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La política y la diplomacia cuentan con una larga tradición de maridar bien con las letras. Julio César echó mano de la pluma para contarnos en primera persona la guerra de las Galias mientras que escritores patrios como Larra, Azorín y Unamuno fueron además diputados en Cortes.

Roberto Ampuero (Valparaíso, 1953) es, en este sentido, uno de los escritores-políticos más exitosos de los últimos años. Ministro de Exteriores de Chile y después embajador del país andino en España hasta hace solo unos meses, Ampuero ha vendido cientos de miles de copias de las aventuras del detective Cayetano Brulé.

El género policiaco ha sido el destino de una biografía salpicada de estancias en el extranjero y de una juventud vivida entre unos ardores comunistas que se apagaron hace ya muchas décadas.

Está usted entre la novela y la política. ¿Qué es para usted la escritura? ¿Un modo de evasión, una afición, un modo de vida? Tal vez una mezcla de todas ellas…

Para mí escribir ficción es una exploración de la subjetividad y la realidad “objetiva” a través de claves que se nutren de la historia tal como fue (o que la sociedad cree que fue), de lecturas y de recuerdos que uno mal recuerda debido a nuestra memoria imprecisa, y de la fantasía personal. De alguna forma esa indagación puede tocar fibras sensibles de los lectores y permitir una aproximación original, profunda e insospechada (no necesariamente superior a la que ofrecen otras disciplinas) a la realidad. Es una actividad solitaria y absorbente, atenta a lo estético, que me resulta en extremo placentera y sin la cual no sería quien soy.

La historia ha dado políticos convertidos en grandes escritores, como Cicerón o Churchill, y viceversa, como Jovellanos o Goethe. ¿Es usted un político metido a escritor o un escritor metido a político?

Ante todo soy escritor. Escritor de ficciones y ensayos novelados al que la vida lo arrojó en algunas etapas a los vericuetos de la política. Soy un novelista con opinión, que tras vivir como joven comunista en el Chile de Allende, la Cuba castrista y la Alemania amurallada decidió renunciar al comunismo en 1976 y salir de la torre de marfil que puede enclaustrar a un artista para contar mi verdad, como insta Heberto Padilla en un poema: «Di la verdad.. / Di, al menos, tu verdad / Y después / deja que cualquier cosa ocurra: / que te rompan la página querida /que te tumben a pedradas la puerta». Por eso no confundo literatura con propaganda política.

También forma usted parte de una tradición de hombres de letras que se han desempeñado como embajadores, tales como Pablo Neruda o Agustín de Foxá. ¿Tienen vasos comunicantes la diplomacia y las letras?

En ambas la palabra y las formas son importantes. En ambas es más lo que se sugiere que lo que se dice, y en ambas interactúan el verbo y los silencios, las referencias y las metáforas, y desde ambas se observa la realidad como testigo privilegiado y desde un sitial singular. La diplomacia necesita de las letras para dejar memoria expresada estéticamente, y las letras se nutren de la contemplación de la realidad desde distintas perspectivas. En Chile hemos tenido a destacados escritores que fueron diplomáticos, entre otros, Alberto Blest Gana, Neruda y Mistral, Gonzalo Rojas y Jorge Edwards, Antonio Skarmeta, Carlos Franz y Marco Antonio de la Parra, por nombrar a algunos (perdón, no puedo nombrar a todos).

El género policiaco nos ha regalado grandes y entrañables detectives: Sherlock Holmes, Poirot, el padre Brown, Miss Marple, Rouletabille… ¿Tiene alguno predilecto?

Bärlach de Friedrich Dürrenmatt; Jules Maigret de Georges Simenon, y Pepe Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán. Mi vida está marcada por el idioma alemán: 13 años en un colegio alemán, 15 años en Alemania, mi mujer fue embajadora en Bonn, nuestros hijos nacieron allá y por eso la literatura en alemán, me seduce y  concierne. De la Normandía emigró mi abuela paterna a Chile y tal vez por eso me seducen las inolvidables atmósferas que recorre Maigret. Y el maestro Vázquez Montalbán es el fundamento de la actual novela negra latinoamericana. Si los autores de la picaresca vivieran hoy, escribirían novelas policiales.

Tiene usted una particular relación con Pablo Neruda, que aparece reflejada en una de sus novelas. ¿Cuál es su vínculo con el poeta?

Escribí la novela El caso Neruda, de la serie del investigador privado Cayetano Brulé, porque su vida es alucinante. Su poesía marcó una época y a generaciones de poetas. Fue testigo de procesos históricos decisivos, comunista a su aire (gracias a su arte tuvo varias casas y sólida situación económica), estalinista, mujeriego, bon vivant, escéptico de Castro, escribió poemas a Batista y Stalin, y entre Moscú y París ya imaginas lo que prefería, y dejó sus propiedades no bajo la administración del partido sino de privados. Mi novela baja a Neruda del altar en que algunos lo situaron y lo pone a recorrer sus meandros de luz y sombra. Como todo los hombres de carne y hueso tuvo grandezas y pequeñeces. Eso explica el impacto de la novela entre los lectores.

También ha tenido contacto con España en los casi tres años que ha sido embajador de Chile en nuestro país. ¿Qué se lleva de este lugar?

En primer lugar me llevo la satisfacción de haber contribuido al estrechamiento de las tradicionales excelentes relaciones bilaterales. Me llevo una mayor admiración por España y un conocimiento más profundo de ella, y la convicción de que América Latina es una proyección de España acomodada a las características del Nuevo Mundo. Caminando por sus ciudades y hablando con españoles sentí a menudo que no había salido de Chile aunque estaba a diez mil kilómetros de mi ciudad natal. Me llevo nuevas pistas que me permiten entender mejor a mi país, cultura, identidad y familiares. Me llevo un renovado aprecio por la lengua que nos une y constituye la columna vertebral de América Latina, y me llevo la impresión de que la historia reciente de España y Chile se parecen de forma asombrosa, y que a veces un país se anticipa al otro y le anuncia y le advierte sobre desafíos y crisis futuras y le sugiere vías para afrontarlos.

Para terminar, permítame preguntarle algo al margen de los libros. Usted mostró clara simpatía por el comunismo en su juventud, pero ha terminado en posiciones a la derecha del arco ideológico. ¿Cómo describiría ese viaje?

Me hice comunista en 1969 en un exclusivo colegio privado de Chile, y renuncié a la Juventud Comunista en 1978, en Cuba, al vivir en carne propia —no como turista o invitado oficial— tanto el comunismo castrista como el amurallado de Alemania oriental. Describo este desencanto en mis memorias noveladas Nuestros años verde olivo y Detrás del muro. En una frase diría que el proceso se inició en mi adolescencia nutrida por el idealismo buenista, y encalló en una Habana asfixiante que comenzaba a caerse a pedazos y la grisácea y hoy extinta RDA. Llegué al comunismo a través de textos teóricos y apologéticos, y rompí con él viviendo la realidad cotidiana de cubanos y germano-orientales. Pero yo tenía una ventaja con respecto a todos ellos: mi pasaporte chileno, que me permitió volver a Occidente.

Por último, ¿qué valoración hace sobre los primeros meses de gobierno de Gabriel Boric? ¿Y qué opina sobre el proyecto de nueva constitución para el país?

En el fondo, Boric es una revolución inconclusa, interrumpida por la madurez cívica de los chilenos que el 4 de septiembre de 2022 se opusieron al devastador proyecto constitucional que respaldaba. Pero el presidente describió el mega rechazo como simple “traspié”, y políticos oficialistas aseguran que continuarán el programa. Hay que estar alerta. En menos de un año y sin manifestaciones callejeras, Boric afronta un panorama inquietante: 63% de los chilenos lo desaprueba, el año 2023 será de espanto en términos económicos, la inmigración irregular está desbordada (hace un año enviaba tweets respaldando la inmigración ilegal y tuvo la insolencia de afirmar que el problema de nuestro país es que tiene “demasiados chilenos”), la violencia delincuencial es inédita, el narco campea por doquier y el etno-terrorismo controla zonas del sur. Fuera de eso, es minoría en el Senado y la Cámara de Diputados, y su gobierno tiene un alma comunista-frenteamplista radical y otra socialdemócrata de izquierda, que no comulgan. Pero no olvidemos que han sido las sólidas instituciones nacionales las que han posibilitado el gradual retorno del país a la sensatez, el pragmatismo y la responsabilidad.

 

Imagen de cabecera: Fundación Chile-España