Buenos Aires, finales de 1986. El país deja atrás la embriaguez feliz del retorno a la democracia y, entre alzamientos militares y crisis económicas, Argentina y los argentinos hacen lo que pueden para sobrevivir: el leitmotiv de la sufrida república sudamericana. El autor de estas líneas (inocente niño de seis años de edad) acude a un cine que ya no existe con su padre, el auténtico responsable del amor por el Séptimo Arte que el autor de la crónica que se inicia sentirá a lo largo de su vida.
El largometraje, elegido al azar gracias a un atractivo y colorido cartel, es Firewalker, conocido en el mundo hispano como El templo del oro y dirigida por el legendario J. Lee Thompson. El pequeño que aferra con fuerza la mano de su progenitor no sabe (aún) que el señor Thompson es un eficiente y menospreciado creador de gemas cinematográficas como Los cañones de Navarone, Taras Bulba y algunas de las mejores entregas de sagas como El planeta de los simios o Yo soy la justicia. Retomemos.
El templo de oro es una gran película de acción, con ribetes de comedia, protagonizada por dos auténticos obreros del género: el primero de ellos es el venerable Louis Gossett Jr. (ganador del Oscar al Mejor Actor de Reparto por su papel en Oficial y caballero y galardonado con el Emmy a la Mejor Actuación Destacada en una Única Aparición por su desempeño en Raíces). Encarnando a Leo Porter, el gran actor afroamericano acompaña con su habitual solvencia a otra leyenda de Hollywood.
Ese segundo actor es quien nos interesa. Hablamos de Carlos Ray, más conocido como Chuck y de apellido Norris.
Símbolo del Estados Unidos que perdió la Guerra Civil en general y de Texas en particular, Chuck Norris nació el 10 de marzo de 1940. Piscis en el horóscopo tradicional y dragón de oro (ojo al dato) en el chino, aunque les sorprenda a los lectores, vino al mundo en el pequeño pueblo de Ryan, en el estado de Oklahoma (sureño y limítrofe con el Estado de la Estrella Solitaria, todo hay que decirlo). Hijo de padres prematuramente divorciados, Chuck (que no casualmente recibió el nombre del pastor-guía espiritual de la familia) se decantó muy tempranamente por la defensa de los valores estadounidenses y, en una premonición de lo que vendría, se alistó en la Fuerza Aérea y fue destinado a Corea del Sur como policía militar. Fue en Asia donde se entregó en cuerpo y alma a las artes marciales, lo cual marcaría su vida a fuego. Un sucinto resumen de sus títulos asombra e intimida; múltiple campeón y cinturón negro de Judo, Jiu-jitsu brasileño y Tang Soo Doo (un derivado coreano del kárate), Norris llegó a crear su propia disciplina, en un acto entonces inusual para un occidental: el Chun Kuk Do.
Regresado a los Estados Unidos y conforme con su carrera en los diversos estilos de combate, no fue casualidad que (como sucedió en el caso de infinidad de boxeadores, karatecas y belicosa fauna similar) Chuck fuese contratado como doble de riesgo y entrenador para diversas estrellas de Hollywood. Dos de estos alumnos-colegas se convertirían en indispensables para la vida de nuestro héroe. Son Bruce Lee y Steve McQueen.
El primero de ellos no necesita mayor presentación. Arquetipo de la figura cinematográfica de las artes marciales, fue el primero que invitó a Chuck Norris a participar de manera estelar en un largometraje. Aunque Norris ya había dado sus primeros y pequeños pasos en películas como La mansión de los siete placeres, donde compartió créditos con estrellas de la talla de Dean Martin, Elke Sommer y Sharon Tate, su personaje del villano Colt en El furor del dragón llamó la atención del público en general.
‘DESAPARECIDO EN ACCIÓN’, LA TRILOGÍA QUE LO VOLVERÍA ETERNO
En simultáneo y mientras entrenaba a su amigo Steve McQueen, Chuck recibió el aliento del protagonista de Bullitt para entrar definitivamente en el mundo del cine de acción. La consolidación llegaría con El poder de la fuerza y ya nada sería igual. Muy pronto, Norris se transformaría en una de las figuras más reclamadas por los estudios cinematográficos y protagonizaría títulos indispensables del cine de acción: una exigua lista debería mencionar joyas como Fuerza 7, Duelo final, Furia silenciosa, Marcado para morir y McQuade, el lobo solitario.
Párrafo aparte merecen sus políticamente incorrectos éxitos de taquilla a las órdenes de la dupla Menahem Golan-Yoram Globus en los estudios Cannon: Invasión USA y Delta Force. Todos ellos, títulos con una marcada impronta pro-estadounidense y anticomunista, parte del folclore de la mejor época del reaganismo.
Dejamos, para el final de la enumeración, la trilogía que lo volvería eterno: Desaparecido en acción, saga que trató el espinoso tema de los soldados estadounidenses supervivientes de la guerra y encerrados en campos de concentración vietnamita. Aunque con un planteamiento descuidado por momentos y con algunos diálogos risibles (en una escena, un personaje propone salir de Vietnam “cruzando la frontera con Tailandia”, país que no limita con la patria de Ho Chi Minh), el aporte de Chuck Norris sirvió para tocar la fibra más sensible de la opinión pública; no por casualidad, el asunto fue retomado por Hollywood en Rambo: Acorralado – Parte II.
INGREDIENTES PARA EL ÉXITO
Aquí conviene hacer un alto en el camino. Queda claro que ya tenemos a un Chuck Norris bendecido por las recaudaciones de taquilla y en su mejor momento como artista marcial. No es una historia demasiado diferente a la de muchos y posteriores actores de Hollywood así que: ¿en qué radica la particularidad y, puede decirse, la relevancia de nuestro héroe? Veamos.
Para empezar, Chuck Norris es el verdadero pionero en el arte de incluir las (valga la redundancia) artes marciales en el cine estadounidense. A eso hay que sumarle su indudable papel de puente entre las antiguas estrellas de acción (por nombrar a algunos: Gary Cooper, John Wayne, Lee Marvin, James Coburn, Charles Bronson y un largo etcétera) y las nuevas generaciones, evidentes aunque dispares discípulos suyos: Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger, Bruce Willis, Steven Seagal, Jason Statham y siguen las firmas. Conviene apuntar que el ingrediente asiático, que también puede observarse en series de TV como Kung Fu, inusual mixtura de western y cine oriental protagonizada por David Carradine, es otro de los grandes aportes de Chuck Norris al cine moderno.
Y llegamos al corazón de la cuestión. Chuck Norris nunca, jamás, ocultó sus incómodas (para Hollywood) opiniones políticas: republicano hasta la médula en la prolífica tradición de John Wayne, Ronald Reagan o Clint Eastwood, es aún más duro que ellos. Firme opositor al matrimonio entre personas del mismo sexo y defensor de la tenencia de armas (llegó a apoyar públicamente a la firma Glock), apoyó a Israel en infinidad de ocasiones y fue nombrado marine honorario en 2007.
De alguna manera, Norris representa la fusión de los valores estadounidenses de Dios, Patria y Hogar (entendida la Patria como el “hogar de todos”) con la filosofía oriental y la defensa del estilo de vida tradicional.
Sin ir más lejos, su exitosísima serie televisiva Walker, Texas Ranger es un desembozado y bello homenaje a Texas, a los valores sureños, a sus tradiciones y a su música: el propio Chuck es quien interpreta, y muy bien, la canción original que suena en los títulos. Por algo, a nuestro héroe le causó mucha simpatía la enorme difusión de los Chuck Norris facts, una serie infinita de hechos hiperbólicos y ficticios que inundaron Internet a principios de los años 2000 y donde se reflejan la fuerza, el tesón y la perseverancia del actor de Oklahoma.
EL CÓDIGO DE HONOR
En síntesis, no es casualidad que el código de honor que Chuck diseñó para su Chun Kuk Do se resuma en doce frases que cualquier occidental en general (y cualquier estadounidense en particular) podría suscribir y que sirven de auténtico reglamento para la vida:
1) Desarrollaré mi potencial al máximo posible en todas las perspectivas de mi vida.
2) Olvidaré los errores del pasado y me concentraré en los grandes triunfos del presente.
3) Me mantendré siempre en un pensamiento positivo y trataré de transmitir este a todas las personas que conozca.
4) Trataré continuamente de desarrollar el amor, la alegría y la lealtad en mi familia, y comprenderé que ningún otro logro puede compensar las fallas en el hogar.
5) Buscaré lo mejor de todas las personas y les haré sentir que valen la pena.
6) Si no tengo nada bueno que decir sobre una persona, no diré nada.
7) Daré tanto tiempo a mejorar mi persona que no tendré tiempo de criticar a los demás.
8) Seré siempre tan entusiasta con los logros de otras personas como con los míos propios.
9) Mantendré una actitud de tolerancia hacia las personas que tienen un punto de vista diferente del mío, aunque me mantendré firme respecto a lo que personalmente creo verdadero y honesto.
10) Mantendré respeto hacia las autoridades y lo demostraré todo el tiempo.
11) Me mantendré siempre leal a Dios, mi país, mi familia y a mis amigos.
12) Me mantendré siempre altamente orientado durante toda mi vida con una actitud positiva a ayudar a mi familia, mi país y mi persona.
Quizá el mejor broche para este homenaje sea el recuerdo del maravilloso cameo que Chuck nos regaló en Los mercenarios 2. Inmerso en un elenco alucinante de estrellas de acción (Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger, Bruce Willis, Jean-Claude Van Damme y Jason Statham, entre otros), Norris (cuyo personaje se llama Booker, como el protagonista de una de sus mejores películas) salva a los héroes e, invitado por ellos a unirse, aclara, en otra cita autorreferencial: “Lo siento. Soy un lobo solitario”.