Es difícil hablar de la Hungría de Viktor Orbán (Székesfehérvár, 1963) sin referirse a la historia, es decir, al pasado más remoto y a los acontecimientos más actuales. El primer ministro húngaro ha pasado de la oposición al comunismo en clave liberal al intento de construir una alternativa “iliberal”, es decir, conservadora y social a comienzos del siglo XXI.
Nacido en una ciudad señorial de Transdanubia y licenciado en Derecho en la Universidad Eötvös Loránd, fundada en 1635, Orbán ha sabido cohonestar el pasado del país con una mirada hacia el futuro. Algunos pueden verlo como un oportunista que primero se sirvió de las becas que daban las fundaciones de George Soros. Otros lo consideran el símbolo de una alternativa al comunismo y al liberalismo de las grandes empresas globales. Para muchos, es al mismo tiempo un patriota y un europeísta. Todo depende del sentido que demos a esos términos.
Familia e identidad
En efecto, Orbán ha ido elaborando un pensamiento político original en torno a la identidad húngara y, en cierto modo, europea. Orgulloso del pasado nacional, no rehúye ni la nostalgia por la Hungría histórica, cuyos territorios se perdieron en virtud del Tratado de Trianon (1920), ni la reivindicación del pasado glorioso de la lucha en defensa de la cristiandad. Reclama por igual la tradición de encrucijada de caminos donde se encontraron todos los pueblos de Europa y la herencia de la modernidad decimonónica que dio a Budapest uno de los metros más hermosos del mundo y una arquitectura admirable. No en vano decía Francisco Eguiagaray, gran maestro del periodismo de Europa Central, que la capital húngara era la más espectacular de las ciudades de la antigua monarquía danubiana.
Defensor de la familia, ha impulsado una política de fomento de la natalidad al tiempo que se ha opuesto a la entrada y el asentamiento de inmigrantes y refugiados impuestos por la Unión Europea. La evolución de los acontecimientos desde 2015 lo han convertido en un adelantado de las reservas que otros países, en primer término, otros miembros del Grupo de Visegrado como Polonia y Eslovaquia, han ido expresando desde entonces. Lo acusan de xenófobo, pero su gobierno ha creado una secretaría de estado para la ayuda a las minorías cristianas de todo el mundo y ha abierto las puertas del país a estudiantes y profesionales cualificados. Por toda la diáspora húngara, programas como el “Estipendium Hungaricum” permiten a jóvenes de ascendencia húngara viajar y estudiar en el país y aprender el idioma.
Solo contra todos
Definitivamente, pues, la Hungría de Orbán requiere una mirada más detenida que la de la espuma de la actualidad cotidiana. Con todos los ataques que recibe de la oposición -corrupción y nepotismo entre otras- sigue manteniendo una popularidad innegable que quien sólo conoce Budapest tal vez tienda a minusvalorar. Es imposible pronosticar el resultado de las próximas elecciones, pero todo parece indicar que el actual primer ministro va a ser un hueso duro de roer para los partidos de la oposición que, por primera vez, tratan de concurrir juntos a las elecciones parlamentarias de 2022. Hasta ahora, su división daba ventaja a Orbán.
Mientras la oposición intenta organizarse, Orbán planta cara a todos: la Comisión Europea, las fundaciones y organizaciones que lo acusan de prácticas poco democráticas, los partidos de la oposición, los medios de comunicación más críticos… No vacila en acusar a George Soros de injerencia en los asuntos internos de Hungría. Señala con el dedo a los medios extranjeros mientras visita un kiosco de prensa en Budapest para comprar todos los periódicos opositores delante de las cámaras. Podría haber sido el primer ministro de un país más bien pequeño de la Unión, pero se ha convertido no sólo en una voz crítica, sino en el líder de una alternativa a los consensos socialdemócratas que hoy se fomentan desde Bruselas.
A lo largo de las próximas semanas, iremos acercándonos, desde la perspectiva que da la historia, a la Hungría de este presidente que no deja a nadie impasible.
Les espero.