Confiésalo. Tú también te has visto rodeado por las anguilas chillonas en medio del mar; has escalado los acantilados de la locura, vencido en duelo a consumados espadachines con acento español, noqueado a grandullones, desafiado a sicilianos en batallas de ingenio, sobrevivido al pantano de fuego, emergido de las arenas movedizas y luchado contra roedores de aspecto gigantesco; te has divertido asaltando el castillo, aún estando parcialmente vivo (o muerto). Tú también has visto, y en bucle, La princesa prometida. Por eso te sabes los diálogos de memoria.
Lo que quizás no conozcas es la intrahistoria de la peli, el cómo se hizo. Este comienzo de año es tan buen momento como otro. Porque ahora mismo, en algún rincón del planeta, hay alguien viendo la película, bien por primera vez (¡suertudos!), bien por enésima, solos o, mejor, acompañados. La princesa prometida es una de esas películas por la que no pasan los años, apta para los hijos y también para los padres, recomendable de generación en generación. Nadie sospechó que fuera así el día de su estreno.
Todos los ingredientes para triunfar
No es que fuera un fracaso en taquilla, pero tampoco un éxito. Pasó sin pena ni gloria. O con más gloria que pena. Pero tampoco mucha. La culpa fue del departamento de marketing de la distribuidora, la 20th Century Fox. No supieron vender una historia que tenía todos los ingredientes para triunfar.
Y cuando decimos “todo” decimos esgrima, peleas, torturas, aventura, veneno, odio, venganza, gigantes, cazadores, bellas damas, hombres malos, hombres valientes, hombres cobardes, hombres fuertes, serpientes, arañas, dolor, muerte, persecuciones, huidas, mentiras, pasión, milagros y, lo más importante, amor verdadero.
¿Cuál fue la clave inesperada del éxito? El VHS. Alguien que no alcanzó a ver la película en el cine, compró la cinta, quedó maravillado con lo que vieron sus ojos, volvió a verla por no dar crédito a tanta hazaña, tantas lágrimas y tantas risas, la recomendó a alguien, y este alguien a otro alguien, y así sucesivamente hasta hacer de La princesa prometida una de las más grandes historias jamás narrada.
El primero que la visualizó -en su imaginación- fue William Goldman, autor de la novela que presta su argumento y da título a la película. Al contrario que esta, el libro conoció el éxito desde el principio. Directores de la talla de Norman Jewison, Robert Redford y Françoise Truffaut soñaron con llevarla a la pantalla. Si no lo hicieron fue por no convencer a ningún productor. Quien sí lo logró fue un jovencísimo Rob Reiner.
Su nombre quizás no diga nada al gran público, salvo que reseñemos la heroicidad de que en poco más de cinco años Reiner dirigió Cuenta conmigo, Cuando Harry encontró a Sally, Misery, Algunos hombres buenos y, no se nos olvide, La princesa prometida.
La elección del reparto
Con tanto detalle imaginó la historia que se negó a rodarla si no contaba en el reparto con dos actores: Cary Elwes, en el papel de Westley, y Robin Wright, en el de Buttercup. No bastaba con que Westley fuese apuesto, tenía que resultar divertido. Igual que Buttercup, a quien Goldman describió primero en su novela y luego en el guión como la mujer más hermosa que había existido en cien años. Elwes y Wright eran jóvenes, eran guapos y eran, además, fans de los Monty Python. ¿Basta para definir su fenomenal humor?
Otra exigencia de reparto de Reiner, el director, fue la de André El Gigante, estrella de la lucha libre, en el papel de Feezik. Realmente no fue una exigencia. Fue una necesidad. Solo alguien de su estatura y fortaleza, capaz de trasegar hectolitros de alcohol y un catering entero a la hora del almuerzo, podía interpretar al gigante de La princesa prometida. Como decía Reiner, cuando haces un casting buscando a un gigante, no es que te lluevan las solicitudes. Llegó a barajarse el nombre de Arnold Schwarzenegger, pero finalmente André aceptó el papel.
Menos claro lo tuvo Reiner para el personaje de Vizzini, el astuto siciliano jefe de una banda de malhechores. Primero se lo propuso a Danny DeVito y luego a Richard Dreyffus; los dos rechazaron la oferta. Como tercera opción, acudió a Wallace Shawn, quien interpretó a Vizzini. Los enamorados de La princesa prometida nos alegramos, pues no nos imaginamos a otro usurpando el papel.
Como no nos imaginamos a ningún otro actor sustituyendo a Mandy Patinkin, Chris Sarandon, Christopher Guest, Fred Savage, Peter Falk, Billy Crystal o el resto del reparto de La princesa prometida. La actuación de todos ellos es memorable, no importa cuantas líneas de guión tuviesen que memorizar. A alguno de ellos la fama cosechada por la película les perseguirá felizmente hasta la tumba.
Es el caso de Cary Elwes (Westley), que no puede bajar la guardia en los pasillos de Toys R Us sin que le asalten hordas de enanos armados de espadas y escudos de plásticos. O de Mandy Patinkin, al que no pasa un día sin que le pidan -en la calle, en el supermercado, en los aeropuertos…- que recite la fórmula de la venganza más repetida de la historia del cine: “Hola, me llamo Iñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir”. O el caso de Robin Wright, quien no logra deshacerse de la dulzura de Buttercup ni interpretando de manera magistral como lo hace el papel de la fría y calculadora Claire Underwood, en House of cards.
34 años después, seguimos enamorados
Y eso que han pasado 34 años desde el rodaje de La princesa prometida en Derbyshire, Inglaterra, y un poco más desde que tras la lectura en grupo del guión Rob Reiner dijo al reparto: “sé que nos lo vamos a pasar muy bien”. Esa es la clave del éxito de la película. Esa y que nosotros, los de entonces, los locos bajitos de la EGB, seguimos enamorados de Buttercup y de Westley. Qué le vamos a hacer. Les amamos. ¿Creéis que sucede todos los días?