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Durante el Siglo de Oro español, una era de esplendor cultural y artístico que abarcó los siglos XVI y XVII, la producción literaria, artística y científica florecía en paralelo con la expansión del Imperio Español, que se extendía por Europa, África, Asia y América. Este periodo vio surgir a dramaturgos de la talla de Lope de Vega, novelistas legendarios como Miguel de Cervantes y poetas de la sutileza de Francisco de Quevedo, quienes no solo contribuyeron a la literatura, sino que también se involucraron en la vida militar para salvaguardar los intereses de la Monarquía Hispánica.

Entre los numerosos personajes ilustres que por aquella época España dio al mundo, a menudo se nos escapan figuras tan notables como la que hoy queremos tratar: Jerónimo de Ayanz y Beaumont. Este hombre polifacético, originario de Navarra, dejó una marca imborrable en la ciencia, la tecnología y la cultura de su tiempo. Prodigioso inventor, militar y artista, cuyo legado anticipó revoluciones industriales y técnicas mucho antes de que el mundo estuviera preparado para comprenderlas

De Navarra a la Corte de Felipe II

Jerónimo de Ayanz y Beaumont nació en 1553 en el señorío de Guenduláin, un pequeño enclave cercano a Pamplona que respiraba la historia y la nobleza de sus ancestros. Su linaje se remontaba a las glorias de la alta nobleza navarra, con raíces profundas tanto en la casa de los Ayanz por parte paterna como en la de los Beaumont por la materna. Estos apellidos no solo sugerían una posición de privilegio, sino también una herencia de responsabilidades y expectativas. Sin embargo, como “segundón” de cuatro hermanos, el joven Jerónimo no estaba destinado a heredar el señorío familiar, una realidad que le impulsó a buscar su propio camino.

Desde temprana edad, Jerónimo mostró una inclinación natural hacia el conocimiento y las artes de la guerra, atributos que no pasaron desapercibidos para su familia. A la edad de 14 años, una edad en la que muchos niños apenas comenzaban a comprender el mundo que los rodeaba, Jerónimo fue enviado a Madrid. Allí, en la bulliciosa y majestuosa Corte de Felipe II, comenzó a forjar su destino. Ser paje del rey no era un simple honor; era una oportunidad única para sumergirse en el corazón del poder y la cultura de la época. Este puesto le permitió no solo estar cerca del monarca, sino también adquirir una formación integral en actividades militares y cortesanas, que incluían desde la esgrima y la estrategia hasta el protocolo y las artes.

En la Corte, Jerónimo se codeó con nobles, intelectuales y artistas de renombre, absorbiendo conocimientos y habilidades que serían cruciales para su futura carrera. La disciplina militar y el rigor cortesano moldearon su carácter, dotándolo de una mezcla de valentía y refinamiento que lo distinguiría en todos los ámbitos de su vida. Bajo la tutela de experimentados soldados y cortesanos, aprendió el arte de la guerra, la gestión de recursos y la diplomacia, habilidades que serían esenciales en sus futuras campañas y en sus innovaciones técnicas. La vida en la Corte también le brindó acceso a una vasta red de contactos y a un flujo constante de ideas, lo que despertó en él una curiosidad insaciable y un deseo de mejorar el mundo que lo rodeaba.

Campañas Militares y Servicio a la Corona

Su vida militar comenzó a una edad sorprendentemente temprana. Desde su juventud, se sumergió en el bullicioso y peligroso mundo de las campañas militares, participando en conflictos que definieron su era. Sus primeras experiencias bélicas lo llevaron a lugares tan dispares como La Goleta, en el actual Túnez, donde las fuerzas españolas luchaban por mantener el puerto estratégico contra los otomanos.

En Lombardía, Flandes y Portugal, las habilidades militares de Ayanz continuaron desarrollándose. Participó en la defensa y expansión de los territorios bajo dominio español, enfrentándose a ejércitos europeos bien entrenados y a las complejidades de la guerra de su tiempo. Fue en Flandes, sin embargo, donde su leyenda comenzó a forjarse de manera más intensa. Durante una feroz batalla, Ayanz sufrió una grave herida que lo dejó al borde de la muerte. Pero en lugar de rendirse o amedrentarse, esta experiencia lo fortaleció y consolidó su fama como un guerrero indomable. Su recuperación fue rápida y sorprendente, y su regreso al campo de batalla fue recibido con asombro y admiración por sus compañeros y superiores.

La fuerza física de Ayanz era legendaria, un rasgo que capturó la imaginación de sus contemporáneos y que fue inmortalizado por el gran dramaturgo Lope de Vega. En sus escritos, Lope de Vega lo llamó el «Hércules español», una comparación que resaltaba no solo su poder físico sino también su carácter heroico. Según el poeta, Ayanz poseía una fuerza sobrehumana: era capaz de doblar lanzas con sus propias manos, perforar escudos de bronce con sus dedos y detener el galope de un caballo con sus manos desnudas. Hazañas que, aunque pueden parecer propias de la mitología, reflejan perfectamente la percepción de sus contemporáneos sobre su extraordinaria capacidad.

Además de su fuerza, Ayanz era conocido por su astucia y liderazgo en el campo de batalla. Sus estrategias y tácticas militares fueron estudiadas y admiradas, y su capacidad para inspirar a sus hombres lo convirtió en una figura central en las campañas en las que participó. La combinación de su fuerza física, su valentía y su inteligencia táctica hizo de Jerónimo de Ayanz un soldado formidable y un líder respetado, cuyas hazañas continuaron siendo recordadas mucho después de que los ecos de las batallas se hubieran silenciado.

El Inventor y Científico: La tecnología del Vapor, equipos de respiración autónoma…

Casado con Luisa Dávalos, de una influyente familia murciana, Ayanz se estableció en Murcia, donde se dedicó a la administración y defensa de la ciudad, impulsando la construcción de defensas militares en la costa y fomentando la actividad del puerto de Cartagena. También participó en la defensa de La Coruña contra los ingleses, demostrando una vez más su pericia militar.

Sin embargo, la faceta más fascinante de Jerónimo de Ayanz no se encuentra en sus hazañas militares, sino en su capacidad inventiva y científica. En 1597, Felipe II lo nombró administrador general de las minas del reino, un cargo que le permitió recorrer los yacimientos mineros de España y experimentar con diversos procedimientos para la explotación de minerales. Este puesto marcó el inicio de una serie de innovaciones que cambiarían el curso de la minería y la tecnología.

Uno de los episodios más significativos de su carrera como inventor ocurrió durante una de estas inspecciones mineras. Ayanz estuvo a punto de morir debido a los gases tóxicos desprendidos en las profundidades de una mina. Este incidente lo llevó a idear sistemas para respirar en ambientes contaminados, sentando las bases de lo que hoy conocemos como equipos de respiración autónoma. Su inventiva no se detuvo ahí. Ayanz concibió métodos innovadores para desaguar las profundas galerías subterráneas mediante el uso de máquinas de vapor, adelantándose en un siglo a las invenciones del inglés Thomas Savery.

Estas máquinas de vapor no solo solucionaron el problema del achique de agua en las minas, sino que también representaron un avance tecnológico monumental. La capacidad de aplicar la fuerza del vapor para mover grandes volúmenes de agua fue un precursor de las tecnologías que dominarían la Revolución Industrial. La visión de Ayanz en este campo muestra su capacidad para anticipar necesidades y desarrollar soluciones prácticas que cambiarían el mundo.

A partir de 1599, Jerónimo de Ayanz residió en Madrid, donde realizó diversos experimentos metalúrgicos ante la Corte, demostrando una vez más su talento y su capacidad para innovar. Propuso un sistema económico basado en la liberalización de las minas, la organización del trabajo y la creación de escuelas especializadas en minería, unas ideas demasiado progresistas para la mentalidad de la época, pero que serán clave en los futuros desarrollos industriales. Su propuesta incluía la reducción de costos de explotación y la mejora en la eficiencia de la producción minera, conceptos que serían redescubiertos y aplicados siglos después.

En Valladolid, donde residió entre 1601 y 1606, Ayanz colaboró con científicos y plateros de renombre. Uno de sus colaboradores más destacados fue Juan de Arfe, un platero que comprobó el funcionamiento de las máquinas y procesos metalúrgicos ideados por Ayanz. Esta colaboración fue especialmente fructífera, ya que permitió a Ayanz perfeccionar sus inventos y demostrar su viabilidad práctica. En 1602, Ayanz inventó un equipo de buceo que permitía a un buzo permanecer bajo el agua indefinidamente. Esta innovación, que se adelantó en más de dos siglos a los sistemas de buceo modernos, fue utilizada con éxito en la isla Margarita (actual Venezuela) para la extracción de perlas, obteniendo una patente del Consejo de Indias.

La Compañía Minera, el magnetismo y otros inventos

A principios de 1608, Ayanz dejó el cargo de administrador general de minas y se embarcó en una nueva aventura empresarial. Junto con el doctor Simón de Meneses, Dionis Lhermite, Pedro de Baeza y otros socios, fundó una compañía minera con el objetivo de reactivar la mina de Guadalcanal, cerca de Sevilla. Esta mina, que había sido rica en plata durante el reinado de Felipe II, estaba inundada, lo que presentaba un desafío considerable para muchos, pero no para las máquinas de Ayanz.

Fue en Guadalcanal donde aplicó por primera vez sus máquinas de vapor para desaguar las minas al completo. Esta operación sentó un precedente para el uso de la tecnología de vapor en la minería. La actividad de la compañía se mantuvo hasta 1611, cuando la falta de apoyo de sus socios llevó a su disolución. Sin embargo, este fracaso empresarial no fue debido a fallos técnicos, sino a la falta de visión y compromiso de sus colaboradores.

El ingenio de Ayanz no conocía límites. El 13 de noviembre de 1610, presentó una invención destinada a determinar la longitud de un barco en alta mar, un problema que había desafiado a los marinos durante siglos. Además, demostró la imposibilidad de las agujas de marear fijas, adelantándose a la teoría del magnetismo terrestre. Esta invención no solo fue pionera en su campo, sino que también subrayó la capacidad de Ayanz para abordar problemas complejos con soluciones ingeniosas y prácticas.

La lista de inventos de Jerónimo de Ayanz es extensa y variada, reflejando su versatilidad y su capacidad para innovar en múltiples campos. Entre sus más de 50 invenciones se encuentran métodos metalúrgicos avanzados, balanzas de precisión, hornos, destiladores, sifones, molinos hidráulicos y eólicos, presas de arco y bóvedas, bombas hidráulicas de husillo y eyectores.

También diseñó instrumentos para medir el rendimiento de las máquinas, lo que permitió optimizar su funcionamiento y aumentar su eficacia. Sus molinos hidráulicos y eólicos representaron avances en el aprovechamiento de las energías renovables, mientras que sus diseños para presas de arco y bóvedas mejoraron la infraestructura hidráulica, facilitando el control y la distribución del agua.

Además de sus logros en el ámbito militar y científico, Jerónimo de Ayanz también destacó en el arte y la música. Era un talentoso pintor y compositor de música, habilidades que le permitieron brillar en la Corte. Componía canciones que él mismo interpretaba a la vihuela con una formidable voz de bajo. Su destreza en la pintura fue tal que intentó crear en Valladolid un Museo y Academia de Bellas Artes, donde se pudieran mostrar las colecciones reales y formar a futuros pintores.

Algo más que un legado

Jerónimo de Ayanz y Beaumont murió en Madrid el 23 de marzo de 1613 y fue enterrado en la catedral de Murcia. Su legado, sin embargo, perdura en las múltiples invenciones y avances tecnológicos que anticiparon la Revolución Industrial. Entre sus invenciones se encuentran métodos metalúrgicos, balanzas de precisión, equipos para bucear, hornos, destiladores, sifones, molinos hidráulicos y eólicos, bombas hidráulicas de husillo y máquinas de vapor. Muchas de estas innovaciones se adelantaron a las que se desarrollarían en Inglaterra durante el siglo XVIII, seguramente basadas en sus estudios ampliamente extendidos.

El impacto de las contribuciones de Jerónimo de Ayanz ha sido reconocido por numerosos estudiosos y académicos en nuestro tiempo. Obras como «Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII« de J. M. López Piñero y «Un inventor navarro. Jerónimo de Ayanz y Beaumont« de Nicolás García Tapia han explorado y celebrado su vida y obra. Además, su figura ha sido objeto de conferencias y exposiciones que han recuperado su legado. Sin embargo, es probable que lo que más le hubiera gustado a nuestro héroe e inventor fuera el sencillo soneto que Lope de Vega le dedicó como epitafio:

 

«Aquí yace un Hércules español,
de ingenio y fuerza rara combinación,
cuya vida fue un canto de invención
y cuya muerte, un eco de su valor.»