Arcade nació hace años en Francia con el empeño de cuidar el patrimonio [espiritual]. Un grupo de jóvenes universitarios, amantes de la arquitectura, la historia y las buenas amistades vieron en el abandonado patrimonio rural francés el mejor lugar donde construir vínculos sociales y asentar su amor por la tradición. Hoy son miles los universitarios que han pasado por sus manos o, mejor dicho, son muchas manos las que han pasado por Arcade.
La asociación nació con una premisa sencilla: «Restaurar el patrimonio y construir vínculos sociales». Convencidos de que la restauración de antiguos edificios traería consigo la restauración de la juventud francesa, Arcade se erigió en 2020 como asociación de interés general. Su objetivo es el de «movilizar a jóvenes voluntarios para forjar lazos sociales en el corazón de nuestros pueblos, con un espíritu de alegría y compromiso, a través de la restauración del patrimonio».
Su ímpetu voluntario por reconstruir el patrimonio francés ya los ha llevado a restaurar hasta 26 monumentos. Un trabajo costoso que ha requerido de 140 semanas de trabajo. Pero, nos dicen, compensa con creces. ¡Vaya si compensa! Entre las razones que los jóvenes de Arcade encuentran para dedicar parte de su verano a la restauración del patrimonio, destacan tres: lo primero, para ayudar a los propietarios del patrimonio que no reciben ayuda estatal. En segundo lugar, «para dar nueva vida a nuestro patrimonio histórico». Esto es, para hacer nuevas las cosas de siempre. Y, por último, para crear vínculos sociales en el campo entre lugareños y jóvenes voluntarios.
UNA APUESTA POR LOS VÍNCULOS
Tal es su empeño que actualmente Arcade tiene trece proyectos abiertos. Desde marzo hasta el mes de agosto, estos trece monumentos abandonados serán visitados por cientos de jóvenes restauradores. Muchos de ellos irán una semana, otros una quincena y «¡hay alguno que dedicará varios meses!», nos confiesan entre risas, bajo el pretexto de que el verano está para eso: crear vínculos con la creación y las criaturas, por redundante que parezca.
Así, entre sus trece voluntariados abiertos encontramos capillas, castillos, antiguas abadías, prioratos, villas y aldeas. Todas ellas esperando a ser reconstruidas. Todas faltas de vida y a la espera de estas redes de jóvenes profesionales, «entre 18 y 30 años», dispuestos a trabajar en la restauración de Francia. Y por si fuera poco, Arcade cuenta, entre sus últimas novedades, con una red de patrimonio, que pretende conectar «voluntarios que quieran trabajar ocasionalmente, cerca de ti; con grupos juveniles y movimientos scouts; con administradores del sitio que deseen conocer; y con artesanos que quieran ofrecer sus servicios». ¡Más vínculos!
UN BELLO CONVENCIMIENTO
Este bullicio suyo Arcade lo ha plasmado en un manifiesto, que pretende dar respuesta a «este deseo un tanto loco de ser parte de la Historia. Seguir los pasos de quienes han modelado, humildemente y a lo largo de los siglos, nuestro país con sus pueblos, sus iglesias, sus castillos, sus molinos, sus lavaderos, sus abadías». Y con el trabajo alegre y entusiasta, «asegurar a estas viejas piedras la eterna juventud».
En su manifiesto, sin embargo, no sólo se refieren a las piedras del patrimonio. Tal y como reconocen, «actuar por el patrimonio significa hacerlo por todo un pueblo, para que todos podamos reivindicar nuestro patrimonio. No como un restaurador con su museo, sino como el poeta con su musa». ¡Los jóvenes restauradores son jóvenes poetas!
«Creemos que los jóvenes tienen oro en sus manos y pueden, a través de su Alegría y Esperanza, compartirlo con la mayor cantidad de personas posible». Una creencia que algunos años más tarde se está demostrando pretendidamente cierta. Una creencia, la de restaurar el patrimonio para restaurar los vínculos de la juventud francesa, que los voluntarios de Arcade resumen en la frase de Pier Giorgio Frassati: «¡Verso l’alto!». Sólo con esta mirada a lo alto el hombre podrá restaurar su humanidad. Mientras tanto, parecen repetirnos, habrá que estar con los pies en la tierra, la mirada en el cielo y las manos en la masa.
Fotografía de portada: Jean Peruta