La Guerra de los Treinta Años (1618-48) fue un conflicto que dejó una huella profunda en la historia de Europa. Entre las batallas más significantes y mortíferas de esta guerra, la batalla de Nördlingen en 1634 se destaca por su relevancia estratégica y simbólica, a pesar de ser un evento poco conocido. No obstante, en su tiempo ocupó un lugar muy destacado, ejemplo de eso es que esta batalla fue el tema elegido por Rubens para la pintura monumental, pero encargada al destacado pintor flamenco Jan van der Hoecke (1611-51), para que presidiese el centro del Arco Triunfal conmemorativo dedicado al cardenal infante Fernando (1609-41), hermano menor de Felipe IV de España y general de los ejércitos en aquella batalla.
El Arco se había creado para que el propio infante, nombrado gobernador de los Países Bajos españoles en 1633, lo atravesase en su entrada por la avenida principal de Utrecht en abril de 1635.
La Batalla de Nördlingen, considerada una de las glorias militares de España, es un relato apasionante de estrategia, valor y triunfo. Fue el Conde Duque de Olivares, un hombre que, consciente de las extraordinarias habilidades del infante don Fernando, le confió la ardua tarea de formar y dirigir un ejército. En 1633, don Fernando llevó a cabo esta tarea con una ejecución impecable, guiando a su ejército a través de los terrenos difíciles de los Alpes.
La misión era de alto riesgo pero don Fernando no estaba solo. Contó con el apoyo de los alemanes leales al emperador (Fernando II de Habsburgo). Juntos, se enfrentaron a un enemigo formidable: las fuerzas combinadas de los suecos bajo el mando de Gustavo Adolfo, los holandeses del norte de Flandes y los alemanes protestantes. Todo ocurrió durante los días 5 y 6 de septiembre de 1634, pero pongámonos un poco en antecedentes.
ANTECEDENTES
A medida que el siglo XVI se desvanecía y el XVII amanecía, España continuaba ostentando una posición dominante más allá de sus fronteras, a pesar de los desafíos que surgían tanto en casa como en el extranjero que amenazaban con debilitar su posición predominante.
Por aquel entonces, los Habsburgo españoles gobernaban con una mano firme, manteniendo alianzas estratégicas con sus homólogos en el Imperio alemán. Este Imperio, el Sacro Imperio Romano Germánico, era un mosaico de numerosos estados, cada uno con sus propias particularidades y donde, en muchos de ellos, la autoridad del Emperador era más simbólica que efectiva. De todos estos estados, uno en particular, Bohemia, desempeñó un papel fundamental en el estallido de un conflicto que se prolongaría durante tres décadas. Fue en este escenario donde, en 1618, comenzó la Guerra de los Treinta Años.
En un acto de desafío, los protestantes bohemios se rebelaron contra Fernando de Habsburgo, el futuro emperador. Este, en un intento por sofocar la insurrección, solicitó ayuda a su aliado, Felipe III de España. En respuesta, el monarca español envió a sus tropas a través de territorio enemigo hacia el Palatinado y Bohemia, ya que aquel famoso «Camino Español» (una ruta que sigue siendo un hito en el mundo de la logística militar) había sido bloqueado en 1638, tras la batalla de Breisach.
Fue precisamente en Praga donde, en la Batalla de la Montaña Blanca, se derrotó a los protestantes, demostrando la superioridad táctica y militar de las fuerzas españolas, sin embargo, la Guerra de los Treinta Años estaba lejos de terminar. En cambio, la lucha se intensificó, arrastrando a más naciones al conflicto y extendiéndose más allá de las fronteras de Bohemia.
Una de estas naciones con intereses expansionistas fue Dinamarca, con Cristian IV al frente, pero fue derrotada rápidamente. La otra, era Suecia, una potencia emergente con ambiciones de expandir su influencia. Bajo el liderazgo de su rey Gustavo II Adolfo, las fuerzas suecas entraron en la guerra en 1630, inclinando la balanza a favor de los protestantes. Por otro lado, España, a pesar de esto, continuó apoyando a los Habsburgo alemanes. En 1634, envió un nuevo ejército a Alemania, esta vez bajo el mando del Cardenal-Infante Fernando, hermano del rey Felipe IV.
EL BANDO «IMPERIAL»
En el tablero previo al combate, las tropas del bando católico-imperial se erigían como una formidable coalición. Figuras destacadas de la época, como Matthias Gallas y el archiduque Fernando, que más tarde sería conocido como Fernando III, se encontraban al frente de este conglomerado militar. A pesar de las tensiones y los recelos inherentes que existían entre las distintas facciones, consiguieron amalgamar sus fuerzas en pos de la lucha contra el enemigo común.
En el corazón de esta coalición de poder, encontramos a las fuerzas españolas, que eran lideradas por el cardenal-infante Fernando de Austria, una serie de tropas emblemáticas que formaban parte de la alianza como los famosos Tercios españoles de Flandes, Sicilia y Sagunto, famosos por su disciplina, su bravura y su destreza en el campo de batalla. Su reputación se extendía por toda Europa, y su presencia en la coalición aportaba un grado adicional de fortaleza y respeto. Junto a los Tercios españoles, se alineaban las tropas italianas al servicio de España comandadas por Gerardo de Gambacorta. Finalmente, no podemos olvidar la contribución de las fuerzas imperiales auxiliares a cargo de Octavio Piccolomini, una pieza más en este intrincado puzle militar.
EL ENEMIGO: EL BANDO PROTESTANTE
En el bando protestante, dos figuras destacaban por su liderazgo: Gustaf Horn, comandante del ejército sueco, y Bernardo de Sajonia-Weimar, príncipe alemán y general de los ejércitos protestantes. Sin embargo, a pesar de compartir un enemigo común, la relación entre ambos estaba lejos de ser armoniosa. Desavenencias tácticas, disputas por la primacía en el mando y diferencias en la visión estratégica marcaban su relación, generando fisuras que, con el tiempo, se convertirían en un lastre para el esfuerzo bélico protestante.
Estas divisiones internas en el bando protestante se agravaron por una subvaloración crítica de las fuerzas opositoras. Los líderes protestantes, quizás confiados en sus recientes victorias, pasaron por alto las capacidades militares de las fuerzas imperiales. No solo ignoraron la habilidad táctica y la disciplina de los ejércitos católicos, sino también la importancia estratégica de las alianzas que estos estaban forjando.
El papel de las tropas españolas en este conflicto es un ejemplo de esta omisión. Estas fuerzas, que habían estado previamente bajo el mando del duque de Feria y ahora eran lideradas por el marqués de Leganés, habían cruzado Alemania viniendo desde Milán. Su meta no era otra que los Países Bajos Españoles, donde el cardenal-infante estaba destinado a suceder a la recién fallecida gobernadora, Isabel Clara Eugenia. Este movimiento estratégico, que implicaba reforzar el frente noroeste de la guerra, era una maniobra que los líderes protestantes no habían previsto ni comprendido completamente.
NÖRDLINGEN, LA BATALLA
La ciudad de Nördlingen, ubicada en el actual estado alemán de Baviera, se convirtió en el telón de fondo de una de las batallas más decisivas de la guerra que acaecerá, según el calendario juliano, entre los días 26 y 27 de agosto, o entre el 5 y 6 de septiembre, según el actual modelo gregoriano.
Los bandos se distribuyeron, por un lado, los Tercios españoles de Flandes, Sicilia y Sagunto, junto con las tropas italianas al servicio de España, y las fuerzas imperiales de Piccolomini. Por el otro bando, el protestante, los regimientos suecos, conocidos como los «Negros» y los «Amarillos», que serán quienes llevarán el peso de la batalla. En total, las fuerzas protestantes, estaban compuestas por 16.300 soldados de infantería y 9.300 de caballería, que se enfrentarán a un ejército católico de 20.000 soldados de infantería y 13.000 de caballería.
Con las filas dispuestas y las estrategias trazadas, la batalla se inició. Los suecos, demasiado audaces, tomaron la iniciativa. Sin embargo, se encontraron con una muralla de picas de los Tercios españoles.
En la colina de Allbuch, estos regimientos realizaron una brillante defensa de su posición. No cedieron terreno, resistiendo un total de quince embestidas de caballería, lo que supuso el factor determinante en la victoria final de la batalla.
Mientras los Tercios resistían con gallardía, la caballería italiana de Gambacorta flanqueó a los suecos y eliminó su retaguardia. Esta acción resultó en una desbandada generalizada entre las filas suecas. Incluso capturaron al propio general sueco, Gustaf Horn, un giro de los acontecimientos que ensanchó la grieta en el moral del ejército protestante.
El bando protestante había subestimado a las tropas imperiales. Además, no contaban con que se habían unido al ejército del hermano del Rey de España, el Cardenal Infante y Arzobispo de Toledo.
EL PRECIO DE LA VICTORIA
Las fuerzas católicas consiguieron un triunfo decisivo. Los números hablan por sí solos: las fuerzas protestantes sufrieron pérdidas catastróficas, que oscilaban entre 8.000 y 16.000 muertos además de unos 4.000 prisioneros. Además, el bando protestante perdió entre 68 y 80 cañones, armas de gran valor estratégico y simbólico en el siglo XVII. En contraposición, las fuerzas católicas registraron bajas significativamente menores, con solo 1.500 muertos y 2.000 heridos.
El resultado de esta batalla no solo fue un golpe devastador para las fuerzas protestantes, sino que también reconfiguró el panorama político de Europa. Hasta ese momento, Suecia había gozado de una posición dominante en el sur de Alemania. Sin embargo, la derrota en Nördlingen puso fin a su supremacía en la región. Este cambio no solo afectó a Suecia, sino también a las dinámicas de poder en toda Europa, ya que redefinió las alianzas y los equilibrios de poder existentes.
Pero lo que quizás fue una de las consecuencias más significativas de la Batalla de Nördlingen fue la entrada de Francia en la guerra bajo la dirección del Cardenal Richelieu, quienes temían que la Casa de Habsburgo se volviera demasiado poderosa. Suecia, que hasta entonces había sido una de las principales potencias protestantes, se vio seriamente debilitada, y la balanza de poder se inclinó hacia las fuerzas católicas de los Habsburgo. Este enfrentamiento supuso un duro golpe para el Imperio sueco. La pérdida de tantos hombres y la captura de su general, Gustaf Horn, debilitaron su fuerza militar y moral. Les llevaría años recuperarse de este revés.
La Batalla de Nördlingen, por tanto, no fue simplemente una confrontación más en la Guerra de los Treinta Años. Fue un acontecimiento que cambió el curso de la guerra, que alteró alianzas y equilibrios de poder, y que tuvo un impacto duradero en la historia de Europa.
Por otro lado, más allá de lo político, en la parte militar de este enfrentamiento, dos estilos de guerra distintos se midieron. Por un lado, estaba el enfoque sueco, que se basaba en el progreso tecnológico y en la superioridad de sus cañones. Por otro lado, se encontraba el tradicional esquema militar español, personificado en los Tercios. A pesar de los cambios en la guerra y el advenimiento de nuevas tecnologías, los Tercios demostraron ser una fuerza formidable en el campo de batalla. Su éxito en la batalla reforzó su reputación de invencibilidad, al menos durante unos años más.