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A Vanessa Kaiser le conoce bastante la izquierda chilena. La santiaguina desmonta, implacable, los dogmas del progresismo y el rigor que invierte en ello es notable. Doctora en Ciencia Política y en Filosofía, Kaiser es directora de la Cátedra Hannah Arendt de la Universidad Autónoma de Chile y colabora en varios medios de comunicación. En ninguno escatima en valor para defender sus convicciones liberales y divulgar sus conocimientos. ¿Cómo puede ser? ¿Una mujer que no es feminista, que conoce al dedillo a Nietzsche y que rebate con desenvoltura a los filósofos más sesudos? La realidad es más compleja que la utopía, amigos.

Kaiser también dirige el canal de YouTube Esfera Pública, cuya estética y ritmo dan fe de que ha comprendido de qué va esto de la comunicación. Además, la académica tiene la delicadeza de dirigirse a sus seguidores como “telepensantes” y de tratarles como tales. Así lo ha hecho también con los lectores de Centinela, a quienes se dirige en la conversación que sigue y como acostumbra: sin pelos en la lengua.

¿Qué es Esfera Pública y cuál es su importancia en el proceso de formación de opinión de sus telepensantes?

En lo simplemente dado a los sentidos, Esfera Pública es mi canal de YouTube. En él, desarrollo columnas de opinión y entrevistas semanalmente. Oculto a la mirada superficial se encuentra un espacio que tiene por finalidad activar, mantener y potenciar una facultad del espíritu: el pensamiento. Pocos se han dedicado a entregar contenido de modo que, en lugar de generar adhesión, abra espacio a la propia reflexión de los oyentes. Esa es una de las deudas de cierto liberalismo y de parte importante del conservadurismo que exigen comulgar con ideas en lugar de poner los esfuerzos en que las personas alcancen sus propias conclusiones temporales. En el caso del liberalismo, lo que demuestra dicha falta de esfuerzo es, desde mi perspectiva, una desconfianza en el individuo que se sublima afirmando la propia posición en conocimientos pseudodeterministas como el biologicismo o el economicismo. Ello nos lleva a pensar que, incluso entre liberales, nos es muy difícil lidiar con la textura misma de la vida, el azar, el permanente cambio de las constelaciones de los asuntos humanos y de cada uno de los individuos a lo largo de su existencia. De ahí surge un tema fundamental: que el liberalismo nace en la cuna de la fe cristiana y no se ha hecho cargo de los efectos que tuvo la muerte de Dios en su ideario. En simple: antes, la realidad del mercado en que nadie planifica según criterios de justicia social era posible porque psíquicamente los individuos confiaban en la voluntad de Dios; hoy, eso es impensable. Así es como la religión del Estado ha terminado por habitar el espacio antes ocupado por Dios. Los conservadores tampoco han dedicado tiempo a ver cómo un cristianismo decadente y contrario a la vida terminó por carcomer los fundamentos de la cultura occidental. Y hablo de Occidente porque, si miras a China, ellos se han fortalecido, lo mismo pasa con India y el mundo musulmán que, al menos, ha sobrevivido incólume a los avatares del tiempo. ¿Por qué? Porque Alá no ha muerto.

En lo personal, Esfera Pública -idea de mi hijo menor, libertario de tomo y lomo- es el espacio que me ha permitido entregar mi aporte a la sociedad. Es verdad que en este tipo de áreas las posibilidades de avanzar dependen de muchos factores que no tienen relación con el mérito. Esa es otra de las derrotas del liberalismo. Donde los políticos y los empresarios de corte neomercantilista han impuesto sus lógicas, no queda espacio para la esperanza liberal de salir adelante por sí mismo. Esto se vive no sólo en el nivel empresarial, sino, con mayor fuerza aún, en aquellas instancias ligadas a la educación y la cultura en que habitan casi de forma exclusiva, contactos, parentescos y lustrabotas o yes men. Así han dejado fuera a las personas meritorias. Quizás es hora de un mea culpa en este sentido también.

¿La no izquierda ha llegado demasiado tarde a la batalla cultural?

¿Qué es no ser de izquierda? La verdad es que la religión en que Dios es reemplazado por el Estado; el demonio, por el capitalismo y la Virgen, por la igualdad, se ha extendido hasta el punto de que liberales y conservadores perdieron su lugar en el mundo. Lo peor es que, en lugar de unir fuerzas, siguen alimentando sus egos narcisos, destacando diferencias que no tienen ninguna relevancia si se las coloca en el tablero del juego del marxismo neofascista del siglo XXI. Esto nos lleva a otro punto. Entre quienes defienden la libertad, la ignorancia ideológica llega a ser patológica cuando de entender al adversario político se trata. No es que hayamos llegado tarde; es que todavía no se tiene la menor idea de lo que es la psicopolítica y, a quienes hablamos de eso, nos silencian porque incomoda. Así la reina de la psiquis de las masas es la izquierda puesto que desde Freud a Lacán, Gramsci a Foucault, sólo se han dedicado a estudiar a fondo al ser humano. Mientras, muchos suben al podio al homo economicus o hablan del virtuosismo de los colectivos… ¡Los conservadores no saben siquiera distinguir entre la comunidad y el colectivo! ¿Cuándo se van a hacer cargo de lo que significa el «ti mismo» en el mandamiento que nos ordena amar a los otros «como a ti mismo»?

No llegamos tarde al campo de la cultura; es que todavía ni siquiera vemos el error de mantener los ideales de una Ilustración que entregó la educación al Estado, donde el adoctrinamiento y el intento por la creación del «nuevo hombre» es de los más intensos que se hayan experimentado desde la erradicación del paganismo.

Parece que el voto lo determinan las emociones. Quien sepa manejarlas será, por tanto, el ganador en las urnas. En ese contexto, ¿tiene sentido la guerra cultural, de las ideas?

La guerra cultural solo tiene posibilidades de éxito si a las ideas las acompaña la realidad psíquica del orador. Eso implica encarnar la máxima de Hume según la cual es la pasión la que mueve a la razón. Pero no podemos hablar de pasión en seres humanos que han desconectado su lóbulo frontal del sistema límbico. No es sólo un tema de emociones; es mucho más complejo. Hablar de emociones es hacer una caricatura del carisma y el liderazgo como condiciones psíquicas. Estamos en un mundo reblandecido psíquicamente que ha perdido la capacidad de experimentar la pasión. Por eso hablamos de emociones; ni siquiera atinamos a distinguir. Al liberal y al conservador les falta épica.

La pandemia ha puesto de manifiesto tanto las incoherencias del liberalismo posmoderno, como la aplicación de medidas despóticas en nombre de la seguridad sanitaria. ¿Tenemos motivos para dudar de que sea la mejor fórmula para enfrentar los desafíos del COVID?

La pandemia ha dejado a los individuos literalmente desnudos frente al poder estatal. Es la victoria absoluta de una biopolítica que va a terminar por esclavizarnos desde el propio cuerpo. Ahora es el teléfono, pero pronto va a ser más cómodo llevar el chip bajo la piel. No es posible que, para todo lo que queremos hacer, dependamos en un 100% de un dispositivo electrónico. Este es un tema muy serio que, ante el ataque global y generalizado de la extrema izquierda en todos los ámbitos de nuestra vida individual y común, hemos pasado por alto. Volviendo a la pandemia, podemos decir que la expectativa de que el Estado puede darnos “seguridad biológica” es una prueba más del deteriorado estado psíquico en que se encuentra el ser humano. Lo más grave es que todos quedamos fichados por un código QR que nos transforma en un ente fácilmente manejable. Cualquier otra excusa (de hecho, ya existe y es el cambio climático y tu huella de carbono) que despierte las alarmas atávicas de nuestro inconsciente va a servir para que nos manejen como quieran.

¿Podremos librarnos de la cultura de la cancelación o estamos condenados a ella?

La cultura de la cancelación es una forma de predestinación hacia el conflicto, el caos y la destrucción total del espacio entre nosotros, en términos de Arendt. Es posible que, tras una guerra de todos contra todos, terminemos atomizados viviendo en la Matrix, con un chip bajo la piel. Entiendo que antes, frente a este tipo de argumentos, la gente reaccionara acusando a quien los esgrime de ser exagerado o fantasioso. Pero, tras la experiencia de la pandemia, en que los gobiernos nos encerraron y destruyeron todas nuestras libertades por una gripe que jamás llegó al nivel de la española, de la peste negra o de lo que considerábamos una pandemia, nadie puede acusar a los demás de exagerar. Si quieres que te sea sincera, creo que necesitamos una Glasnost a nivel mundial sobre este tema. No para perseguir a todos los que impulsaron la destrucción de la condición de ciudadanos a los que el poder político debe obediencia, sino para que avancemos en el nivel de consciencia que tanta falta hace para recuperar la estabilidad psíquica perdida.

¿Por qué la derecha ha desoído a Gramsci, a Nietzsche, a la escuela de Frankfurt y a los filósofos más influyentes en la posmodernidad?

La derecha se preocupa de la macro y la microeconomía sin entender que los sistemas económicos se sostienen en valores, creencias, conductas y costumbres. A la derecha le falta mundo interior. Es el miedo al sí mismo y la vida volcada siempre hacia afuera. Es el problema de por qué no quieren abrirse a la psicopolítica: porque implica un viaje hacia el sí mismo y el reconocimiento de nuestras sombras. En contraste, la izquierda lo hizo y decidió transformar el mundo a su imagen y semejanza: parir el hombre nuevo desde su estado esquizoide. Un muy buen ejemplo es la obra El AntiEdipo de Deleuze y Guattari, base de la Educación Sexual Integral que se impulsa en las escuelas primarias para destruir la contención psíquica de las nuevas generaciones y eliminar la experiencia de la intimidad y lo propio de la psiquis de las nuevas generaciones. De paso, así se borra la familia, porque es lícito tener sexo con los padres. Pero no, qué miedo, no entremos en esas profundidades tan hostiles… Esa es la reacción de la derecha y, lo peor, es que es esa negación la que terminó por derrumbar los fundamentos religiosos de nuestra civilización. Al mal hay que mirarlo de frente y eso implica verlo en nosotros mismos también.

¿Cree que el proceso Constituyente chileno es un experimento que se intentará exportar a otros países?

La prueba más fehaciente de que así será es el proyecto de Netflix de hacer un documental sobre esta experiencia. En suma, se va a globalizar la idea de destruir el Estado Nación. Con ello se eliminan las resistencias al gobierno global. La probabilidad de la victoria es alta. Si miras de cerca esta experiencia verás que a la izquierda ni siquiera le importa mentir descaradamente sobre un proceso de corte totalitario y venderlo como el non plus ultra de la democracia participativa. Lo mismo hicieron con Allende. Por su parte, a la derecha le da hasta miedo y vergüenza hablar con pasión. Hay que vacunar a la derecha del miedo que, indefectiblemente, los lleva a apoyar proyectos hobbesianos.

¿Hasta qué punto determinan el Foro de Puebla y el de São Paulo la política de los países hispanos?

Ellos capturaron el Deep State, la educación y el apoyo de los empresarios corruptos. No sé qué parte de las estructuras del poder se libran de su metástasis. Hay que felicitarlos; lo lograron. Mientras, desde su narcisismo infantil, liberales y conservadores siguen en pugna, sin entender que ambos se necesitan como el fuego al oxígeno. Pues, ¿qué libertad hay donde no existe estado de derecho y no se conservan las instituciones? Por su parte, ¿qué comunidad existe donde la creatividad y libertad de los individuos se asfixia bajo el peso de las costumbres y la autoridad ilegítima? La pregunta que deben hacerse los liberales es si existe la libertad donde nada se conserva. ¿No requería el libre mercado de confianza y certezas institucionales? ¿Qué es un individuo sin aquellos para los que crea, emprende y reflexiona? Por su parte, los conservadores, debiesen cuestionarse si acaso no destruyen el deseo mismo de conservar cuando las instituciones se corroen por dentro hasta podrirse bajo el peso de la perversión y la concentración del poder. Para abrir espacio a la reflexión es que necesitamos entrar en las profundidades de la psicopolítica, puesto que, nadie, que carezca de la consciencia de estar actuando bajo los narcóticos efectos del narcisismo, se va a plantear los interrogantes que sugiero. En esta época es más válido que nunca la sentencia del oráculo de Delfos, «conócete a ti mismo».