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Corrían los 90 cuando Lenore se inició en la cosa esa de la crítica cultural, concretamente, la musical. Pasó el corte por ser un indie a la última de las tendencias internacionales y callándose que era un chico de pueblo -San Esteban de Gormaz- al que le gustaba Camela. Con los años, renegaría de eso (del postureo indie, no de su pueblo ni mucho menos de Camela). Contra todo pronóstico, sigue ejerciendo la crítica con gran éxito de clicks.

Es lo que tiene sostener que el reguetón es cultura, entrevistar a De Prada, reivindicar los símbolos nacionales, defender la institución familiar o dudar de que el empoderamiento de la mujer consista en llegar soltera a los cuarenta, con la sola ayuda de Whyskas, Satisfyer y Lexatín. ¿Lenore un agente provocador, un enfant terrible? No se imaginan cuánto le molesta que le digan eso, como si dudaran de que no se puede ser de izquierdas y rechazar la mercancía averiada del discurso progre.

El periodismo cultural ya cuenta con su primer mártir: Scott Timberg, durante años columnista de Los Angeles Times.

Se suicidó ante la imposibilidad de un futuro laboral. Es paradójico, el editor que le echó del periódico es un magnate inmobiliario de los que han subido el precio de las viviendas; precio y viviendas que Timberg no se podía permitir. No puedes ser crítico cultural en Los Ángeles si te tienes que mudar fuera de Los Ángeles.

Eso es aplicable a Madrid. Sé de un crítico que se ha ido a vivir a un pueblo de Soria. La suspensión de conciertos por la pandemia se lo permite. De momento.

Los críticos culturales no pasamos por nuestro mejor momento.

¿No se podía saber?

Cuando empecé en esto, Patricia Godes, una periodista mayor que yo, me avisó de que de la crítica cultural no se vivía. ¡Y eran los 90, años de alegría económica! Mejor búscate otra profesión, me decía. Ella, por ejemplo, era monitora de gimnasio. Tenía razón: más que un oficio, esto es un hobby. Y peor: un escaparate.

¿Un escaparate?

Sí, un escaparate de la industria cultural para mostrar sus presentaciones, sus estrenos, sus exposiciones, sus productos… Como dice César Rendueles: confundimos cultura con la lista de la compra de la FNAC. Y la cultura es otra cosa. Es una forma de entender el mundo que afecta a la vida cotidiana.

¿Afecta también a la política?

Los periódicos, las radios y las televisiones no entienden el enorme potencial de la cultura. Por eso las secciones y los suplementos son tan previsibles, prácticamente intercambiables, casi un ornamento. No entienden que todos los combates políticos, todos los combates de la vida cotidiana, son combates culturales.

¿Tú sí lo entiendes y por eso a veces escribes de política?

Yo solo escribo de cultura. Lo que pasa es que la cultura tiene una dimensión política.

¿Y la política una dimensión cultural? O te lo pregunto de otra forma: ¿el asalto al Capitolio es cultura o, directamente, una patochada?

No creo que haya sido una patochada. ¿Que había unos frikis disfrazados? Eso nos llama mucho la atención a los periodistas. Lo del Capitolio ha sido la expresión cultural del olvido de los blancos pobres en Estados Unidos.

“Ya está Lenore provocando”, dirán algunos. Que es lo que opinan de ti cuando sostienes que el reguetón es cultura.

Por supuesto que es una expresión cultural y, por tanto, política.

“¡Si solo habla de sexo, drogas y playa!”, te contratacarán.

¿Dónde surge el reguetón? En los barrios pobres de Puerto Rico, donde lo único que algunos tienen es su cuerpo. ¿Qué puedes hacer con tu cuerpo, cuando no dispones de nada más? Puedes usarlo para bailar, puedes usarlo para follar, puedes usarlo para beber y, si el clima es bueno, como en el Caribe, puedes usarlo para tumbarte en la arena al sol. Y ya.

Ahora el que pregunta soy yo: ¿dónde quedan la cultura y la política?

Víctor Lenore. Fotografía: Fernando Díaz Villanueva

En el hecho de que con esos elementos el reguetón ha conquistado un planeta con toda una industria en su contra: el planeta pop. El Instituto Cervantes debería organizar ciclos de conferencias sobre cómo los más pobres del Caribe han logrado que el español sea el idioma dominante en un espacio cultural en el que hasta ahora los anglosajones tenían las de ganar.

Según eso, Bad Bunny estaría haciendo más por la difusión de nuestra lengua que Luis García Montero.

Cuando Luna Miguel suelta en ‘El País’ que Bad Bunny es literatura y se arma un escándalo en redes, yo me pregunto: ¿qué otra cosa puede ser, sino literatura? Un tío sin estudios, de familia pobre, reponedor de supermercados, que se engancha a la música y logra ser el primer artista en español más vendido y escuchado en el mundo. No entiendo cómo la derecha no lo reivindica.

Tampoco entiendes que la izquierda reniegue de los símbolos nacionales.

No toda la izquierda. La izquierda de barrio no tiene ningún problema con la rojigualda. Es la izquierda cuqui la que lo tiene.

¿Cómo lo explicas?

Con un artículo de Juan Manuel de Prada en ABC: ‘El resentimiento de los hijos de papá’. En él, De Prada explica que parte de la izquierda española es hija del funcionariado del franquismo. Los padres lograron una muy buena posición social con Franco y ahora los hijos se lo están haciendo perdonar. Es un psicodrama freudiano que está pagando toda la izquierda.

¿También tú?

Siempre he profesado ideas de izquierdas, incluso ahora que la izquierda se ha movido a un sitio neoliberal que no me interesa nada. Aunque no sé si a los términos derecha/izquierda les quedan dos telediarios. Tanto en lo cultural como en lo político, el eje más interesante es elitismo/anti-elitismo.

Replanteemos en esos términos la entrevista.

Las élites ya no se sienten responsables de la vida social y han dejado abandonados a los trabajadores pobres. La ruptura de ese pacto social ha provocado un malestar, que puede canalizarse de formas extravagantes (el asalto al Capitolio), pero que es real y está ahí.

Ahí, en Washington D.C., y también aquí, en Madrid.

Me acuerdo de un mitin de Carmena, en la plaza de los cines Luna, que yo flipaba. Terminó su discurso diciendo que no entendía cómo alguien podía criticarla por progre. “¡Si todos queremos progresar!”, venía a decir. Ya, pero es que el progresismo es una filfa. En los 60, bastaba que el padre trabajara fuera de casa para mantener a la familia. Hoy, tienen que hacerlo los dos, y ni aún así llegan. El mundo ha ido a peor. Normal que la gente cuestione la idea de progreso que nos quieren vender.

Ellos, los vendeburras, no la cuestionan, claro.

No entienden que haya quien no les jalee. Viven en una burbuja.

Una burbuja en Madrid Central, para más señas.

Otro eje alternativo lo establece Christophe Guilluy en su libro ‘No society’. La guerra, dice este geógrafo francés, ya no es entre izquierdas y derechas; es entre ciudades sofisticadas y periferias abandonadas. Cuando surgieron los chalecos amarillos, la izquierda parisina los recibió con desprecio: “ah, mira, fachas”. Yayo Herrero, la ecologista, dice que lo que necesita la izquierda son misiones en los barrios. Más que misiones, añado yo, lo que necesita es vivir allí.

El problema es que no hay cafeterías cuquis, como en Malasaña y Lavapiés.

En Peñagrande, el último barrio en el que viví en Madrid, había un bar, ‘La Carabela’, con una rojigualda enorme. Su clientela, de clase trabajadora, había ido virando a la derecha por no identificarse con la izquierda que veía en televisión.

Entra Errejón en ‘La Carabela’…

… y le da un síncope o algo. El caso más claro de izquierda M-30 es Más Madrid.

Y pensar que cuando Más Madrid dio el salto nacional barajó llamarse Más España.

La reivindicación por Errejón de lo nacional fue, utilizando términos modernos, una reivindicación fake. Él se mueve bien en los discursos ambiguos para atraer a diferentes sectores. Pero luego no cumple lo que promete. En cuanto a lo de Más España, los laboratorios de pensamiento del partido -o sea, cuatro amigos en un piso- decidieron que la izquierda no estaba preparada para un nombre así, ni siquiera para aceptar la rojigualda.

¿Y tenían razón?

Se equivocaron. Si quieren aprovechar las pocas oportunidades de remontar que les quedan, comerse la esquinita de la tostada que aún no se han comido otros, más les vale cumplir las promesas que hicieron al principio. El camino de la ambigüedad y del progresismo no lleva a ningún lado. La batalla de la izquierda contra lo nacional está perdida de antemano. Y no solo contra lo nacional: contra lo popular y lo cañí también.

¿Incluimos la Semana Santa en dicha categoría?

No se me ocurre una expresión cultural más popular, más de abajo, que la Semana Santa. La distancia y, más que la distancia, la hostilidad de la izquierda hacia el fenómeno es ridícula.

¿Cuándo arranca esa hostilidad o esa distancia o ese divorcio de la izquierda con lo popular y cañí?

Quizás en la movida madrileña. Antes no se daba. Y ni siquiera totalmente en la movida, que contaba con Martirio o a Gabinete Caligari. Pero, claro, eran minoría. La facción principal eran gente que pretendía vivir como si esto fuera Londres, Nueva York o Los Ángeles, con desprecio hacia todos los elementos cercanos y concretos que hacen la cultura popular: tu barrio, tu país, tus tradiciones…

Por el indie mejor ni te pregunto.

El indie llega en los 90 y lo hace anglosajonizado por completo. Yo, que lo viví muy desde dentro, puedo decir que es uno de los periodos más tristes de la música popular. ¿Y quién surge en mitad de esa grisura? Los Rodríguez, unos argentinos más castizos y populacheros que nadie, todo el rato con la rumba, los carajillos, los toros y cualquier cosa típicamente española. Supusieron un subidón de alegría en el panorama musical.

Víctor Lenore. Fotografía: Fernando Díaz Villanueva

Has dedicado sendos libros a la movida y a los indies, con más repercusión el segundo que el primero.

Los de la movida son warholianos, luego expertos en marketing. Sabían que cualquier crítica a mi libro favorecería la promoción. Por eso no dijeron nada. Los indies, al revés, se lo tomaron como algo personal. Bajaron al barro, se pusieron a berrear, insultaron. Eso hizo que el libro se vendiese estupendamente.

¿Por qué su reacción, tan furibunda?

No entendían que alguien les cuestionara. ¡A ellos, acostumbrados a cuestionar esto y lo otro, pero no a ser cuestionados! Lo que no saben es que cuando cuestionas algo es porque te apela y te importa.

¿Te importa la música indie?

Me importa la cultura popular. Mi crítica a lo indie era una forma de decir: hay maneras mejores de hacer lo que estáis haciendo. Lo que no significa que no valores lo que hacen. De alguna manera, lo valoras. Pero todo lo que no sean elogios a granel algunos se lo toman muy mal. Uno de los problemas de España es que no hay costumbre del debate. Si la hubiera, ganaríamos todos.

El caso es que no la hay; lo que sí hay es una corriente cultural dominante.

Cuando das el primer paso y te sales de todo eso, te sientes muy solo y sufres. Pero únicamente al principio. Poco a poco, vas encontrándote con gente, cada vez más. Gente de izquierdas y también de derechas, con la que son posibles debates y relaciones humanas muchísimo más interesantes que dentro de la corriente dominante.

Tú, como Ana Iris Simón, no tienes miedo a coincidir, menos todavía a dejarte entrevistar por una revista como la nuestra, tan conservadora.

Me acuerdo de la primera vez que hablamos tú y yo. Me dijiste que no era tu intención utilizarme como tonto útil. Me hizo gracia el comentario. Porque el tonto útil, aun teniendo las perder, alguna vez ganará, de algo convencerá al contrario. Respecto a Centinela…

Dime.

¿Cómo no identificarme con una revista en la que se escribe de Christopher Lasch, un autor del que deberían hablar las publicaciones de izquierdas y no lo hacen? ¡Ya si escribierais sobre Pasolini…!

(Nota: la entrevista tuvo lugar en Madrid, en Arranca Thelma, la librería que Luis Trueba regenta en la calle de La Morería 2, en La Latina. Fue el viernes que nevó como nunca en Madrid. Como Luis hubo de ausentarse por una urgencia (no era la nieve, no), nos dejó copia de la llave para cerrar al salir. El detalle de confianza llenó de melancolía a Lenore, que suspiró por su juventud perdida: “Ya no cierro bares. Solo cierro librerías”).