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El intelectual israelí Yoram Hazony, considerado uno de los padres actuales del «nacionalismo conservador», habla con Revista Centinela sobre fracasos y éxitos de un movimiento conservador que él invita a redescubrir en su último libro para, entre otras cosas, frenar a lo que él presenta como «un imperio woke» de intenciones globalistas.

Esta es de las pocas veces que que Yoram Hazony (Rejovot, 1964) ha concedido una entrevista a un medio de comunicación español. Considerado uno de los padres del «nacionalismo conservador» contemporáneo, de Hazony se han dicho también cosas como que es el «filósofo de cabecera» de la presidenta del Consiglio dei Ministri de Italia Giorgia Meloni. En realidad, este hombre afincado en Jerusalén, donde vive con su mujer y nueve hijos, parece verse a sí mismo casi como un navegante de vanguardia de la nueva ola conservadora que ha desatado el ciclón ideológico que algunos llaman post-liberalismo.

En esta entrevista con Revista Centinela, Hazony, entre otras cosas presidente y fundador de la Fundación Edmund Burke, con sede en La Haya y responsable de la NatCon – contracción de la llamada ‘National Conservative Conference’ –, reivindica la tradición intelectual John Fortescue, teórico político y destacado jurista de la Corte Superior de Justicia de la Inglaterra del siglo XV. «Creo que sería más ese padre del nacionalismo conservador alguien como John Fortescue o alguien de la Biblia, como el Rey Saúl», plantea Hazony, un intelectual tan serio como afable y hasta risueño.

«Fortescue, en su obra de 1470 In Praise of the Laws of England – o «Elogio de las leyes de Inglaterra» –, estaba escribiendo ya como nacionalista que habla en favor de la tradición de las leyes de Inglaterra y en contra de la teoría de que hay una ley universal romana que, como la razón universal, se aplicaría a todos los países», reivindica Hazony. «O sea, que frente a la Unión Europea de su época, que era el Sacro Imperio Romano Germánico, Fortescue y otros juristas ya argumentaban a favor de una Inglaterra independiente, con sus propias leyes y tradiciones», añade.

En su libro más reciente, Conservatism: A Rediscovery (Ed. Forum, 2022), Hazony recuerda las esencias del movimiento conservador. Tal vez lo haga para que esas esencias no se pierdan como, a su entender, pasó hace no tanto, en aquella «fusión» de conservadores y liberales anti-comunistas a la que se le debe que la derrota de la Unión Soviética.

¿Cómo se siente usted cuando escucha eso de que es usted el «padre del nacionalismo conservador»?

Bueno, eso es halagador. Pero creo que sería más ese padre del nacionalismo conservador alguien como John Fotescue o alguien de la Biblia, como el Rey Saúl. En verdad, no sé muy bien quién sería ese «padre». Pero está bien que la gente le tome a uno en serio. En realidad, yo no soy más que parte de una vieja tradición que trato de defender.

Un libro suyo previo a Conservatism: A Rediscovery, versa sobre el nacionalismo. Se titulaba The Virtue of Nationalism (Basic Books, 2018), o la «Virtud del nacionalismo». ¿Cómo de contracorriente se ve usted en un mundo en el que, según organizaciones como Naciones Unidas, la dirección a seguir es la de la ciudadaníaglobal?

Ha habido, en el Siglo XX, especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, y más aún especialmente tras la caída del muro de Berlín, figuras intelectuales que consideraron la idea de la nación independiente como algo del pasado, como algo que dejaba de ser relevante. Eso se pensaba en el mejor de los casos. En el peor de los casos, se pensaba incluso que la idea de la nación independiente era el mal en sí mismo, el equivalente al nazismo o al fascismo. Después del derrumbe de la Unión Soviética entramos en un periodo, entre 1989 y 2016, el año del ‘Brexit‘ y de la elección presidencial de Donald Trump, en el que hubo una generación entera de políticos que cayó en un consenso según el cual habíamos llegado al «fin de la historia» y que todo el mundo iba a estar regido por una sola ley. Esto pasó en todos los partidos políticos, ya fueran demócratas o republicanos en Estados Unidos, o conservadores o laboristas en Reino Unido, o en Europea socialdemócratas y democristianos. Se pensaba que esa legislación mundial iba a imponerse por la fuerza de Estados Unidos y las leyes las escribirían profesores y académicos europeos. Pero yo veo que esa visión como algo aterrador y peligroso.

¿Por qué?

Porque, y esto parece que la gente no lo entiende, eso supone el fin de la independencia de las naciones. Y eso mismo es la esclavización de las naciones a un tipo de imperio liberal universal. Y cuando digo liberal, me refiero a que, en su momento, tuvo que ver con el liberalismo. Pero ese imperio liberal universal cada vez se parece más a un imperio universal woke y neo-marxista. Yo ya veo que la idea original de un imperio liberal era una mala idea y una catástrofe. Pero resulta que no es ni la mitad de mala idea de que lo ahora parece que está por venir.

Tal vez algo que no se ha terminado comprendiendo del todo es que se está proponiendo la transformación del mundo, una transformación que implica modificar los que son las naciones mismas. Y, ante esto, están surgiendo reacciones como la que representa su actividad intelectual. ¿Son sus libros una señal de alarma?

Sí. Mis libros pueden verse como una señal de alarma. Pero mis libros son también parte de un esfuerzo colectivo porque hay muchas personas escribiendo sobre esto. Me gusta pensar que mis libros son buenos. Pero mucha gente piensa que sus libros son buenos [risas, ndlr.]. Por mi parte, yo he tratado de ir más allá que otros autores sobre estos temas. Porque, desde 2016, empecé a reunir a otros intelectuales en eventos que empezaron siendo pequeñas conferencias hasta ser algo más amplio que ahora es capaz de recibir atención mediática. Estas conferencias me permiten ir más allá que simplemente escribir libros y tratar de influir sobre quienes los leen.

En estas conferencias hemos reunido ya a personas de muchos países, procedentes de Estados Unidos, Europa e Israel. Este año hemos pensado traer incluso gente de la India y Sudamérica. Las conferencias permiten a la gente más mayor de verse y encontrarse en persona. Pero para personas más jóvenes las conferencias les permiten tener acceso a ideas nuevas y diferentes que no habían oído nunca antes. Porque, piénselo, si tienes menos de 40 años, todo lo que existe en el mundo político es ese intento de crear un mundo dominado por el liberalismo internacional. Volviendo a su primera pregunta, tal vez sea por este trabajo que los hay que me han llamado «padre del nacionalismo conservador».

Respecto a la amenaza que pesa sobre las naciones, ¿Es algo de lo que debería proteger las fuerzas conservadoras? Le pregunto esto porque los partidos conservadores, tal vez hasta 2016, han sido parte del proyecto globalista sobre el que usted alerta.

Tenga en cuenta que hay mucha de la gente que se dice conservadora que ha sido parte activa del proyecto globalista. Hay muy pocos que sean de verdad conservadores. Hay una diferencia entre, por un lado, gente usando la palabra «conservador» para sí mismo porque creen que les viene bien, y, por otro lado, el significado tradicional de esa palabra. En la historia de las ideas occidentales, hay una gran diferencia entre las ideas liberales y las ideas conservadoras. Cualquiera que tenga un bagaje conservador, alguien que sea tradicionalista y que reconozca la importancia de ideas tradicionales – como Dios y las escrituras, la familia y la nación, el hombre y la mujer, el honor, la santidad y la lealtad – sabe que esos son conceptos conservadores. Y estos conceptos son muy difíciles de defender desde una perspectiva liberal.

¿Por qué?

Porque la perspectiva liberal comienza con la idea de que cada individuo y cada persona es libre e igual, desde el nacimiento, y que sólo tienen obligaciones cuando consienten, cuando están de acuerdo con aceptar esa obligación. Desde la perspectiva de un liberal, no hay obligaciones heredadas hacia los padres, hacia la comunidad, hacia lanación o hacia Dios. Estas cosas, en el cristianismo y en el judaísmo, son obligaciones heredadas. Pero para los liberales, como los hombres son criaturas que eligen libremente, no tienen estas obligaciones. Sólo tienen obligaciones cuando eligen tener obligaciones.

Pero eso significa que un día te levantas y puedes decir: «no quiero tener obligaciones hacia mi mujer; o como soy liberal, sólo quiero tener obligaciones cuando yo quiero». Todo el mundo que sabe la diferencia entre liberalismo y conservadurismo, tras la caída del muro de Berlín, sabe que lo que algunos llamaban conservadurismo nunca fue conservadurismo, sino una forma de liberalismo. Y poder elegir el consentir o no consentir las obligaciones morales y políticas es un marco destructivo que, por cierto, es muy bueno para enseñar a la gente joven a rebelarse contra todo y no hacerse responsable de nada. El liberalismo es precisamente bueno en eso: en hacer gente llenas de desprecio hacia sus padres, su historia, su pasado y una confianza condescendiente que les hace sentir que no deben nada a nadie.

Desde hace unos años se habla de que hemos entrado en un mundo post-liberal. Y en este nuevo mundo el nacionalismo conservador tendría su lugar y su arraigo. ¿Cuando cree usted que entramos en ese mundo post-liberal?

A mí no me importa si me llaman post-liberal. Pero lo que le digo es que yo nunca fui liberal en ningún momento de mi vida. Yo crecí en una familia conservadora y con una visión del mundo nacionalista. Para mí, es algo cómico que en los últimos 15 años haya crecido el número de gente que dice ser post-liberal. El término «post-liberal» ha tomado el espacio del término «conservador», que consiste en decir que se es, no post-liberal, sino anti-liberal. Por eso le decía que aunque me llamen a mí «padre del nacionalismo conservador», habría que considerar más a John Fortescue. En su obra de 1470 In Praise of the Laws of England – o «Elogio de las leyes de Inglaterra» –, él estaba escribiendo ya como nacionalista que habla en favor de la tradición de las leyes de Inglaterra y en contra de la teoría de que hay una ley universal romana que, como la razón universal, se podría aplicar a todos los países.

«O sea, que frente a la Unión Europea de su época, que era el Sacro Imperio Romano Germánico, Fortescue y otros juristas ya argumentaban a favor de una Inglaterra independiente, con sus propias leyes y tradiciones. El Sacro Imperio Romano Germánico tenía una ideología según la cual había una ley universal que todo el mundo debería obedecer. Pero las ideas de Fortescue fueron la base para la posterior declaración de independencia de Inglaterra, The Act of Supremacy [de 1534, ndlr.], que dice Inglaterra puede ser un país independiente, que sus decisiones no tienen que hacerse según lo que quieran en Europa. Por eso yo digo que más que hablar de post-liberalismo, hay que hablar de conservadurismo, que tiene una historia dilatada.

¿Donde está el origen de esa historia?

La idea de que Inglaterra, de Francia, Polonia, Hungría o Los Países Bajos como naciones independientes está basada en una idea del Antiguo Testamento. A saber, que hay una nación, los israelitas, a los que Dios les dio unas fronteras, y cuya idea no es conquistar todo el mundo, sino que tienen que limitarse a obedecer la ley de Dios tal y como la entienden en el territorio que les es asignado. O sea, que no hay que expandir la religión y convertir a todo el mundo al judaísmo. Hay que tener en cuenta que esta idea ha estado inspirando rebeliones frente a imperios durante 2.500 años, por lo menos.

Ha mencionado ya la caída de muro de Berlín en un par de ocasiones. La caída del comunismo se produjo en un mundo en el que triunfaron políticamente figuras como Ronald Reagan o Margareth Thatcher. ¿No es extraño que después de esa victoria los conservadores se desorientaran? Usted habla incluso de la «extraordinaria confusión» conservadora.

En el capítulo seis de mi libro Conservatism me dedico a explicar justamente cómo pasó esto. Lo que pasó tras la destrucción de los poderes fascistas y de los nazis fue que quedamos ante una competición entre el comunismo soviético y las democracias occidentales. Esta competición no fue sólo una competición internacional entre naciones, también hubo una competición en cada país occidental, porque el auge de las ideas socialista y de los partidos comunistas en Europa y Estados Unidos también se produjo entonces. Esto llevó a la creación de lo que podríamos llamar «movimiento conservador de posguerra». Y éste, en realidad, no es un movimiento conservador, aunque hay conservadurismo en él. Realmente, fue una alianza entre tradicionalistas, los conservadores, como Russell Kirk y otros muchos entre los que cabe contarse católicos como Juan Pablo II, y los liberales anti-comunistas como Friedrich Hayek, que no era un conservador, al igual que Milton Friedman, Frank Meyer y otros. En este sentido, Reagan y Thatcher fueron gente que recibió la herencia de esa alianza; una coalición que permitió vencer a la Unión Soviética. Pero, además de forjarse esa alianza para vencer a la Unión Soviética, pasó algo más.

¿A qué se refiere?

Pues que esa alianza entre liberales y conservadores no estaba muy bien fundada. Por lo menos desde una perspectiva conservadora. Para hablar de esa alianza, se habla de «fusionismo» o «conservadurismo fusionista». La «fusión» era, por un lado, de la idea liberal de que la libertad y la igualdad de los individuos es lo que hace falta tener claro en política y, por otro lado, del conservadurismo. Pero éste último, en realidad, se opone a esa idea liberal. Porque los conservadores dicen que hay una herencia de tradiciones religiosas, ideas morales, prácticas y políticas sin las que la libertad no existe para nada. Estos dos puntos de vista estaban muy mal combinados en esta idea «fusionista». Esta idea «fusionista», al final, se traducía, en ser liberales en público, en que el Gobierno fuera liberal y que las leyes lo fueran también, para luego, en casa, poder ser ser conservadores. Así, en casa podríamos enseñar a los niños a amar a la nación, a Dios, la tradición y enseñar que quieran formar una familia y demás. Este experimento de unir estas ideas, desde los años sesenta hasta la caída de muro de Berlín. Y ahora sabemos lo que pasa con ese experimento. A saber, que las tradiciones mueren cuando pasan a integrar únicamente el espacio privado.

Usted dice que las tradiciones mueren. Pero no estaríamos hablando ahora sobre la relevancia de redescubrir el conservadurismo tal y como usted lo describe en su libro. Revista Centinela no existiría sin una re-emergencia. Tal vez el fuego nunca se apagó…

Por supuesto. Yo describo al final de mi libro cómo mis amigos, mi mujer y yo, cuando estábamos en la Universidad, en tiempos de Reagan, Thatcher y Juan Pablo II, veíamos que los tres representaban el liderazgo de Occidente en la lucha contra el comunismo. Aún había fuegos conservadores y nacionalistas vivos en los años ochenta. En los noventa esos fuegos no llegaron a desaparecer porque siempre hubo gente que nunca aceptó que el liberalismo era conservadurismo o que el liberalismo podía ser suficiente para la vida pública y para la continuidad de nuestras naciones, Dios, nuestras familia y las cosas que nos parecen importantes.

Siempre hubo gente como nosotros pero nuestras ideas fueron arrinconadas y se llevaron a los márgenes del debate público tras la caída del muro de Berlín. Eso fue en 1989, y ya para 1990 ya teníamos ideas como Charles Krauthammer, que hacia un llamamiento a un «dominio universal» y «un mundo unipolar» o, por supuesto, «el fin de la historia» de Francis Fukuyama y otros muchos con utopías e ideas como el «nuevo orden mundial» que proclamaba George H. Bush. Todo eso eran locuras, pero la gente entonces estaba borracha con esta victoria sobre el comunismo. Pero es que ocurre que las ideas liberales tienen mucho más sentido cuando se está borracho.

Y ahora incluso los liberales se quejan de la influencia de eso que usted llamaba al inicio de esta entrevista «imperio woke«Existe en los liberales esa queja de que ese dominio del neo-marxismo es un problema.

Lo woke, ciertamente, no es liberal. Representa una visión del mundo muy autoritaria. Es una visión del mundo que busca la revolución y la destrucción del mundo. Los liberales destruyen el mundo sin querer, sin intención. Pero los neo-marxistas destruyen conscientemente todo lo que venga del pasado. Yo creo que a estas alturas entiende todo el mundo que el auge del neo-marxismo ocurre primero en las universidades, empezando por los años sesenta o tal vez algo antes. Las administraciones liberales de las universidades empezaron a dejar entrar gente en sus instituciones con la intención de eliminar a los conservadores de la vida académica. Dieron cabida a personas de personas que estaban infrarrepresentadas, creando departamentos de estudios de mujeres, afroamericanos o hispanos… en suma, de cualquier grupo que se pudiera decir infravalorado. Los liberales les abrieron las puertas para que esa gente diera clases.

Pero el problema fue que les dio igual qué tipo de ideas se empezaron a enseñar. Lo importante para ellos era decir que tenían un programa de estudios de género, de estudios de afroamericanos, un centro internacional… eso eran cosas que les hacía sentir bien porque pensaban que estaban siendo buenos liberales. Pero no se dieron cuenta de que los profesores que empezaron a contratar en esos programas eran izquierdistas, hasta panteras negras y violentos revolucionarios neo-marxistas. Cuarenta años después, conquistaron las universidades. Para mí, el verano de 2020 fue el verano en que se vio que instituciones liberales como periódicos como el The New York Times o universidades como Princeton o Harvard y, por todas partes en Occidente en realidad, había jóvenes revolucionarios woke. Y éstos era lo suficientemente fuertes como para destruir esas instituciones liberales.