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Llamamos guilty pleasures a lo que con la lengua del Imperio perfectamente podríamos llamar placeres culpables. Se trata de pequeñas cosas por las que no iremos ni al infierno ni a la cárcel, pero que nos avergüenza reconocer en público, por la razón que sea, normalmente por miedo a no obtener la aprobación de los demás o que estos se rían de nosotros.

Una posible clasificación de estos placeres es la que los distingue entre individuales y colectivos, pudiendo subclasificarse los últimos a su vez en guilty pleasures -perdón, placeres culpables- generacionales. Por ejemplo, Verano Azul, aquella serie de televisión de sintonía tan inconfundible como pegadiza.

Se emitió por primera vez los domingos de octubre de 1981 a febrero de 1982. Y tuvo tanto éxito que logró lo que ninguna otra serie antes, ser repuesta la misma temporada de su estreno, en concreto, en agosto de 1982. No fue ese el único récord que batió. Verano Azul es con toda seguridad la serie con más reposiciones de la historia de la pequeña pantalla española. Pero no se vayan todavía, aún hay más: también se consumió masivamente en Uruguay, Argentina, Chile… ¡y Bulgaria! De hecho, una calle de Sofía lleva el nombre de la serie y cuando se pusieron a la venta en DVD los 19 episodios doblados al búlgaro se formaron colas en los quioscos.

Semejantes éxitos no podrían haber sido posibles si familias enteras no se hubiesen congregado frente al televisor cada vez que en la pantalla aparecía una pandilla de veraneantes (dos enanos, tres adolescentes y dos chicas), cada uno montado en una bici, con tomas aéreas del pueblito malagueño de Nerja y música del maestro Carmelo Bernaola. Al emitirse las reposiciones, normalmente en verano y después de comer, Verano Azul obraba el milagro de que los hijos no protestaran la orden más absurda que nunca jamás dieron los padres: la de no bañarse en la playa o en la piscina hasta que no pasaran las dos malditas horas de la digestión.

La vergüenza ajena

Anuncio de la colección en DVD serie en Bulgaria.

Pues bien, a pesar de los repetidos éxitos de audiencia, a la serie nunca le acompañó el de crítica, en el sentido de que nueve de cada diez espectadores decían ver los episodios solo por experimentar la vergüenza ajena, placer extraño más que culpable. Que si las gafotas y la ortodoncia de Desi (que resultaron ser de atrezzo), que si las lorzas de Piraña (estas, sí que sí, 100% naturales), que si los minúsculos trajes de baño de los chicos de la pandilla, que si la lacrimógena y ciertamente sonrojante declaración de amor a su amada de un Pancho atrapado en una cueva, que si el capítulo en que Bea ya es mujer porque le ha venido la regla…

¿Vergüenza ajena? Eso es lo que muchos alegábamos, cuando en el fondo anhelábamos que fuera cierto el rumor de que Verano Azul tendría por secuela una titulada ‘Invierno Gris’, como pasando por alto lo que en el último episodio Julia, la pintora, le dice a Pancho, el chico de pueblo: que Madrid, «esa ciudad tan grande y monstruosa», no permitiría al resto de la pandilla volverse a juntar.

Es verdad que como tantos productos culturales de la época Verano Azul tuvo su legión de fans, jovencitas en permanente ataque de histeria, indiferentes a la vergüenza ajena o propia. Aunque más que de la serie, las fans lo eran de Javi y de Pancho, el rubio y el moreno de la pandilla. A Quique, que representaba un poco al sosainas, también le escribían cartas, pero para pedirle el teléfono de los otros dos.

Una cuidada selección de temas

Por cierto, que uno de los capítulos trataba el fenómeno fan. Llevaba por título El ídolo y lo protagonizaba Gonzalo, estrella fugaz del firmamento popero de aquellos años y que llegó a ser número uno de la lista de Los 40 principales con uno o dos sencillos. Una de las letras que Bruno -el personaje interpretado por Gonzalo en El ídolo– decía: «Soy un prohibido aparcar en tu paso de cebra». Otro elemento más para experimentar la tan pretextada vergüenza ajena. Pero qué vamos a hacerle, eran los 80, los años en que alguien engañó a nuestras hermanas diciéndoles que las hombreras y esos pelos les sentaban bien.

Lo de la época y también lo del país no es una cuestión menor. Al menos para explicar el éxito y la influencia de la serie. Aparte de estar muy bien realizada y muy bien escrita, Verano Azul no sería lo que fue, lo que sigue siendo, sin una cuidada selección de los asuntos a tratar: la autoridad cada vez más cuestionada de los padres, la preocupación por el medio ambiente, una legislación divorcista en lontananza, la especulación inmobiliaria

Respecto a esto último, cabe señalar que si Nerja hoy no es Benidorm es en buena parte gracias al testamento de Chanquete, por el que cede sus terrenos al Ayuntamiento siempre que no se construyesen casas de más de dos alturas.

Como si el puritanismo hubiera cambiado de bando

Portada de 1973 con el fin de ‘Crónicas de un pueblo’.

Esta pequeña victoria del paisaje frente al paisanaje de constructores sin escrúpulos, intermediarios y concejales de urbanismo , no libró a Antonio Mercero, el director, de la acusación de ser una suerte de ingeniero social, un amable precursor de engendros pedagógicos como la Educación para la Ciudadanía. No es exactamente así.

Por encima y por debajo de cualquier crítica que se le quiera hacer, Mercero fue un esforzado cineasta, el primer español que ganó un premio Emmy, algo de lo que sentirnos orgullosos. Lo que no quita para que aquellos indignados espectadores que en su día inundaron la sección de cartas al director del ABC con sus protestas no llevaran su parte de razón. Lo curioso es que, casi cuatro décadas después, los que se escandalizan ante la escena de Javi, Quique y Pancho fumando entre los tres un Winston no es la gente de derechas, sino los progres, como si el puritanismo hubiese cambiado de bando.

Sean del signo que sean los que se ofenden, hay que recordarles que entre los propósitos más o menos declarados de las televisiones públicas que en el mundo son -también la española, ¡sobre todo la española!- está el de lanzar a la sociedad una serie de mensajes, más allá del puro entretenimiento. Y si no, que se lo digan a Mercero, que solo unos pocos años atrás había recibido el encargo de los jefazos de Televisión Española de rodar una serie, Crónicas de un pueblo, donde en cada capítulo alguno de los personajes tenía que recitar un artículo del Fuero de los Españoles, viniera al caso o no.

«A votos, quiero decir»

En Verano Azul nadie cita ningún precepto de la recién parida Constitución Española, pero en un episodio –La cueva del gato verde– la pandilla toma, a instancias de Javi, una decisión «democráticamente», a lo que el rubiales añade por si alguno no estuviera familiarizado con el término: «A votos, quiero decir». A veces los intentos de, llamémosla así, normalización democrática son tan artificiosos, que los admiradores de Mercero queremos creer que se trata de una parodia, como cuando un chulo playa, extrañado por el lenguaje que utiliza uno de los chicos, le pregunta lo que en 40 años ningún español le ha preguntado a otro: «Oye, ¿y tú de qué autonomía eres?».

En línea con lo anterior, la periodista Mercedes Cebrián ha publicado un librito cuyo título lo explica todo: Verano Azul: unas vacaciones en el corazón de la Transición. Se trata de una crónica ensayística escrita con bastante gracia a partir del visionado de las tropecientas reposiciones de la serie y una visita a Nerja con un Tito ya cuarentón como guía, y todo puesto en el debido contexto socio-político. Aunque Cebrián no llega a formularlo así, quien lea el libro lo cerrará con la idea de que Chanquete bien pudo ser el octavo padre de la Constitución.

Ver al personaje interpretado por Antonio Ferrandis posando en el Parador de Gregos durante un receso de la redacción de la norma fundamental con los Pérez-Llorca, los Solé Turá, los Peces-Barba, los Fraga Iribarne, los Roca i Junyent… Bueno, es una forma de ver Verano Azul, si bien la mejor sigue siendo otra.

Nos referimos a una forma libre de prejuicios, con las dosis adecuadas de nostalgia, sin sentimientos de culpa (por muy placenteros que sean) ni vergüenza de que a nuestra edad nos vean llorar en el penúltimo capítulo, el de la muerte de Chanquete, por más que de sobra sepamos que mientras Verano Azul se siga reponiendo, Chanquete vivirá.