Puedo decir con precisión el momento en el que me rendí definitivamente a la literatura de Wendell Berry. Fue en un pasaje al final de la novela rural Jayber Crow. El protagonista sale a dar un paseo por los bosques y pensar en los últimos acontecimientos que ha vivido. Por el camino nota en su piel el sol templado de la tarde. Y, sin venir a cuento, Jayber decide sentarse a los pies de un árbol, apoyar su espalda en el tronco y echarse una plácida siesta arrullado por el sonido de las hojas que mece el aire. Lo hace simplemente porque le apetece y es libre para hacerlo. Así, de una forma aparentemente intrascendente, Wendell Berry nos regala una postal de la buena vida. En la cabezada de Jayber confluyen el asombro del hombre ante la naturaleza, el descanso merecido y el disfrute del tiempo lento. Un placer sencillo y gratuito, al alcance de todos nosotros.
Volver a la tierra
Wendell Berry (Kentucky, 1934) es filósofo, novelista, poeta y granjero. En 1964 decidió renunciar a su plaza como profesor en la Universidad de Nueva York y volver a su tierra natal. Sus colegas académicos se escandalizaron cuando les dio la noticia. No podían entender por qué uno de los intelectuales más prometedores del momento iba a abandonar una vida estimulante en la principal megalópolis del mundo para irse a vivir a un terruño, rodeado de paletos. Pero aún había más. Wendell les dijo que él y su mujer Tanya tenían intención de coger la azada y volver a labrar la tierra como habían hecho sus abuelos.
El matrimonio Berry compró una granja en Port Royal, muy cerca de su casa de la infancia. Allí el profesor se dedicó a escribir, a cuidar a su familia y a trabajar de forma tradicional unas pocas hectáreas de terreno. Alejado del mundanal ruido, el escritor ha consagrado su vida al ideal agrario y, durante seis décadas, ha desarrollado un pensamiento basado en el arraigo a la propia tierra, el cuidado de la naturaleza, la simplicidad voluntaria, los vínculos de matrimonio, familia y comunidad y el rechazo de la guerra y toda forma de violencia.
Su claridad de ideas y su tenacidad en la defensa de la causa local le ha convertido en una figura de referencia en los Estados Unidos. Wendell Berry es una de las voces más respetadas a derecha e izquierda por su lucidez y sentido común.
“Estamos viviendo en el periodo más destructivo y, por tanto, más estúpido de la historia de nuestra especie”. “El sentido de la santidad de la vida no es compatible con una economía explotadora”. “Necesitamos un mejor gobierno, sin duda alguna. Pero también necesitamos mejores ideales y mejores amistades, matrimonios y comunidades”. Las máximas de Berry resuenan en la conciencia de nuestro tiempo con la rotundidad de una sabiduría elemental y antigua.
Port William: lugar, pueblo y comunidad
Las historias de Wendell Berry nos explican cómo las comunidades rurales luchan por mantener su sentido del lugar, así como las virtudes del cultivo sostenible de la tierra frente al avance imparable de la agricultura industrial y del poder de las grandes corporaciones. Toda su obra literaria se basa en la noción de arraigo y en la defensa del lugar de origen y de la cultura local.
De hecho, todas las obras de ficción de Berry se centran en la ciudad ficticia de Port William (un trasunto de Port Royal). En alguna de sus novelas (como en A place on Earth) parece que el pueblo es el verdadero protagonista. El escritor nos deja entrever el espíritu y el legado de Port William a través de retazos de la vida de algunos de sus vecinos. Son historias de granjeros narradas por un granjero. Hombres y mujeres normales, vívidamente humanos, que afrontan los problemas comunes de la vida de la mejor manera que pueden.
Una de sus novelas más celebradas, Jayber Crow, cuenta la historia del barbero de la ciudad. Jayber se quedó huérfano pronto y, después de una juventud errante marcada por la desorientación y la falta de objetivos, el protagonista recala en Port William. Allí ocupa, por azares de la vida, la vacante de peluquero que había quedado libre y su establecimiento se acaba convirtiendo en un centro de encuentro y tertulia masculina. Por primera vez en su vida, Jayber se siente integrado en un sitio y empieza a acercarse a algo parecido a la felicidad. No obstante, la tranquilidad no puede durar mucho y pronto se levantarán oscuras amenazas sobre el futuro del pueblo y sobre la mujer que ama. La novela demuestra, de una manera muy sencilla, la importancia del arraigo y los lazos comunitarios.
Piensa en pequeño
Wendell Berry no encaja bien en las etiquetas políticas al uso en Estados Unidos. No encaja bien en una foto de derecha mainstream porque es muy crítico con el creciente poder de las empresas, con la usura del sistema financiero y, en general, con un modelo de economía que explota la naturaleza. Es profundamente cristiano, pero prefiere mantenerse al margen de las iglesias estructuradas (él se define como “cristiano de los bosques” o “cristiano marginal”).
Sin embargo, está muy lejos de ser un intelectual de izquierdas. Berry rechaza de plano cualquier noción de progreso. Critica el individualismo desarraigado que fomenta la movilidad y el cosmopolitismo en detrimento de lo rural. Su ideal de familia y comunidad, así como su disgusto por el aborto, también le separan de la agenda progresista.
Entonces ¿cómo puede definirse el pensamiento de Wendell Berry? Sus valores son muy parecidos a los de Thomas Jefferson. Ambos imaginan su América ideal como una democracia rural: una comunidad de trabajadores honestos que persiguen una vida modesta de virtud, que buscan la paz y el comercio justo. Ambos creen en la descentralización y control del poder político y el impulso de las políticas económicas que favorezcan a los agricultores y las pequeñas empresas sobre las grandes corporaciones.
En resumidas cuentas, el pensamiento de Wendell Berry se sitúa en la tradición del agrarismo sureño y del distributismo inglés. Por eso, no es raro que Rod Dreher lo identificara como uno de sus primeros modelos de “Crunchy Con”, que Christopher Caldwell (editor de The Weekly Standard) le diera el título de “verdadero conservador” (frente a los venture capitalists) o que The American Conservative alabase su “conservadurismo contracultural”.
Sin embargo, el atractivo de Berry va más allá de una determinada corriente política. Los ecologistas encuentran en él un referente en la defensa de un modelo de vida basado en la autogestión, la soberanía alimentaria y la recuperación de las responsabilidades del hombre hacia la naturaleza. Y lo cierto es que Berry no se deja encasillar.
Una vez, en una entrevista le preguntaron lo siguiente:
Pregunta: Jayber Crow está profundamente arraigado en su comunidad. Se opone a la guerra y al “progreso”. ¿Definiría a Jayber Crow como un conservador?
Respuesta de Berry: Nunca se me ocurrió pensar en Jayber como un “conservador”. No creo que eso hubiera ayudado, aunque es instintiva y por principio un conservacionista. Su compromiso no es con un partido o un movimiento político, sino con Port William. Es un hombre de fe inestable enamorado de un lugar, una pequeña ciudad que declina, una comunidad, una mujer (con todo lo que ello tiene de redentor y bueno) y que lucha por hacer algo valioso con su vida. Tampoco pensé (y sigo sin hacerlo) en él como un “progresista”.
Pero la periodista insistió en el tema y preguntó directamente al autor si discrepaba en algo del conservadurismo. Berry no entró al trapo y respondió tranquilamente:
Al igual que con Jayber, yo tampoco necesito una etiqueta política. Muchas veces soy consciente de la necesidad de evitar los nombres de los bandos políticos. (…) Por eso prefiero arreglármelas sin etiquetas políticas. No ayudan al pensamiento, o al menos a mi idea del pensamiento. Como trabajo por cuenta propia y no me presento a ningunas elecciones, soy libre para decir que esas denominaciones políticas no significan nada para mí, por lo que soy libre para prescindir de ellas.
Tal vez la interpretación más satisfactoria es la que da el profesor Hochschild. Él afirma que la visión de Wendell Berry “no es de derechas ni de izquierdas, ni socialista ni capitalista, sino respetuosa de los sistemas orgánicos locales de escala humana” (podcast Wendell Berry, Political Philosphy & the Catholic Intellectual Tradition, del Thomistic Institute).
El poeta del arraigo
Decía Benedicto XVI que vivimos en unos tiempos en los que se habla mucho del derecho a emigrar, pero muy poco del derecho preexistente a no emigrar, es decir, a tener las condiciones para permanecer en la propia tierra. Cuando una persona se escinde de su comunidad, algo se rompe dentro de ella. Amar lo propio sin estridencias forma parte del orden natural. Para no olvidarlo, conviene leer a Wendell Berry, el poeta del arraigo.