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“Es la hora de hacer algo diferente. Es la hora de ser más valientes en cuestiones de principios. Es la hora de mantenernos firmes sin inmutarnos. Quizás entonces finalmente veamos algún cambio real y ayudemos a salvar lo que queda de nuestra civilización”.

Podría ser el cierre de un mitin destinado a transmitir ilusión y coraje al público, pero, no es el caso, ni mucho menos. Tampoco se trata de una arenga de película, en la que el protagonista contagia a quienes le escuchan una noble pasión por sus ideales. Qué va. Estas son las palabras con las que el filósofo y periodista norteamericano Alvino-Mario Fantini termina una reciente entrevista en su propia casa, The European Conservative, la publicación que ha pasado por el buzón electrónico de todo conservador desde 2006 hasta acá. Hasta que Fantini, amante de los libros, las editoriales y, en general, de las letras impresas, decidió que era la hora, también, de convertir The European Conservative en una de las revistas de pensamiento conservador más importantes. Y lo ha conseguido. Sus páginas, exquisitamente editadas, las firman intelectuales de la talla de Gabriele Kuby, Jonathon Van Maren, Ryszard Legutko o Balázs Orbán. El número de visitas a la página web y de seguidores en las redes sociales no deja de crecer. Y, también, las suscripciones. A pocos días de la llegada del tercer número de la revista, ahora en su segunda encarnación, todo apunta a que la calidad, tanto de diseño como de contenido, va en aumento. Conversamos con Fantini en su visita a España para participar en el congreso “Hacia una renovación cristiana de Europa”, organizado por la Universidad CEU San Pablo.

¿Qué es The European Conservative y por qué es necesaria?

The European Conservative es una plataforma mediática. Antes era únicamente una revista que salía de vez en cuando, cuando nos daba la gana. Desde el año pasado, es una revista trimestral, tenemos un sitio web con contenido que se actualiza cada día y, en pocos meses, lanzaremos un tercer producto, que será un boletín electrónico, una newsletter. El año que viene vamos a lanzar podcasts y vídeos y, si podemos, organizaremos reuniones periódicas en diferentes ciudades de Europa para hablar sobre libros nuevos que se hayan publicado, tener tertulias con eminencias del mundo académico y mesas redondas para discutir lo que significa el conservadurismo en Europa.

Ése es el presente y el futuro de The European Conservative. ¿Y su pasado? ¿Cómo surgió?

Todo comenzó con la Vanenburg Society, una asociación informal de intelectuales europeos y algunos, como yo, de Estados Unidos, que nos reunimos una vez al año en algún lugar de Europa (un monasterio pequeño, un castillo abandonado, un club de renombre…). Estas reuniones comenzaron en 2006 en los Países Bajos, en un pueblito llamado Putten, donde está el castillo de Vanenburg. Allí nos reunimos Roger Scruton, el alemán Caspar von Schrenck-Notzing, unos veinte europeos y tres americanos. Queríamos empezar algo, no sabíamos si un club, un instituto, un think tank… A alguien se le ocurrió la idea de lanzar un boletín y lo hicimos. Se llamó The European Conservative: tenía cuatro páginas, su tirada era de cinco ejemplares y lo leían sólo los miembros de esa asociación.

Cómo ha cambiado todo desde entonces.

¡Cómo ha cambiado! Ahora tiene 128 páginas. Después de los cinco primeros números, el editor empezó un doctorado y tuvo que dejarlo. Entonces, asumí yo la dirección. Lo primero que hice fue darle una portada llamativa. Luego, empecé a añadir páginas: primero, veinticuatro; luego, treinta y dos, cincuenta y dos, sesenta… Incluí también reseñas muy breves de libros, de cincuenta o de cien palabras, porque quería promocionar el trabajo de otros conservadores en Europa que publicaban libros en idiomas distintos del inglés. Poco a poco, el boletín fue creciendo. Lo enviaba por correo electrónico en formato PDF a los cuarenta miembros de la sociedad, pero, fue creciendo la lista de destinatarios hasta llegar a las 2500 personas. Me di cuenta de que algo inesperado estaba pasando cuando, en 2015, asistí a una reunión de los European Conservatives and Reformists (ECR) del Parlamento Europeo. Me senté junto a dos eurodiputados de Luxemburgo que, para mi sorpresa, estaban leyendo The European Conservative en sus tablets. Me hice el tonto y les pregunté qué estaban leyendo. Me contestaron, entusiasmados, que se trataba de una publicación muy interesante que les había enviado un amigo de Londres, que, a su vez, lo había recibido de un amigo de Washington, que, a su vez, lo había recibido de alguien de Zagreb… Me quedé seco. ¿Qué está pasando aquí? The European Conservative se había vuelto viral. Y me di cuenta de que había una necesidad, de que la gente demandaba este contenido. Por eso, en 2020, justo antes de la pandemia, empecé a negociar con el Mathias Corvinus Collegium (MCC) de Budapest, el Nazione Futura de Roma y la Biblioteca del Conservadurismo de Berlín, todos grandes admiradores de la revista, y empezamos una colaboración. La rediseñamos y la relanzamos casi como un producto totalmente nuevo.

Uno de los objetivos de la revista es recuperar las raíces de Europa. ¿Por qué cree que se han perdido?

Por dos razones. La primera, porque tanto los jóvenes como los mandatarios europeos se han olvidado de sus raíces. Por eso es tan importante el congreso que se ha celebrado en la Universidad CEU San Pablo para redescubrir las raíces cristianas de Europa. Por otro lado, hay grupos que tratan activamente de desarraigar a Europa, porque creen que esas raíces son intolerables y dañinas. Para ello, utilizan todas las excusas que ya conocemos: que la tradición cultural de Europa es, de alguna manera, racista, machista, etc.

En España, hay un pequeño debate sobre si existe o no una guerra cultural. Muchos conservadores la niegan. ¿Qué cree usted?

Me sorprende que haya conservadores que la nieguen: es algo que vemos todos los días. Hace unas semanas, por ejemplo, varias ciudades de España retiraron la campaña contra el aborto de la Asociación Católica de Propagandistas. Eso me parece que forma parte de la guerra cultural, y es un ejemplo entre miles.

En el congreso en el que ha participado aquí en Madrid, decía usted que el verdadero cambio que se necesita en Europa es espiritual, que no podemos reducirlo sólo a un cambio económico. ¿Cree que es un posible un cambio tan profundo y que afecta a las creencias de cada persona?

Es posible, pero va a ser muy, muy difícil. Tengo muchos amigos conservadores que siguen enfatizando lo económico y lo material. Argumentan que primero necesitamos crecimiento económico para, luego, financiar los programas y las políticas necesarias para salvar Occidente. Yo les digo: sí, pero, ¿cuándo será eso? Creo que es necesario empezar por ese aspecto personal, pero no es trabajo de un Estado o de una institución, sino individual. Lo veo claramente en mi propia vida: en la medida en que ayudo a otras personas y trato de ser generoso con ellas, noto que hay una reacción positiva. En el campo económico lo llaman “efecto multiplicador”, pero funciona también en otros ámbitos. Y, si no, al menos provoca una reflexión interior. Eso no significa que yo sea bueno, pero el esfuerzo personal, la lucha contra el egoísmo, contra el ‘yo’, en sí mismo, tiene valor, y hay gente que lo aprecia y lo quiere reproducir.

Usted ha propuesto dos estrategias para difundir el conservadurismo. Una de ellas, multiplicar el número de medios de comunicación conservadores. Sin embargo, a veces parece que entre estos grupos mediáticos hay mucha rivalidad, en lugar de ayuda mutua. ¿Cree que es así?

Sí, y no lo entiendo. Yo vengo de una tradición, que es la de Estados Unidos, donde tratamos de construir coaliciones, y funciona fácilmente. Ya lo había dicho Tocqueville hace doscientos años: ese espíritu de voluntarismo, las asociaciones civiles, esa disponibilidad, esa capacidad de trabajar juntos (aunque no estemos totalmente de acuerdo), están en las bases del país. Aunque eso está cambiando, ojo. En Europa, veo más división en el centro derecha. Es algo que me llamó mucho la atención cuando llegué aquí en 2005: conservadores de Roma no querían ni trabajar ni querían conocer a conservadores de París o de Madrid. Pero, ¿cómo puede ser? Tenemos que trabajar juntos para lograr objetivos en común. Afortunadamente, eso ha estado cambiando poco a poco en Europa, sobre todo en los últimos cinco años. Hay un nuevo espíritu de colaboración. En Estados Unidos, en cambio, se está dividiendo cada vez más la sociedad. Hay quien dice que Trump tuvo algo que ver, pero Trump fue un síntoma de lo que ya estaba pasando. Y la culpa la tienen, creo, los grupos progres (los woke, Black Lives Matter, Antifa…). Ellos han dividido la sociedad de una forma espantosa, y no sé si habrá remedio. Es más, creo que la situación en Estados Unidos va a empeorar en los próximos años. A veces, me llaman Doctor Doom, como el personaje de Marvel, por pesimista, pero creo sinceramente que las tensiones en Estados Unidos van creciendo. Y no sé cuál es la solución ni cómo acabará.

La otra estrategia para difundir el conservadurismo que usted defiende es la ruptura con los consensos que nos han llevado a unos sistemas corruptos. ¿Nos puede desarrollar esta estrategia?

Hay mucha gente que no quiere escuchar este mensaje. Después de la mesa redonda que moderé en el congreso del CEU, una persona del público me hizo esta observación: que el cristianismo no puede ser conservador, porque la Cristiandad se enfrenta al poder. Y me gustó ese comentario. Creo que estamos viviendo un momento en el que el conservadurismo tiene que ser disruptivo. Tenemos que trabajar en contra de los poderes actuales, de la clase dominante. Y esa clase dominante no existe sólo en el ámbito político, existe también en las escuelas, en las universidades, en los medios de comunicación, en la industria del cine, del entretenimiento… Y tenemos que luchar contra ellos, pero no frontalmente. Creo que tenemos que eludirlos y crear nuestras propias instituciones: nuevas universidades, nuevos colegios, nuevos medios de comunicación, nuevos canales de televisión… Tenemos que crear una nueva infraestructura: la nuestra. Porque la idea de formar parte del sistema y cambiarlo desde dentro no ha funcionado. Desde que tenía doce años, he escuchado a los conservadores americanos decir: “hay que meterse en tal Ministerio y luego cambiar las políticas desde dentro”. Eso no funciona. Más bien, lo que ocurre es que son las instituciones las que terminan corrompiéndote. Y uno va cambiando o sacrificando sus valores. Eso yo lo he visto una y otra vez con muchos amigos. Por eso, estoy totalmente en contra de esa estrategia. Lo digo abiertamente: hay que trabajar fuera de las instituciones. Sobre esto… ¿puedo decir algo más, aunque me extienda?

Sí, claro.

Lamento lo que voy a decir ahora, pero, hay un profesor muy famoso en Estados Unidos, Robert George, que imparte clase en Princeton. Muchos le tienen por el gran héroe de la derecha, pero trabaja en una institución claramente woke. Según él, está influyendo positivamente en sus alumnos, porque luego ellos serán como levadura en la sociedad… Yo, sin embargo, quisiera decirle: “profesor, ¿por qué no renuncia a su puesto en Princeton y se va a trabajar a una de las numerosas nuevas universidades católicas que se están fundando, algunas de ellas muy buenas?”. Imagínate el mensaje que daría el profesor si dijera públicamente: “rechazo Princeton, su dinero y su prestigio y me marcho a trabajar a Dakota del Norte, por ejemplo, a una universidad pequeñísima”. Eso sería increíble. Pero nunca lo va a hacer.

Hay católicos que creen que el cristianismo debe enfrentarse al poder, pero, otros muchos defienden lo contrario: que hay que estar en las instituciones oficiales, porque, si creamos las nuestras, nos alejamos de la sociedad, por un lado y, por otro, creamos división y ponemos en peligro la convivencia. ¿Qué les diría?

¡Pero si la sociedad somos nosotros! ¡Nosotros la vamos construyendo! En octubre, asistí al congreso National Conservatism que se celebró en Orlando (Florida). Una ponente habló de las listas de libros más vendidos que publica The New York Times (NYT). Y decía que tenemos que dejar de obsesionarnos por entrar en esa lista, porque el NYT es una institución woke, de izquierdas. ¿Por qué nos preocupa si nuestros autores están en esa lista? ¡No nos debería importar! Estamos tan obsesionados con el prestigio, con la fama, con que nos acepten los mandarines del poder, que nos olvidamos de que, en realidad, son nuestros enemigos.

The European Conservative incluye muchos artículos sobre literatura, filosofía, arte… ¿Las Humanidades también son imprescindibles para la difusión del conservadurismo, casi más que los ensayos políticos?

Sí, son más importantes que los artículos políticos. Porque a muchas personas no les interesa la política, pero sí las Humanidades, la poesía, el arte, la literatura… Son transmisores de verdades que no se pueden comunicar fácilmente a través de terminología o de acción política. Yo no quiero usar las Humanidades como una herramienta en una batalla política o cultural, pero estamos en una situación en la que los que enseñan estas materias sí las están utilizando como herramientas ideológicas. Y te doy otro ejemplo, casualmente, también de Princeton: uno de los profesores de Filología Clásica más famosos de Estados Unidos es Dan-el Padilla Peralta. Se ha hecho famoso porque argumenta que todo su campo de estudio, el de los clásicos, es racista y que, por lo tanto, hay que destruirlo. ¡Y es profesor de griego y latín! Para mí, eso es un escándalo. Y lo ha convertido en una batalla inmensa en Estados Unidos. Por lo tanto, no somos los conservadores los que queremos politizar las Humanidades: la izquierda lo lleva haciendo desde los años sesenta. Nosotros simplemente estamos respondiendo a esa amenaza.

Muchas de las propuestas de The European Conservative coinciden con las políticas que se están aplicando en Hungría. ¿Es Budapest el espejo donde se deben mirar los conservadores europeos?

En cierto modo, sí. Nadie en Occidente está haciendo lo que Hungría y Polonia, que es defender la civilización judeocristiana. En Estados Unidos, tampoco. Hungría, Polonia y quizás Croacia son los únicos que están haciendo el trabajo que deberíamos hacer nosotros. Me parece un escándalo que no haya nadie, ningún Gobierno de Occidente, que defienda la familia, la maternidad, la natalidad, la tradición, la herencia cultural y religiosa de Europa.

¿Es cierta la paradoja según la cual, para que Europa sobreviva, la Unión Europea tiene que cambiar y devolver parte de la soberanía a los Estados miembros?

Sí, creo firmemente en la soberanía nacional. En Portugal, en España, en Italia, se están publicando libros sobre esta cuestión. ¿Por qué? Porque se están dando cuenta de que la soberanía nacional está en el punto de mira de ciertos burócratas de Bruselas. La Unión Europea tiene que cambiar, no sé de qué manera concreta, pero debe cambiar.

¿Cómo ve la situación en España? ¿Tiene futuro aquí el conservadurismo?

¡España, país que amo! Es una pregunta difícil. Creo que hay señales de esperanza, porque está comenzando a escucharse una oposición activa a todo lo que impone la clase dominante, aunque hay mucho trabajo todavía por delante. España, y también Francia, son casos trágicos, porque su herencia cristiana, todo su legado cultural y religioso, lo han estado atacando durante mucho tiempo. Pero, ahora, por fin, estoy conociendo a personas y grupos que se atreven a decir: basta ya. Y eso es muy alentador.