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Rodríguez de la Peña (Madrid, 1972) es catedrático de Historia Medieval en la Universidad CEU San Pablo. Su aspecto docente hace que no se aleje mucho de la realidad de las aulas −se mueve con naturalidad por los pasillos del CEU− pero su cátedra lo lleva a mirar siempre hacia atrás, aunque sea de reojo. Tras su novedoso análisis sobre la compasión ha publicado La Europa de Dante (El buey mudo), una aproximación a las raíces de la «bella Edad Media». Acompañado por Dante, «que podría haber sido fundador de una Europa católica», de la Peña recorre los siglos que dieron a Occidente su alma: «Un periodo que es comparable con la Roma de Augusto, la Florencia de los Medici o la Atenas de Pericles».

La Europa de Dante se plantea como un tríptico −Atenas, Roma, Jerusalén−. ¿No tienen sentido Atenas y Roma sin Jerusalén?

No. Desde el punto de vista de la historia de Occidente no tienen sentido. No habría Occidente sin Jerusalén. Habría un mediterráneo clásico pagano, que ni es Europa ni es Occidente.

Europa entonces sólo es posible gracias a la fe cristiana…

Sí, porque lo que es el mundo clásico deja fuera geográficamente la mitad de la Unión Europea actual. Y pienso ahora en territorios como Irlanda, Escocia, Noruega, Dinamarca, Suecia, casi toda Alemania, República Checa, Polonia. Todos estos países no conocieron nunca el mundo clásico ni la presencia de Roma. Entonces, todo lo que es el legado clásico les llega a través de la llegada de la cristiandad con los monjes benedictinos.

Entonces, si Europa es sólo el Mediterráneo, sí hay una Europa clásica. Pero es que Europa no es el mundo mediterráneo. De hecho, el núcleo vertebrador de Europa no está en el Mediterráneo. Desde Carlomagno hasta hoy día, los principales centros culturales y de poder europeos están en el eje renano, esa línea que va de Londres a Roma. Luego no, no hay Europa sin cristiandad.

La coronación de Carlomagno

Hablemos del esquema Studium-Imperium-Sacerdotium. Se parece mucho al esquema de los primeros cristianos, que pretendían ser el alma en el mundo. ¿El Imperio y la sabiduría sin la fe dejan tan sólo un mundo sin alma?

Tendría alma, pero un alma pagana. Lo que no tendría es el alma que tiene ahora. El alma de Europa es un alma que es el fruto de la síntesis entre el legado clásico y la Biblia, en su versión cristiana, no en su versión judía. El alma europea, incluido su concepto de dignidad de la persona, su concepto de libertad, su concepto de civilización. Todo eso es fruto de esa síntesis. Si no, tendríamos un alma distinta: la Europa mediterránea, el alma clásica pagana; y la Europa del norte, el alma pagana germánica, con todo lo que eso conlleva, lo bueno y lo malo. Lo germánico tiene su épica, tiene sus mitos que son bellísimos, pero también tiene el sacrificio humano, por ejemplo, el infanticidio y otros horrores. En el mundo clásico pasaba algo parecido: el alma clásica está llena de belleza, de filosofía, de arte, pero tenía sombras terribles, espantosas.

La Europa de Dante es esa Europa que ha pasado por el tamiz del Evangelio, una Europa que se exorciza. ¿Qué nos queda de aquel exorcismo evangélico? ¿O acaso nuestra Europa se parece más a la Europa pagana?

La Europa de ahora es una mezcla de lo que queda de la Europa de Dante, una Europa en ruinas, y una cierta vuelta de lo pagano en algunos aspectos. Hay aspectos de nuestra sociedad europea actual que recuerdan poderosamente a la Roma clásica, pero no es lo dominante. Lo que domina ahora es la indefinición absoluta. Es decir, Europa no es que tenga ahora un alma pagana. No. Ha abandonado su alma cristiana y ahora lo que no tiene es alma.

Hemos vaciado Europa de contenido…

Eso es. Está vacía. No es un contenido pagano, está vacía. Es verdad que ocurre que hay algunos aspectos que son de retorno al paganismo, pero no es lo que domina. Lo que domina es la vaciedad, el nihilismo, la no identidad, la ausencia de alma.

La solución no parece problemática. No se trata de destruir paganismo sino de construir cristianismo de nuevo…

Esa es la visión optimista de la cuestión. Pero se podría dar una visión más pesimista: el vaciamiento no es un vaciamiento neutro. Es un vaciamiento en rechazo a la tradición recibida. Es un vacío que viene de un rechazo previo. Eso lo hace muy difícil. Yo creo que era más fácil la tarea de los cristianos con los paganos, tanto germánicos como grecolatinos, que lo que ocurre hoy día. Es más fácil evangelizar a un pagano, porque el paganismo se parece bastante más al cristianismo que el nihilismo post mayo del 68. Ahora tenemos un nihilismo del rechazo, que no es neutro.

Volvamos al tríptico. Ese tríptico de la antigüedad tiene su reflejo en el triple pórtico medieval de feudalismo germánico, tradición grecorromana y espiritualidad cristiana. ¿Qué factores posibilitaron la construcción de esta catedral, de este triple pórtico?

Hay varias recepciones. Hay un primer proceso de recepción que es que la patrística cristiana, empezando por el propio San Pablo, que abraza la tradición grecorromana, a nivel filosófico. Eso es una primera fase que esencialmente se hace a nivel de la herencia griega. Luego, a partir de la Vulgata latina, a finales del siglo IV y sobre todo con San Agustín, empieza la Edad de Oro de la patrística latina y se produce la recepción de la cultura romana desde la idea de Estado hasta la idea de imperio. Y la tercera recepción es la germánica, que es la que hace posible la sociedad feudal y el ideal caballeresco, con toda su épica y su código de valores. Esa triple recepción termina en torno al año 1000.

En el siglo XII, sin embargo, se revuelve esa triple recepción. Esos tres elementos se vuelven a barajar, y se vuelven a reconfigurar en una nueva síntesis que es distinta a la de la Alta Edad Media, que es la del Renacimiento del siglo XII, donde lo grecorromano gana más peso que lo germánico. Se puede decir que la recepción carolingia había sido una recepción donde cada uno de los tres elementos estaban en pie de igualdad. Lo grecorromano desde el siglo XII gana en protagonismo porque la alta cultura latina de las universidades, de los intelectuales de los siglos XII y XIII es esencialmente grecorromana. Y, paralelamente, lo caballeresco-feudal pasa a ser algo más de cultura popular y no cultura erudita. De modo y manera que prepara el camino al renacimiento italiano, que ya es una radicalización excesiva de ese elemento grecorromano en perjuicio, ya no sólo de lo germánico, sino del elemento bíblico. En el renacimiento italiano lo bíblico y lo germánico pesan cada vez menos, frente al renacimiento carolingio, que es donde lo germánico y lo bíblico pesa más; y el renacimiento del XII, donde lo grecorromano empezó a ser protagonista casi principal.

Pero por resumir toda la respuesta, la síntesis inicial hace la patrística. La clave es la patrística. Sin los Padres de la Iglesia no tendríamos recepción de lo grecorromano y por tanto no tendríamos Occidente. Lo esencial de Occidente, que es lo germánico, lo grecorromano y lo bíblico −Atenas, Roma y Jerusalén− ya estaba. Luego el resto son reformulaciones sucesivas de esa mezcla.

Una mezcla que llamamos «Bella Edad Media», acaso una enmienda a la totalidad de esa creencia generalizada de que la Edad Media es una época sombría.

La expresión es de Le Goff, uno de los historiadores más populares e importantes de nuestros días. Por eso yo planteo una enmienda a mi manera y con mi estilo, pero lo cierto es que en el mundo académico ya se ha superado la idea de una Edad Media oscura. Es verdad que a nivel de divulgación histórica aún no ha calado la idea. Pero en el mundo académico, aunque cada uno con sus acentos y matices, ningún medievalista de nivel sigue creyendo en el bulo y la falacia de una Edad Media Oscura.

Dicho esto, el matiz es que hay aspectos y momentos de la Edad Media donde sí encontramos oscuridad relativa, puesto que no hay ninguna época de luz plena. Los cristianos partimos de la base de que no hay sociedades perfectas ni edades de oro en el sentido de que todo sea luz. En aspectos culturales y científicos, la Alta Edad Media es una época menos brillante y menos luminosa que la Antigüedad tardía.

Ahora bien, los siglos XII, XIII y XIV hasta la peste negra, es decir, el periodo que va más o menos de 1100 a 1250, esa Bella Edad Media, es un periodo que es comparable con la Roma de Augusto, la Florencia de los Médici o la Atenas de Pericles. Desde cualquier punto de vista científico, cultural, civilizacional, estándares de vida, urbanismo, ciencia… lo que sea que se mire. Y eso es lo que normalmente el gran público no sabe. Hay tres siglos de Edad Media donde la Europa gótica, la Europa de las universidades, no tiene nada que envidiar a ninguna época de la historia.

Para reivindicar estas luces te sirves de la compañía de Dante. ¿Por qué Dante?

Dante tiene dos ventajas. Primero, es un personaje icónico que todo el mundo sabe quién es y se sitúa en la época que me interesaba estudiar. Y segundo, Dante tiene la mirada que yo comparto. ¿En qué sentido? Es una mirada humanística, que le permite hablar de todo en sus obras, no sólo sobre teología, filosofía o literatura. Por eso la apertura de Dante me permite utilizar su mirada para todo. Tiene una mirada enciclopédica, que equilibra lo católico y lo humanístico. Pero no sólo. No sólo me sirve como testigo, sino que además comparto su visión. Con Dante comparto la inmensa mayoría de su forma de ver las cosas.

Su compañía me lleva a pensar en las diferencias entre la Europa de Dante y la Europa dantesca, que viene a ser la Europa que le rodea y la Europa que le gustaría que le rodeara…

El problema con el término dantesco, que me encanta y que lo uso, es que ha quedado como algo tenebroso e infernal. Entonces, claro, la Europa dantesca puede parecer una Europa oscura. Por eso al final optamos por La Europa de Dante.

La Europa de Dante y la dantesca, en esa sugerente dicotomía que me planteas, son diferentes: es la Europa que Dante vivía y la que quería, y difieren en tres aspectos. Él consideraba que el papado tenía demasiado poder político; siempre defendió que el Imperio debía tener un protagonismo mayor porque él quería la unidad de la cristiandad; y tercero, Dante quiere una Iglesia más pobre y evangélica, como la de San Francisco de Asís. Él tenía el referente franciscano en la cabeza. Entonces, dentro de que la Europa de Dante se parece bastante a la Europa dantesca, sí había tres elementos en los cuales Dante es muy crítico.

Fue muy crítico con el poder político, que no espiritual, del papado. Y Dante es un personaje que los Papas han reivindicado en más de cuatro ocasiones. Él defiende el papel del Papa como cabeza de la Iglesia, sucesor de Pedro, Vicario de Cristo. Pero le parece que tiene excesivo poder político. Segundo, fruto de eso, el Imperio ha quedado debilitado y no puede cumplir ese papel de unidad de la cristiandad por el ascenso de las repúblicas urbanas y las monarquías nacionales. Y tercero, la Iglesia de su época la ve demasiado opulenta. Quiere una Iglesia más pobre y más humilde, más en la línea de San Francisco.

Esto no significa un desencanto, porque la Europa de Dante tiene muchísimas características que Dante defiende. Es una Europa de universidades, catedrales, arte, literatura, ciudades. Dante está también en buena parte fascinado y enamorado de su tiempo. Yo creo que él está más a gusto en su tiempo del que yo estoy en el mío, a pesar de esas tres líneas de crítica a su época.

Dante se reivindicó como «Scriba Dei», como un escribano de su tiempo. Y el Papa Benedicto XV lo situó como uno de los nuestros: «Dante es nuestro». Lo mismo René Girard o Ernst Curtius. ¿La Divina Comedia es el mito fundacional del cristianismo europeo?

Debería serlo. No lo es, por desgracia. Pero debería serlo. Estuvo a punto de serlo pero claro, la Reforma protestante evitó eso. Dante fue puesto en valor en el del XIX y fue aceptado por toda Europa. Pero durante siglos, la Europa del norte lo olvidó. Es significativo que, por ejemplo, para el programa Erasmus sea elegido antes Erasmo de Rotterdam que Dante, cuando Dante es una figura ligada a varias universidades europeas. No digo que Erasmo no merezca estar ahí, simplemente digo que me parece que Dante es más grande que Erasmo. Dante está a la altura de Shakespeare o de Cervantes. Para mí es la tríada. Con la diferencia de que en el caso de Dante hay una teología católica explícita que en el caso de Cervantes está implícita y en el caso de Shakespeare no está. Dante podría haber sido padre fundador de una Europa católica y su mito haber sido el mito fundador de Europa, pero no fue posible. El último en intentarlo fue Carlos V puesto que quiso construir una idea de Europa en torno al Imperio y Dante. Pero claro, llegó la Reforma y se hizo imposible. Los papas también lo han intentado, pero por desgracia sin éxito. Dante es una figura literaria cuando podría haber sido una figura profética.

Hay en La Europa de Dante un tercer tríptico: las humanidades como lo clásico, el humanitarismo como católico y el humanismo como lo europeo. Pero ahora encontramos un humanismo desenraizado de sus raíces clásicas y católicas…

Se ha intentado una especie de humanismo secular de raíces ilustradas, pero ha fracasado. Así lo explicó Henri de Lubac en La crisis del humanismo ateo. El humanismo secular ha sido abandonado por todos los intelectuales posmodernos. La crisis del humanismo ateo tiene que ver con que se rechaza el aspecto espiritual cristiano, se intenta preservar el legado humanitario cristiano-socrático, pero no les ha funcionado. Si rechazas la espiritualidad cristiana terminas rechazando el humanismo clásico. Y sin darse cuenta se les ha ido también de las manos la humanidad. Se pierde la idea de dignidad de la persona y surge una idea de las relaciones humanas como relaciones de poder, donde no hay unas criterios de virtud, ni de bondad, ni de compasión. Ese es el drama. La crítica al cristianismo acabó generando un rechazo también al legado clásico. Y al final te quedas también sin humanitarismo. No les queda nada. Un posthumanismo que ahora los ha llevado al transhumanismo. Y aún veremos más.

La última: Europa ha perdido su mirada ética que dio el tamiz del Evangelio, pero las Escrituras también aportaron una mirada estética. ¿También se ha perdido? ¿Quedan remansos de esperanza estética?

Bueno, hay una manera cristiana de ver la belleza. Pero la belleza, a diferencia de la humanidad o la compasión, es menos específicamente cristiana. En el sentido de que uno puede coger a los filósofos clásicos, especialmente Platón y Aristóteles y tener claro lo que es la belleza. Pero es cierto que la belleza ha sido abandonada no sólo por un rechazo a la tradición cristiana, sino también a la tradición clásica. Es un síntoma de la sociedad post-mayo 68. Hemos dado la espalda a los conceptos de Bien y de Verdad y quizás el último en caer haya sido el de Belleza.

Es cierto que todavía hay reductos cristianos donde se defiende la belleza, sí, pero igual que hay humanistas seculares que defienden la belleza. Pero estamos todos en minoría. Dentro, de hecho, de la propias confesiones cristianas, en plural, somos pocos los que consideramos que la belleza es innegociable. Basta ver la proliferación de arte cristiano que hace del feísmo una forma de expresión artística. El problema es que entre los cristianos esa penetración del feísmo ha florecido. Quedan reductos que no se resisten a eso. Pero estamos en franca minoría. Los unos y otros.