Permítame, doña Juana, que rebusque en el cajón de mi memoria, esa que Su Alteza tanto cultivaba según atestiguara don Pedro Mártir de Anglería, lo que fue el Movimiento Comunero de Castilla. Un reino, el suyo, de cuya memoria histórica fue desterrada por razones de Estado y del mal de su cabeza, como aseguraría su padre, don Fernando el Católico.

Sepa, doña Juana, que quinientos años después de aquella revuelta comunera de la que quisieron hacerle partícipe, la villa de Madrid tiene previsto erigir una estatua, ahora sí, en su memoria. Su Alteza tenga presente que, medio siglo después de aquellos hechos, conmemoramos la Batalla de Villalar (23 de abril de 1521) tras la cual el Ejército de su hijo Carlos aplastó una rebelión de la que usted era conocedora desde que uno de sus líderes, Juan Padilla, acudiera a su palacio de Tordesillas y le pusiera al tanto del “desastroso gobierno de su hijo”.

Fuente: Ayuntamiento de Madrid

Sé que, si hoy estuviera entre nosotros en carne y hueso y no en una futura figura pétrea en el paseo de los Reyes del parque del Retiro de Madrid, podría recordar el ruido que resonó en aquel Palacio a la ribera del Duero, del que usted disfrutó en soledad durante cincuenta años, cuando los comuneros quisieron liberarla de su cautiverio para que ejerciera como Reina y pusiera orden a tanta ofensa. Recordará aquel verano de 1520 como el día en que su hogar se convirtió durante dos meses en la sede de la Santa Junta Comunera desde donde algunos castellanos trataron de gobernar el Reino y de legitimar sus reivindicaciones a través de la tutela de la verdadera Reina de Castilla. Recuerde, doña Juana, que no fue la primera vez que se vio sumida en el juego de la manipulación.

DIFERENTES INTERPRETACIONES

Si de algo sirven las conmemoraciones, los días dedicados a celebrar algún acontecimiento histórico, esas efemérides que tanto juego dan a las redes sociales, a los artículos periodísticos, a la organización de congresos y diversos actos institucionales, es para desempolvar nuestra memoria durante algún tiempo. Y con ello, entregarnos a la tarea de sacar a relucir lo que sabemos, alimentar la curiosidad por lo que no sabemos y poner en valor su significado, a sabiendas de que podamos interpretar los hechos históricos conmemorados según sople el viento a derecha o a izquierda.

Sepa, doña Juana, que la revuelta de las Comunidades de Castilla acaecida entre 1520 y 1522, a día de hoy y bajo nuestros conceptos actuales, tiene significados e interpretaciones diferentes. Para unos fue un movimiento democrático y para otros, reaccionario, como dejó escrito el historiador Antonio Domínguez Ortiz. Por su parte, el gran estudioso de aquel movimiento, Joseph Pérez, lo interpreta como un rechazo por parte de los castellanos hacia el Imperio de Carlos V y una reorganización política de las relaciones entre el Rey y el Reino. Cuentan que el pueblo reivindicaba la participación directa en los asuntos políticos, o como dijo por aquel entonces el Almirante de Castilla, que el Reino mandase al Rey y no al contrario, estar sobre el Rey y no el Rey sobre ellos, como apreció el presidente de la Chancillería de Valladolid, don Diego Ramírez de Villaescusa.

Aquellos ideales quedaron truncados en la Batalla de Villalar, de la que ahora nos hacemos eco, pues supuso “la derrota de aquel programa político que pretendía establecer la preeminencia del Reino sobre el Rey, único depositario de la soberanía y del poder del Estado” (Joseph Pérez). Si los comuneros hubiesen nacido ciento cincuenta años después, y en vez de castellanos hubiesen sido ingleses, habrían tenido derecho a rebelarse y a disolver el Gobierno cuando, de manera unilateral, este osara cambiar el contrato social establecido entre el Rey y sus súbditos. Ese “contrato callado” al que se aludió, según Joseph Pérez, en las Cortes de Valladolid de 1518 fue un contrato reconocido y escrito en la Declaración de Derechos del Parlamento inglés en 1689, dando origen a la primera Monarquía Parlamentaria de Europa. Pero, para llegar allí, aún quedaba un largo recorrido de cambios de mentalidad y formas de vida, pues la época que nos ocupa aún estaba cerrando el medievo y abriendo las puertas de la Modernidad.

RECUPERAR EL PODER PERDIDO

Vuestra Alteza, Juana de Castilla y de Aragón, habrá visto que hice mención a las Cortes de Valladolid de 1518, pues fue allí donde le recordaron a su hijo Carlos que usted seguía siendo “la reina y señora destos reynos”, donde se protestó contra “las salidas exageradas de moneda hacia Flandes y contra las mercedes dadas a extranjeros para oficios y dignidades” (Joseph Pérez).

Le recuerdo, doña Juana, como lo hicieron los comuneros en su visita a Tordesillas, que su hijo don Carlos, nada más desembarcar en suelo ibérico para hacerse cargo de las riendas de un Reino que compartiría con usted, comenzó a repartir los más altos cargos políticos y eclesiásticos entre sus cortesanos flamencos, en contra de lo dispuesto por su abuela, la reina Católica, de no conceder cargo alguno a extranjeros. Esos flamencos fueron calificados como tiranos y opresores y, a juicio de aquellos castellanos, estaban esquilmando al Reino. Y para sufragar los gastos que le había ocasionado al César su elección como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y pagar a sus deudores, los procuradores de las Cortes reunidas en La Coruña en 1519 se vieron forzados, a través de amenazas, presiones y sobornos, a aprobar nuevos impuestos y aumentar los existentes.

Antes de marcharse a Aquisgrán para su coronación, su hijo dejó al mando de la gobernación a su preceptor don Adriano de Utrech, quien tuvo que hacer frente a los disturbios graves y violentos que estallaron en todo el Reino. Al desamparo que asistió a los comuneros que “tienen la impresión de que Carlos sacrificaba el bien común de Castilla a sus intereses personales y dinásticos” (Joseph Pérez), se sumó la ambición de una nobleza que quiso recuperar el poder perdido desde tiempos de los Reyes Católicos.

En las calles de las villas y ciudades castellanas las discusiones se acaloraron. Se abrió en canal el debate sobre la crisis política que sufría el Reino desde la muerte de la Reina Católica, sin una dirección firme desde entonces y que la marcha del Rey a Europa no iba a hacer más que agravarla. La sangrante subida de precios, las malas cosechas, las dificultades por las que atravesaba el sector textil de la lana, y los nuevos tributos que exigía el Rey agitaron el ambiente. Catorce de las dieciocho ciudades con voz y voto en Las Cortes se unieron para formar una Junta representativa para gobernar en nombre de Vuestra Alteza. No estaban dispuestos a sufragar con su sangre y sudor una empresa imperial decidida de manera unilateral por un Rey al que no entendían y del que recelaban.

El campesinado quiso aprovechar la coyuntura y la revuelta se extendió al mundo rural con un fuerte componente anti señorial, razón por la cual los grandes de Castilla dieron marcha atrás en su inclinación al bando comunero -no vaya a ser que sus privilegios se viesen afectados-. Si no tenían poder político, que al menos lo siguieran teniendo en sus feudos.

«QUE NO LA REVOLVIESE NADIE CON SU HIJO»

Suponemos que Su Alteza tuvo noticias de Villalar, que le llegarían ecos del desvanecimiento de las aspiraciones comuneras, de la ejecución de sus principales instigadores, y de la claudicación de Castilla que, desde entonces, contribuyó con su dinero al proyecto imperial de Carlos V. La estabilidad interna reinó de nuevo en las villas, ciudades y campos y la política volvió a ser un asunto reservado al monarca, que aprendió el idioma, dio mercedes y dignidades a castellanos, y siempre que pudo pasó a verla a Tordesillas.

Nosotros pasaremos a verla al Retiro madrileño. Y, ante su fría mirada, recordaremos qué papel jugó en aquellos acontecimientos históricos. Intentaremos hacer memoria para valorizar lo que significó en el devenir de la Historia aquel discurso largo pronunciado ante los comuneros por la Reina propietaria de Castilla. Aquella frase, “… que no la revolviese nadie con su hijo dejó helado a más de uno en aquel frío palacio castellano al despuntar el otoño de 1520. Era la respuesta con la que usted, doña Juana, daba por zanjada la petición que le hiciesen los comuneros para que asumiera el poder como le correspondía. Nos recuerda Joseph Pérez que los comuneros no querían dar por bueno “el nombramiento de Carlos como Rey al lado de su madre. No podía haber dos Reyes al tiempo en Castilla. Si Juana tomaba el poder con firmeza, Carlos tenía que ser orillado, relegado a su legítimo puesto: el de Príncipe heredero, no el de Rey”. Y Su Alteza no quiso o no pudo, como ya vaticinara su madre Isabel la Católica en su testamento. Puede que a Vuestra Alteza le faltara determinación, o puede que tuviese ese sentido de Estado que le negaron en vida. Aquel discurso que rescata el historiador Manuel Fernández Álvarez en su obra La cautiva de Tordesillas debería servir para que el viento alejase de la memoria de los españoles la imagen de loca por la que ha pasado a la Historia.