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Decía Mahatma Gandhi que el disenso honesto es a menudo un buen signo del progreso. Es muy improbable que el Patrick J. Deneen esté a gusto con el adjetivo «progresista»: pero es precisamente su obra la que impugna que haya un enfrentamiento esencial entre la conservación y el progreso, puesto que él apunta sin descanso a lo que realmente merece la pena: a lo bueno.

Patrick J. Deneen es catedrático de Ciencias Políticas y titular de la Cátedra David A. Potenziani de Estudios Constitucionales de la Universidad de Notre Dame. Antes de incorporarse a esta universidad en 2012, enseñó en la Universidad de Princeton (1997-2005) y en la Universidad de Georgetown (2005-2012), donde ocupó la Cátedra Markos y Eleni Tsakapoulos-Kounalakis de Estudios Helénicos. Ha impartido clases en innumerables universidades (Yale, Villanova, Pennsylvania y en instituciones de una decena de países) y sus libros se han traducido a una veintena de idiomas. También forma parte de varios consejos editoriales.

Es uno de los autores que mejor ha desnudado el liberalismo, levantando el velo que distingue a los —en el fondo— indistinguibles demócratas y republicanos. En un ademán marxista, también ha vaticinado la futura desaparición de este sistema aparentemente indestructible: el liberalismo, sostiene, no puede sobrevivir sin instituciones cívicas —como la familia, la iglesia o los Boy Scouts—, pero su propia lógica las socava al priorizar la elección individual, lo «correcto», sobre lo «bueno», y rechazar cualquier idea fija de la naturaleza humana. En este sentido, pertenece a la estirpe de los pensadores razonables que tanto escasean últimamente; nos invita a que averigüemos qué hace sufrir y elevarse al ser humano, en vez de seguir jugando a aprendices de brujo. De ahí que su testimonio, en la era de la ingeniería social desatada, nos resulte tan necesario.

Faltan voces que arremetan contra el subjetivismo que ha salido de la panza del caballo de Troya del consenso. El imparable auge del relativismo ha causado la sustitución técnica de la moral por la ley, esto es, de la conciencia por el poder. Deneen ha dedicado su vida a alumbrar un camino que apenas empieza a asomar: recuperar la senda de la ciudadanía comprometida. Su última obra, Cambio de régimen, que he tenido el privilegio de traducir, recoge lo mejor de su pensamiento amplio y disruptivo; es una franca invitación a repensar cómo trabajamos, nos relacionamos y convivimos.

 

También cree en un populismo virtuoso. Muy crítico con Trump y libre de sujeción partidista alguna, Deneen aboga por un tradicionalismo popular que se compadezca con lo que tantos anhelan: comunidades poderosas. La posmodernidad disolvente produce fantasmas de soledad y globalismos que están disparando la brecha entre ricos y pobres; en la senda de Alasdair MacIntyre, Deneen apuesta por vidas comunitarias densas que resignifiquen nuestras localidades y los sentimientos vinculantes que estas propician.

En este y otros sentidos, Deneen es un «pensador del pueblo». Con bravura y sin ambages ha señalado que la élite del poder cultural actual está en todo alineada con la élite del poder económico, y que ambas «castas» (¿qué fue de quienes arremetían contra ella entre nosotros?) están dispuestas a arrollar a cualquiera que se interponga en su camino. En este sentido, es sumamente actual: llámese Washington o quienes dominan la Carrera de san Jerónimo, cada vez son más quienes perciben que el poder político y el económico siempre bailan al mismo son, y no en beneficio de todos. Más allá de populismos efectivamente tenebrosos, lo que más nos quiebra, como ve el autor, es la política antipopular, o, dicho de otro modo, la política que ha desconectado de la polis, de manera que ya no sirve al demos, sino que se sirve de él, que es bien distinto.

«Para la mayoría de los occidentales, la idea de un tiempo y un modo de vida después del liberalismo es tan plausible como la idea de vivir en Marte», escribe el autor en “Unsustainable Liberalism” (First Things, agosto 2012). «Sin embargo, el liberalismo es un audaz experimento político y social cuyo éxito está lejos de estar asegurado». Este es el viento fresco que nos trae Deneen a los españoles: una reflexión global y local sobre lo que no solemos y necesitamos replantearnos. Estamos entrando en una nueva era que exigirá toneladas de honestidad y audacia, pero no del tipo al que nos tienen acostumbrados los impresentables aventureros políticos que sufrimos, sino la clase de audacia que necesitamos quienes aspiramos a ejercer de veras como ciudadanos.