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El humanista que nos dio nuestro primer manual en lengua vernácula, la “Gramática de la lengua castellana”, se llamaba Antonio Martínez de Cala y Jaraba, nacido en torno a 1444 en Lebrija, provincia de Sevilla, de cuyo topónimo ancestral (Nebrissa Veneria) tomó su apellido, “Nebrija”.

Estudiante en Salamanca, con diecinueve años marchó a Italia, donde estuvo cerca de diez años aprendiendo de los humanistas italianos como becario de uno de los colegios más importantes de Europa, San Clemente de Bolonia, también conocido como San Clemente de los españoles por estar destinado a la formación de colegiales y capellanes hispanos.

Tras su vuelta a España pasó tres años en Sevilla, trabajando para el arzobispo de Sevilla, Alonso de Fonseca, hasta que, el 4 de julio de 1475 firma un contrato con la Universidad de Salamanca que le permite regresar a la ciudad de su juventud, ahora como profesor de Elocuencia y Poesía.

Es en 1476, un año más tarde, cuando gana la cátedra de Gramática, dedicándose a escribir sus Introductiones latinae buscando una nueva fórmula para enseña el latín a sus alumnos. Fue por estas fechas cuando adoptó el nombre de Elio, firmando sus obras como Aelios Antonios Nebrissensis. Aquí un inciso, que poca gente sabe —seguramente Nebrija sí—, y es que los Aelia/Aelio o Ulpio Aelia eran la familia —gens Aelia— más importante de la Hispania romana, entroncando con Trajano, Adriano, Marco Aurelio o Cómodo.

El origen de la Gramática

En 1485, fray Hernando de Talavera —obispo de Ávila—, expuso a Antonio de Nebrija el deseo de la reina Isabel de contar con un manual similar a sus Introductiones, pero en castellano, surgiendo así la idea de la futura Gramática.

Nebrija pasa ese año al servicio del Maestre de Alcántara, Juan de Zúñiga, liberándose de la carga docente y pudiendo dedicarse enteramente al encargo de la reina, además de a otras publicaciones que tendría pendientes. Durante esos años se multiplica su producción literaria: en 1492, además de su Gramática castellana, escribe un diccionario de latín-español y un libro de vocabulario, su Muestra de Antigüedades (1499) y Tabla de la diversidad de los días (1499).

Por entonces, Cisneros ya tenía en mente la fundación de la Universidad de Alcalá y la famosa Biblia políglota Complutense, un texto que ofrecería al lector en una misma página columnas paralelas en latín, griego, hebreo y caldeo. En mente tenía también el cardenal contar con Nebrija para ambas empresas, que se integró en el equipo de la Biblia al poco de ponerse la primera piedra de la Universidad en el año 1500, tras la bula de Alejandro VI que crea el Colegio de San Idelfonso.

La insistencia de Nebrija en revisar el texto latino original de la Vulgata generó ciertos roces entre la comisión de teólogos, que no querían que se tocase una coma del relato transmitido al latín por San Jerónimo. Finalmente, Cisneros se inclinó a favor a los prelados y Nebrija abandonó el proyecto.

Vuelta (temporal) a Salamanca

Cuando Juan de Zúñiga muere, Nebrija recupera la cátedra de Salamanca, incorporándose en mayo de 1505. Sin embargo, Nebrija no es capaz de compaginar sus otras labores con la enseñanza y abandona su cátedra en 1509, tras faltar a clase cuatro meses consecutivos. Obtiene, no obstante, por su excelente reputación, el cargo de cronista de la Corte.

Ese mismo año oposita de nuevo a otra cátedra, esta vez a la de Retórica, que obtiene sin problemas al no haberse presentado ningún otro candidato. Unos años más tarde, en 1513, a la muerte del maestro Tizón, que ocupaba la cátedra Prima de Gramática, Nebrija intenta recuperar su antiguo puesto, pero la cátedra es otorgada a García del Castillo, un recién graduado que obtiene la mayoría de los votos. Nebrija, que debió tener un genio de cuidado, decide abandonar la Universidad de Salamanca.

Las críticas a su trabajo

Regresa a Sevilla, donde es bien recibido y ocupa la cátedra de San Miguel. Por estas fechas decide también recuperar el contacto con Cisneros, a quién visita en 1514 y de quién obtiene otra Cátedra, además de varios encargos muy bien remunerados. Nacen así la Compendiosa coaptatio, una antología latina, y su famoso manual de Retórica, escrito en latín y con el que trata de elaborar un manual de formación para el importante Trivium —literalmente; «el lugar donde se encuentran tres vías»—, esa formación cultural básica compuesta por la gramática, la lógica y la retórica.

Este manual de Retórica, que se basa, fundamentalmente, en textos de Aristóteles, Cicerón y Quintiliano (mayormente de este último), no estuvo exento de polémica. Como ya había sucedido en anteriores ocasiones, el uso por parte de Nebrija de citas y recopilaciones de otros autores despertaron las críticas de otros colegas, que aseguraban que Nebrija se dedicaba a ‘copiar de otros’ y que no elaboraba una obra original, si no una recopilación de textos.

Sea como fuere, y a pesar de las críticas (que siempre las hay), está claro que Nebrija fue un hombre muy destacado en su tiempo, un intelectual notorio que publicó obras de gran éxito y cuyos servicios fueron requeridos por la mismísima reina Isabel, como ya hemos leído.

En el recuerdo cinco siglos después

Antonio de Nebrija falleció el 5 de julio de 1522 en Alcalá de Henares. Para conmemorar este quinto centenario, la Universidad de Alcalá ha presentado una placa con lo que habría sido el epitafio de su tumba, un texto aparecido en la versión manuscrita que Álvar Gómez de Castro realizó para el cardenal Cisneros, atribuyendo su autoría a Juan de Vergara y Fabián de Lebrixa.

Hoy día, a pesar de la baja calidad de los temarios escolares, en el imaginario popular Nebrija sigue ocupando el importante puesto de padre de la gramática española, que no es cosa menor. Y esto a pesar de que, en sus textos, en lo que él siempre incidió fue en la buena pronunciación y uso del latín. Para muestra esta frase sacada de uno de sus discursos (II Repetitio) en Salamanca:

No quiera Dios que sufra tal afrenta nuestra religión que oigamos cantar en nuestras iglesias en español, en francés o en alemán, o que cuando cantemos en ellas las alabanzas (…) en latín, no lo pronunciemos como es debido.

Si Nebrija se hubiera enterado de la obra por la que se le conoce, seguramente se habría cabreado. Además, con la de esfuerzos que invirtió en el latín y nosotros sin parar de usar anglicismos. Mil perdones, Nebrija… digo… ignosce Aelios Antonios.