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Hace unos meses se estrenó, vía Netflix, el largometraje «Blonde», basado en la novela de Joyce Carol Oates sobre Marilyn Monroe, la musa de Estados Unidos durante más de una década. Una película, extraña en su realización, pero interesantísima en su argumento. De lo primero, no hablaré porque soy lego en el asunto. De lo segundo, versará este breve artículo reflexivo.

Hacía tiempo que una película hecha en los últimos diez años no me hacía quedarme con interés sentado en la butaca –en este caso, en el sillón de mi casa-, causando una gran sorpresa en mi persona por las malas críticas que leía sobre la película. Ana de Armas, como casi siempre, fabulosa. A veces te confundes y crees que estás viendo a Monroe revivida. He oído que la han nominado al Oscar a mejor actriz por este papel. De dárselo, sería absolutamente merecido.

Una vida turbulenta

La película comienza con la infancia de Norma Jeane Mortenson en Los Angeles. La niña pelirroja y pecosa vive con una madre soltera que padece claros síntomas de enajenación mental. La razón de esa locura seguramente fuera el amor por el padre de Norma Jeanne, un tiburón de Hollywood que llenó a una joven la cabeza de grandes sueños y que la abandonó en cuanto se enteró de su embarazo. Norma Jeane vivía sin ningún tipo de referente paterno –solo conoce de él un retrato que su madre le enseña y que le obsesionará el resto de su vida- y con una madre que la echa la culpa de que su «gran amor» la abandonase. Esto llega a tales extremos que la niña casi muere ahogada en la bañera a manos de su madre, en esta total de paranoia. La madre es encerrada en un psiquiátrico y un matrimonio vecino se hace cargo de Norma unos días para, llevados por cierto individualismo nocivo propio de aquellos lares, deciden abandonarla en un orfanato. De repente, la niña no tiene ni referente paterno ni referente materno.

Pasan los años y Norma Jeanne se convierte en una mujer hermosísima idónea para modelar y actuar. Seguramente, de las mujeres con cierta notoriedad pública más bella que Dios haya creado desde que se inventó la fotografía. Abandona su pelirrojo natural y se tiñe de rubio porque, según le dice su agente a la ahora Marilyn Monroe, «a los caballeros les gustan rubias». Posa para multitud de revistas y encuentra su primer papel cinematográfico en una entrevista repugnante que consistió en que el productor la violaba mientras ella quedaba paralizada en estado de shock. Calla, porque se da cuenta de que, para poder tener una oportunidad en Hollywood siendo una chica guapa, así funcionan las cosas. El ser consciente de que su carrera como actriz, como la «rubia explosiva de América», había llegado porque calló después de ser violada será otro trauma que traerá reminiscencias hasta el resto de su vida.

Mientras esto pasaba, volvió a ver a su madre visitándola en el centro psiquiátrico. Ilusionada, feliz de poder recuperar a la figura materna que había perdido con unos diez años. Sin embargo, su madre no solo es apática y antipática sino que la sigue odiando y culpabilizando de haber perdido al hombre al que amaba. Norma, se refugiaba en lo que lo decían sus médicos, en que su madre no estaba bien de la cabeza, para seguir amándola. A su vez, llevada por la vida licenciosa que ha sido siempre costumbre en ciertos círculos de Hollywood, empieza una relación poliamorosa con dos jóvenes –uno de ellos el hijo de Chaplin- que, si Norma carecía de figura paterna, ellos odiaban la que tenía. El nivel de lascivia era tal que al ver la impresionante belleza de Marilyn Monroe estaban dispuestos a “compartirla” en sus juegos eróticos porque, la relación no pasaba de eso. De ser sexo, sin más.

Como consecuencia de esa relación vendrá el mayor trauma de Norma Jeane: queda embarazada de uno de los dos –no sé sabe muy bien quien- y decide abortar al niño recomendada por una amiga del mundo del cine. En la película se muestra una lucha fortísima entre una Monroe que no quiere abortar y un ambiente que la incita a ello por motivos puramente economicistas. Aún así, finalmente decide matar a su hijo libremente. Esa decisión le atormentará el resto de su vida. El tomar conciencia de que había matado a su bebé, a un bebé que cuando se enteró de la noticia del embarazo quería tener con fuerza y alegría. Será su segundo gran trauma vital. No obstante, en esta le empieza a reconcomer la culpa, el purgatorio en vida, mientras cada vez se encuentra más sola aunque, paradójicamente, el personaje que ha creado tiene más visibilidad que nunca.

Se enamora y se casa con un exjugador de beisbol metido a empresario. Su necesidad de una figura paterna se aprecia de forma prácticamente tremendista en su relación con él, que a veces parece más paterno- filial que conyugal y al que llama «papi». Norma Jeane es incapaz de hacer que su personaje público, el de Marilyn, abandone su papel de actriz de segundo orden cuyas películas son para hombres que, llevados por los instintos humanos más básicos, quieren ver a una mujer guapísima que, además, «enseña». Su marido le ruega que exija papeles más serios y ella comparte su deseo porque está convencida de que vale más como actriz. Pero no es capaz de desligarse de Marilyn Monroe, personaje que la absorbe. Se acabarán divorciando cuando él, en un violento ataque de celos, deje claro que no va a soportar que su mujer sea el gran foco carnal del país. Seguramente la amaba pero no podía soportar que su mujer llevara ese tipo de vida.

Finalmente, opta por mudarse a Nueva York. Allí conoce a Allan Bloom, el literato, y se enamoran mutuamente casi al momento. Él de ella porque le recuerda a su primer gran amor, uno nunca consumado y nunca declarado. Ella de él, aunque por correspondencia física no «pegasen», por el paternalismo que irradiaba y porque era el primer hombre que se daba cuenta de que no era una “rubia tonta”. Que tenía una alma que necesitaba ser sanada y amada. Pero él no supo comprenderla ni ella se sintió del todo a gusto con él. En una de esas reuniones en su casa de Maine, en la que se reunía la pareja con intelectuales ante los que Norma se sentía estúpida, perdió al hijo que iban a tener tras un fatídico tropiezo. Calló en una profunda depresión que rompió el matrimonio. Mientras, ella era cada vez más consciente de que los papeles que hacía en el cine eran vulgares y, según deja caer la película, pareciera que la pérdida del segundo hijo fuera una suerte de castigo providencial por matar al primero.

La deriva

La culpa y la soledad eran cada vez mayores. Para paliarlas, se sume en la drogadicción, el alcoholismo y el trampantojo de felicidad ante los ojos públicos que daba el personaje de Marilyn Monroe. Norma Jeane, no obstante, se estaba matando por dentro. La culpa, la soledad y, en cierto modo, la vergüenza por haber permitido que hicieran de ella un mero trozo de carne mataba su alma. Las drogas, el alcohol y la mala vida mataban su cuerpo. Las drogas la hacían olvidar por momentos los problemas que afligían su alma pero cada vez la dosis que se la exigía para que esto ocurriera era cada vez mayor y los vergonzosos espectáculos públicos, en los que la gente la veía en estado absoluto de embriaguez, eran cada vez más frecuentes. Llevada por el personaje de Marilyn Monroe se convirtió en algo así como la «prostituta de lujo» de John Fitzgerald Kennedy, personaje al que la película retrata en su justa medida, huyendo del mito formado en torno a su persona. Queda embarazada, según se da a entender, de él y, mientras soñaba que volvía nuevo a abortar a un hijo, en el mundo real pierde al bebé de forma natural. El sentimiento de culpa que tiene su cabida hasta en el mundo onírico es capaz de provocar otra nueva tragedia.

La dosis de droga y alcohol, la soledad y la culpa llevan Norma Jeane a una situación cercana a la enajenación. Entonces, al saber de la muerte de uno de sus dos amantes de juventud, descubre que las cartas que su supuesto padre le había ido mandando a lo largo de estos años no era más que una broma de mal gusto del muerto. El que jugó con su cuerpo había estado jugando también con sus sentimientos llevado por el odio hacia su propio padre. En esas cartas, el supuesto padre la aconseja sobre aspectos de su carrera y la pedía perdón por haberla abandonado mientras la citaba sine die. Ya nada tenía sentido. Nada. Esas cartas y la posibilidad de conocer a su padre era lo único que la aferraba a esta vida. Lo único que hacía que existiera Norma Jeane Mortenson más allá de Marilyn Monroe. Decidió entonces drogarse y beber como nunca antes había hecho para acabar muriendo de sobredosis un 4 de Agosto de 1962.

Una película para conservadores

La película, por tanto, no es más que una tragedia. Una, en cierto sentido, dovstoyeska, al retratar las miserias de la existencia humana desde distintas situaciones y personas. Norma Jeane podía ser extraordinariamente hermosa, ganar mucho dinero, ser afamada en el mundo entero o tener a multitud de hombres detrás de ella más, no tenía nada. Desde niña había estado sola. Necesitaba ser querida pero tampoco se dejaba querer. Se refugiaba en cosas mundanas a sabiendas de que el fondo de su existencia tenía vacía.

En la vida de Norma Jeane hubo mucho eros. Tanto es así que, en cierto modo, la fundamentaba en ello. Pero lo que necesitaba era ágape, amor misericordioso. Un encuentro con un Dios personal que te ama pese a todas tus miserias y que jamás te abandona. No sé hasta qué punto Dios apareció en la vida de Norma y está, por miedo y en el uso de su libre albedrío, le rechazó. Quizás solo necesitaba que algún cristiano convencido se hubiera acercado a ello con caridad, con verdadero amor y, en vez de verla como un mero objeto carnal cuasi idolátrico y conquistable, o de llamarla «furzia» o «corruptora de la juventud», se hubiera interesado por su alma. La hubiera intentado llevar a Dios y la hubiera intentado ayudar a sanar sus heridas espirituales.

No sé si el director lo pretendía –no lo creo-, pero esta película debería ser vista por aquellos que nos consideramos conservadores o tradicionales. O, simple y llanamente, cristianos. Cierto que pueden sobrar muchas escenas sexuales explícitas, pero yo no las eliminaría. Repito que la carga del eros es fortísima y el poder de la imagen puede ser determinante. En esta película se tratan las consecuencias de las familias desestructuradas, de la tragedia del aborto dejándose siempre claro que lo que hay en el vientre de la mujer es vida, los desórdenes de carácter sexual, el modelo nefasto de Hollywood, la importancia de la misericordia hacia el prójimo o el camino de la mundanización que conduce inevitable al nihilismo sino se «descubre» lo trascendente. En definitiva, una crítica sutil, y creo que inconsciente, a las peores consecuencias de los valores que rigen la modernidad.

Merece la pena verla.