Durante estos meses hemos ofrecido un repaso a la escena musical de los años sesenta en una España que algunos se empeñan en presentar como un país en blanco y negro cuando en realidad España era alegre, faldicorta y, en muchos casos, teñida en tecnicolor. Por las páginas de Centinela han desfilado Juan y Junior, Los Íberos, Los Salvajes, The Mode, Los Bravos, Los Ángeles, Los Cheyenes, Los Brincos y Henry & The Seven. Hemos reservado para esta última reseña a The End, un conjunto británico que recaló en Madrid a finales de 1966, dejando una profunda huella en el panorama cultural del momento.
Bill Wyman tocaba el bajo en los Rolling Stones. También era el más emprendedor de toda la banda y muy pronto asumió tareas de producción, actuando como protector de interesantes grupos como The Preachers, donde militaba un jovencísimo Peter Frampton, Moon’s Train o Hamilton and the Movement. Una de las formaciones punteras de su escudería eran The End, un combo mod de imagen impecable y sonido brillante que había girado con los Stones en 1965. Para montar Freeway Music, su compañía de grabación y management, Wyman se alió con el ingeniero de sonido Glyn Johns, un joven técnico que aparece irremediablemente unido a todo lo que se cocía en la primera línea del Londres ultramoderno. Cuando los cazatalentos de Sonoplay aterrizan en Inglaterra, Bill Wyman y Glyn Johns se encuentran estratégicamente posicionados para negociar el lanzamiento de The End en España.
Sonoplay fue el sueño pop del argentino Adolfo Waitzman, figura clave de la cultura audiovisual española en la segunda mitad del siglo XX. Waitzman es autor de numerosas bandas sonoras («Atraco a las tres», «La gran familia», «Los chicos con las chicas»…) así como de míticas sintonías de televisión entre las que destaca la que compuso para «Un, Dos, Tres», programa de Ibáñez Serrador. A mediados de 1966 crea Sonoplay, un sello discográfico con vocación internacional que despega gracias al apoyo financiero de Movierecord, marca protegida por los Hermanos Moro, dueños de estudios de cine y grabación. Sonoplay es su gran apuesta, un entramado empresarial que inició su andadura con The End, banda inglesa poseedora de una nueva identidad musical: el «Sonido Detroit».
Bill Wyman produjo varias canciones de The End en los estudios Morden de Inglaterra, las presentó a Sonoplay y acordó su edición y una campaña publicitaria de peso para sus pupilos, que aterrizaron en Barajas convertidos en estrellas del pop. «Un Rolling Stone en Madrid», un auténtico notición. Y venía para presentar a cinco patilludos que desembarcaban en España dispuestos a convertir al público local a la nueva religión musical: el soul. A pesar de que la prensa seguía a vueltas con el beat y el «Sonido Liverpool», ellos afirman una y otra vez que lo suyo es el «Sonido Detroit». Detroit, la «Ciudad del Motor», es la cuna de la Tamla Motown, una discográfica de artistas de color que había revolucionado el mercado americano dulcificando su excelente producción para acercarse a todos los públicos. The End vienen del beat, pero utilizan teclados y saxos, e interpretan canciones de artistas negros todavía desconocidos en España: Don Covay, Supremes, Joe Tex… Aires cosmopolitas para un Madrid cada vez más internacional.
El primer sencillo de The End, «You’d Better Believe Me» se convierte en un éxito instantáneo, sonando sin parar en las emisoras de todo el país. The End se presentan en El Gran Musical, programa de radio que funciona como lanzadera para los ingleses. Días después actúan en la sala Picadilly de la capital, dejando boquiabiertos a los asistentes con su electrizante show, combinando instrumentos de metal con guitarras explosivas y un juego de voces de gran calidad. Acompañan en el escenario a The End dos chicas, embutidas en minifaldas de infarto y botas blancas, bailando sin cesar al ritmo «Detroit» del conjunto. Esto convierte a The End en el primer grupo con gogós que se presenta en el país, causando una auténtica revolución.
La banda se establece en Madrid, en un piso compartido por el que pasan famosos, artistas locales y compañeros de sello como Miguel Ríos, Los Polares o The Mode. El éxito de The End anima a Sonoplay a repetir la jugada y se tantea a Bill Wyman en busca de nuevo material que editar. Glyn Johns había registrado, más como un juego que otra cosa, una versión de «Lady Jane», una balada de los Rolling de aires medievales. Johns es uno de los ingenieros de sonido más afamados de la escena londinense, ha trabajado con los Beatles, los Stones y muchas otras bandas, pero nadie en el Reino Unido sospecha siquiera que pueda cantar. Sin embargo, Sonoplay edita «Lady Jane» y el single escala hasta los primeros puestos de las listas nacionales, convirtiendo a Glyn Johns en un nuevo fenómeno «Made in Freeway Music». Sorprendido, él también se establece en Madrid durante unos meses, disfrutando de las mieles del éxito, protagonizando campañas publicitarias, apariciones en televisión y luciendo palmito en las portadas de Fans y Tele Guía.
Las visitas a Madrid de Bill Wyman se suceden. Dirige la grabación de un segundo sencillo para The End, una trepidante composición propia de gran calidad titulada «Why». El conjunto gira por toda España, cosechando un enorme éxito en Barcelona y Valencia, ciudades donde su estilo es muy bien recibido. Se prodigan también en la base americana de Torrejón, donde entran en contacto con los nuevos sonidos psicodélicos que llegan de la Costa Oeste de los Estados Unidos. Mientras los conjuntos locales se adentran por el camino del soul, añadiendo secciones de metal a sus directos, The End viran el timón, enfilando la senda lisérgica y expansiva de la sensibilidad descubierta el verano de 1967. Una nueva dirección que se hace patente en el tercer sencillo del grupo, «Morning Dew», alumbrando la mañana con gotas de rocío de reflejos psychedélicos.
A finales de 1967, deciden que la aventura española ha tocado a su fin y regresan a Inglaterra. Allí graban un nuevo single, la maravillosa «Loving Sacred Loving». En la portada de este cuarto disco para Sonoplay aparecen con kaftanes, camisas de paramecios y collares de cuentas; una imagen muy distinta de aquellas gorras y uniformes militares que tanto sorprendieron a los periodistas a su llegada a España. Los tiempos están cambiando, y cualquier grupo que se precie necesita ahora de un guitarra solista que improvise largos solos en directo al estilo de Jimi Hendrix o Eric Clapton. The End reclutan a Terry Taylor, al que habían conocido en España cuando Terry militaba en The Mode. Con esta nueva formación regresan a nuestro país, después de haber registrado en el Reino Unido todo un LP maravilloso que se publicaría tiempo después bajo el nombre de «Introspection». «Introspection» es una auténtica joya, uno de los mejores álbumes de pop psicodélico de todos los tiempos.
Muy apreciados todavía en Madrid, The End también figuran en el reparto de la imprescindible película «Un, dos, tres… al escondite inglés». Podemos verles, en la cinta, paseando melenas y bigotes por la Gran Vía mientras suena la preciosa «Cardboard Watch», sorprendiendo una vez más a propios y extraños, capturados por el prisma caleidoscópico de Iván Zulueta, director del film.
Fueron las grandes estrellas de «la Legión Extranjera», un conjunto que aportó frescura y modernidad a la escena musical española. Facturaron cuatro singles muy apreciados hoy en día por coleccionistas y aficionados y su simpatía y buen hacer los convirtió en inolvidables. Ingleses por la Gran Vía; The End eran de casa, eran «de los nuestros».