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La primera anomalía la detecté hace justo un año. Aquella tarde de otoño Pablo Echenique explotó en Twitter contra una manifestación feminista en Madrid. “Hoy el telediario de TVE1 ha disfrazado de ‘manifestación feminista’ una pequeña concentración contra los derechos humanos de las personas trans y el presentador se ha encargado de decir que pedían la dimisión de la Ministra de Igualdad. Tuve que parar de comer por las náuseas”.

En un segundo tuit Echenique llamó a las manifestantes “basura tránsfoba”. Este exabrupto me hizo levantar una ceja, pero (equivocadamente) lo atribuí a la pugna entre PSOE y Podemos para intentar controlar el movimiento feminista y al particular vocabulario bronco al que nos tiene acostumbrados el líder morado. A fin de cuentas, en esa manifestación se pedía la dimisión de Irene Montero.

Se suponía que la etiqueta de tránsofobo estaba reservada para amedrentar, multar y silenciar a la derecha, pero Echenique la había aplicado a una concentración feminista. Acaba de ocurrir ante mis ojos un fallo de Matrix, pero en ese momento no le supe dar la importancia que tenía.

Lucía y el sexo

El día que leí el artículo de Lucía Etxebarría en The Objetive supe que había habido algo muy gordo que me había pasado bajo el radar. La situación que la conocida escritora explicaba este pasado verano era surrealista. Lucía, lesbiana y activista feminista histórica, hacía público que estaba recibiendo amenazas por parte de miembros descontrolados del colectivo LGBTI. Según su relato, hacía años que prefería no ir al orgullo o pisar un bar presidido por la bandera del arco iris porque no era un entorno seguro para ella. Y lo más duro: alguien había pintado en el portal de su casa un punto de mira con las siglas “terfa” en el interior.

En la neolengua de género TERF significa feminista radical trans-excluyente (trans-exclusionary radical feminist). Pero el artículo ofrecía otros detalles ciertamente inquietantes. Etxebarría hablaba de la presión que estaban sufriendo en determinados círculos las golden stars para abrir su abanico de parejas sexuales. Parece ser que este término se refiere a las lesbianas que nunca han tenido relación con un hombre. O con una mujer trans. Pues bien, desde Stonewall (la organización de derechos LGBT más grande de Europa) consideran que las mujeres que se sienten solo atraídas por personas de su mismo sexo son “transfóbicas” y “racistas sexuales”. Seguid leyendo y descubriréis por qué.

Butler en la Complutense

Así de calentitas estaban las cosas cuando, hace unas semanas, algunos medios se hicieron eco de las pintadas contra una filósofa feminista que habían aparecido en la Universidad Complutense de Madrid. “Butler antifeminista”, “Butler non grata”, “Fuera teorías acientíficas de la universidad” y “Teoría queer es misoginia”. Las letras estaban pintadas con color morado y las autoras no habían firmado con una esvástica, sino con el símbolo femenino (♀).

Los grafitis iban dedicados a la filósofa estadounidense Judith Butler, conocida por su trabajo en los denominados estudios de género. Butler es una de las pensadoras más influyentes del feminismo actual y autora de referencia de la teoría queer.

¿Por qué esta animadversión? Para comprenderlo hay que acercarse primero al feminismo. O, mejor dicho, a los feminismos.

Las “olas” del feminismo

El feminismo no es un movimiento lineal, homogéneo ni uniforme. La realidad es mucho más desordenada. Hay muchos tipos de feminismo que tienen como objetivo conseguir una igualdad real para las mujeres. Hay valores, ideas y personas que a menudo entran en conflicto. Para ofrecer un relato que primase la continuidad sobre las diferencias, el movimiento feminista recurrió a la metáfora de las “olas”. En lugar de describir de forma aislada los submovimientos que se construyen (y pugnan) entre sí, el feminismo ha preferido dividirlos en “olas”.

Al principio, los movimientos feministas defendían la igualdad de la mujer ante la ley. Luchaban por cuestiones tan elementales como su derecho a votar o a acceder en igualdad de condiciones a la educación, al trabajo y a la propiedad. En resumidas cuentas, defendían el derecho a participar en la vida pública en igualdad de condiciones que el hombre. Estas fueron las dos primeras olas. Y contribuyeron a traer grandes avances sociales. Es verdad que, en algunas materias, junto con reivindicaciones plenamente justas, también se entrelazaban demandas ciertamente cuestionables como la promoción del aborto, las políticas contraceptivas y la “liberación sexual” de la mujer.

En la segunda ola se empezó a distinguir entre sexo (biológico) y género, entendido como las construcciones sociales y culturales sobre la masculinidad y la feminidad. En la segunda ola ya surgen autoras que cuestionan los roles sociales y familiares asignados a la mujer. Y coge vuelo la misión de derribar el “patriarcado”, entendido como un sistema de dominación que favorece al hombre sobre la mujer en todos los planos de la vida.

Pero cuando la cosa se pone artificial de verdad es en la tercera ola, iniciada en los años noventa. En esta ola se desarrollaron conceptos como “diversidad”, “interseccionalidad”, “queer”, “ecofeminismo”, “feminismo post-moderno” y “transfeminismo”. Aquí se prima ya la perspectiva individual del empoderamiento femenino sobre el análisis de clase (es decir, el de la mujer como clase social en una guerra de sexos).

La interseccionalidad es clave para entender la controversia actual dentro del movimiento. Se trata de un marco analítico usado para estudiar cómo rige la lógica de la discriminación en función de factores como el sexo, el género, la sexualidad, la raza, la clase, la religión, la discapacidad, la apariencia física, etc. Esta teoría parte del enfoque de que una misma persona puede sufrir varios niveles o capas de discriminación.

De forma paralela, la teoría queer nació para combatir la “heteronormatividad”, es decir, la idea de que solo el deseo heterosexual es normal. Para la teoría queer la sexualidad es plural, líquida y constantemente negociada. Rechaza las categorías universales y fijas como varón, mujer, heterosexual, homosexual, bisexual o transexual. Todas ellas son construcciones culturales. Frente a esto, la doctrina queer de la identidad de género sostiene que las personas son del género que dicen ser, con independencia del sexo biológico. Así, los bebés nacen sin sexo, las niñas pueden tener pene y los niños pueden tener vagina.

La teoría queer supone una crítica al feminismo de la segunda ola porque cuestiona su “pensamiento binario” (hombre-mujer), su “esencialismo de género” (o esencialismo biológico) y su visión entre feminidad y feminismo. Por eso, algunos hablan ya de la teoría queer como un verdadero posfeminismo.

Aquí la interseccionalidad es importante. ¿Te sientes discriminada laboralmente por ser mujer? No te quejes. A las transexuales ni siquiera les dan trabajo. Si te trata de hablar de galones de vulnerabilidad, las trans pertenecientes a una minoría étnica se llevan la palma. A fin de cuentas, las feministas de la primera ola eran, fundamentalmente, blancas y de las clases sociales más altas. Y, en buena medida, se beneficiaban de los privilegios propios de su raza y estamento. ¿Eres lesbiana y rechazas como posible pareja a una mujer trans? Eres una “esencialista biológica”. Discriminadora. Transfóbica. ¿Se entiende ahora por qué parece ser que algunas golden stars han dejado de ir a bares con la bandera del arco iris?

La cuarta ola es una profundización en las tesis de la tercera (con mayor énfasis en el colectivo trans) y, además, chutada con los esteroides de las redes sociales.

Feministas contra feministas

Judith Butler, la pensadora de referencia de la teoría queer, usa en sus ensayos un lenguaje posestructuralista ciertamente artificioso, alambicado y difícil de seguir (incluso para las iniciadas). Sin embargo, en una conferencia que dio en la Universidad Tres de Febrero, de Buenos Aires, sintetizó su crítica al feminismo histórico de una forma inteligible:

“Algunos dicen que el feminismo es un movimiento para mujeres, por mujeres y que representa mujeres. Pero a su vez el feminismo es un movimiento para combatir la violencia que no es solo contra las mujeres. La violencia es también contra las trans, contra las travestis y contra aquellas que no nacieron mujeres pero se sienten mujeres y que son vulnerables a la discriminación. También todas ellas son feminismo y por eso un feminismo transexcluyente no es feminismo”, dijo Butler. Le siguió una marea de aplausos.

La teoría queer apela al sentimiento y a la vulnerabilidad. Las nuevas generaciones que han crecido en la cultura woke son ya muy receptivas a estos argumentos. La teoría queer lleva la lógica de la teoría de género hasta sus últimas consecuencias. Pero por el camino se carga el feminismo y, de hecho, la propia idea de mujer. Por eso, para el feminismo de izquierdas, la teoría queer es algo así como la teoría del caos encerrada en una caja de Pandora envuelta con celofán.

Jane Clare Jones es una filósofa y escritora que se define como feminista materialista radical. Se la tiene jurada a Judith Butler y a la teoría queer. Y habla sin pelos en la lengua:

“Si no reconoces que existen hombres y mujeres, no puede haber dominación masculina, no puede haber opresión femenina, en fin, no puede haber jodido patriarcado. Y tampoco puede haber ninguna resistencia femenina al patriarcado. Impresionante trabajo, Judith. Vamos a hacerte la jefa del feminismo. Palmaditas en la espalda”.

Para Jane Clare Jones, toda la tercera ola es una “mierda” que solo beneficia a los hombres. El empoderamiento individual de las mujeres y que cada-una-haga-con-su-vida-lo-que-quiera lleva a que supuestas feministas acaben tragando con todo lo que degrada a la mujer: “Pole dancing. Porno. Prostitución. Feminismo carcelario. Activismo trans”. Vamos, que un Fumanchú del Patriarcado no lo podría haber hecho mejor.

Más fallos en Matrix

La tensión está a flor de piel. Hace unos días se publicó una noticia en Australia que hasta hace poco habría parecido un artículo de El Mundo Today. Una lesbiana ha presentado una denuncia contra Target por discriminación. Para quien no lo sepa, Target es una de las corporaciones que más se ha identificado con las reivindicaciones del colectivo gay. La mujer afirma que un dependiente no-binario le echó de la tienda con malos modales y llamándole “TERF”. La cliente llevaba una camiseta con el logo de una asociación LGB(sin T) que no aboga por las personas trans. La denuncia fue rechazada en un primer momento por la comisaria anti-discriminación (sic) y ahora ha sido recurrida ante el Tribunal Anti-Discriminación (sic). Parece ser que la mujer es una activista muy beligerante que mantiene también otra batalla legal para excluir a las personas trans de los eventos sociales de lesbianas.

En España, el discurso parlamentario del PSOE se limita a señalar que la autodeterminación del sexo legal genera inseguridad jurídica. Pero esto es solo la punta del iceberg. La ley trans ha provocado un verdadero cisma dentro del feminismo de izquierdas: una división ideológica muy profunda y difícilmente reconducible.

La profesora Juana Gallego. ARABA PRESS

La profesora Juana Gallego, que imparte clases en el Máster en Género y Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, ha sufrido un boicot organizado por la extrema izquierda. Ya sea por convicción o por intimidación, los alumnos dejaron de ir a sus clases. ¿El motivo? Haber dicho que el sexo no es género, y que el sexo es binario, aunque el género se pueda manifestar de maneras diversas según las normas de cada sociedad. El asunto podría parecer una anécdota más en uno de nuestros campus hiperpolitizados. Pero no lo es. Juana Gallego ha sido boicoteada en un máster de género… que ella misma había fundado. Las feministas de la tercera ola están cancelando a las que no se pliegan a la teoría queer.

La división en el seno del feminismo de izquierdas no es algo nuevo, pero la tramitación de la Ley Trans ha puesto en el foco algunas de las cuestiones que más les separaba. Acusaciones de transfobia. Acusaciones de homofobia. Acusaciones de misoginia. Acusaciones cruzadas de ser antifeministas y reaccionarias. No hay un verdadero debate cívico ni político. Las distintas facciones han entrado en una fase de cancelación y discurso de odio. La fiscalía podría empezar a perseguir delitos que fueron diseñados para reprimir a otro tipo de organizaciones.

Para un espectador despistado, puede parecer paradójico que esto ocurra en corrientes de pensamiento que siempre han reivindicado la diversidad y la libertad de expresión de las mujeres. En la izquierda este enfrentamiento puede acabar cogiendo tintes de tragedia. A fin de cuentas, el feminismo tiene un empuje transversal y estaba siendo utilizado como su principal agregador social.

En el entorno de Pedro Sánchez ha cundido la sensación de que la Ley Trans se les ha ido de las manos. Sin embargo, si se mira bien, es toda la ideología de género lo que se les ha ido de las manos. Las contradicciones internas de esta ideología antihumanista finalmente han explotado.

Se ha producido un cortocircuito en Matrix. Y apenas hablamos de ello.