Skip to main content

A finales del siglo XVI, los corsarios ingleses Francis Drake y John Hawkins, envalentonados por sus éxitos pasados, propusieron a la reina Isabel I una expedición al Caribe con un objetivo claro: establecer una base en Panamá para desafiar el dominio español en América. La reina, siempre dispuesta a importunar a sus rivales hispanos, aceptó la propuesta y armó una flota impresionante: 27 fragatas, 1.500 marineros y 3.000 soldados, la mayor escuadra jamás enviada contra las posesiones españolas de ultramar.

Pero claro, los planes en papel son una cosa y la realidad del mar es otra. La falta de víveres y agua potable hizo que Drake decidiera hacer un alto en las Islas Canarias, aunque eso significara perder el factor sorpresa en Panamá. El general Thomas Baskerville, a cargo de las tropas de desembarco, estaba confiado y aseguraba que podrían tomar Las Palmas en menos de cuatro horas, lo que les daría una base estratégica. Así que, sin pensarlo mucho, pusieron rumbo a las islas.

Lo que no esperaban era la resistencia feroz de las tropas canarias. El 6 de octubre de 1595, tras hora y media de combates, los ingleses se encontraron con la cruda realidad: no solo no habían tomado la plaza, sino que habían perdido decenas de hombres y cuatro barcazas de desembarco. Las tropas isleñas demostraron su pericia militar y dejaron claro que venderían muy cara una derrota.

Este fracaso fue solo el comienzo de una serie de desventuras para aquella expedición de Drake y Hawkins, que tiene más de propaganda que de efectiva. La misión, que había comenzado con grandes expectativas, terminó siendo un fiasco y un recordatorio de que el Imperio español no sería tan fácil de quebrar.

Pero no debieron aprender muy bien la lección los británicos, puesto que doscientos años después, el afamado almirante inglés Horacio Nelson no sólo volvió a fallar en el intento, sino que perdió uno de sus brazos por el camino. Todo gracias a un heroico general que disfrutaba en las islas de su retiro dorado: Antonio Gutiérrez de Otero y Santayana. Conozcamos su historia.

La Vida y Formación de un Guerrero

Antonio Gutiérrez de Otero y Santayana, nacido el 8 de mayo de 1729 en Aranda de Duero, en la provincia de Burgos, no era precisamente un cualquiera. Provenía de una familia del Valle de Soba, en Cantabria, y desde pequeñito ya tenía claro que lo suyo iba a ser la milicia. A los siete años ingresó en el Ejército como cadete, comenzando una carrera que lo convertiría en uno de los militares más destacados de su tiempo.

Su hoja de servicios está repleta de hazañas en campaña. En 1770, se lució en la expedición española a las Islas Malvinas, donde derrotó a los ingleses bajo el mando del capitán William Malby, tomando Fort George en Puerto Egmont y restaurando la soberanía española en esas tierras. También se batió el cobre en la expedición contra Argel en 1775, donde salió malparado con graves heridas, y en el Bloqueo de Gibraltar (1779-1783), mientras ostentaba el mando general de las Armas del Reino de Mallorca y era comandante de la isla de Menorca, además de gobernador de Mahón.

En 1790, ya con 61 años y tras una vida llena de combates y honores, fue ascendido a mariscal de Campo y nombrado comandante general de las Islas Canarias. Lo que parecía un destino tranquilo, casi un retiro dorado, se torció el 21 de julio de 1797. Esa mañana, un vigía costero dio la voz de alarma: la flota de Nelson se acercaba a Santa Cruz de Tenerife. Gutiérrez, lejos de amilanarse, se preparó para una defensa que sería legendaria.

La Amenaza Inglesa: Nelson y la Batalla de Santa Cruz de Tenerife

Algunas semanas antes, el 14 de febrero de 1797, frente al cabo de San Vicente, en la costa portuguesa del Algarve, se libró una batalla naval que dejó huella. Una escuadra española de 32 buques de guerra, con el imponente Santísima Trinidad a la cabeza, se enfrentó a una flota inglesa de 22 barcos comandada por John Jervis. Los españoles, con 2.638 cañones, no pudieron contra los 1.430 cañones británicos y sufrieron una derrota aplastante. Tras la batalla, el joven y ambicioso contraalmirante Horacio Nelson, que se había ganado sus galones en ese enfrentamiento, propuso al almirante Jervis encabezar una expedición para tomar Santa Cruz de Tenerife.

Nelson llegó a Tenerife con esa gran victoria a sus espaldas, ocho navíos, 378 cañones y 1.000 hombres. Estaba convencido de que la ciudad, defendida por unos cuantos fortines, sería pan comido. Pero aquí es donde Nelson se topó con la realidad: el gobernador de Tenerife no era un burócrata cualquiera, sino nuestro veterano Antonio Gutiérrez de Otero y Santayana. Gutiérrez, con dilatada experiencia militar, y no se amilanó. Al enterarse de los planes británicos, ordenó preparar las defensas de inmediato.

Aunque solo contaba con unos 300 soldados profesionales, Gutiérrez tenía una carta bajo la manga: el apoyo de los ciudadanos canarios. Los isleños, conscientes de la amenaza, se pusieron a disposición de su general y formaron milicias civiles. Con un entrenamiento rápido a cargo de sargentos profesionales, lograron reunir alrededor de 1.000 hombres adicionales.

No fue una sorpresa que Nelson subestimara a Gutiérrez. Lo que esperaba ser una victoria fácil se convirtió en una pesadilla para los británicos. El general español, con sus limitados recursos y la valentía de los canarios, demostró que la valentía y la estrategia pueden vencer a la superioridad numérica.

La Defensa de Tenerife: Valentía y estrategia

Era la madrugada del 22 de julio cuando la Royal Navy se presentó ante la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, dispuesta a dar un golpe de autoridad. El almirante Nelson, confiado en su aplastante superioridad, no se lo pensó dos veces y dio la orden de desplegar 39 lanchas para desembarcar en la playa de Valleseco y en Santa Cruz en dos oleadas.

La primera, de 23 lanchas, se dirigió hacia el barranco del Bufadero, mientras que la segunda, con 16 lanchas, navegó hacia Santa Cruz. Sin embargo, los defensores españoles ya estaban alertados de los planes de Nelson y, gracias a un viento que parecía soplar a favor de los canarios y de una defensa con fusilería bien organizada, lograron desbaratar los planes británicos, obligando a las lanchas a retirarse antes de siquiera poner un pie en la playa.

A las diez de la mañana, las fragatas inglesas se acercaron lo más posible a la costa del Bufadero, esperando atraer el fuego de la artillería y así proteger el desembarco de unos 1.000 hombres en Valleseco. Pese a tomar una pequeña cota, se toparon con una resistencia feroz. Los defensores, bien atrincherados en el castillo de Paso Alto y otras posiciones fortificadas, les dieron la bienvenida con una lluvia de plomo. Además, el general Gutiérrez, no se andaba con tonterías y envió refuerzos para asegurar los pasos de Valleseco, listos para frenar cualquier intento de los ingleses de avanzar hacia la ciudad.

Tras un intenso intercambio de disparos el 23 de julio, la escabrosidad del terreno, la falta de apoyo naval y la imposibilidad de moverse hicieron que los ingleses se retiraran de nuevo y reembarcaran durante la noche buscando otro tipo de estrategia. Este segundo intento acabó en un rotundo fracaso.

Nelson, el “kamikaze

Nelson, con dos fracasos a sus espaldas, decidió que la tercera sería la vencida y optó por un ataque frontal. Esta decisión, más que estratégica, parecía una temeridad que pasaba por alto la supervivencia de sus hombres. Este desprecio por la vida de sus soldados le ha valido, en más de una ocasión, el calificativo de «kamikaze«.

El nuevo plan era sencillo: desembarcar en masa en el muelle, tomar el Castillo de San Cristóbal a sangre y fuego para luego desplegarse en la plaza de la Pila. A última hora del 24 de julio, unos 700 soldados embarcaron en lanchas, 180 en la balandra Fox y otros 80 en una goleta española apresada directos al matadero, aunque inicialmente no lo sabían. Gutiérrez, anticipando un nuevo ataque, había redistribuído sus fuerzas con astucia. Mantuvo un pequeño destacamento en el castillo de Paso Alto, concentró sus tropas en la defensa de la ciudad y reforzó las defensas del puerto.

Los británicos a que avanzase la noche, y ya de madrugada, siendo ya 25 de julio, con todo el mundo medio dormido, las lanchas de desembarco se lanzan al muelle como si fueran sombras en la oscuridad. Los ingleses intentaron ser astutos, cubriéndose con lonas para no ser detectados, pero la guardia de la fragata española San José no estaba para bromas y los descubrió enseguida, dando la alarma como si fuera una verbena.

En cuestión de minutos, las baterías españolas comenzaron a escupir fuego y plomo. La resaca no ayudó nada y las lanchas se dispersaron como si fueran hojas en el viento. Solo tres grupos lograron llegar al muelle, y de esos, apenas desembarcaron los hombres de cinco lanchas. Según las crónicas, Nelson, que viajaba en uno de los botes que logró llegar a la costa, recibió un impacto de un cañón español conocido como “Tigre” que le destrozó el brazo. Aunque en el diario del cirujano del HMS Theseus se afirma que fue una bala de mosquete la que rompió el codo y le cortó una arteria, obligando a una amputación para salvarle la vida.

Para el caso, es lo mismo… Nelson perdió un brazo intentando asaltar Santa Cruz de Tenerife. El resto se estampó contra las rocas, donde la artillería e infantería españolas los acribillaron sin piedad. La balandra Fox no tuvo mejor suerte. Fue hundida en medio del caos, dejando un saldo trágico de 97 muertos y numerosos heridos. Además, el teniente Vicente Siera capturó a cinco soldados ingleses supervivientes y los entregó al general Gutiérrez, proporcionando información clave sobre la situación de las fuerzas británicas, con lo que prácticamente poco más podían hacer nuestros queridos invasores. Vamos, un desastre con todas las letras.

Solamente un grupo de 300 soldados liderado por Trowbridge desembarcó en la playa de la Caleta y avanzó hasta la plaza de la Pila, pero se vieron obligados a retirarse a la plaza de Santo Domingo, donde fueron rodeados y se refugiaron en el convento, pero Gutiérrez no les dio tregua y, tras ocupar el muelle para impedir la llegada de refuerzos, aumentó el cerco alrededor de Santo Domingo. Sin refuerzos y con la situación insostenible, Trowbridge negoció una capitulación honrosa. El tercer intento también resultó un fracaso total

La estrategia vence ante la furia

A pesar de contar con defensas limitadas, las unidades militares y las milicias bajo el mando de Antonio Gutiérrez lograron repeler el intento de conquista de Santa Cruz de Tenerife. Gutiérrez supo utilizar sabiamente sus recursos y adelantarse a los movimientos del enemigo, contando además con la ayuda de los habitantes de Tenerife que respondieron a su llamada para defender la isla.

El tercer intento también había fracasado. El 25 de julio de 1797 se firmó la rendición, y los más de 300 hombres asediados fueron devueltos a sus barcos en lanchas inglesas y españolas, no se tomó ninguna represalia contra los derrotados, ante todo, nuestro general era un caballero.

Nelson, en esta desafortunada incursión, además de su brazo, perdió a 226 soldados y tuvo 123 hombres heridos. Por su parte, los españoles sufrieron 23 muertos y 40 heridos.

En una carta escrita de su puño y letra, el contraalmirante inglés agradeció a Gutiérrez por permitir que sus tropas abandonaran la isla sin sufrir más daños, con la única condición de no volver a atacar el archipiélago canario. Nelson expresó su gratitud con las siguientes palabras:

“No puedo dejar esta isla sin devolver mis más sinceras gracias por su cariñosa atención para mí y su humanidad para aquellos de nuestros heridos que estuvieron en su poder o a su cuidado, así como su generosidad con todos los que fueron desembarcados, la cual no olvidaré de hacer presente a mi soberano, y espero en alguna futura ocasión poder tener el honor de expresar personalmente cuánto soy suyo obediente y humilde servidor. Ruego me honre aceptando un barril de cerveza y un queso.

HORATIO NELSON”

Aquella memorable jornada del 25 de julio de 1797 se ha convertido en una de las páginas más gloriosas y a la vez desconocidas de la historia de España, y de Canarias en particular. Cada año, Santa Cruz de Tenerife recuerda este episodio con una recreación histórica.

Como recompensa por sus acciones, Antonio Gutiérrez fue ascendido a teniente general y se le otorgó la Encomienda de Esparragal de la Orden de Alcántara. Sin embargo, a pesar de elevar una petición de recompensas para los soldados y civiles más destacados durante los enfrentamientos, no se concedió ninguna… las cosas de Palacio, ya saben.

Gutiérrez falleció el 15 de mayo de 1799 en Santa Cruz de Tenerife y fue enterrado en la capilla de Santiago el Mayor en la iglesia de La Concepción

El Olvido y la memoria, cosas caprichosas

En Inglaterra, Horacio Nelson, ese oficial que despreciaba la vida de sus hombres, es recordado con una colosal columna de 50 metros levantada en Trafalgar Square que es visitada a diario por miles de personas. Mientras tanto en España Antonio Gutiérrez es recordado con un discreto busto en su Aranda natal. Ningún otro país intentó conquistar de nuevo las islas Canarias. La figura de Antonio Gutiérrez de Otero y Santayana, aunque menos conocida, es un ejemplo de valentía, de talento en la estrategia y amor por la Patria.

Como bien decía el propio Nelson en su carta de agradecimiento, la humanidad y generosidad mostradas por Gutiérrez no solo salvaron vidas, sino que también dejaron una impronta de honor y respeto mutuo entre enemigos, algo que, en tiempos de guerra, es tan valioso como la victoria misma.