Ha muerto Walter Williams a los 84 años. Su libro Race and economics es un paso obligado para quien quiera hablar de la relación entre la raza y la economía. Su muerte, que ha llegado por sorpresa, ha provocado el eco dolorido de sus amigos y admiradores, que eran muchos. Eso era previsible. Lo que no lo era es que un chico negro, procedente de una familia pobre de Filadelfia, ocupase un lugar tan destacado en la academia y los medios de comunicación, defendiendo sin descanso la libertad de sus compatriotas.
A Walter (1936) y a su hermana les sacó adelante su madre. Compartía barrio con el joven Bill Cosby. De su padre no supo mucho hasta que se fue con él a California. Volvió a Filadelfia para trabajar de taxista. A finales de los años 50, ingresó en el ejército, “luchando una batalla de un solo hombre contra las leyes de Jim Crow, dentro del Ejército”. Sus superiores le abrieron un consejo de guerra por atacar las normas que discriminaban a los negros. Williams se defendió a sí mismo y fue absuelto.
Un radical de los derechos civiles
Durante los años 60, “yo era un radical en la época de los derechos civiles. Desde luego, no apoyé a Martin Luther King, sino a Malcom X”. En 1963 le escribió una carta al presidente John F. Kennedy, en la que le decía: “¿Debería liberarse a los negros de su servicio, o que continúen muriendo por defender unas promesas vacías de libertad e igualdad? (…) ¿O deberíamos nosotros demandar los derechos del hombre, como lo hicieron los Padres Fundadores aún a riesgo de ser llamados extremistas? Yo sostengo que nos liberemos de la opresión de una manera que esté en consonancia con la gran herencia de nuestra nación”.
Una herencia de libertad, y que era el principal motivo por el que Williams quería a su país. Al igual que otros muchos, a los que se enfrentó Williams en sus artículos y libros, odiaban su país, y precisamente por las mismas razones. Decía de sí mismo, medio en broma, “soy un loco que insiste en hablar de libertad en los Estados Unidos”.
Mayor regulación, mayor discriminación
La era de los derechos civiles pasaron. Y, sin embargo, tuvo que titular su primer libro, de 1982, El Estado contra los negros. Sólo que lo que oprimía la comunidad negra no eran las leyes abiertamente racistas de la era de Jim Crow, sino mecanismos más sutiles, pero no menos efectivos: las leyes protegían a unos sindicatos que, en parte, seguían siendo racistas. O las regulaciones de la Comisión del Comercio Interestatal estaban escritas de tal modo que, en la práctica, impedía que muchos negros pudieran trabajar de camioneros. Lo mismo ocurría con los taxistas.
Se trataba de regulaciones progresistas, que protegían a los productores del empeño de los consumidores por buscar una mayor calidad a un menor precio. También imponían -¡imponen!- barreras al empleo de los negros de aquel país, que para muchos son infranqueables. Williams, autor de decenas de artículos científicos, tenía una sagaz mirada para observar cómo las regulaciones económicas más queridas por la izquierda resultaban en una mayor discriminación de los negros. Un ejemplo es el salario mínimo. Si se impone un mínimo por debajo del cual empresario y trabajador no pueden llegar a un acuerdo, “el empleador debe pagar el mismo salario sin importar a quién contrate”, y entonces “el costo de discriminar a favor de las personas que él prefiere es más bajo”.
Él no pasó de criticar una discriminación a pedir otra contraria. “El Gobierno no puede crear un privilegio para un ciudadano sin, al mismo tiempo, crear un perjuicio para otro”. Y, sí, eso es injusto. Williams fue un crítico incansable del Estado del Bienestar. Su principal crítica se contiene en estas palabras: “El Estado del Bienestar ha logrado hacer a los negros estadounidenses lo que ni la esclavitud, ni las leyes discriminatorias (Jim Crow), ni el racismo más descarnado pudieron hacer jamás: destruir la familia negra”. No era el único que lo creía, pero sí quien con más fuerza ha querido defender a la comunidad negra de sus verdaderos enemigos, no de un pasado cuyas huellas son hoy el polvo del camino.
«Ciertamente no habrá otro igual»
Cuando le llegó la hora no había salido su último artículo, en el que criticaba los confinamientos. Greg Ransom, de The Mises Institute, elaboró una lista con las 30 personalidades hayekianas más importantes del país, y ocupaba el tercer puesto, sólo por detrás de John Stossel, y de su entrañable amigo Thomas Sowell.
Williams se doctoró en Economía (Universidad de California), materia que enseñó en la Universidad de Temple desde 1973. “He tenido la enorme suerte de recibir una educación antes de que estuviese de moda entre los blancos que les guste los negros”, dijo en una ocasión. Él sabía que el esfuerzo y el talento son insustituibles.
Ha sido profesor de economía de la Universidad de George Mason desde 1980 hasta el mismo día de su muerte. Thomas Sowell, en el emocionado recuerdo de su amigo, cuenta que el sueño de Williams siempre fue ese: dar clases hasta su último aliento. “Era una persona única”, ha dicho de él Sowell: “Nunca he oído de nadie a quien se refiriesen diciendo: ‘es como Walter Williams’”. Y, ciertamente, no habrá otro igual.