Cada comienzo de curso veo con mis alumnos de «Empresa e Iniciativa Emprendedora» la película Baby Boom. El título no hace referencia a ningún incremento de la natalidad, sino a la explosión nuclear que produce la llegada de un solo bebé a una casa. En realidad, al mundo, porque como dice un poema de Miguel d’Ors, un nuevo niño «desata un futuro» del que puede salir, con suerte, la Llama de Amor Viva o la Tocatta y fuga en re menor.
La vemos en clase porque, en esta película dirigida por Charles Shyer en 1987, se ve la problemática que aboca a la protagonista, una brillante ejecutiva, interpretada por Diane Keaton a fundar su pequeña empresa. Y, a partir de ahí, el proceso laborioso de echarla a andar. Supone un excelente inicio de la asignatura, permitiéndonos varios debates de calado, además de observar necesidades y dificultades del emprendimiento en una especie de método del caso cuyo caso está filmado y, por fortuna, en forma de comedia romántica.
Lo que se me había ido escapando hasta ahora es la asombrosa actualidad de esta historia ligeramente histriónica de hace casi cuarenta años. Bien mirada, se trata de un desvergonzado icono distributista. Con la salvedad de alguna irregularidad pudorosamente impúdica, debería hacer las delicias de cualquier chestertoniano ferviente y de cualquier crítico no marxista del capitalismo. Enumeremos aquí las razones con poco respeto por los spoilers, que hablamos de una película con más años que una cancela. Si usted ama las sorpresas, puede verla antes de seguir leyendo. Esta, con perdón para los distributistas, ay, en Prime Video.
Vayamos con las razones de su actualidad contrarrevolucionaria, expuestas no por importancia, sino por orden de aparición en la pantalla.
1. La película, como quien no quiere la cosa, refuta la idea de la discriminación sexual y de la brecha salarial. La protagonista C. Wiatt (Diane Keaton) es una de las grandes ejecutivas de su empresa, va a cerrar un contrato millonario y será ascendida a socia de la compañía. Las brechas se las abren en la cabeza los que se atreven a enfrentarse a ella. La llaman «la tigresa». Sin embargo, sí se produce una discriminación y una brecha inmensa cuando se ve abocada a la maternidad. He ahí, señala la película, la discriminación auténtica cual elefante en la habitación.
2. Otra realidad que, entre risas, señala Baby boom es la terrible soledad que rodea a las relaciones utilitarias y economistas. Muy buenos restaurantes para unas comidas muy extravagantes, pero unas relaciones humanas inhumanas, tasadas e inmisericordes.
3. La vuelta al campo no se romantiza, menos mal. Su idealización es un tic urbanita del que la película sabe reírse a mandíbula batiente. Y, sin embargo, en esa casa de 200 años y en ese terreno de 63 acres (¡y una vaca!), una vez asumidas sus exigencias, durezas y obligaciones, la protagonista terminará encontrando su lugar. Para encontrar tu lugar primero tienes que tener un lugar, podría decirse con ingenua y necesaria redundancia.
4. Como una cosa lleva a la otra, lo que se dice del lugar puede decirse de la comunidad. El pueblo donde se asienta la protagonista no llega a doscientos habitantes. Es una comunidad que puede resultar claustrofóbica y que deviene intrusiva, como es natural, pero en la que el roce termina haciendo el cariño. A lo tonto, estamos ante un himno comunitarista. La enfermera del veterinario es la alcaldesa y, además, una eficaz celestina. Tres en uno. La pequeña comunidad se multiplica por tres a base de intensidad, interés e intimidad.
5. Frente a los apartamentos de alquiler, la película es un himno a la propiedad, con todas sus cargas y responsabilidades; al emprendimiento, con su exigente sabor de aventura; y a la propia iniciativa, con su exigencia de esfuerzo.
6. Todo lo cual implica una serie de resistencias de racimo. Al desaliento, pero también a la tentación de esperar que la sociedad o el Estado se hagan cargo de nuestros problemas. El distributismo de Baby boom no arremete contra la libertad de mercado, en absoluto, ni lloriquea contra el capitalismo, sino que traslada la necesaria resistencia a los propios protagonistas, que ejercen su libertad con tanta decisión como eficacia. La épica final consiste en una apuesta personal por los vínculos y el riesgo.
7. Finalmente, la solución está en la autonomía del individuo amparada por la amistad y el amor. El mensaje está claro y, a pesar de su dulzura, no resulta edulcorado. Porque la crítica inteligente y el trabajo valeroso acompañan a la ternura y al happy ending. Otra manera de enseñarle los dientes a un mundo hostil es riéndose de él.
8. Con mis alumnos hablaré de otros asuntos: la generación de la idea de empresa, el plan de negocio, la publicidad, la red de distribución, la financiación y los recursos humanos. Aunque quizá esta vez si me atreva a señalarles cómo la profesionalidad y la gestión eficaz son requisitos, no sólo de la supervivencia económica, sino también de la independencia y de la felicidad. Y de la aventura.