El pasado sábado, fiesta de la Virgen del Carmen, tuve el privilegio de estar presente en la jura de bandera y entrega de reales despachos de los alumnos de la Escuela Naval Militar, en Marín. Su Majestad el Rey presidió un acto solemne, como solemne es el día en que los marinos celebran a su Patrona, en que los jóvenes alumnos de la Escuela y los nuevos oficiales de la Armada lucieron su característico uniforme blanco inmaculado para prestar juramento de servicio a España y honrar a su bandera.
Puedo decir con orgullo que tres primos míos se contaban entre los protagonistas de la ceremonia, pero mientras el batallón desfilaba en perfecta formación, reparé en que no era capaz de reconocer a ninguno de ellos. Los aspirantes y alféreces de navío marcharon varias veces ante mis ojos, pero el uniforme y la gorra de plato bien calada dificultaba distinguir a alguno en concreto.
Se me ocurrió que es esta una buena imagen de lo que son nuestras Fuerzas Armadas. Del servicio abnegado y anónimo con la compañía por encima del soldado; la comunidad, del individuo. Recordé también entonces ese diálogo de Algunos hombres buenos en el que el teniente Weinberg le pregunta, con una nota de reproche en la voz, al personaje de Demi Moore por qué defiende con tanto ahínco a los militares. Esta no duda en contestar: «Porque vigilan el muro. Y dicen ‘Nadie os va a hacer daño esta noche. Durante mi guardia, no’».
La paz que no siempre fue
Hoy todos vivimos nuestro día a día en un mundo pacífico en el que sólo escuchamos la palabra ‘guerra’ en el telediario. Basta una rápida mirada a la historia para recordar que esta es la excepción y no la norma del devenir humano, y son precisamente nuestros soldados quienes velan cada día por mantener nuestro modo de vida en libertad y paz. Es de justicia, por tanto, primero reconocer y después agradecer su labor callada y discreta. Pero es preciso ir más allá. En el juramento que pronunciaron, los jóvenes miembros de la Armada prometieron algo que mutatis mutandis está al alcance de todos: cumplir fielmente las propias obligaciones, obedecer y respetar a los superiores, y guardar las leyes. Jurar, cumplir, obedecer y respetar, verbos todos que nuestra sociedad mira con rechazo o directamente con sorna.
Pienso que es tarea nuestra ir en contra de esa corriente para parecernos en algo a los soldados de los que tanto nos orgullecemos. Tal vez no cogiendo un arma y defendiendo un puesto, pero sí guiándonos por los principios que inspiran a los hombres y mujeres de nuestros ejércitos: honor, valor, disciplina, lealtad. Como reza el final del juramento, si así lo hacemos, España nos lo agradecerá y premiará; si no, nos lo demandará.
Así pues, imbuyámonos en la nobleza de espíritu que tan bien pregona nuestro Enrique García-Máiquez. Una nobleza, como recuerda Calderón, que se adquiere, no se hereda. Escojamos un lema y un escudo de armas para batallar nuestras escaramuzas diarias. Porque ya lo dijo Job hace muchos siglos, la vida del hombre sobre la tierra es una milicia. Y la milicia, dice también Calderón, no es más que una religión de hombres honrados.
*La imagen de cabecera pertenece a la Agencia EFE*