Aquellos que predican sobre la guerrilla cultural, que debe ser algo parecido a la respuesta de Tamames al mitin de Yolanda Díaz en el Congreso −«Presidenta, no voy a contestar porque creo que es hora de irse a comer»−, lo hacen bajo el pretexto de la totalidad: no hay batalla que deba quedarse sin librar ni espada por desenvainar. Algo así como que el Estado se cambia desde los escaños pero la nación se construye desde, ay, las televisiones, las editoriales, la Academia y, por qué no, la ropa.
Son muchas las iniciativas que últimamente afloran en esta línea, y entre todas ellas destaca hoy la de un joven emprendedor que ha llevado su forma de vida −la irreverencia madrileña− a unas cuantas prendas de vestir. De su empeño nació Canallita y lo que empezó como un pequeño negocio entre amigos se ha convertido en un fenómeno de masas.
El manifiesto canallita
No es habitual que una marca de ropa tenga un manifiesto de la misma forma que tampoco es común que un partido tenga su propio uniforme, pero ya saben. Canallita dio la espalda desde el principio a ese subapartado de corrección política que dentro del mundo empresarial se ha venido a llamar «visión-misión-valores», y a cambio luce con orgullo, tanto en sus redes sociales como en su página web, un divertidísimo manifiesto, que vertebra su forma de entender el mundo, de tanta inactual actualidad, también a través de la ropa.
El nombre deja intuir por dónde van los tiros, claro, pero el eslogan de la marca borra toda duda: «vistamos con orgullo nuestra condición de hombre». Porque Canallita es una marca masculina. Y lo que debiera ser del todo natural, hoy nos parece incorrecto, cuando apenas quedan empresas indóciles al rodillo aplastante de lo unisex, de la homogeneización del consumidor. El manifiesto tiene alguna semblanza de ensayo político, pues empieza con un análisis profundo de la sociedad actual: «Vivimos en una sociedad en la que está mal visto ser ese tipo de hombre al que le vuelven loco las mujeres, la fiesta y los placeres de la vida». El análisis se vuelve más agudo y trascendental cuando se señala, como preocupación principal de una empresa textil, que «nadie te dirá hoy que tranquilo, que la testosterona no va a matar a nadie y que el único lugar donde no debes tener pelos es en la lengua». Y es verdad que nadie lo dice.
Mimo por lo masculino
Frente a esa sociedad avergonzada de la masculinidad y la testosterona (sic), Canallita pretende recuperar con sus productos una España desenfadada e irreverente, donde se reivindiquen como virtudes «la virilidad y el putoamismo». Y yo pienso de nuevo en Tamames. Algunos de los diseños que han hecho tan popular a esta marca entre los garitos de Ponzano son los que defienden el «vermut castizo» o el estilo clásico de George Best. Sin embargo, su fetichismo de la virilidad pasa por Julio Iglesias, joya de la marca. Con él empezó todo y queda en la colección de ropa de Canallita la huella de sus inicios, los incontables vástagos textiles que les inspiró y que ellos concretaron en sus famosas sudaderas «who the fuck is Julio Iglesias?» o en el diseño de «enfant terrible», acompañado de la silueta del truhan mayor del Reino.
A mí, sin embargo, me conquista su vuelta al casticismo cañí con dos de sus últimos modelos. El que reivindica a Manolo Escobar, gloria de España, frente a Pablo Escobar y esa mitificación anglosajona del narcotráfico a través de series televisivas («Escobar: quien no conoce a Dios a cualquier santo le reza», dice la camiseta), y la recuperación de esa política más humana que durante una década del siglo pasado se concretó en los jacuzzis de Marbella: «Imperioso», luce la camiseta, en una referencia al caballo blanco de pura raza española de Jesús Gil. Pocos ejemplos mayores de masculinidad han podido encontrar, claro.
Saraos del canallismo
Canallita, pese a todo, no ha querido quedarse ahí. Desde hace varios meses han ampliado su frente de batalla cultural con la organización de diversos saraos. Mientras otras marcas predican la venta de «experiencias» artificiales, los jóvenes madrileños de esta marca han querido reventar áticos de Recoletos y salas circundantes a Nazca con sus clientes. Canallita es una empresa que premia la fidelidad y los clientes premian los mandrachos de la marca, tan divertidos como imprevisibles. No faltan los cartones de Julio Iglesias, los fotocols castellanísimos y el whisky DYC. En definitiva, Canallita pretende recuperar la humanidad que hace tiempo perdió nuestra ropa. Y de paso mandar un mensaje al mundo: mientras quede un canallita, «España seguirá adelante, porque la marcha atrás no es una opción».