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El pasado 4 de abril en Madrid se quedó una tarde como para irse a pasear al parque del Retiro, incluso para montarse en una de sus barcas. Con más razón si uno andaba por los alrededores. Parecía no haber un plan mejor. Sin embargo, lo había. Y a muy escasos metros. En Espacio Encuentro. Un coloquio alrededor de la figura de Blas de Lezo. Organizaba Milenio. Hicieron uso de la palabra el periodista Rafael Núñez Huesca, el estudiante de Historia Javier González Larrea y, a falta de uno de esos navegantes y conquistadores de otros siglos, el aventurero Telmo Aldaz.

Dio la sensación de que Telmo Aldaz no entró al Espacio Encuentro por la puerta que da a la calle Conde de Aranda 20, sino por otra solo por él conocida y que lo conectaba con la época del Imperio, como en la serie de televisión esa, El Ministerio del Tiempo. «Ser moderno está pasado de moda», nos contó Telmo en una entrevista que le hicimos hace cosa de un año. Y volvió a reafirmarse en su gusto por lo extemporáneo el pasado jueves: «Para mí Blas de Lezo se me queda muy moderno». Normal que se lo pareciera. En 1992, cruzó el Atlántico en una carabela como la de Colón. No ha sido la única experiencia de hispanidad que ha tenido Aldaz. Hacer la relación de todas ellas nos llevaría demasiado tiempo. Y estábamos con Blas de Lezo.

Quién mejor para hacer la crónica de la hazaña que lo hizo célebre que un periodista. Y qué mejor periodista que Rafael Núñez Huesca, con un don especial para impartir lecciones amenas de historia profunda, como bien saben los lectores de Milenio. Como si se tratara de un enviado especial en una cápsula del tiempo al teatro de operaciones, Rafa pudo informar así al público de lo acontecido y sus consecuencias:

«Blas de Lezo, un marino guipuzcoano, tuerto, cojo y manco, se ha enfrentado a la mayor flota naval hasta la fecha. Seis buques frente a 124 y 2.000 españoles frente a 23.600 británicos. La superioridad era tan apabullante que el Almirante inglés Edward Vernon ordenó a Londres acuñar medallas conmemorativas de la victoria. Una figura altiva -Vernon- y otra arrodillada y suplicante -Blas de Lezo- ilustran el anverso; el texto dice: ‘El orgullo de España humillado por el almirante Vernon’. Y en el reverso: ‘Auténtico héroe británico, tomó Cartagena en abril de 1741’. El rey de Inglaterra ha prohibido cualquier alusión a la batalla, decretando el olvido historiográfico. Les ha informado Rafael Núñez Huesca».

Fueron estos mismos hechos, aquí telegráficamente narrados, los que hace no mucho asombraron a un jovencito alumno de la ESO, Javier González Larrea, hoy matriculado en la facultad de Historia en la Universidad de Oviedo. No es Javier un estudiante cualquiera. De hecho, es el único que cursando todavía bachillerato impartió una conferencia en la muy prestigiosa Fundación Gustavo Bueno. El título de la misma, Hitos olvidados del imperio español. No incluyó la gesta de Blas de Lezo. No porque no fuera un hito; lo es, en el sentido de que marcó un antes y un después. No lo incluyó por no estar olvidado. Es más, Blas de Lezo y la batalla de Cartagena de Indias son el máximo exponente del resurgimiento del interés por la historia de España en su vertiente más épica. Y en esto estuvieron de acuerdo los tres ponentes. Porque no estuvieron de acuerdo en todo.

Por ejemplo, la llegada de los españoles a América ¿fue un descubrimiento o un encuentro? Para Núñez Huesca, lo primero, pues lo segundo exige de la suficiente capacidad técnica para salir al encuentro del otro, en este caso, cruzar el Atlántico. Telmo Aldaz, sin negar lo que el descubrimiento tuvo de tal, tampoco negó el carácter de encuentro del mismo. Que muchos de los pueblos que en América encontraron los españoles no fuesen capaces de surcar los océanos no significa que no estuviesen avanzadísimos en otros aspectos, algo a lo que asentía el joven Larrea. Este, a su vez, discrepaba con Núñez Huesca en qué habría sucedido de haber vencido los ingleses a los españoles en la batalla de Cartagena de Indias.

Según el periodista, hoy en la América española se hablaría inglés; según el estudiante, nada habrían podido los ingleses, por mucho que rindiesen la plaza. Puso como ejemplo la toma de La Habana y de Filipinas tras la Guerra de los Siete Años que los ingleses finalmente tuvieron que devolverlas a España, por carecer de la logística imperial adecuada para su gobierno. Y de nuevo aquí un punto de acuerdo -o mejor, de encuentro- entre los tres ponentes: España como ejemplo de imperio generador, Inglaterra, de depredador.

Esto último no provocó las protestas del único inglés presente entre el público: Patrick Wightman, con más moral que Rafa Núñez Huesca -natural de Alcoy- y un humor que ya quisiese para sí sir Pelham Grenville Wodehouse. En cualquier caso, un tipo interesantísimo este Patrick, lo mismo que otros asistentes, como Ricardo Teigell (diríase también que venido de otra época), o el cineasta Álvaro Sáenz de Heredia, autor de los guiones de una serie de televisión sobre Blas de Lezo, a rodar tan pronto lo ordene el productor Enrique Cerezo.

Dicen los más trasnochadores que el coloquio no acabó en Espacio Encuentro, a la hora convenida, sino que continuó hasta altas horas de la madrugada en un conocido local de copas. Y no era, no, la discoteca Kapital.