En ocasiones, nada tranquiliza más que ponerle nombre a las cosas. Aunque el nombre que sea suene horriblemente, como trastorno del espectro del autismo. Pero eso siempre será mejor que no saber qué le pasa a tu hijo. Que se lo digan a Sole y Javier, los padres de Jaime. Durante un tiempo, hace más de 20 años, fueron la envidia de todos los amigos con hijos. Porque el suyo, Jaime, les dejaba dormir por las noches, de silencioso y quietecito que era. Sin embargo, era precisamente eso lo que les quitaba el sueño.
Sole puede prometer y promete que Jaime era un bebé como los demás: curioso, sonriente o llorón, según correspondiera al ánimo del momento. Hasta que de un día para otro, y no es una expresión hecha, la comunicación madre-hijo, la misma que Sole había experimentado con Juan, el hermano mayor de Jaime, y más tarde con Isabel, la pequeña, cesó de golpe.
Fue, recuerda Sole, como si estuviera hablando con alguien por teléfono y, de pronto, la línea se cortara, con la diferencia de que ya nunca más volvería a reanudarse la conversación, por mucha que fuera la insistencia en volver a marcar el número. A pesar de las tardes enteras que su madre dedicó a Jaime, era como si estuvieran pero sin estar.
Años de idas y venidas sin un diagnóstico ajustado
Lo anterior, apunta Javier, tiene su explicación: la práctica totalidad de la comunidad científica hoy asigna un origen genético al autismo (según esto, el autista nace, no se hace); cosa distinta son las manifestaciones, las cuales no suelen darse hasta los dos años. Pero aún habrían de pasar muchos años para saberlo. Antes fueron las idas y venidas de Sole y Javier por las consultas de los neurólogos, de las que salían sin un diagnóstico ajustado a su instinto de padres.
No negaban que los títulos que colgaban de las paredes de aquellos señores de bata blanca fueran auténticos, solo decían que a Jaime le pasaba algo, y algo grave, mucho más que un ligero retraso de la actividad cerebral, nada que no solucionara el paso del tiempo y una adecuada estimulación. Hasta que, por fin, alguien dio con el nombre exacto de la historia: autismo severo de Kanner. Y, por duro que sonara, las cosas comenzaron a ponerse en su sitio.
Al menos, Sole y Javier supieron a qué atenerse de entonces adelante. Lo anterior habían sido palos de ciegos, algo así como tratar con aspirinas una enfermedad grave. Con la diferencia de que el autismo no es una enfermedad, es un trastorno que, por resumirlo mucho, dificulta hasta casi imposibilitar la comunicación con los demás de quien lo sufre. Hay, eso sí, formas de hacerle entender al autista el mundo que le rodea, por ejemplo, el lenguaje de los pictogramas. Nada difícil para Sole y Javier, obligados por sus respectivos oficios -ella es diseñadora y él, arquitecto- a pasar la mayor parte de sus trabajos y sus días entre lápices y papeles, dibujando. Que no todo iba a ser viento y arena en la cara en su particular epopeya con Jaime.
Y llegó el dibujo
Y ahí tenemos a nuestros protagonistas, alrededor los tres de la mesa del comedor, Sole con sus bocetos, Javier con sus planos y el pequeño Jaime observando, en silencio. Hasta el día en que este rompió su mutismo aterrizando sobre un papel un dedo, el cual comenzó a deslizar lentamente por la superficie, apresurándose su madre a registrar la trayectoria con un lápiz, descubriendo con sorpresa que el resultado era algo, si bien no definido, sí con una clara vocación de persona, animal o cosa.
Una de las notas definitorias del autismo es la pequeña esfera de intereses de quien lo padece. Hasta el extremo de que cuando algo cae ahí dentro, apenas deja sitio para nada más, empleándose los autistas a fondo en ello, sea lo que sea. En el caso de Jaime fue el dibujo. Ahora bien, su affaire con las formas y los colores no fue un flechazo, pues al principio pretendía que fuesen otros -sus padres, sin ir más lejos- los que dibujasen lo que a él se le ocurriera a cada rato: un tren, un okapi, un frigopie, lo que fuese.
Eso sí, tan pronto Jaime le cogió el tranquillo a la cosa esa del arte, Sole y Javier hubieron de habilitar por el procedimiento de urgencia una partida en los presupuestos generales de la casa, para poder así hacer frente al ingente gasto en ceras, lápices, rotuladores, cuadernos… Si le dio fuerte al tío por el dibujo que sus padres lo recuerdan montado en un triciclo, con un cartón apoyado en el manillar, dibujando mientras pedaleaba por el pasillo; pasillo, por cierto, que acabó reconvertido en una inmensa pizarra, pues cualquier espacio en blanco le servía de lienzo a Jaime para volcar su creatividad.
¿Quién va a mantener a quién?
Y, bueno, fueron pasando los años, al menos para el resto de la familia, que no para Jaime, quien a sus 23 sigue hoy con la misma edad mental que con dos, lo que ha supuesto a lo largo de todo este tiempo un motivo de preocupación añadida para Sole y Javier. Porque una cosa es que hasta el momento hayan estado a su lado y otra muy distinta es que vayan a estar siempre. ¿Qué será de Jaime, en fin, cuando ellos falten?
Esa es la pregunta y esta, Algo de Jaime, la respuesta o, al menos, parte de la respuesta. Se trata de una tienda on line de camisetas y sudaderas con diseños exclusivos del protagonista de esta historia. En el proyecto, aparte de Sole y Javier, están involucrados Juan, el hermano mayor, e Isabel, la pequeña; Juan, informático, lleva la web, e Isabel, futura diseñadora, es la encargada, entre otras cosas, de patearse los mercadillos y las pop up stores. Ahora bien, la última palabra -«sí»/»no», para qué andarse con rodeos- la tiene siempre el alma de la idea. ¿O no habíamos quedado que la empresa se llama Algo de Jaime?
La web, por cierto, debió de registrar sus mayores ventas el pasado 2 de abril, día mundial del autismo, cuando montones de nombres conocidos –Emilio Aragón, Maribel Verdú, Natalia Verbeke, Marta Hazas, Javier Rey…- inundaron las redes sociales con camisetas y sudaderas designed by Jaime. Pero aún hay más: El Corte Inglés ya comercializa los modelos y se habla de que pronto pueda hacer lo mismo uno de los grandes gigantes del textil. Las expectativas son tales que Sole y Javier bromean: ¿quién va a mantener a quién, ellos a Jaime o Jaime a ellos?
Y a todo esto, ¿Jaime dónde se ha metido, qué está haciendo? Pues qué va a hacer: dibujar. Dibujar indiferente a la gloria efímera de los ‘likes’, los ‘hashtags’ y los ‘followers’. Dibujar sin preguntarse si lo que se trae entre manos estará de moda o no. Dibujar incluso con un móvil en la mano. Dibujar ignorando a los dos pesados que esta tarde se han colado en casa para contar su historia, uno con un cuaderno de notas y el otro con una cámara de fotos. Dibujar como si nada más importara. Eso, dibujar. Dibujar por amor al arte.
Los artistas -los de verdad, no los de palo-, que son así.