El 13 de noviembre de 1732 quedará grabado para siempre en la historia militar española como el día en que Blas de Lezo, uno de nuestros más grandes estrategas navales, llevó a cabo una impresionante hazaña en las costas argelinas. Ese día, al mando de los navíos Princesa y Real Familia, zarpó desde Cádiz hacia el Mediterráneo dispuesto a liberar la ciudad hispano-africana de Orán, que estaba siendo asediada por tierra y mar por el ejército argelino. Poco después, su escuadra se reforzaría con la incorporación de otros cinco barcos.
Como es sabido, y debido a la iniciativa del Cardenal Cisneros, la plaza de Orán y su inmediato puerto de Mazalquivir, uno de los mejores del norte de África, fueron tomados por los españoles en 1508. Casi exactamente dos siglos después, todo se perdió durante la Guerra de Sucesión Española, cuando, atacada la plaza por las tropas argelinas, se envió en su socorro a dos galeras españolas, al mando de Luis Fernández de Córdoba, de la misma ciudad, caballero de Alcántara y conde de Santa Cruz de los Manueles, con 57.000 pesos, provisiones y refuerzos de toda clase. Al salir de Cartagena, el conde decidió pasarse a los partidarios del Archiduque de Austria, con los dos buques y el socorro, oponiéndose solamente al hecho los capitanes de las galeras, D. Francisco de Grimau y D. Manuel de Fermoselle, junto con el hermano del primero, D. Manuel de Grimau, veedor, que no pudieron evitar el hecho, condenando así a la abrumada guarnición.
Consolidada la nueva dinastía en el trono, y reconstruidas las fuerzas navales y militares, se planeó recuperar la plaza y puerto, vitales para controlar la plaga de corsarios que asolaba por entonces nuestro comercio marítimo, pesca y hasta las poblaciones costeras. Pero tales empresas son muy caras, y aquí es donde intervino decisivamente el gran marino vasco.
La reconquista de Orán
Siguiendo órdenes del gobierno, Blas de Lezo se dirigió con su escuadra de siete navíos (en algunas fuentes se dice que seis) a la entonces república independiente de Génova. Había con ella tensiones diplomáticas que habían derivado en que la banca de Génova retuviese nada menos que dos millones de pesos fuertes, pertenecientes a la Real Hacienda. Lezo fue tajante, y tras fondear frente al puerto italiano, exigió se rindieran honores al estandarte del Rey de España como desagravio y que se devolvieran los fondos incautados, mostrando su reloj a los enviados genoveses y señalando un plazo, transcurrido el cual, su escuadra rompería el fuego sobre la ciudad hasta reducirla a escombros. Por supuesto, ambas peticiones fueron satisfechas inmediatamente. Tras enviar medio millón al infante D. Carlos (futuro Carlos III de España) el resto se remitió a Alicante, donde se preparaba la expedición para liberar Orán.
La flota que se estaba pertrechando reunía 12 navíos de línea, 2 fragatas, 7 galeras, 2 bombardas, 30 buques menores y cerca de medio millar de mercantes, grandes y pequeños, transportando a las fuerzas de desembarco, al mando del conde de Montemar. El de la escuadra era el teniente general Cornejo, figurando como segundo jefe, con insignia en el navío “Santiago” el entonces jefe de escuadra Blas de Lezo.
El desembarco y asalto tuvieron un éxito completo y rápido, cayendo Mazalquivir y Orán en manos españolas, ante el pánico de los defensores, entre el 29 de junio y el 1 de julio de 1732. Lezo recibió entonces la orden de escoltar, con su división, un convoy de regreso de 120 velas a Cádiz. Pero el enemigo no tardó en recuperarse, sitió la plaza, e incluso mató en un combate al marqués de Santa Cruz de Marcenado, su gobernador y una de las grandes figuras del pensamiento militar español de todos los tiempos.
La venganza de Blas de Lezo
Enterado Lezo de la afrenta argelina, apenas repuesto de la campaña, tuvo que salir precipitadamente de Cádiz con los dos navíos disponibles, el “Princesa” y el “Real Familia”, arbolando su insignia en el primero. A ellos se unirían posteriormente otros cinco buques, según fueron estando listos, porque la tarea era enorme: llevar refuerzos y provisiones de todas clases a la amenazada plaza, e interceptar cualquier posible refuerzo para el enemigo, pues Argel, una “extensión” del todavía inmenso y poderoso Imperio Otomano, había pedido ayuda urgente a Estambul.
Con estas fuerzas combinadas (y recordemos que era pleno invierno), Blas de Lezo consiguió levantar el bloqueo que los argelinos habían impuesto sobre la ciudad hispano-africana de Orán, pudiendo finalmente socorrerla. Tras este primer éxito, el almirante español no se detuvo y salió en persecución de la capitana argelina, un imponente navío de 60 cañones. La nave enemiga, intentando escapar de la flota española que la acosaba, buscó refugio en la ensenada de Mostaganem, que todavía controlaba el enemigo.
Allí se encontró protegida por los fuertes de la ensenada, que estaban controlados por cerca de 4.000 soldados enemigos. Pero ni siquiera esas defensas pudieron detener a la escuadra de Don Blas de Lezo. Bajo un intenso fuego cruzado, el experimentado marino español mandó lanzar al abordaje sus lanchas artilladas sobre la capitana argelina. En el feroz ataque, los hombres de Lezo consiguieron finalmente incendiar el navío enemigo, que acabó hundiéndose en las aguas de la ensenada.
Al mismo tiempo, con una precisa artillería naval, los barcos de la flota española causaron una enorme mortandad y destrucción sobre los fuertes que defendían la bahía. Fue una jornada que demostró tanto el arrojo como la pericia táctica de Blas de Lezo, capaz de derrotar a una fuerza numerosa y bien atrincherada con un planteamiento impecable.
Heroico defensor del mediterráneo
Esta exitosa incursión, además de una nueva muestra de por qué el almirante Lezo debe ser considerado uno de los más preclaros y admirados héroes militares de la historia de España, hizo que los argelinos pidiesen ayuda a los turcos. Al enterarse Lezo de esta solicitud de socorro, puso rumbo al puerto de Alicante para realizar las reparaciones pertinentes, pertrechar su flota y salir de nuevo con la intención de batir esa flota turca que venía a auxiliar a la argelina, no importaba su tamaño. Así estuvo cerca de 50 días en la mar, a la espera. Finalmente, con las dotaciones agotadas y enfermas por las provisiones dañadas, ordenó volver a España, tras una casi ininterrumpida campaña (excepto breves escalas para repostar o embarcar refuerzos y suministros en Italia) de cerca de diez meses.
Como el mérito, el talento y el sacrificio alguna rara vez obtienen recompensa en España, el 6 de junio de 1734, Lezo fue ascendido a Teniente General de la Armada, graduación que tenía cuando el épico ataque a Cartagena de Indias de siete años después y que será el último empleo que alcanzó en vida.