Los historiadores siempre han tenido que acuñar, con mayor o menor éxito, nuevos términos para explicar y periodizar el pasado (Renacimiento, Edad Media, Guerra de los 100 años, Califato de Córdoba, Imperio bizantino…) Uno de ellos es el de «Reconquista», término popularizado en pleno nation building (siglo XIX) y que describe ese período de la historia de la península ibérica de aproximadamente 800 años entre la caída del reino visigodo tras la Batalla de Guadalete en el 711 y la caída del Reino nazarí de Granada ante los Reyes Católicos en 1492.
En el siglo XX surgieron ciertas voces que reflexionaron sobre lo adecuado del término. Reducir la España medieval a un fenómeno militar puede parecer abusivo. “No entiendo cómo se puede llamar reconquista a una cosa que dura ocho siglos” diría José Ortega y Gasset. Obviamente durante esos ocho siglos no todo fue batallar y hubo periodos de paz, pactos, políticas matrimoniales; y motivaciones de avance y conquista muy variadas: el botín, repartos de tierras, cobro de tributos, ascenso social, etc. Pero si buceamos en las fuentes primarias sí que encontramos algo parecido, un fenómeno ideológico de larga duración, con sus obvios altibajos: el de la Restauración de la España perdida. No parece, pues, razonable invalidar el término Reconquista por su duración. Los procesos de larga duración (del francés longue durée) existen a nivel historiográfico y han sido estudiados. Designan un nivel del tiempo histórico correspondiente a las estructuras cuya estabilidad es muy grande en el tiempo (marcos geográficos, realidades biológicas, límites de productividad, incluso algunos fenómenos ideológicos como el caso que nos ocupa). El creador de la corriente historiográfica de la Escuela de los Annales, el francés Fernand Braudel, fue el que acuñó dicho término.
Un debate terminológico, que a veces se extiende al actual terreno ideológico.
Uno de los mayores valedores de la reconquista fue Claudio Sánchez-Albornoz, respetado medievalista que creó toda una legión de seguidores. Huelga aclarar el ferviente antifranquismo de Sánchez-Albornoz, último presidente de la II República en el exilio, sin embargo hay ciertos autores que siguen pensando que la utilización del término responde a un relato «nacionalista» y «franquista». Si bien el término fue manoseado hasta la caricatura por el bando nacional durante la Guerra Civil, también lo fue por los republicanos. Incluso en 1944 hubo un levantamiento popular en el Valle de Arán con el objetivo de derrocar a Franco promovido por el Partido Comunista de España, cuyo nombre en clave era: «Operación Reconquista de España». Hoy en día, en pleno siglo XXI, existe cierta preocupación porque el partido político VOX se haya apropiado de la Reconquista con un discurso presentista que busca una superposición maniquea de la España actual con la España de tiempos pretéritos.
Han surgido voces críticas, y no es que les falte razón, pero yerran el tiro si pretenden señalar a quien usa el término de tener sesgo nacionalista, o peor aún de derechas, pues en el presente sigue siendo ampliamente utilizado por los historiadores como término historiográfico meramente operativo, desconectado de cualquier sesgo ideológico actual.
Así lo piensa Francisco García-Fitz, catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Extremadura: «lo que parece indudable es que en los reinos cristianos peninsulares se elaboró desde muy pronto una construcción ideológica, a la que por su contenido no resulta descabellado llamar Reconquista, y que se configuró como un sistema de representaciones mentales y de valores morales, religiosos, políticos y jurídicos al servicio de aquella expansión».
Sin embargo, hay algún historiador que sigue llevando la batalla al terreno ideológico, como es el caso de José Enrique Ruiz-Domènec, catedrático de Historia Medieval de la Universidad Autónoma de Barcelona, que especula al inferir que ese ideal neogótico llamado «Reconquista» sigue dándole legitimidad a cierto discurso político. Si bien esto podría entrañar un problema, el revisionismo terminológico de un término ampliamente aceptado por la historiografía podría entrañar un problema mayor.
Es bien cierto que con Franco se reactivó la idea de “Reconquista” como instrumento para reforzar el sentimiento patriótico, pero el mismo uso abusivo se hizo del término “cruzada” sin que nadie haya puesto en cuestión el término. Pero lo más importante es que la ideología reconquistadora no se inventa en el siglo XIX, ni en el XX, ni es patrimonio de ningún partido político, sino que es un recurso ideológico que se observa a lo largo de esos casi 800 años que van de Covadonga a Granada.
En las crónicas medievales el tema de la pérdida de España y su restauratio fue un recurso literario e ideológico de gran fortuna (crónica mozárabe, Historia silense, Lucas de Tuy, Jiménez de Rada, Gil de Zamora, canciller López de Ayala, Ribera de Perpejá, Alfonso X, Fernán González, Pedro del Corral…) Este recurso no buscaba solo regodearse en tristes lamentos, sino desde la élite, activar ese espíritu reconquistador en algunas épocas clave, es decir, como un instrumento legitimador de avance hacia el sur, que no se tradujo en propuestas concretas de reeditar una unión política entre los distintos reinos cristianos hasta que llegamos al siglo XV.
Podemos identificar varios momentos clave de ese proceso de restauración de la España perdida. El primero sería el periodo asturiano. El reino visigodo cayó, pero es el germen del proyecto del reino de Asturias, en tanto que Asturias es una copia en miniatura del reino visigodo. Alfonso II emula una nueva Toledo con su traslado a Oviedo de la capital, siendo el gran impulsor del neogoticismo, culminado por Alfonso III que sufragó crónicas que trataban de buscar la legitimación en los reyes godos. «Cristo es nuestra esperanza; que por este pequeño montículo que ves sea España salvada y reparado el ejército de los godos», puede leerse en la Crónica de Alfonso III (versión rotense, finales de siglo IX), unas palabras puestas en la boca de Pelayo cuando se habla de la batalla de Covadonga, inicio de la resistencia cristiana. Los historiadores señalan que la batalla de Covadonga entre musulmanes y rebeldes montañeses ocurrió alrededor del año 720. Escaramuza o no, lo cierto es que en torno a Pelayo, se empezaría a articular un reino, que como dice el doctor en historia medieval José Soto Chica, «no olvidaría a los visigodos». Para los historiadores es muy difícil extraer opiniones claras de los siglos VIII y IX, por la escasez de fuentes escritas. Sin embargo en el 754 nos encontramos con la crónica mozárabe escrita como una continuación de la Historia de los Godos de Isidoro de Sevilla, en la que hay un pasaje conocido como el lamento por la «Pérdida de España». La crónica habla de la batalla de Poitiers , pero no menciona explícitamente Covadonga. No obstante, nombra unas gentes «asustadas» que «rechazan la paz lograda» y huyen «en desbandada a las montañas». Los monarcas asturianos se legitiman en los reyes godos, crónicas, ideología, fórmulas y títulos, arte, fuero juzgo, mitos…
Un segundo periodo clave en la actividad restauradora sería el de Alfonso VI de León. En 1085 conquista Toledo, la antigua capital de los reyes godos, intitulándose imperator totius Hispaniae. El gran proceso reconquistador se puso en marcha, básicamente, a partir de aquí, una vez ya había desaparecido el califato de Córdoba.
Un tercer periodo llegaría con otro Alfonso: Alfonso VIII, el de las Navas, que protagoniza, en unión con otros reinos cristianos, un gran empuje reconquistador tras la victoria de las Navas de Tolosa en 1212, apuntalando el peso creciente del reino de Castilla en el ámbito peninsular. Antes de abandonar Toledo para dirigirse al campo de batalla Alfonso VIII arengó a los combatientes hispanos: “Amigos, todos nosotros somos españoles. Los moros entraron en nuestra tierra por la fuerza y nos la han conquistado, y fueron muy pocos cristianos a los que no se desarraigó y expulsó de ella”. El ideal reconquistador proporcionaba a las sociedades cristianas un objetivo superior por el que luchar. García Fitz explica que «gracias a este marco ideológico, cualquier manifestación bélica contra el islam, independientemente de sus causas reales y sus objetivos concretos, quedaba incluida en un proyecto global: la legítima recuperación de un bien perdido».
El cuarto periodo sería el de Fernando III el Santo, hijo de Alfonso IX de León (que a su vez era primo de Alfonso VIII de Castilla), que unificaría dinásticamente y de manera definitiva los reinos leonés y castellano. También reconquistaría los reinos de Córdoba, Jaén y Sevilla. Por otro lado, en la Corona de Aragón, Jaime I, el conquistador, extendería sus dominios sobre las Islas Baleares y Valencia. En la Crónica atribuida a Jaime I, se dice que el apoyo militar de este a Alfonso X (casado con su hija Violante) frente a la insurrección musulmana de Murcia fue «per salvar Espanya».
Tras un parón de dos siglos (exceptuando las campañas de Alfonso XI), el proyecto reconquistador culmina con los Reyes Católicos. El matrimonio de éstos y el acceso de Fernando al trono aragonés en 1479, sellaría la unión de las Coronas de Castilla y Aragón. Ya el cronista Diego Valera había vaticinado a Fernando no sólo «el dominio de estos reinos de Castilla e Aragón, mas avréis la monarchia de todas las Españas e reformaréis la silla imperial de la ínclita sangre de los godos donde venís». Durante su reinado se produce la Conquista de Granada de 1492, último reducto musulmán, y es presentada como una labor que atañe a todos los hispanos. El obispo de Gerona, Joan Margarit, anuncia a los Reyes Católicos como restauradores de la unidad perdida. «Hispania tota sibi restituta est», que diría Antonio de Nebrija.
¿Debate superado?
La discusión sobre lo adecuado del término Reconquista todavía no parece que sea un debate que se haya superado en pleno siglo XXI. A pesar de que algunos historiadores hayan puesto el término en cuestión y otros muchos lo hayan matizado, una gran cantidad de prestigiosos historiadores patrios usaron el término en su momento: Sánchez-Albornoz, Menéndez Pidal, Maravall, Valdeón Baruque, Benito Ruano, Fernández Álvarez, Gárate Córdoba, Domínguez Ortiz… Y otros tantos siguen usando el término a día de hoy: García Fitz, González Jiménez, Porrinas González, los hermanos García de Cortázar, Pallares Méndez, Portela Silva, Monsalvo Antón, Serafín Fanjul, Alvira Cabrer, Ladero Quesada, Besga Marroquín, García Moreno, Viguera Molins, Rodríguez de la Peña, Sánchez Saus, García Díaz, Palacios Ontalva, De Ayala Martínez, de la Torre Rodríguez…
Otros grandes medievalistas como José María Mínguez lo hacen disculpándose. El no estar de acuerdo con el término no le impidió titular a un libro suyo «Reconquista», pidiendo perdón por elegir «un título absolutamente convencional, incluso inexacto, hasta erróneo si se me apura un poco». Es curioso, pero este debate no se suele dar entre los historiadores extranjeros, probablemente más desacomplejados, y sin miedo a las etiquetas ideológicas. El medievalista e hispanista británico Derek Lomax escribió: «la Reconquista es un marco conceptual utilizado por los historiadores. Pero, a diferencia del concepto de Edad Media, no se trata de un concepto artificial. Por el contrario, la Reconquista fue una ideología inventada por los hispano-cristianos poco después del año 711».
Si bien encontramos objeciones en algunos regeneracionistas y e intelectuales como Ortega y Gasset, el debate sobre la conveniencia de usar el término Reconquista se reactivó durante el tardofranquismo. Concretamente a partir de 1965 con los postulados de Marcelo Vigil y Abilio Barbero que defendieron que los pueblos del norte donde supuestamente se inició la llamada «Reconquista» tenían un escaso nivel de romanización y de cristianización, encontrándose en un fase tribal. Afirmaban que aquellas gentes del siglo VIII habían mantenido una actitud de resistencia activa al pueblo visigodo igual que hicieron antes con Roma. Esa misma actitud hostil la mostrarían con la invasión árabe-bereber. Por lo tanto no podían esos pueblos plantearse «recuperar» un reino al que jamás habían pertenecido. Aunque esta original teoría tuvo cierta acogida entre algunos historiadores españoles del momento, otros reputados medievalistas como Claudio Sánchez-Albornoz rechazaron de plano esta propuesta. El profesor de Historia Medieval de la Universidad de Deusto Armando Besga llegó a señalar la inconsistencia de una de las tesis de Vigil y Barbero, la de que Asturias y Cantabria no habían sido conquistadas por los visigodos, demostrando desde una fase inicial la vinculación hispano-goda del incipiente reino de Asturias. Las tesis de Armando Besga han recibido algunos apoyos de otros colegas de profesión. El catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Cádiz, Rafael Sánchez Saus indica que aunque no se pueda respaldar en fuentes tempranas, en la cornisa cantábrica desde muy pronto y desde las bases de la romanización hay un sentimiento de continuidad con la identidad goda previa a Guadalete, es decir, una continuidad ideológica con la idea de España. Como vemos, muchas cuestiones siguen abiertas.
Algunos historiadores como el militante de las JONS, Ignacio Olagüe, fueron demasiado lejos en su idea de negar la Reconquista, considerando que la conquista árabe no fue más que un mito, suponiendo que una gran masa de españoles se habría convertido pacífica y espontáneamente al Islam. Olagüe no tuvo problemas bajo el franquismo con sus atrevidas hipótesis que desacreditaban la Reconquista, hipótesis que incluso llegaron a ser utilizadas por el nacionalismo andaluz. Hoy en día apenas cuentan con apoyos en la historiografía actual.
Identidad goda. La primera España.
En una búsqueda de identidad alejada de la romana, Leovigildo, rey de los visigodos, legalizó los matrimonios mixtos entre godos e hispanorromanos. Su hijo Recaredo culminó la unificación religiosa con su conversión al catolicismo. Suintila, según afirmaba el destacado eclesiástico y erudito san Isidoro de Sevilla, fue «el primero que obtuvo el poder monárquico sobre toda la España peninsular». De ahí que los reyes visigodos del siglo VII y comienzos del VIII se hacen llamar reges Hispaniae (reyes de España). Como ha señalado el historiador y académico Luis Agustín García Moreno, uno de los mayores expertos mundiales en la España visigoda, se había producido «un deslizamiento lingüístico» del regnum Gothorum al regnum Hispaniae. San Isidoro formuló la unión de la identidad étnica goda con la patria hispana. San Julián identificaba por completo a los godos con los hispanos. La idea de Spania era tan fuerte en el 711 que tanto los conquistadores árabe-bereberes como conquistados la hicieron suya desde el primer momento. Puede parecer chocante que en al-Ándalus perviviera una imagen de Spania, pero durante una fase de dominación musulmana (siglos VIII-X) el componente étnico fue más importante que el religioso. Prueba de la pervivencia de Spania en la primera fase andalusí es que el cronista mozárabe del 754 utiliza la fórmula «regnat in Spania» cada vez que un valí de al-Ándalus inicia su gobierno, o que acuñaran monedas en las que figurarían las letras latinas: SPAN en uno de los lados. Esa idea de Spania se iría diluyendo en la zona musulmana, al mismo tiempo que iba cobrando fuerza en los reinos cristianos del norte. En aquel regnum Hispaniae de los godos con capital en Toledo (el filósofo Gustavo Bueno la denominó proto-España), está la semilla misma del proyecto político de la España cristiana, que con sus indudables cambios formales, guerras, luces, sombras y muchas otras vicisitudes, llega hasta nuestros días.
Es inútil intentar dar con una fecha que de comienzo a lo que conocemos como España (587, 711, 1479, 1492, 1714, 1812…). La historia está formada por muchas capas y todas son importantes. Miguel Ángel Ladero Quesada, catedrático en la Universidad Complutense de Madrid, señala que a partir de la herencia visigoda se pudieron construir los argumentos ideológicos de reconquista y restauración, y que hubo toda una generación de hombres entre los siglos XI y XIII «pusieron los cimientos y construyeron la primera traza de una España que, mediando el paso de los siglos y la mudanza de los tiempos, ha venido a ser esta España nuestra».