadora en ningún momento menciona a Syriza o Podemos.

En el 2015 una gran parte de la derecha sociológica estaba hastiada de la corrupción y la tibieza del Partido Popular. Basta tirar de hemeroteca para ver que reclamaba una alternativa limpia y patriótica. En España no había ningún partido abiertamente identitario o nacional-conservador. De hecho, Delsol señalaba en sus páginas la anomalía europea que suponía este vacío.

Afortunadamente, el paisaje político y social español ha cambiado mucho en los últimos años. Hemos visto cómo la maquinaria de la cancelación pone en marcha todos los resortes del ninguneo, el insulto y la deformación para expulsar del tablero a los políticos y pensadores que no comulguen con el consenso progre. Es ahora cuando el lector español tiene la experiencia necesaria para entender las tesis de Chantal Delsol.

En los últimos meses la industria del voto útil (ese conglomerado económico-político-mediático de intereses creados) reclama la vuelta al bipartidismo y el fin de los experimentos. Por eso, hoy resulta más necesario que nunca leer Populismo. Solo así podremos comprender la oportunidad histórica que estamos viviendo y el deterioro de la democracia que supondría la cancelación de los movimientos variopintos que defienden el arraigo.