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Cosas que siempre te callas, Mitch O’Farrell

Sucede todos los 12 de octubre, con motivo del Día de la Hispanidad. Y no nos referimos, no, al Desfile de las Fuerzas Armadas, con las multitudes ondeando sus banderas, con más fervor este año que otros, por qué será. A lo que nos referimos es a esa suerte de competición por ver, al hilo de la efeméride, a quién se le ocurre la ocurrencia más extravagante, cuanto más alejada de la verdad de los hechos, mejor; competición, por cierto, en la que ni siquiera el ganador logra cruzar la meta manteniendo entera la dignidad, pues el sentido del decoro se lo dejó, al igual que el resto de participantes, en la línea de salida, como en una de esas aparatosas carreras de sacos.

El gestito de la banderita

Lo vimos el año pasado, cuando el Ayuntamiento podemita de Madrid colgó de uno de sus balcones la whipala, la bandera que desde tiempos inmemoriales aglutinó –o eso dicen algunos- a los pueblos aimaras, y cuya disposición en cuadritos de colores, casualidad o no, parece haber inspirado el diseño del mapa de España que estos días preside la sede nacional de Podemos. Pero no aventuremos conjeturas de tipo indigenista-populista, y regresemos al 12 de octubre pasado, cuando el consistorio de Manuela Carmena se marcó lo que el siempre sagaz Cristian Campos, de profesión sus labores informativas, denominó “el gestito de la banderita”.

Espíritu de ciega y fiera acometividad

Porque resultó, según pesquisas de Campos, que los pueblos aimaras jamás enarbolaron la whipala, o no al menos hasta 1945, fecha en la que fue creada por Hugo Lanza Ordóñez, jurisconsulto boliviano y cuyos apellidos, sobre todo el primero, nos permiten contar a sus antepasados no entre el número de los indígenas, en todo caso entre el de los conquistadores con más espíritu de ciega y fiera acometividad.

Maldita etimología

¿Qué por qué 1945? Por ser ese el año en el que se celebró el Primer Congreso Indigenista Boliviano, uno de cuyos mantenedores fue el erudito Lanza -con perdón- Ordóñez, padre primerísimo de la idea de que el aimara no podía ser un pueblo sin bandera, por más que las enseñas, en cuanto símbolos de las comunidades políticas, fueran un invento europeo, como vendría a demostrar la etimología germana de la palabra: bind.

Lapks-lapks

Obstáculo este, el del léxico, fácil de remover para un hombre de la determinada determinación de don Hugo, quien se zambulló en el vocabulario aimara, no saliendo a la superficie hasta no dar con un término que fundamentara sus tesis, creyendo encontrarlo en la contracción de whipai (expresión de júbilo) y lapks-lapks (onomatopeya del viento), cuyo resultado whipala significaría algo así como triunfo ventoso o, ya puestos, bandera. (Definitivamente, el que no se consuela es porque no quiere.)

Champagne-Cola

Ya solo faltaban los colores. Alguno de los asistentes al Primer Congreso Indigenista Boliviano propuso el blanco, derrotado en primera votación por el resto de congresistas, por considerarlo aburrido en demasía. Más éxito tuvo la propuesta de un publicitario, que sería finalmente la votada, por más que el mismo proponente reconociera que el diseño era casi un calco de otro suyo anterior, en concreto, el de la etiqueta de la Champagne-Cola, bebida refrescante de extractos patentada por dos emigrantes italianos, los señores Salvietti y Bruzzone, quienes, aparte de dar de beber al sediento, lo que de verdad buscaban, como buenos empresarios, era montarse en el dólar, en sentido figurado y literal si hiciera falta.

Bandera whipala. Flickr

El coloso americano de las burbujas

¿Con qué nos encontramos pues? Con que el 12 de octubre del año pasado, Podemos Madrid colgó de uno de sus balcones un símbolo genuinamente europeo y de dominación -esto es, una bandera- y, por si fuera poco, con los vivos y chispeantes colores de una marca comercial, copia barata de la Coca-Cola, y todo sin la más mínima consideración hacia Ramón Espinar, compañero de partido que, por entonces, se batía el cobre -en solitario, aunque por partida doble, y nosotros nos entendemos- frente al coloso americano de las burbujas.

Los Ángeles, distrito 13

Este año, sin embargo, Podemos declinó participar en el concurso internacional de Hispanofobia, centrados como parecen estar sus líderes en salvar los muebles (de Ikea) y los escaños (del Congreso), ante un más que probable batacazo electoral, según pronostican todas las encuestas. De este manera, la formación morada ha dejado expedito el camino al ganador de la edición 2017, Mitch O’Farrell, representante municipal del distrito 13 de Los Ángeles y responsable de que el Ayuntamiento de la ciudad votara a favor de cambiar el Día de Colón, celebrado hasta entonces el segundo lunes de octubre, por el Día de los Pueblos Indígenas.

Cubrir de porquería a don Cristóbal

Habiendo como hay 365 días en el calendario, y yendo a elegir el segundo lunes de octubre, que es cuando en los Estados Unidos se conmemora a Colón, queda probado que la intención de O’Farrell no era tanto homenajear a los pueblos indígenas, como cubrir de porquería la memoria del almirante, cuyo legado ha sido calificado en numerosas ocasiones por el mismísimo O’Farrell como violento, brutal, destructivo y causante del sufrimiento y la esclavitud de los pueblos indígenas, muy especialmente de los que habitaban lo que hoy es el área metropolitana de Los Ángeles.

Inasequible al documento y al argumento

Un primer impulso es el de mandar -a portes pagados, se entiende- un ejemplar a O’Farrell de ‘Imperiofobia y Leyenda Negra, el ensayo revelación de la temporada pasada, cuyo título ya lo dice todo, y del que es autora María Elvira Roca Barea. Pero inasequible como parece ser O’Farrell al documento y al argumento es muy probable que ni siquiera ojeara alguna de sus 460 páginas, y terminase empleando el volumen como pisapapeles o, Dios no lo permita, como objeto arrojadizo contra la cabeza de algún rival del Partido Republicano durante el acaloramiento de una discusión en el Pleno del Ayuntamiento.

El Pueblo de Nuestra Señora de Los Ángeles del Río de Porciúncula

Con que, en previsión de este y otros riesgos, nos limitamos a recomendar a O’Farrell una visita a los archivos municipales, con el ruego de que solicite al funcionario de turno una copia del documento fundacional de la ciudad, con fecha de septiembre de 1781 y la firma del entonces gobernador de las Californias, el jienense Felipe Neve. Entonces Los Ángeles era El Pueblo de Nuestra Señora de Los Ángeles del Río de Porciúncula, y en lugar de los 18 millones de habitantes de hoy solo tenía 40.

Del Hall of Fame al santoral

Ninguno de los 40, por cierto, podía ostentar el título de primer español en pisar aquellas tierras, pues de corresponder a alguien tal honor, correspondería, en todo caso, al mallorquín Juan de Crespi, misionero franciscano y explorador quien, el 2 de agosto de 1769, señaló lo idóneo del lugar para establecerse. La presencia de Juan de Crespi allí no se explica sin la de otro misionero y explorador, también mallorquín, también franciscano, Miguel José Serra y Ferrer, más conocido como fray Junípero, quien alcanzaría un puesto en el Hall of Fame del Capitolio de Estados Unidos y otro más alto en el santoral romano.

En sazón la mies

Miguel José -o sea, Junípero- perseveró hasta el final de su vida en el amor a Dios que le inculcaron sus padres, devotos practicantes de la fe del carbonero, pues apenas sabían firmar con sus iniciales, los pobres. El hijo, en cambio, y desde bien pronto, se empleó a fondo en los estudios, llegando a ser catedrático de Filosofía. A su capacidad intelectual unía una facilidad de palabra, todo lo cual parecía conducirle al mundo de las ideas y al parnaso de las academias. Sin embargo, lo que Junípero -o sea, Miguel José- ambicionaba era ganar mundos para Cristo, tanto mejor cuanto más remotos o peligrosos, alcanzando la palma del martirio, si era preciso o, por utilizar una expresión muy suya, si estaba en sazón la mies.

Busto de Colón con un hacha en la cabeza en Detroit. Imgur

Todo un carácter

Por sus maneras suaves, pocos hubieran apostado por él como misionero. Pero lo cierto es que tales maneras eran solo el amable envoltorio de un fortísimo carácter, que sacó a florecer tan pronto desembarcó en Nueva España, recorriendo a pie la distancia entre Veracruz y la capital, caminata que le dejó para los restos una hinchazón en la pierna, agravada con los años por su empeño en no dejar de caminar, teniendo sus dolores muchas veces que ser aliviados con remedios para mulas por arrieros de los caminos.

Expulsión de los jesuitas

En Nueva España permanecería 20 años, hasta que los designios de la Providencia, revestidos con los ropajes de una decisión política, lo llevaron en 1767 más al norte, a tierras de lo que hoy es Estados Unidos. ¿Que qué decisión política fue aquella? El decreto por el que Carlos III expulsaba a los jesuitas de los territorios españoles, no importaba el hemisferio. Así, los hijos de San Ignacio en misión en la Baja California fueron reemplazados por los de San Francisco, liderados estos por fray Junípero.

Un fraile a lomos de una mula

Sin embargo, no creyó nuestro misionero que la voluntad de Dios se agotará en ponerse al frente de las misiones ya establecidas, sino que puso rumbo al norte para fundar otras, atravesando bosques y desiertos, escalando montañas, descendiendo valles, indiferente al frío y al calor, a lomos de una mula o -las más de las veces- a pie, sin reparar en su pierna dolorida ni en sus frecuentes ataques de asma, sometido a un estricto régimen de ayunos, siempre en oración, y todo por ganar para Cristo el alma de los indios, cristianando a su paso playas, ciudades y bahías: que si San Diego, que si Santa Bárbara, que si San Francisco

De Isabel la Católica a José Bernardo de Gálvez

Contrariamente a lo que algunos puedan fantasear, la empresa evangelizadora de Junípero y sus hombres no lo fue al margen de la ley, en abierto desafío a un legado -el de Colón, según Mitch O’Farrell- de sangre, sudor y lágrimas, sino que la carrera misionera en todo momento contó con el respaldo de las autoridades (españolas, por supuesto). Ahí están las instrucciones del visitador general de Nueva España, José Bernardo de Gálvez, de extender la religión entre los gentiles que habitaban al norte de la península de California por la vía pacífica del establecimiento de misiones, en lo que puede verse una continuidad de las políticas iniciadas por Isabel la Católica, tres siglos atrás.

La carrera del Pacífico Norte

Habrá quien diga que la conversión de los indios favorecía la expansión territorial, por eso el apoyo político a la evangelización, lo cual, siendo cierto, no deja de ser la prueba irrefutable de que en la idea del imperio español nunca estuvo implícita la del genocidio. De lo contrario, qué fácil hubiera sido no dejar de aquellos pueblos, los indígenas, ni la semilla, sin necesidad de testigos incómodos tipo fray Junípero, quien, por cierto, siempre se las tuvo tiesas con aquellos de sus compatriotas que, a su juicio, no entendían de las sutilezas de la acción misionera, por ejemplo, el capitán Fages, el hombre al frente de las fuerzas navales en la aventura de España por el Pacífico Norte.

Una de espías… o dos

Por cierto, la expansión española por la costa Oeste de lo que hoy es Estados Unidos corrió paralela a la de la costa Este, no en términos temporales, tampoco exclusivamente geográficos, sino, sobre todo, históricos y políticos. Como curiosidad, una y otra carreras expansionistas tuvieron su arranque en sendos episodios de espionaje. La de la costa Oeste, tras la información proporcionada por Joaquín Fernández de Córdoba, marqués de Almodóvar, y embajador de España ante la corte de la zarina, en San Petersburgo, durante la fase final de la Guerra de los Siete Años; a oídos del embajador llegó en 1761 el inquietante rumor de la presencia de cazadores rusos en el Pacífico Norte, lo que precipitó que España tomara posesión efectiva de 1.200 kilómetros de costas, con tres siglos de retraso respecto a la llegada de Colón a América.

La joya de la corona

En lo que respecta a la costa Este, la expansión española allí puede casi considerarse un empeño personal de Pedro Menéndez de Avilés, además de uno de los más grandes marinos de todos los tiempos, un genial inventor y un enérgico gobernante también. Sucedió junto a las costas gallegas, durante una operación de castigo a los piratas franceses, cuando un puñado de estos, hechos por él prisioneros, le confesaron los planes del rey de Francia para establecerse, con carácter definitivo, en la Florida. Con tal información, Menéndez de Avilés expuso ante Felipe II la necesidad de retener para España todo aquel territorio sujetándolo a través de una red de fortificaciones inexpugnables, no en vano la posesión de la Florida era la garantía de que los piratas franceses -y también los ingleses- carecerían de una base desde la que poder atacar el Caribe, la joya de la corona.

Propagar la fe católica

Téngase en cuenta que en aquellos momentos Europa se desangraba en querellas religiosas, no estando claro entonces de qué lado quedarían los franceses, y únase esto al empeño de Felipe II de preservar América de toda herejía. Se entenderá así mejor que en la firma del nombramiento como adelantado de Pedro Menéndez de Avilés, este se comprometía, entre otras cuestiones, a propagar la fe católica. Corría 1565.

Y Felipe dijo no

Como prueba del cumplimiento de su parte del trato, está la petición de Menéndez de Avilés de que se le enviaran misioneros jesuitas, petición que fue atendida. Cierto es que nuestro hombre llegó a flaquear en sus buenos propósitos, como cuando solicitó la esclavización de los indios a Felipe II, quien soberanamente se negó. Pero cierto es también que Menéndez de Avilés terminaría enmendándose, como queda documentado en su testamento, donde puede leerse que su fin y su celo fueron que la Florida se poblara para que el Santo Evangelio se extendiera y plantase por aquellas provincias. Otros, en cambio, no tuvieron tantos reparos morales.

La cruz de Borgoña en el fuerte de San Marcos (Florida).

Sin declaraciones al respecto

Y cuando decimos “otros” nos referimos a los saqueadores que, a finales del XVII, se allegaron hasta las misiones católicas de la Florida en busca de mano de obra esclava. El éxito de la razzia se debe a que los indios estaban inermes, y esto era así porque hasta la fecha les había bastado la sola presencia de los franciscanos para mantener a raya a los soldados españoles de peor voluntad. El problema, sin embargo, es que en aquella ocasión no se trató de soldados españoles, sino de colonos ingleses. El resultado fue devastador. De momento, el representante del distrito 13 de la ciudad de Los Ángeles, Mitch O’Farrell, no se ha pronunciado al respecto.

Tierra de promisión

Como tampoco se ha pronunciado acerca de los 11 esclavos negros que en 1687 llegaron a la Florida española huyendo de sus amos, colonos ingleses asentados en Carolina del Sur. No serían aquellos los últimos, sino que en los años que siguieron llegarían esclavos en oleadas, seducidos todos por la idea de la tierra de promisión. No en vano, en la Florida española, al contrario que en las colonias inglesas, los negros podían llevar ante los tribunales a sus amos, los cuales, a su vez, no estaban legitimados para vender a sus esclavos separados de sus familias. Y más aún: al estar autorizados a portar dinero, podían los esclavos comprar su libertad, si es que su propietario no los manumitía antes en su testamento.

Un puñado de milicianos negros

Tal fue el grado de integración, que llegó a constituirse una milicia negra, mandada por oficiales africanos, combatientes todos sus miembros bajo pabellón español. Qué mal recuerdo debían de guardar de sus viejos amos, que cuando en 1763 la Florida pasó a manos de Inglaterra -recuperándola de nuevo Gálvez en 1781-, los milicianos negros, en lugar de pasarse al enemigo, cruzaron el estrecho rumbo a Cuba, entonces todavía España.

Verdades fundadas sobre roca

Pero de nada de esto hablan Mitch O’Farrell y otros mantenedores modernos de la Leyenda Negra antiespañola. Poco debería de importar. Su fama televisiva durará los cinco minutos prescritos por Andy Warhol, mientras otras cosas, fundadas sobre roca, permanecerán. Por ejemplo, el Fuerte San Marcos, en San Agustín, la primera ciudad erigida por los españoles en lo que hoy es suelo estadounidense y la última en ser evacuada, el 10 de julio de 1821. Pues bien, en el Fuerte San Marcos -levantado, por cierto, de manera remunerada por esclavos negros huidos de sus amos ingleses– aún ondea una bandera; una bandera con un aspa roja sobre fondo blanco; la bandera con la que los tercios españoles acometieron sus más asombrosas hazañas durante siglos; bandera, por cierto, cuyo diseño no lo inspiró la etiqueta de una bebida refrescante de extractos.