Seamos sinceros y con la mano en el corazón, respondamos a una pregunta: ¿sabemos de qué estamos hablando cuando hablamos de 1785? Según estadísticas y encuestas que no son las del CIS, el 80% de los españoles desconoce qué ocurrió ese año en España, pero quizá, tratándose de los lectores de MILENIO, la cuestión sea superflua, porque casi con total seguridad, ustedes forman parte del selecto 20% que sí sabe a qué nos referimos.
Digámoslo, pese a ello: en 1785, nació la bandera española actual, hoy con amantes y detractores en nuestra propia patria. Carlos III convocó un concurso para elegir la enseña que debía ondear en los barcos del reino; con demasiada frecuencia en los puertos o en medio del mar se confundían nuestras naves con las de ingleses y franceses. Había que cambiar la bandera blanca con la cruz de San Andrés por otra, porque si no, sí que se cumpliría al pie de la letra el lema aquél de renovarse o morir. Morir víctimas de ataques de los enemigos de Albión, por ejemplo, que cometían el inmenso error de pensar que nuestro pabellón era el inglés y nos atacaban a los españoles.
El premio, como sabemos, recayó en el diseño rojigualda, cuyos colores vivos no dejaban lugar a error: el rojo y el amarillo serían los distintivos de la Marina española, visibles muchas veces incluso en la lejanísima línea del horizonte en los océanos de todo el mundo.
Un proyecto ambicioso
Esta interesante y poco conocida historia sirvió de pretexto en 2016 al ejecutivo soriano José María Moya para dar nombre a un ambicioso proyecto, consistente nada menos que en devolver la autoestima a los españoles. Y es que, como decía con triste acierto el poeta Joaquín María Bartrina hace dos siglos, «oyendo hablar a un hombre fácil es / acertar dónde vio la luz del sol; / si os alaba a Inglaterra, será inglés, / si os habla mal de Prusia, es un francés, / y si habla mal de España, es español«. Hoy, en 2019, estos versos siguen vigentes y probablemente, pensamos, lo sigan siendo el año que viene y los próximos.
Cosa curiosa, porque el español sí tiene razones para sentirse orgulloso de serlo. Podríamos pasar varias horas enumerándolas; hay quien lo ha hecho y un día entero se le quedó corto. A Moya y sus socios les salieron 1785 y las recopilaron en un libro que ya va por la sexta edición y que se titula ‘Motivos por los que hasta un noruego querría ser español’. El tal escandinavo quedaría abrumado por la muy amplia variedad de los méritos patrios: desde el benignísimo clima y la rica gastronomía hasta inventos como el traje de astronauta o la calculadora, pasando por las glorias del arte y la literatura, entre otras muchas categorías: ciencia, historia, arquitectura, naturaleza, medicina, turismo, deporte, música, cine y artes escénicas, empresas, moda, filosofía o solidaridad.
Este completo volumen tardó casi un año y medio en ver la luz, ya que necesitaba de un trabajo de documentación cuanto menos exhaustivo. Y damos fe de que no defrauda, en buena medida porque se basa en datos incontestables, meramente objetivos. Éste es un aspecto capital del proyecto 1785, servirse de las aportaciones de España sin asomo de matiz político. De hecho, algún gran partido se les ha acercado para que se adscribieran a sus siglas, pero amablemente se les explicó una máxima del proyecto: aquel socio que lo contamine de sus filiaciones políticas, será automáticamente expulsado. Al parecer, el asunto les quedó claro.
Sacar del armario a los españoles
1785 quiere ser una empresa y se rige por criterios mercantilistas, ajeno a todo aquello que huela a subvención pública. Y es que ya se sabe, cuando uno acepta dinero del Estado, tarde o temprano tendrá que plegarse a sus exigencias si quiere seguir recibiendo sus prebendas. Para no caer en tan penosa situación, Moya y los 80 socios de 1785 se rigen por los cánones de la sociedad limitada y buscan ellos solos la financiación necesaria.
Además de sus aportaciones personales, obtienen ingresos de las ventas de los libros que han editado y de productos de marca (camisetas, bolsos, pulseras…) que tienen un claro objetivo: «Sacar a los españoles del armario», es decir, ir borrando de la conciencia de los compatriotas el raro escrúpulo de avergonzarse de su país. Al contrario, los del proyecto 1785 se esmeran en presentar sus productos con un diseño atractivo, elegante, para que uno pueda lucir estas prendas de ropa y complementos a gusto.
El salto a la pequeña pantalla
Cuando más arriba decíamos que 1785 era ambicioso aún no habíamos hablado del proyecto estrella de Moya y sus arrojados compañeros de empresa: dar el salto a la televisión para extender con más eficacia el mensaje de que ser español es motivo de orgullo. Pero no se han quedado sólo en una buena y bienintencionada idea. Ya existe el capítulo piloto de un programa de la caja tonta que, a falta de nombre, tiene definido su contenido, y es dar 1.000 motivos al espectador para presumir de su país, España.
Por otro lado, han desarrollado una serie infantil cuyo fin es muy claro: difundir el buen nombre de la nación entre los niños, ya que si nos podemos ahorrar la cura de los traumas a los adultos, tanto mejor (o al menos eso dicen los pediatras y psicólogos; si hay autoestima en la infancia, la personalidad adulta será equilibrada). Un botón de muestra es la profunda diferencia entre un mocoso de nueve años inglés y un español de la misma edad: mientras que el británico sabe argumentar las glorias de la isla y agita con orgullo la bandera al paso de la reina Isabel II, el segundo apenas conoce cuatro datos inconexos de su país y sólo ve la enseña rojigualda cuando juega la selección nacional de fútbol.
Desconocemos si los grandes canales de televisión se han interesado por estas series pero, a nuestro juicio, tienen una oportunidad de oro para hacerse con cantidades nada despreciables de ingresos. Y es que, según otros datos que arrojan las encuestas, no las del CIS, el español medio desea conocer más hechos positivos de su país, que los negativos los tiene ya muy vistos.
Por eso, 1785 está arraigando cada vez más en los medios de comunicación y con total seguridad tendrá mayor éxito en un futuro próximo. Concederá premios al español del año, organizará exposiciones y actividades didácticas para los niños. Pero sobre todo, llevará a cabo la noble y (no tan) difícil tarea que se ha propuesto: conseguir que el español medio esté contento de pertenecer a esta nación que es España.